Antes de nada, aclararé unas dudas:

La historia empieza en el 1940, en España, un país recién salido de la Guerra Civil Española (Bando Republicano contra Bando Nacional) en el cual mandaba el dictador Francisco Franco (también llamado "Caudillo"), un hombre que impuso una dura represión y censura en toda España. La guardia civil se encargaba de encerrar y a veces fusilar sin antes siquiera pasar por la cárcel a las personas que no cumplieran con sus normas o ideas. En esos momentos España estaba en una posición "No Beligerante" en cuanto a la Segunda Guerra Mundial, pero se sospechaba que en cualquier momento podría entrar por el apego del dictador a las potencias del Eje.

He tratado de ser lo más exacta posible en cuanto a ambientación, costumbres y forma de pensar, pero por razones obvias no he vivido en esa época y las personas que conozco que lo hayan hecho eran demasiado pequeñas como para acordarse, así que perdonad cualquier imperfección leve (Si es algo como poner que tienen teléfono móvil en los cuarenta, tenéis todo el derecho a llamarme incompetente).

Hetalia no me pertenece, si no a Himaruya.

Eso fue todo.

...o...o...o...

Lovino dio un rápido vistazo al local, prácticamente vacío. La tarde había transcurrido con bastante calma, a lo sumo tres o cuatro clientes los cuales sólo habían pedido una bebida y habían abandonado el establecimiento poco después.

Un ambiente tranquilo, con la música que la radio emitía después de los informativos. Las luces del bar parpadeaban en algunas ocasiones debido a su antigüedad y poco presupuesto para cambiarlas, mas estaba iluminado de forma satisfactoria. Un par de mesas algo sucias arrojadas por el lugar y una barra en donde el camarero atendía. No hacía falta nada más.

Cualquiera pensaría que tras la guerra civil, debido a la fuerte crisis económica, un bar como aquel perdería en grandes cantidades, no obstante, para el italiano le había salido diferente, ya que los hombres, hartos de las desgracias, problemas y represión, iban a desahogarse allí, en el único bar de aquel pueblo perdido en algún lugar de España.

Dejó el vaso recién lavado junto al resto y abandonó la barra un momento debido a que en ese momento no había nadie más que él y su hermano, al cual fue a ver un momento.

-¿Puedes ocupar tú la barra ahora?- Preguntó apoyándose en el marco de la puerta. Su expresión mostraba, como siempre, desgana y molestia.

-No puedo, hermano. Iba a salir justo en este momento.

-¿A dónde?

-Junto a Lud.

El mayor de los hermanos italianos chasqueó la lengua y frunció el ceño. No parecía agradarle lo que acababa de escuchar.

-¿A esta hora? Se supone que cerramos en dos horas. Que se espere o algo. Yo también tengo vida, ¿sabes? Siempre tengo que encargarme de tu maldito turno.

-¡Ve! Mañana estaré todo el día- Se puso la chaqueta con cierta prisa y sonrió- Por favor…

Lovino rodó los ojos y se dio la vuelta, saliendo de allí, dando a entender a su hermano que realmente le permitía irse. No era capaz de rechazar una mirada como la que le acababa de regalar su hermano. Siempre conseguía salirse con la suya de una forma u otra. Volvió a su puesto y cambió de emisora con la esperanza de poder escuchar algo más agradable que todos aquellos halagos exagerados y comprados, alabando a la dictadura y a su caudillo. ¿Había realmente alguien que se creyera eso? Finalmente encontró de nuevo música, sonando un pasodoble que, lejos de ser uno de sus favoritos, era mejor que nada. Aquel sonido opacó la entrada de un hombre el cual se acercó a la barra para pedir una cerveza y luego sentarse en una silla del fondo del establecimiento. Lovino agradeció que no se acercara a la barra, ya que no le agradaba mucho el tener que mantener conversaciones triviales con aquellos desconocidos que finalmente terminaban hartos de alcohol y decían sinsentidos o se quejaban de cualquier problema trivial en aquella existencia penosa la cual llamaban "vida".

Por aquella taberna habían pasado tanto republicanos como nacionalistas en la guerra civil, y Lovino, ya que su hermano se escaqueaba, era el que tenía que escuchar todas las quejas de ambos, y él como siempre en el medio, sin tener siquiera interés en aportar algo más que un ligero movimiento de cabeza hacia arriba y abajo en señal de entender lo que le estaban contando.

