Disclaimer: Demás está decir que todo esto le pertenece a Clamp y que yo solo uso sus lindos personajes para entretenerme y entretenerlos un rato. La idea de la historia es de mi autoría.
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Una Medida Excesivamente Drástica.
By MrsValensi
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Capítulo 1: Introducción.
No dejaba de tamborilear sus largos dedos sobre el costoso mueble de roble. En su rostro se podía ver claramente una mueca de fastidio e, incluso, algo de preocupación. No podía creer que otra vez hubiese sucedido lo mismo. Una, dos, tres veces y lo había soportado, sólo por el hecho de ser él. Pero ella no era la clase de mujer tolerante, fuese quién fuese el culpable de sus jaquecas. Le había dado repetidas oportunidades para cambiar y sentar cabeza, pero nada parecía funcionar; no estaba dispuesta a tolerarlo ni un segundo más.
—¿Puedes dejar eso de una vez, madre? —pidió cordialmente una mujer que se encontraba enfrentada a la otra. El constante repiqueteo de los dedos la estaba irritando. Pasó una mano por su largo cabello castaño y luego se lo sacó de la cara con un rápido movimiento, impaciente—. Poniéndote así no conseguirás nada.
—Lo sé, hija —aseguró ella, dirigiéndole una fría mirada y poniéndose de pie. La muchacha castaña no se inmutó en lo absoluto, ya que estaba más que acostumbrada a aquél tipo de miradas que, con el paso del tiempo, habían perdido su poder intimidante—; pero no sé qué voy a hacer con él… Es increíble que, proviniendo de una antigua familia de magos que dominaban los más increíbles poderes, nosotros no podamos con un insolente mocoso de dieciséis años —pronunció con indignación la mujer.
—No hay caso, está perdido —bromeó sutilmente la joven y su madre la fulminó con la mirada. Entonces Sheifa Li volvió a ponerse seria—. No se que es lo que pretendes hacer, pero confió en tu criterio madre —aseguró la muchacha, poniéndose otra vez de pie—. Solo que esta vez, mi familia y yo no estamos dispuestos a seguir a mi hermano y sus locuras —aseguró, poniendo ambas manos sobre el escritorio.
—Lo sé —afirmó nuevamente la mujer, impasible, y luego le dio la espalda a la muchacha, para observar los enormes jardines a través del ventanal—. Pero esta vez yo tampoco pienso seguirlo —aseguró y pudo oír el pequeño sonido de sorpresa que se escapó de los labios de Sheifa
—¿Qué piensas hacer, entonces? —inquirió con auténtica curiosidad la muchacha.
—Considero que ya esta bastante mayor como para hacerse cargo de sus propios problemas y decisiones —aseguró la mujer de cabello oscuro, posando su vista en el cielo. Se quedó varios segundos en silencio y Sheifa no tuvo intención alguna de interrumpirla—. Además, no estará solo —aseguró, dirigiéndole una rápida mirada a la joven y en sus labios se formó una casi imperceptible sonrisa astuta—. Necesito el teléfono del apartamento de Fuutie, en Japón —pidió, causando que nuevamente la sorpresa se reflejara en el rostro de Sheifa—. Detesto tener que recurrir a este tipo de soluciones y, si bien he intentado evitarlas, creo que es lo único que podemos hacer —miró intensamente a su hija—. Esto no puede fallar.
Y debía de ser así. Porque Ieran Li no admitía errores.
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El cielo estaba radiante. Era un perfecto día de verano y él amaba pasarlos tirado sobre el césped, sin hacer absolutamente nada. Se pasó una mano por el cabello y luego volvió a dejarla caer pesadamente al lado de su cuerpo, con desgano. Aquél joven, a pesar de tener solo dieciséis años, tenía la apariencia de una persona bastante más grande; quizás debido a su altura o a su rictus serio e, incluso, algo intimidante. Su cabello del color del chocolate caía en gruesos mechones sobre el suelo y enmarcaba su anguloso rostro de piel trigueña. Sus destellantes ojos ámbar estaban enfocados en el cielo; tornándose, por el reflejo del sol, de un color similar al del oro. Bajo su respingada nariz; sus labios, de un grosor medio, se abrieron levemente para dar paso a un bostezo, que acalló con una de sus grandes y delgadas manos. Luego, con bastante trabajo, se incorporó para quedar sentado en la hierba y echó un leve vistazo a su alrededor. Su mirada, entonces, se detuvo en uno de los enormes ventanales del segundo piso, donde su madre se encontraba observando el cielo atentamente. Cerró levemente los ojos y largó un sonoro y pesado suspiro.
