Tsunehigoro

Disclaimer: Nada del universo de Mononoke me pertenece. No gano dinero con este fic.

Los kitsune de Inari son blancos, un color de buen presagio. Poseen el poder de ahuyentar el mal, y a veces sirven como guardianes espirituales.

Santuarios enteros son levantados en su honor, donde los devotos les rinden tributo con ofrendas de aburaage, una especie de tofu frito en rebanadas.

Habían transcurrido varios meses desde que el vendedor de medicinas y el samurai habían comenzado su viaje. En ese tiempo, la relación entre ambos se había ido modificando hasta alcanzar una moderada calma. Después de las experiencias vividas, era como si sus personalidades se hubieran ido amalgamando, acostumbrándose una a la otra, lo que les permitía entablar conversaciones sin tener que terminar discutiendo. Eso, sin embargo, no los salvaba de alguna que otra ocasional pelea.

La última vez, había sido motivada por la reticencia del mercader a ser acompañado a un templo shintoísta.

"¿Y qué pasa si algo sucede mientras no estoy cerca?"

"Nada va a suceder, Odajima-sama"

"Oh si, porque eso resultó tan bien la última vez.."

Su compañero solo lo había observado sin emitir palabra, para luego marcharse en dirección al templo.

Odajima cerró los ojos. Aquella vez había hablado atolondrádamente. Podía darse cuenta de eso.

Si bien Kusuriuri se había recuperado completamente de sus heridas físicas, emocionalmente ese aún era un tema sensible.

Recordaba que en esa ocasión lo había esperado afuera del lugar, meditando la mejor manera de disculparse.

Uno de los monjes, al verlo sentado en las escalinatas entabló conversación con él y fué entonces que el samurai pudo aprovechar para pedirle discrétamente información acerca de los kitsunes y su naturaleza. Muchas de las cosas que le había dicho eran demasiado fantásticas para ser verdad, pero otras podían servirle.

Su compañero había salido pocas horas después con una actitud que decía que nada había sucedido. Pero él podía leer más allá de eso, no por nada habían pasado tanto tiempo juntos. Su comentario le había dolido.

Así que esa misma noche, cuando encontraron alojamiento, el samurai ensayó sus disculpas. A la hora de la cena presentó frente al mercader un platillo de aburaage. Había esperadoque la acción se explicara por sí misma, pero al notar que los segundos pasaban y que la mirada de desconcierto del otro se prolongaba, había tenido que aclarar.

"Esto es lo que les gusta ¿no? Es su comida favorita, o por lo menos eso dicen las leyendas" Había dicho recordando las múltiples ofrendas de tofu que poblaban el templo.

El vendedor había sonreído tapándose la boca con una mano en un gesto muy suyo, y luego había aclarado que a él particularmente le agradaba el tofu frito, aunque no podía asegurar lo mismo de todos los Kitsunes de la tierra.

Odajima recordaba esa sonrisa. Internamente la había almacenado junto a las otras pocas veces en que lo había visto sonreír desde que se conocían. Su sonrisa, su verdadera sonrisa cuando algo le divertía, era como una luz en una habitación a oscuras. Era tan escasa e impredecible que el samurai solo podía enumerar unas pocas ocasiones en las que ese raro fenómeno se había producido.

Podía decir que una de esas veces se había dado afuera de aquella cabaña perdida en el bosque. Luego de aquel beso.

Siempre que recordaba eso, casi instantáneamente comenzaba una discusión interna sobre si ese roce de labíos podía catalogarse como beso o no. Había sido un impulso, un acto reflejo. Creyó que ya no volverían a verse y luego verlo parado ahí, hablando como si nada, había generado un torrente de emoción tan intenso que lo había impulsado a actuar. Él no era bueno con las palabras, lo único que le quedaban era los actos y en ese acto había intentado decir "Que bueno que no te has marchado". Claro que, intenso como era él, se le había ido un poco de las manos.

Y entonces, comenzaba a cuestionarse otras cosas tales como la naturaleza de su relación.

Odajima no podía negar que, hasta cierto punto, su compañía era agradable (cuando no lograba sacarlo de sus casillas, claro) y que sentía una acentuada necesidad de protegerlo, lo cual era sorprendente incluso para él.

¿De dónde provenía tal despliegue de lealtad y devoción si solo se habían conocido hacía unos pocos meses?

Pero no podía negarlo. Cada vez que pensaba que algo podía pasarle, cada vez que tenía ese sueño recurrente, se sentía enfermo.

Ese sueño.

Siempre ese sueño.

Por las noches, lo veía una y otra vez. La katana, las colas y la sangre...lo que más recordaba era la sangre. Como un oscuro manto bajaba por su espalda bañando la blanca piel de sus piernas, de sus tobillos..

"Ouch!"

"Ten cuidado, Odajima-sama" Le advirtió el vendedor de medicinas al notar que acababa de tropezar nuevamente con una rama. Era ya la tercera vez, que por estar distraído, terminaba en el suelo del bosque.

Kusuriuri lo observaba atentamente mientras lo ayudaba a desenredarse de la maleza.

"Tal vez sea momento de descansar. El próximo pueblo está a unas pocas millas de distancia.."

"¿Acaso estás cansado? ¡Para tu información un samurai puede pasar largas jornadas sin probar bocado y sin dormir en un lecho!" Presumió para conservar algo de su dignidad mientras se quitaba los yuyos de sus posaderas.

El vendedor de medicinas suspiró. Si iba a ser tan testarudo..

"Si, no me vendría mal algo de descanso. Además.."Elevó su mirada al cielo"Se acerca una tormenta.."

Eso pareció convencer al samurai y juntos marcharon en busca de alojamiento.

A: Ok, lo que empezó como un solo proyecto, de pronto se convirtió en una trilogía (ja!)

Estos dos no dejan de inspirarme, aunque entiendo que éste será mi último aporte a este maravilloso fandom.

Los nombres de los capítulos estan inspirados en el hermoso soundtrack de Ayakashi, el cual utilicé a modo de inspiración.

Espero lo disfruten así como yo disfruté al escribirlo!