La gente ebria realmente se volvía sincera.

Pasaron unos minutos cuando otra persona entró y se sentó justo en el asiento frente al otro. El italiano los observó con cierta curiosidad disimulada, mirando de vez en cuando de reojo. Parecía algo clandestino, ya que uno le estaba pasando los papeles a otro de una manera que era tan forzada para disimular que llamaba más la atención. El primero en llegar se levantó y salió del lugar con los papeles guardados en el interior del abrigo. Luego se escucharon unos gritos y quejas proceder de este. "Un rebelde debía ser, supongo", pensó el joven de ojos color ámbar mientras subía el volumen del aparato por el cual sonaba música calmada, para disimular un poco el ruido del forcejeo exterior. ¿Había sido descubierto? Quizás le habían seguido hasta allí y esperaron a que tuviera aquellos papeles importantes. No estaba seguro, pero tampoco es que le importase mucho. Tenía curiosidad, pero por encima de eso, ganas de sobrevivir.

El otro hombre había desaparecido ante los ruidos de la calle, saliendo seguramente por la ventana ya que otra salida no tenía más que el pasillo que conectaba con la residencia de los hermanos del bar. El joven de cabellos castaños y rulo anti gravedad suspiró ruidosamente. Había sido un día tranquilo y se lo habían fastidiado prácticamente al final.

Cerca de las diez, una hora más tarde a lo ocurrido con anterioridad, Lovino se levantó y fue a cerrar, mas un grupo de cuatro hombres de uniforme entró en escena. No podía permitirse el lujo de echar a cuatro clientes potenciales, los cuales ya habían entrado cantando y alegres. Eso suponía beneficio. Uno de los cuatro se separó del resto y se sentó en la barra para pedir, literalmente, "cualquier bebida alcohólica que se te ocurra". El joven tenía ojos verdes y pelo marrón chocolate alborotado debido a los bucles que se le formaban al estar relativamente largo. En sus labios, una alegre sonrisa confiada, y por ropa, el uniforme de la Guardia Civil. Lovino arrugó la nariz al verlo, sintiendo cierto asco a su ocupación. Sabía exactamente lo que los oficiales le hacían a gente acusada de ir contra el régimen. No dijo nada y simplemente le sirvió una copa con whisky y siguió perdido en sus pensamientos, mirando como los otros tres guardias hacían el idiota en una de las mesas. Se preguntó si ya estarían borrachos.

Uno le llamó haciendo un gesto con la mano y tuvo que ir.

-Nos han informado que aquí se reunieron un par de rojos- Comentó el que le había mandado acercarse- ¿Tenía algo que ver contigo?

-No- Respondió sin mostrar mucho interés, aunque en el fondo estaba realmente aterrado. Lo que menos quería era meterse en problemas.

-¿Recuerdas su aspecto?

Lovino miró hacia el techo unos segundos, cavilando. Volvió a ver al oficial y asintió.

-Tenía bigote oscuro a pesar de ser pelirrojo. No me fijé mucho en los detalles de su cara. Llevaba camisa blanca. Estaba distraído con el bullicio cuando huyó pero supongo que saldría por la ventana.

El hombre apuntó lo que acababa de decir y luego sonrió afablemente.

-Sírvenos unas cervezas. Toño, ¿no quieres unirte?- Preguntó al hombre que seguía en la barra, el cual le dedicó una sonrisa a su compañero y un gesto de declinar la oferta- ¡Esta noche invito yo!

Los otros dos vitorearon, alzando los puños. Si no estaban borrachos ya, lo parecían. Lovino reprimió el impulso de golpear a todos con la mesa en la cabeza y les trajo las bebidas. Después retomó su típico sitio y comenzó a tararear la música que se escuchaba en el establecimiento. El hombre al que habían llamado Toño le dedicó una sonrisa al escucharle, cortándole y haciendo que se quedara en silencio. No hubo conversación hasta que el joven de ojos verdes pidió rellenar el vaso. No parecía afectado por haber bebido aquel potente alcohol. Por el fondo, se podían escuchar los vítores y bravuconerías de los otros hombres allí presentes. El que estaba al lado de Lovino era el más joven, y a pesar de parecer alegre y parte del grupo, no había intercambiado tampoco palabra con ellos.

