Trabajo sin fines de lucro, ningún personaje me pertenece (Derechos Craig Bartlett y Nickelodeon) etc, etc etc... Enjoy!
Tiempo
Arnold. Hacía mucho tiempo que no pensaba en él; de hecho, no sabía por qué de repente se le había venido a la cabeza. Así, de súbito. Como una repentina ráfaga otoñal a finales del verano. Dejándola levemente confundida; levemente la piel erizada. Pero sólo un poco; Un tizón que daba su último suspiro en medio de las brazas apagadas, ya frías. Imperceptible a menos que el ojo lo buscara.
Arnold. Pensar que, hace apenas unos años, la remota posibilidad de estar en esa situación le habría parecido ya sólo no sólo risible, sino inconcebiblemente absurda.
Pero ahí estaba: Casi palpable.
Años y años sin verlo. Años y años de no saber de él; de un interminable número de horas sin su divina presencia; sin soñar con perderse en el universo infinito de su mirada. Sin añorar esos labios que podían elevarla al paraíso en apenas milésimas de segundo.
Pero no había contado con el tiempo. Ese tiempo que la había torturado antaño; que la había aterrorizado en aquél momento, había sido el mismo que se había llevado una cosa tras otra, buenas y malas, por igual. Para traer cosas nuevas: Buenas y malas, también, había que admitirlo.
Crueles segundos tras otros, que se lo habían llevado a él lejos, la habían distanciado de sus amigos, de los juegos, de los pleitos, de las bromas y las pasiones descontroladas; de los besos y de las eternidades que duraban segundos…
Pero también se habían quedado en ella como un bálsamo. Uno que había adormecido e incluso curado ciertas heridas, y también, ciertas pasiones infantiles; Que lo habían reducido a ÉL a un ligero cosquilleo en el estómago; un leve suspiro resignado y luego, la mirada al frente. Hacia el futuro.
Un futuro en el que ya no estaba él y, contra todos los pronósticos de su tormentosa niñez, poco o nada le importaba.
Sí. Podía vivir sin Arnold, era lo que el tiempo le había enseñado. Podía vivir si el chico, y, aún así, ser feliz.
Porque era feliz.
Pero, entonces… ¿Por qué de repente se le había venido a la cabeza?
"Aún siento ganas de fumar a veces" pensó "y sólo lo hice por una semana."
-Hey, ¿Entonces a las ocho? –Le preguntó el chico, con la sonrisa más coqueta de todo su arsenal.
-Claro. –Respondió ella, encogiéndose de hombros –Como quieras.
El chico le guiñó un ojo y siguió su marcha, mientras se acomodaba la mochila sobre el hombro.
"Idiota" Pensó, al tiempo que bostezaba.
Pero una película gratis, era una película gratis.
Que ni se hiciera el ofendido después. Sabía lo que iba a pasa mejor que nadie: Una cita, cosas gratis, fútiles intentos de al menos tomarle una mano, un silencio incómodo al frente de la entrada, y unos labios levantados que lo único que recibían era un portazo. Lo sabían, y, aún así, lo intentaban. Ese ya no era su problema. Por lo general con la primera cita les bastaba, a veces dos o tres, y, los más perseverantes, a veces llegaban a las cuatro.
Pero este chico ya iba a romper un récord: Era la octava vez, y algo dentro de ella le hacía pensar que era un masoquista de hueso colorado. Seguro fantaseaba con ella en traje de cuero o látigo, o algo así. La sola idea le provocó risa. Una corta y sutil, y después, un suspiro resignado.
Si sólo Arnold hubiese sido así de persistente… o así de masoquista… Bueno, pensándolo bien, en masoquismo el cabezón iba ganando con distancia holgada, pero en perseverancia… Bueno, era ella contra sus padres. Era obvio quién iba a ganar.
Apenas habían durado unos meses en Hillwood después de su inconcebiblemente larga travesía, la cual, al parecer, no había sido suficiente, pues apenas se habían curado un poco sus espíritus, la aventura los llamó de nuevo. (La aventura y la fama que habían cobrado cuando su historia y nombres se habían vuelto extremadamente conocidos).