Ciertamente, después de días de estar encerrado en aquella enorme casa, su tiempo para pensar había sido excesivo; incluso, en algunos momento, hasta exasperante. El asunto era que, a pesar de las reprimendas de su madre y hermanas, no entendía porque siempre pensaban que él hacía las cosas mal.
¡Claramente, no lo entendía!, ¿Qué crimen podía haber en enamorar a una chica sin intención alguna, tener una historia con ella y luego, ante la mención de compromiso, salir huyendo? Realmente no le parecía lo más decoroso del mundo; pero, después de todo, no consideraba que aquél fuese un problema para culparlo a él y para que su madre se enojara. De hecho, creía que él debía ser el indignado. Sobre todo si la última muchacha implicada en el asunto había sido su insoportable prima Meiling.
¿Cuatro chicas rechazadas no habían sido suficientes como para saber que él no pretendía tener un compromiso con nadie?
Se dejó caer nuevamente en la hierba con frustración y miró el cielo. Habían pasado unos cuantos meses de su cumpleaños número dieciséis y, aún así, no soportaba a las mujeres. Para nada. No las toleraba en ese momento, ni nunca lo había hecho. No aguantaba a nadie del sexo femenino después de haberse criado con cinco. No aguantaba a las mujeres después de que, en jardín de niños, lo persiguieran para que les regalara alguno de sus bonitos dibujos. No las aguantaba en el instituto, cuando lo perseguían para conseguir algo que no se trataba, casualmente, de inocentes dibujos. Estaba cansado de ellas.
Cansado.
Lentamente, el muchacho cerró los ojos y extendió los brazos a la altura de sus hombros, tocando la hierba con las grandes palmas de sus manos. Se relajó un poco hasta quedar profundamente dormido bajo el cálido sol.
—¿…Señor Li?, ¿señor Li? —le pareció escuchar una voz lejana y abrió los ojos, con lentitud. Se sorprendió al ver que el sol, que antes se encontraba sobre su cabeza, podía divisarse ya en el medio de su camino hacia el horizonte—. ¿Señor Li, se encuentra bien? —preguntó una mujer entrada en años, de amable rostro regordete, cabello algo canoso y pequeños ojos azules.
—Sí, Gemmei, estoy bien —aseguró lentamente Xiao Lang Li, al tiempo en que se incorporaba con algo de dificultad y se sacudía el pasto de la ropa—. ¿Sucede algo? —preguntó, parándose frente a la mujer, a quien le sacaba más de una cabeza de altura.
—Su madre lo estaba buscando, señor Li —habló la señora—. Me dijo que lo esperaba en la sala para tomar el té junto a usted —después de sus palabras, hizo una pequeña reverencia al joven y se retiró a paso vivo por el amplio jardín.
Xiao Lang frunció el ceño y, con las manos en los bolsillos de su tejano, comenzó a caminar rumbo a la enorme casa que se erguía frente a él. Sabía lo que le esperaba porque siempre que su madre le pedía tomar el té con él no significaba otra cosa que una larga charla sobre moral, disciplina y escrúpulos.
Suspiró con resignación y avivó un poco el paso.
Cuando entró en el lujoso salón, se extrañó al no encontrar a su madre allí. Después de todo, solía ser ella quien lo esperaba con su habitual rostro serio y sentada en uno de los pequeños sofás con ambas manos sobre su regazo. Ignorando aquél detalle, se sentó cuando vio que uno de los sirvientes de la casa entraba con dos tazas de humeante té y algunas cosas comestibles y, detrás de él, aparecía su madre. Se enderezó un poco cuando la mujer se sentó frente a él.