-¿No te unes a tus amigos?- Preguntó Lovino de forma inconsciente y apoyando su mejilla en la palma de la mano.

-Realmente no tengo muchas ganas ahora de hablar con ellos. Además, se lo están pasando bien así.- Le dedicó otra sonrisa, la cual generó emociones contrarias en el italiano. Le asqueaba y encandilaba al mismo tiempo.

-Oh.- Se limitó a contestar.

Volvió a haber silencio entre ambos. Uno no tenía interés en hablar y el otro tampoco parecía muy interesado en ello.

-Puedes seguir- Le dijo el español al otro mientras miraba a su copa medio vacía.

-¿Perdona?

-Cantando, digo. No me molesta.

El italiano sintió como los colores se le subían y el impulso de golpearlo aumentó de forma repentina, mas no podía insultar o maldecir a alguien con semejante cargo. Lo sacarían al bosque y allí le pegarían dos tiros en la cabeza.

-No tengo intención.

Había algo melancólico en todo aquello. El italiano observó bien la expresión de su cliente, para asegurarse de que su tono era compatible a su expresión, pero seguía con aquella sonrisa bobalicona en los labios a pesar de hablar de forma apagada en algunas ocasiones.

Antonio pidió otra copa y el camarero se la sirvió. Los del fondo ya habían tomado cinco o seis cervezas y se les notaba bastante mal. Poco después abandonaron el lugar dejando al joven de ojos verdes atrás.

-"¿No te vas con ellos?"- Dijo el moreno tratando de comentar el pensamiento que Lovino tenía en ese momento en la cabeza. Ante la mirada atónita del italiano, sonrió- Aquí se está bien. En estos momentos no tengo interés de salir a festejar el haber pillado a varios rebeldes.

Lovino ignoró sus palabras, ni molestándose en verle a la cara. El español rio un poco y comenzó a jugar con el borde del vaso de cristal que había frente a él. Su aura cambió a una mucho más oscura de forma repentina.

-¿Alguna vez te has preguntado dónde está la línea que separa el bien y el mal?

El italiano dejó de escuchar la música, captando su atención las palabras del chico.

-Supongo que es algo obvio. Cuando algo es bueno, es bueno, y cuando es malo, es malo.

Antonio asintió, cerrando los ojos. Bebió el último trago de su whisky, dejó el dinero sobre la mesa y se fue sin mediar palabra, dejando al camarero ciertamente confundido. Este suspiró ruidosamente y apagó la radio, dando por finalizada la noche.


El constante ruido en la puerta consiguió despertar al mayor de los hermanos Vargas, el cual gruñó ante el gesto insolente de arrancarle de su sueño.

-¿Qué quieres?

-Los viernes es tu turno de mañana, Lovi- Susurró Feliciano al otro lado de la puerta, todavía sin abrirla ya que sabía que corría peligro.

-Ayer prometiste estar todo el día en el bar. Todo el día, así que hoy libro. Déjame en paz y ve tú.

-Pero…

-Te jodes.

El joven de ojos ámbar rodó sobre él y se quedó boca abajo en el colchón, apretando la almohada con los brazos. Cuando escuchó que su hermano menor abandonó la habitación, volvió a conseguir conciliar el sueño.

La pregunta que el español le había hecho la noche anterior todavía seguía en su cabeza. El tono en el que lo había dicho, y su mirada decaída, con el brillo de sus ojos apagado. Antonio lo había confundido bastante.

Cerca de las once decidió salir de cama. Se vistió una camisa y pantalones negros y se puso el abrigo, para abrir la puerta de la entrada y así poder dar un paseo.

Comenzó a saborear el pastel que había robado a su hermano mientras miraba los alrededores. Unas cuantas personas caminaban de un lado a otro, con prisas. Algún que otro adolescente también podía verse jugando a las canicas o molestando a otros transeúntes. Un ambiente tranquilo a pesar de los tiempos en los que vivían. Y pensar que acababa de comenzar recientemente la Segunda Gran Guerra, donde su amada Italia estaba involucrada directamente. Prefirió no pensar mucho en ello y se sentó en el primer banco que vio de un parque.