Así que, así, un día, lo había descubierto por boca de él mismo; Sus padres se irían de expedición de nuevo, y esta vez, por nada del mundo lo dejarían atrás.
Ella no le había dicho que se fuera con sus padres y fuera feliz, que no se preocupara por ella, porque él ni siquiera le había pedido su opinión, así como tampoco habían pedido sus padres la de él. Las respuestas eran tan obvias que no había necesidad de formular las preguntas.
-Te voy a extrañar, cabezón. Le había dicho ella, al momento que le daba un leve golpe en el brazo.
-Yo también lo haré –Había respondido él, con la voz estrangulada. Los ojos brillando de tristeza, de desesperación y de miedo. De alegría, de añoranza e ilusión. Todo al mismo tiempo.
La había abrazado y habían llorado, por más tiempo del que se podía contar. Ahí, los dos, completamente solos a pesar de estar rodeados de gente que los veía como bichos raros. Ahí, sentados en las escaleras frente a la casa de ella; Dos diminutas criaturas sumergidas en el infinito universo de sus prístinas emociones infantiles.
Al día siguiente se había ido, y ella ni siquiera había acudido, con el resto de sus compañeros, a despedirlo.
…Y a partir de ahí su vida se había ido por el drenaje, había tocado el fondo de la cloaca, y después, como el fénix, había renacido. No de entre las cenizas, sino de entre la inmundicia. Y si bien nada había vuelto a ser como antes, sí había sido mejor. Inconcebiblemente mejor.
Sus padres se habían divorciado, justo después de que Miriam decidiera rehabilitarse y ser una mejor madre. Ese había sido su primer paso. No admitir que tenía un problema, sino admitir cuál era su problema, o más bien dicho "quién" era su problema. Había abandonado la casa y lo único que se había llevado había sido a su hija. Primero a la casa materna, después, algunas sesiones de terapia y un trabajo bien remunerado después, habían vuelto a la ciudad, rentado un departamento y retomado su vida. Lunes a viernes juntas, charlando libremente como amigas. Sábado y domingo, por orden del juez, con Bob, que si bien le daba libertad de irse a donde quisiera, se tomaba el tiempo para al menos almorzar y cenar con su hija, y, sí, charlar. Del clima, la escuela, la televisión, los deportes, los tontos e ingenuos pretendientes de la joven dama… y así, como quien no quiere la cosa, del galán en turno de mamá.
Porque mamá tenía galanes. La mayoría perdedores que ella había conocido en rehabilitación y que escucharlos era como una extensión de las juntas de AA. Algunos, ligeramente interesantes, pero, al final de cuentas, perdedores todos.
Pero al menos todos intentaban quedar bien con "la hija de su novia" así que regalos y atenciones de todo tipo nunca le faltaban.
Papá y mamá se sentían increíblemente culpables, así que eran buenos y flexibles de más.
La hermana mayor, por el estilo también, aunque eso era una sincera desventaja.
Amabilidad culpable y amor a veces ligeramente forzado. Pero, bueno, comparado con lo que tenía antes, estaba de maravilla.
Eso sin mencionar las ridículas libertades otorgadas a una chica que apenas pasaba los dieciséis. Menos mal que era una chica lista, de lo contrario, ahora Bob y Miriam tendrían un pequeño nieto sobre quién volcar todo el cariño que no le habían dado a su mami. Menos mal que era una chica lista, y había qué decirlo, con un ligero odio a los hombres, y una notable repulsión al contacto físico. De hecho, el último chico que la había tocado había sido Arnold…
Se dio un par de palmadas en la cara. Suficiente "Arnold" por hoy.
…O tal vez no.
El chico estaba ahí, a apenas unos metros frente a ella.
Muy bronceado, muy alto, peleándose con un casillero que visiblemente jamás había abierto.
Primer fanfic publicado en Fanfictión (así que perdón si meto la pata, jeje). Primer fanfic de Hey Arnold, y bueno... estoy algo nerviosa. Acabo de escribirlo de corrido, en un momento de inspiración, así que me encantaría saber sus opinones, sugerencias, tomatazos... todo será bien recibido. También si les interesa leer más... en fin. Mucho gusto a todos, y espero haberles brindado un momento entretenido. ¡Nos leemos! (espero) jijiji...
