La ilustración de la portada fue hecha por Scottcok. Podéis encontrar más de su trabajo en su cuenta de Devianart.
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Apenas acababa de amanecer en el mundo, aquel lugar cuyo sol era una bombilla que, de algún modo, sabía apagarse y encenderse según la hora. Nadie la había hecho ni colocado sobre la Torre. Tampoco nadie había creado la Torre, sino que estaba allí desde el principio de los tiempos, como el lugar sagrado que era.
Nadie había entrado allí, pues, aunque tuviese una puerta, solo se podía acceder a una planta baja vacía, sin escaleras ni ningún modo de seguir subiendo. Aunque todos en el mundo sabían que a medida que se subía el poder se hacía más y más fuerte.
Era algo normal para todos los habitantes, desde los que vivían cultivando en los campos hasta los que trabajaban en el Refugio, la capital. Este era el caso de la doctora Kip Silverpoint, una científica que hacía cinco años había terminado sus estudios y en la actualidad se dedicaba a pequeños proyectos de construcción e ingeniería, sobre todo con robots.
Entraba temprano al trabajo, con su cabello pelirrojo recogido en una coleta y sus ojos cubiertos por gafas de seguridad para protegerse de posibles accidentes. De todas formas tenía demasiada emoción como para dormir mucho. Iba a ser un gran día: el día en que comenzarían el proyecto Silver.
Toda la gente, en especial los científicos, sabían que un robot por sí solo no podía ir más allá de su código, que siempre debía obedecer aquello que los seres humanos les ordenaban y, más que nada, las tres leyes de la robótica. Ninguna máquina era hecha para dañar a humanos, autodestruirse o desobedecer a humanos…
Pero un robot podía domarse, y aquello, en cierta forma, le permitía ir en contra de esa última ley. Claro que una máquina domada requería en primer lugar de un ser humano que pasase tiempo con ella, que le mostrase cariño, que lo cuidase, le diese respeto y la tratase como si ese robot también fuera una persona.
Entonces dicha máquina pensaría en sí misma como una persona real. Una persona real que estaba fabricada y tenía un código, pero que podía hablar como tal e incluso desobedecer su programación. Podía ser tanto letal como útil.
Una década atrás, se dio el caso de un niño de ocho años huérfano de padre y que había logrado domar al robot que este le había regalado. La máquina se consideraba una amiga del niño, hablaba como lo haría una niña y cuando alguien le decía que no entrase a la clase de su amigo, protestaba y luchaba por entrar. El niño siempre le pedía, no ordenaba, que se quedase en casa, y el robot lo hacía tan solo por respeto a su amigo, aún con su código diciéndole que siempre debía obedecer órdenes humanas.
Ahora el equipo de Kip tenía una misión en mente: construir un robot domado desde el principio, sin necesidad de pasar tiempo con la máquina. Nadie se había planteado nunca tal cosa, pero ella y su equipo estaban cargados de optimismo. Lograrían hacer su hazaña y, además de tener dinero al vender semejante clase de maquinaria, obtendrían gran prestigio.
Kip terminó de ponerse su bata y preparó los papeles sobre las mesas para trabajar. Escribió "Proyecto Silver" en la pizarra y se sentó a hacer las primeras ideas para la máquina. Ya tenía una imagen clara para el aspecto y personalidad del robot: ella misma.
No lo haría así por puro egocentrismo, sino porque si tenía éxito vería que la máquina actuaba justo como ella, una prueba firme de un trabajo bien hecho. Su creación sería cauta, ingeniosa, una gran jugadora de ajedrez, amable, carismática… y tendría cualquier defecto, además de emocionarse muy fácilmente, que sus compañeros de trabajo le vieran.
En media hora entraron los primeros empleados, la mayoría asignados a otros proyectos. El hombre que había accedido a trabajar con ella llegaba aún somnoliento, todavía despertándose con el café, pero Kip insistió en que empezasen a trabajar de inmediato.
"¡Aldous!" exclamó Kip para despertarlo "¿No estás emocionado? ¡Vamos a hacer historia!"
El científico asintió y se puso su bata con un bostezo y una sonrisa. Si había algo que todos tenían que admitir en el laboratorio, era que el entusiasmo de la doctora Silverpoint era contagioso. Hacía que la gente trabajase bien en los proyectos.
Enseguida apuntaron todas sus ideas, desde aspecto físico a personalidad. Para cuando Aldous tuvo dibujado el boceto del rostro, la mitad del equipo se hallaba en la sala. Añadieron el exceso de habla a la lista de personalidad, el amor al conocimiento, el interés en la moda, el vicio al café, la mala caligrafía…
Al acabar con ello tenían tres hojas llenas de rasgos, diciéndose que trabajando en el código y observando a Kip podría venirles más inspiración.
"¡Doctora!" la llamó una chica recién llegada a las instalaciones "He pensado que podríamos diseñarla con el pelo largo, por variar un poco, nada más"
"¡Apúntalo en la pizarra!" contestó Kip "¡Vamos a seguir!"
Trabajaron por meses, diseñando hasta el más mínimo detalle de todo lo que podría hacer el robot, que era todo de lo que un ser humano era capaz. No tendría muchas capacidades sobrehumanas, sino que destacaría en lo que Kip destacaba; además de funciones básicas como andar por raíles o conocer leyes de seguridad que la ley los forzaba a añadir.
Kip apenas pudo dormir la noche antes de encender el robot. Lo mismo se podría decir de la mayoría de sus compañeros, ocho científicos a los que la doctora había contagiado el entusiasmo y que, junto a ella, se hallaban en la entrada a los laboratorios. Nada más abrir la puerta de su sala de trabajo, en aquel instante llena de herramientas y restos de materiales que habían estado usando, vieron su proyecto casi acabado sobre una mesa de metal.