Divisó unos ojos verdes que le resultaban familiares desde la lejanía. El otro, por su parte, también pareció notarlo a él. Sonrió alegremente y siguió su camino. Parecía volver a estar contento.

El italiano observó al cielo, algo nublado. Antes de que pudiera darse cuenta, ya había comenzado a llover. La fina e incesante lluvia atravesó su ropa, calándole antes de poder llegar a casa a pesar de la carrera que había iniciado. "Pero si hace un momento no había ni una sola nube", bufó el joven, maldiciendo el tiempo español.

Un par de hombres le dirigieron una mirada rápida y siguieron con su bebida o a la tapa que acompañaba a esta. En la barra su hermano le dedicó una sonrisa y movió la mano de un lado a otro, saludándolo.

Fratello! ¿Cómo te ha ido el paseo?

El mayor frunció el ceño y se quitó el abrigo para luego escurrirlo tratando de secarlo un poco. Volvió a prestar atención a su hermano y señaló al suelo completamente mojado.

-¿Cómo crees que ha ido, idiota?

-Ve… Pero podía haber ido bien mientras no llovía…

-Es un pueblecito de mierda, en un país de mierda. ¿Crees que me lo iba a pasar bien?

Feliciano miró hacia otro lado, algo asustado.

-Por favor. Cálmate. Sólo ha sido lluvia.

El italiano mayor respiró hondo, para luego volver a prestar atención a su hermano, esta vez más tranquilo.

-Me encargo yo ahora de la barra. Ve a cocinar.


El sonido de la puerta abriéndose resonó por el local a pesar de haber cierto bullicio. Unos ojos verdes se hicieron notar nada más entrar en el establecimiento, conseguir acallar todo aquel ruido al comprobar su uniforme. Conseguían más un puñado de prendas que uno de palabras imponentes. Caminó hacia la barra como el día anterior y saludó a ambos italianos. El mayor gruñó, pero el otro comenzó una conversación inconsciente de cuál era el cargo del oficial.

-¿Guardia Civil?- preguntó lleno de inocencia. Lovino deseó golpearlo en ese momento, mas siguió fingiendo estar absorto en su periódico.

El español se rio y asintió, dando, al parecer del menor, hincapié a seguir hablando.

-Ve~ ¡Eso quiere decir que velas por la seguridad del pueblo!

-Sí. Algo así-Volvió a soltar una leve risita. Realmente le daba dolor de cabeza a Lovino. No sabía si esas palabras iban con sarcasmo o si hablaba enserio-. ¿Puedes servirme algo? Cualquier bebida con alcohol me vale.

-¡Sí, claro!

El hermano más joven de los Vargas se giró buscando algo que fuera comparable a los "Heroicos gestos" del cliente, mientras el otro se acercaba más el papel que fingía leer.

-"Otra vez con ese estúpido pedido ambiguo"- Susurró el español cerca de este- Estás pensando eso, ¿verdad?

Lovino se sonrojó bruscamente y siguió ignorando al otro, el cual comenzó a reírse, consiguiendo un repentino sonrojo en las mejillas del menor.

-Ayer no me presenté. Me llamo Antonio.

El joven italiano apartó el periódico bruscamente y le dirigió una mirada de enojo al moreno. No toleraba que mintiera a su hermano con aquellas mierdas, como si fuera un héroe español mientras que realmente era un asesino apoyando al régimen.

-Lovino- Dijo. A pesar de estar molesto, no iba a decirle nada. Tenía un arma y derecho a cargarse a quien le diera la gana con la excusa de ser rebelde-. ¿Por qué te interesa siquiera?

-Por charlar.- Soltó en tono dulce y cantarín. Ese hombre no podía haber matado ni a una mosca. Feliciano dejó el vaso en la mesa- Oh. Muchas gracias- Se giró hacia el menor de ambos italianos-. Me llamo Antonio.

-Ve~ Soy Feliciano. Es un honor conocer a alguien importante como tú.

El español comenzó a reírse. Realmente le estaba tomando el pelo al chico de ojos marrones.

-No soy importante. Sólo uno más.

-¿Y qué haces por aquí, señor "Guardia Civil"?

El italiano trataba de ser educado pero su interés podía más con él.

-No tengo turno de tarde hoy, y me gusta venir aquí. Es un sitio agradable.