—Xiao Lang, me imagino que sabrás porque estás aquí, ¿verdad? —preguntó Ieran, cruzando una de sus piernas y acomodando su delicado vestido azul oscuro.
—Sí, madre, lo sé —aseguró Xiao Lang, tomando una masita de uno de los platos que hacía instantes habían alcanzado a la mesa.
—Sé que esperas una larga conversación, pero sólo pienso decirte dos cosas —aseguró la mujer y el joven frunció el entrecejo para estudiar a su progenitora silenciosamente—. Estoy cansada de que todos los intentos de que sientes cabeza sean vanos —explicó fríamente—. Te aseguro que, si quieres saberlo, eso ha de acabar.
La cara del joven Li reflejaba completa sorpresa. Su ceño y sus labios fruncidos dieron prueba de ello.
—Sin embargo —continuó su madre—, si no quieres estar atado a una mujer, tampoco estarás atado a tu papel como hombre de la familia y todo lo que eso significa —agregó, dejando, si era posible, algo más confundido al castaño sentado frente a ella.
—No comprendo —sentenció, mientras su madre se llevaba la taza a los labios.
Xiao Lang hizo lo mismo con la suya y vio como la mujer hacia una leve mueca parecida a una sonrisa victoriosa. El gesto, que pasó casi desapercibido para el muchacho, fue mínimo; a los pocos segundos, su rictus volvía a ser serio y frío como de costumbre.
—Irás a vivir a Japón, a un hogar donde se harán cargo de ti —mientras hablaba, la cara de Xiao Lang iba adoptando diferentes expresiones que pasaban por la sorpresa, la indignación y la confusión—. Es mi última palabra —advirtió, poniéndose elegantemente de pie.
El más joven de los Li, lejos de replicar, se quedó allí sentado, estático, aún sin comprender del todo cuales eran las intenciones de su madre. A lo lejos, detrás de una gran escultura que daba a uno de los pasillos, dos muchachas se encontraban ocultas y habían conseguido oír toda la conversación.
—¿Tú crees que funcionará? —preguntó Farren Li mirando a su hermana con preocupación. Luego su vista se posó en Xiao Lang
—Estoy segura —afirmó Sheifa—. El único problema es que tiene una duración de seis días en el período de una semana —agregó luego, pasando una mano por su cabello. Farren se volvió rápidamente para mirarla, con sorpresa—. Nuestra madre lo sabe, si esa era tu duda —agregó ella, antes de que su hermana pudiera cuestionar algo—. Luego, las veinticuatro horas del día domingo, considerando que hoy se ha tomado la poción, volverá todo a la normalidad… —hizo una pequeña pausa y miró al joven Li, que aún se encontraba en su sitio, pensativo— pero eso lo charlaremos luego con él. Primero debemos dejar que se…—miró a su hermana—…acostumbre.
—Entonces creo que tendremos para rato —aseguró Farren suspirando y arrancándole una pequeña sonrisa a su hermana.
…
Esa noche había dormido mal. Muy mal. Ignorando el calor que hacía dentro de su habitación después que el aire acondicionado se hubiese averiado, sentía un fuerte dolor en el estomago que le había impedido conciliar el sueño durante la noche. Además a todo eso había que sumarle la conversación con su madre, que lo había dejado bastante preocupado.
Xiao Lang abrió los ojos lentamente cuando vio que unos leves rayos de sol comenzaban a colarse por las rendijas de su ventana. Con pereza, pasó una de sus manos por sus ojos y se incorporó lentamente. Se puso de pie con algo de dificultad y comenzó a caminar hacia la puerta, dispuesto a darse un baño reparador. Sin embargo, unos segundos después de haber pasado frente al gran espejo colgado de una de las paredes, se vio obligado a retroceder. Tuvo que frotarse varias veces los ojos para asegurarse de que aquello no era un mal sueño. Se quedó unos cuantos minutos inmóvil frente al espejo con una expresión ida.
Entonces soltó un fuerte grito.
