DISCLAIMER: Ni CdM ni sus personajes me pertenecen, son propiedad de ChiNoMiko.

Sé lo que estaréis pensando: ¿qué hace Chica volviendo con un fic nuevo cuando tiene pendientes otras actualizaciones? Pues bien, la respuesta es muy sencilla. En primer lugar, las actualizaciones van a ir volviendo a ser una constante, ya que poco a poco voy encontrándome mejor y no quiero abandonar mis fics, pues ya sabéis que no me gusta dejar mis historias a medias.

Sí he de avisar que Hoist va a entrar en hiatus, pues necesito tiempo para preparar los caps que vienen, y quiero darme cierto margen, escribiendo una serie de caps seguidos para darme un margen de subida. Y para que no os quedéis a medias, traigo esta historia, que va a ser cortita y que me va a servir como tributo a un personaje que me inspiró en cierto modo en otro punto muy complicado de mi vida y, también, para traer algo de ese maravilloso gore que tanto me gusta.

Y sin más...


Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro.

Al llegar a ese número mi pie choca contra la pared de la minúscula habitación donde me tienen encerrada. Es tan pequeña que en cuatro zancadas ya me la he recorrido entera, más que una estancia parece una jaula enorme. Giro sobre mis talones y cuento otros cuatro pasos hasta mi cama, un pequeño catre de hierro que parece a punto de venirse abajo con el más mínimo suspiro. Todo en esta habitación parece a punto de sucumbir al paso del tiempo, aunque cuando me quejé de ello me dijeron que tenía más de lo que merecía.

Me dejé caer contra el colchón, extendiendo brazos y piernas de tal modo que ocupaba la cama en su totalidad, mis ojos oscuros clavados en el techo, siguiendo los desconchones de la pintura blanca que había visto tiempos mejores. Había perdido la cuenta de los días que llevaba encerrada en aquel sitio, siendo visitada puntualmente por médicos con batas de color níveo que siempre me hablaban con un falso tono calmo y me hacían siempre la misma pregunta una y otra vez.

¿Dónde está Marion?

Mi respuesta siempre era la misma.

En el infierno.

Algunos días se tomaban dichas palabras con cierta gracia, quizás creyendo que les estaba gastando una broma. Otras veces, sin embargo, me increpaban, no siempre de buenas maneras, quizás creyendo que de ese modo diría algo relacionado con esa perra. Nunca entendí del todo el motivo por el que llevaban a cabo esa especie de ritual cuando a fin de cuentas ya estaba metida dentro de aquella jaula. Quizás querían que dijera algo más, algo que quizás nadie logró poner en pie. Pero simplemente me limito a dar la misma respuesta una y otra vez.

En el infierno.

En el infierno.

En el infierno...

Cuando se aburren, me dejan en paz por algunos días. Otras veces recurren a métodos poco... agradables para intentar saber, según ellos, qué es lo que pasa por mi mente. De un modo o de otro no salen del mismo punto al que me refiero cada vez que esa pregunta es formulada, por lo que en cierto modo ya se ha convertido en un juego.

─¿Dónde está Marion? ─solía decir uno de los doctores a modo de letanía cuando me sometían a una de esas sesiones mientras yo los miraba con el ceño fruncido desde la silla donde me tenían atada ─Dinos la verdad, Bernadette.

Bernadette. Me cuesta reaccionar a ese nombre, más que nada porque ya no es el mío. Sí es cierto que una vez fui Bernadette Darcy, pero eso fue hace tiempo, antes de que sucediera Todo Lo Malo. De esa chica ya no queda nada, pues ni yo misma me autodenomino así. Cuando Todo Lo Malo sucedió apareció una nueva yo con un nombre diferente, que se encargó de destruir a esa chica llorica y triste para tomar las riendas y aplicar la más pura ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente, vida por vida.

Siempre odié a ese doctor, pues tenía heterocromía, cosa que me recordaba demasiado a él. Y si él no hubiera hecho lo que hizo, si no me hubiera abandonado por esa hija de perra, Bernadette seguiría viva, lo mismo que Marion. Pero fue su decisión la que empujó nuestros destinos hasta este final.

Marion está en el infierno.

Bernadette está muerta.

Y yo sufro porque tú no estás conmigo. Me hiciste cometer los peores delitos de mi vida, pero confío en que te des cuenta de que lo hice por ti, porque no podía aceptar tu pérdida.

Tú sigues siendo mío, Lysandro Ainsworth, sobre todo ahora que Marion no está...

Eres mío.

¡Mío!


No sé si se verán por dónde van a ir los tiros, pero si me conocéis, ya sabréis lo que estará por venir.

Si os ha gustado, ¡dejad un review!