Lovino pudo jugar en ese momento que el moreno le había dedicado una rápida mirada al decir eso. Se sobrecogió ante aquel rostro. "Esos pensamientos no, joder. Esos malditos pensamientos otra vez no." se pidió una y otra vez en su cabeza, al recordar algo que hacía tiempo había pasado por su cabeza y ya creía olvidado. Algo realmente malo.

-¿Conoces a mi fratello?

-Ayer tuve el gusto de hablar con él. Unos amigos y yo vinimos y me quedé aquí, justo en este sitio.

-¡¿Conseguiste que hablara?!

El joven de ojos ambarinos arrugó el papel entre sus manos, apretándolo con fuerza. Ese comentario le había jodido.

-Bueno. Parecía interesado en lo que decía a pesar de fingir lo contrario- Se rio ligeramente y le dedicó una sonrisa al otro.

-¡No me interesaban tus mierdas, bastardo!

Todo el local se quedó en silencio de nuevo, dejando aún más chance al español a escuchar las palabras de Lovino. El otro comenzó a palidecer, dándose cuenta de a quién acababa de gritar. Estaba muerto. Había firmado su sentencia de muerte sin duda alguna. Antes de que pudiera volver a abrir la boca mientras temblaba, una sonora carcajada resonó en sus oídos. Observó como el guardia comenzó a reírse mientras golpeaba con la palma de la mano la mesa.

-¡Qué directo eres!

Lovino sonrió de lado y forzadamente, para luego ver hacia otro lado.

-¡Siempre lo ha sido!- Feliciano esbozó una amplia sonrisa- Pero no es mala persona.

-Lo sé- Sonrió de lado, dedicándole un rápido vistazo al muchacho del cual estaban hablado-. Sólo es un poco tímido.


Se acercaba más la hora de cerrar cuando Feliciano quedó dormido sobre la barra mientras charlaba alegremente con Antonio, el cual era el último cliente y pacía tener fijación por quedarse más tiempo que el debido.

-Lo llevaré arriba- Dijo su hermano mayor mientras trataba de subírselo a la espalda- ¿Vas a marcharte?

-¿Quieres que me marche?- Sonrió, consiguiendo alterar al chico y así casi lograr accidentalmente que el menor de los Vargas se cayera.

-Obviamente quiero que te largues. No me hace gracia quedarme tiempo de más.

-Está bien, está bien- Alzó ambas manos para mostrar su rendición- ¿Necesitas ayuda con el niño?

-Me valgo yo solo, gracias- Contestó algo seco.

-Pero si se te va a caer el pobre. Venga.

Lovino resopló sonoramente y rodó los ojos. Tras esto, soltó a su hermano para dejar que el moreno lo llevara sin aparentar dificultad, como si Feliciano pesara como un niño de diez años.

-Bonita casa- Soltó el joven observando la sala de estar mientras trataba de no ser estrangulado por el chico de ojos marrones, ya que se aferraba con fuerza a su cuello.

-Era de mis tíos. Nos la dieron en herencia.

-¿Cuánto tiempo llevas en España? Sigues teniendo acento marcado.

-Un año y poco. Con el inminente estallido de la guerra, decidimos venir aquí, e hicimos bien porque hace poco Italia se unió a las Potencias de Eje.

-Bastante valiente por tu parte sabiendo la recesión económica que hay.

-Por eso vine. Malo sería que el Caudillo decidiera formar parte de la guerra estando así.

Antonio asintió y dejó la carga sobre el sofá del salón. Tras esto, volvieron a la zona del bar y dejó una cantidad sustanciosa de dinero sobre la mesa. Sonrió como siempre, mostrando una radiante sonrisa la cual parecía tener por costumbre poner nervioso al camarero.

-Nos vemos mañana, Lovi.

Antes de que el joven de ojos ambarinos pudiera protestar por las confianzas, el Guardia Civil ya había abandonado el establecimiento. Recogió el dinero y lo contó. Había una propina demasiado grande. Si es que incluso tuvo ganas de plantarle un beso por tal amabilidad, hablando de forma exagerada, por supuesto. No iba a besar a nadie, y menos a un hombre, y todavía muchísimo menos a uno tan asociado al franquismo como era aquel.

Cerró el local y subió a su habitación, donde se dejó caer sin miramientos sobre el colchón. Por suerte para él, al día siguiente no tenía el turno de mañana.