Tuvo que llevar ambas manos a su boca, con pánico. ¿Qué era lo que le sucedía a su voz?, ¿desde cuándo era tan insoportablemente chillona? Sus manos se dirigieron a los costados de su rostro. Sus facciones seguían intactas, solo que su angulosa mandíbula ahora parecía algo más delicada. Sus ojos ámbar estaban enmarcados por unas largas pestañas, así como sus labios parecían algo más gruesos. Su cabello, del mismo color chocolate que siempre, ahora sobrepasaba sus hombros, cayendo en delicadas ondulaciones. No sabía que sucedía; pero, sin dudas, su rostro se desencajó cuando vio aquellas dos prominencias en su pecho.
No podía creerlo. ¿Qué demonios estaba sucediendo?
—Te lo dije madre —escuchó la voz de Sheifa y se acercó a la puerta apresuradamente. Allí se encontraba su hermana junto a su progenitora—. ¡Vaya, te ves bien! —aseguró luego, alzando las cejas y dirigiéndose a Xiao Lang.
—¿Qué? ¿Tú sabes lo que está pasando? —preguntó desesperado el menor de los Li, dirigiéndose con un gesto amenazante hacia su hermana.
—Esto es parte de tu intercambio, Xiao Lang —aseguró su madre con su habitual tono de voz frío y pausado. El chico fijó su vista en ella, incrédulo—. Tú te opones a asumir tu rol de hombre de la familia, evadiendo constantemente el compromiso y te jactas de decir que la vida como mujer es más fácil y libre de responsabilidades —su madre lo miró con altanería y alzó un poco el mentón—. Pues ahora es tu turno de demostrarlo —explicó— y ¿qué mejor lugar que lejos de tu familia para empezar? —agregó luego.
—Pero… —el muchacho no podía creer lo que oía y las palabras se negaban a salir de su boca.
—Libre de compromisos —aseguró su madre, interrumpiéndolo y dejando la habitación con elegancia. Sheifa la siguió, aunque con una pequeña sonrisa de sorpresa plasmada en su rostro.
No podía creer que aquello realmente estuviese sucediendo.
…
Tomó sus cosas del escritorio con aire ausente. La clase de arqueología siempre le había resultado interesante, pero, luego de aquella llamada de su madre, no había logrado concentrarse durante toda la hora. Sucedía que, a pesar de haberle dado vueltas y vueltas al asunto, aún no podía creer lo que le había contado. Parecía que, repentinamente, todos habían encloquecido.
—Fuutie, te noto algo preocupada… ¿te encuentras bien? —el hombre de cabellos castaños, de algo más de cuarenta años, miró a la chica con auténtica preocupación.
—Sí, profesor, me encuentro bien —aseguró ella con una sonrisa.
Fujitaka Kinomoto, su profesor de arqueología, era el mejor educador de toda la universidad y, sin dudas, con uno de los que tenía mejor relación. Después de todo, el hombre siempre le había tenido un aprecio especial por su interés por la materia.
Fuutie Li, luego de la pregunta de su profesor, se quedó unos segundos pensativa, hasta que una idea cruzó su mente.
—¿Profesor, usted, por casualidad, sabe donde hospedan jóvenes en Tomoeda? —inquirió, cargando su mochila al hombro. Sabía que su profesor residía en aquel pequeño pueblo y, quizás, el tendría respuesta a las preguntas de su madre.
—Honestamente no —replicó él—. ¿Por qué lo preguntas?
—Pues…—la muchacha dudó unos segundos. Finalmente se decidió a hablar, distorsionando un poco los hechos— una de mis hermanas vendrá a terminar la preparatoria a Tomoeda —comentó la muchacha— y no tiene donde hospedarse —tratando de omitir algunos sorprendentes detalles de la historia, prosiguió—. Yo comparto un departamento con unas amigas y no me parecería… adecuado llevarla allí.
—Bueno, no sé donde hay alojamientos para adolescentes —repitió el hombre—, pero hace unos meses mi hijo mayor se ha ido a vivir solo y su cuarto está desocupado —explicó mientras tomaba sus libros del escritorio—. Yo sólo vivo con mi hija y la verdad es que me resultaría interesante alojar a nada más y nada menos que la hermana de Fuutie Li —el hombre sonrió amablemente y la chica lo imitó, con algo de sorpresa.