La máquina, pronto una mujer según sus planes, lucía una larga melena pelirroja, con metal lila para emular piel pálida. De lejos parecía vestir una elegante armadura morada, a pesar de que ese fuese su cuerpo, enganchado a cables, y con una gran marca en forma de bombilla en el pecho.
Todos se vistieron, la mayoría temblando de emoción, y Kip cogió la batería que tenían en un rincón. Aquel objeto era más grande que su cabeza, por lo que varios otros compañeros tuvieron que ayudarla a levantarlo y clocarlo en el compartimento lateral del robot.
Una vez todo estuvo listo uno de los científicos accionó un pequeño botón para dar permiso a la máquina para que se encendiese y comenzase a funcionar. Los bordes de su cuerpo, en especial el símbolo de su pecho, empezaron a brillar con un hermoso destello aguamarina y, cual monstruo de Frankenstein, abrió sus ojos, emitiendo una luz roja como el fuego mismo.
Las dos trabajadoras a las que se les había asignado la tarea de apuntar todo lo que ocurriese movieron sus bolígrafos a toda prisa y esperaron. Ahora era el turno de la doctora Silverpoint.
"Hola…" susurró Kip dando un paso hacia la máquina, quien ahora se incorporaba "¿Podrías decirnos tu nombre?"
"Yo…" gruñó la robot rascándose su nueva melena "Me… llamo" – Hablaba con gran dificultad, ya que le costaba trabajo procesar toda la nueva información y reaccionar a lo que le pedían – "Silver"
Todos los científicos levantaron los brazos y exclamaron un gran hurra, comiéndose a su creación con los ojos e impacientes por ver qué habría salido bien en su trabajo. Los cables solo habían sido usados para un par de ajustes iniciales, por lo que no tardaron en retirárselos.
"¡No me lo puedo creer!" exclamó la científica que había sugerido el cabello largo para Silver "¡Lo hemos logrado! Al menos el principio"
Silver se levantó de inmediato, analizando todo lo que veía, desde baterías hasta lápices. Ahora la tarea de los científicos era educarla y comprobar si todo funcionaba como debía. Dos científicos sacaron una mesa de ajedrez de un rincón y la colocaron frente al robot, quien empezó a reconocer las piezas y las reglas del juego.
Una de las científicas se sentó en una silla frente al tablero y Kip, temblando de emoción, le pidió a la máquina que jugase una partida contra la mujer que tenía delante. Silver tembló por un momento, quedándose boquiabierta y analizando su programación y, por un instante, planteándose desobedecer. Al final se sentó en la silla y comenzó a jugar.
No tardó más de seis turnos en ganar a su adversaria, quien aplaudió con sus compañeros al terminar una partida de solo minuto y medio.
"Bueno, ¡era de espera!" dijo una de los científicos con una sonrisa "Si la doctora Silverpoint escribió los programas del ajedrez"
"¡Anda!" contestó Kip sonrojándose "¡Tú hiciste las fórmulas de memoria, y estoy segura de que eso funciona a las mil maravillas!" – La doctora miró hacia Silver, que en ese instante estaba ayudando a otra científica a recoger las piezas del tablero – "Amiga…" susurró hacia la máquina mientras se acercaba a ella "Debería enseñarte el laboratorio y las piezas, para comprobar que tu memoria funciona correctamente"
Por un segundo, la robot frunció el ceño, después se mostró confusa, mas al final sonrió guiñando el ojo derecho, justo como lo hacía Kip, y asintió. Anduvieron por las instalaciones por una hora con los científicos detrás para que Silver pudiese aprender donde estaba cada cosa.
A veces temblaba, murmuraba o se quedaba con los ojos en blanco, mas nadie sabía qué estaba causando errores en la máquina. También les resultaba decepcionante que no pareciese estar domada. De hecho, no había dicho nada más allá de repetir los nombres de las salas y objetos de los laboratorios.
"Quizás…" murmuró Kip mientras una de las trabajadoras cepillaba la cabellera de la máquina "¡Solo necesita tiempo!"
"¿Tiempo?" cuestionó un científico.
"Sí, sí, tiempo" – la doctora Silverpoint se acercó a su creación, quien apenas comenzaba a entender la intriga del grupo de científicos, y le cogió la mano. – "¿Qué os parece si me la llevo a mi casa para este fin de semana? Así podrá ir recogiendo palabras mías… ¡y hasta aprenderá cómo es una casa, no solo un laboratorio!"
Todos los integrantes del grupo esbozaron una sonrisa, asintieron y se fueron a recoger sus cosas.
"Silver" susurró elevando la cabeza hacia su máquina, ya que era mucho más alta que Kip "¿Quieres venir conmigo a mi casa? Aprenderás mucho. ¿Te parece bien?"
Silver procesó la pregunta y, mostrando su primera sonrisa, dijo:
"Sí… amiga…"
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Quizás alguien se pregunte "¿Por qué hablas del sol del mundo de Oneshot? ¡Si estoy leyendo fanfiction de este juego, ya sé cómo funciona todo!" o "¿Por qué describes a varios personajes? ¡He jugado el juego, sé cómo son!"
La respuesta es sencilla. Hasta hace bien poco, las personas que más leían mis obras eran parientes míos. Cuando un trabajo era original, mi madre y mis tíos lo entendían perfectamente. En cambio, si es fanfiction de algo que mi familia no conoce, no podrán entenderlo. Por ello describo las cosas como si se tratara de mi propia obra. Y es una buena forma de practicar la tarea esencial de transmitir información al lector.
