Caja musical por Angie Friki Black.

Disclaimer: El universo de Harry Potter no me pertenece, sino a J.K Rowling.

Este fic participa en el minirreto de octubre para El Torneo de los Tres Magos del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.

Fantasma sorteado: Edgar Bones.


—¿Estás segura de qué se la darás?

Las hojas de los arboles caían, anunciando con ello la llegada del otoño.

Un hombre alto con una gabardina de color café, miró expectante a una chica de menor tamaño y cabello pelirrojo.

—Ya se lo dije –respondió ella acomodándose su chaqueta, por el incipiente frío que ahora reinaba—. Se la daré; no sé cómo ni cuándo, pero lo haré.

El sujeto pareció soltar un suspiro, aunque era algo difícil de saber; ya que por la enorme gabardina que traía, no se podían apreciar bien sus gestos. Caminó alrededor de un montículo de hojas divagando en sus pensamientos, recordando un hecho pasado y distante.

—Eres una buena niña, Susan —su figura traslúcida pareció esbozar una leve sonrisa—. Una digna, Bones.

—Es un honor portar el apellido de nuestra familia, tío Edgar.

El fantasma chasqueó los dedos.

Fue un poco extenuante tener que explicarle todo a su pequeña sobrina, pero al final lo logró. Había vuelto como fantasma a devolver algo, y sólo Susan podía ayudarlo.

—Lo que no entiendo es, ¿por qué esperó tanto? —sus ojos marrones se fijaron en su tío—. Además, ¿no hubiera sido mejor verla y guiarla aquí en persona? Oh, bueno, cómo fantasma, en su caso.

Edgar soltó un leve suspiro cansino. ¿Cómo explicarle a aquella joven que su hermana no quería verlo ni en pintura?

—Digamos que tomé prestado algo de Amelia, y nunca lo devolví —caminó en dirección opuesta de la muchacha—, no se te olvide entregar lo que te di.

Susan asintió apretando con más fuerza aquella cajita de madera de roble. Vio cómo su tío caminaba despacio rumbo hacia el atardecer. Se quedó allí, hasta que observó su desaparición por completo.

—Hasta luego, tío Edgar.


Años después.

Cerca de un lago, dos figuras traslúcidas parecían discutir.

—Tiempo si verte, Lia —comentó con tono de arrogancia, el sujeto de gabardina—. Como siempre, es lindo ver esa mueca tuya.

Frente a él, y con gesto de enojo, una mujer lo miró.

—Edgar –susurró amenazadoramente—, quisiera decir lo mismo.

—Aun después de muerta —se carcajeó abrazando su estómago—, ¡quita esa cara que pareces estreñida!

—Y tú, siendo el idiota de siempre –el tono serio y frío de Amelia Bones, podría haber hecho retroceder de miedo a cualquiera; por supuesto que a su hermano, Edgar Bones, le daba más que igual—, querido hermano.

—¿La chiquilla ésa te entregó la caja? —preguntó, luego de un silencio sepulcral. Con mirada triunfante, contempló cómo Amelia fruncía la nariz.

—Lo hizo. Aunque no fue ella, sino un amigo suyo —miró desafiante a Edgar—. Fue justicia que me devolvieras mi caja de música. Después de casi, ¡DIEZ AÑOS!

—Cálmate un poco, Lia. No es para tanto —se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla—Ahora, debo irme.

En un abrir y cerrar de ojos, desapareció.

—Debías devolvérmela antes de irte, ¿no? Y todo porque querías conquistar a la madre de Susan.