—¿Seguro que no tiene ningún problema, profesor? —inquirió la chica alegremente. El hombre negó con la cabeza, sin borrar su sonrisa—. De acuerdo, entonces se lo comentaré a mi madre —la chica caminó rápidamente hasta la puerta—. ¡Hasta luego, profesor! —después de aquellas palabras, salió corriendo del salón a comentarle las noticias a su familia.
Fujitaka, con expresión afable, metió todos sus libros dentro del portafolio y comenzó a caminar con paso lento fuera del establecimiento, hasta llegar al aparcamiento, donde lo esperaba su viejo auto azul oscuro. Con la tranquilidad y paciencia que lo caracterizaban, condujo hasta su casa, sin inmutarse demasiado por la cantidad de tráfico que había a esas horas en el centro de la ciudad. Cuando llegó a Tomoeda, su pueblo de residencia, sonrió con satisfacción. Aquello era lo que más le gustaba de aquel pequeño lugar: la tranquilidad y la paz que reflejaban cada una de sus pequeñas callecitas. En el momento en que dio con su casa, estacionó el auto y bajó de él. Después de hallar las llaves, abrió la puerta de calle e ingresó a su hogar, sintiéndose invadido por un delicioso aroma a estofado proveniente de la cocina.
—¡Papá, que bueno que llegas! —exclamó la joven que se encontraba cocinando, volviéndose hacia el recién llegado.
Sakura Kinomoto avanzó con rapidez y estrechó en un fuerte abrazo a su padre. La muchacha en cuestión poseía el cabello con unas casi imperceptibles ondas de color castaño dorado hasta por debajo de sus hombros y unos hermosos ojos verdes contrastando con su piel blanca. Una bonita sonrisa adornó su rostro cuando se separó de su padre.
—Espero que te guste la comida que preparé.
—Te aseguro que si sabe tan bien como huele, estará de maravilla —afirmó el hombre, depositando su portafolio sobre una de las sillas.
—¿Y qué tal tu día? —preguntó la joven muchacha con aquella radiante sonrisa, mientras dejaba una fuente repleta de comida en medio de la mesa.
—Bien, afortunadamente —respondió el hombre de forma afable y luego recordó su conversación con Fuutie Li—. ¡Ah!, te tengo una noticia —comentó luego y Sakura, que en esos momentos servía el estofado, levantó la vista para mirar a su padre con sorpresa, aunque sin borrar la sonrisa de sus labios—. Una de mis mejores alumnas tiene una hermana que vendrá a Tomoeda a terminar la preparatoria —explicó el hombre, mientras su hija se sentaba a la mesa— y, como no sabía donde quedarse, le propuse que ocupe el cuarto de Touya —comentó y los ojos de Sakura se iluminaron.
—¿De verdad? —preguntó entusiasmada—, ¿se quedará aquí?
—Eso creo —replicó el hombre, con una afable sonrisa—. Debían hablar con su madre, pero no creo que haya problema —agregó—. Fuutie Li es una persona muy convincente.
—¿Entonces tendré compañía aquí en casa? —preguntó la muchacha, sonriente.
—Así parece.
Sakura comenzó a comer, pero su mente no estaba del todo centrada allí. La noticia de su padre la había puesto completamente feliz. Desde que su hermano se había ido de la casa, ella pasaba la mayor parte del tiempo sola allí, ya que su padre trabajaba en la ciudad doble turno y, muchas veces, algunos fines de semana. Solía salir muy temprano en la mañana y nunca llegaba a casa antes de las ocho de la noche, dejándola sola la mayor parte del día. La idea de tener una muchacha que la acompañara en su hogar y que, además, fuera a su misma preparatoria, le agradaba, le agradaba muchísimo.
No podía esperar a conocerla, serían grandes amigas.
Estaba segura.
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Bueno, hasta ahí llegamos. Antes que nada aviso que es corto por ser la introducción; comúnmente acostumbro a escribir los capítulos un poco más largos. En el próximo capítulo veremos el encuentro entre Sakura y Shaoran jaja. Pero, en fin, ¿Qué les pareció? Espero sus opiniones en los reviews. Desde ya muchas gracias a todos.
Saludos. Que tengan una muy buena semana.
MrsV.
