Pio, pio.

— Estúpido Hungría, en fin, ya encontraré maneras más awesomes de conseguir Bruzenland — comentó al viento el pequeño peliblanco que caminaba sujetando su cabeza adolorida, donde una marca rojiza resaltaba, anunciando el hecho de que otra vez había sido agredido por el chico húngaro.

El día era excelente, el sol alumbraba en el perfecto firmamento azul, una de esas mañanas que te infunden una deliciosa energía por todo el cuerpo incapaz de solamente ignorarla y aprovecharla en todo su esplendor.

"Debo ser tan awesome que todo brilla por mí" — pensó el pequeño regocijándose en su propia soberbia.

De pronto el amortiguado arrullo de pequeños jadeos llamó su atención y llevó su vista rubí al lugar de donde provenían. A la lejanía del campo pudo distinguir a un pequeño niño de melena morena, empuñando entre sus manitas una pesada espada y haciendo un esfuerzo sobrehumano para su propio cuerpo para lograr levantarla.

Decidió acercarse y ver el divertido espectáculo del vano intento del menor. Llegó sin ser advertido a pocos metros de él y se sentó en el prado sin que el otro se percatara de su presencia todavía. Colocó sus codos en sus rodillas y su rostro en sus palmas, apoyándose para ver de cerca la escena.

Mientras tanto el otro pequeño se mantenía concentrado en su tarea, jadeó acalorado por el esfuerzo, entrecerró sus ojos y tomó aire infundiéndose fuerza, creyendo que con el nuevo halo lograría completar su tarea, acción con la que el otro se sonrió divertido, sus manos se aferraron con tenacidad al mango del arma justo en el instante que intentaba volver a levantar. Sin embargo la punta solo se elevó unos centímetros volviendo a caer inevitablemente sobre la tierra, sin éxito para el menor.

Gilbert se sonrió e intentó por todos los medios no reírse para no advertir su presencia, sin embargo, todas sus ganas de reír se esfumaron justo en el momento en que vio la espalda del niño temblar y le escuchó sollozar.

— ¿Por qué no puedo? — murmuró gimiendo con impotencia. Gilbert calló.

Lo vio llevar su manita y limpiar su rostro de las lágrimas que, a pesar de que no vio, seguramente habían recorrido sus mejillas.

Volvió a hacer otro intento, como el anterior, sin éxito y entonces su semblante recayó aún más.

— ¿Por qué quieres lograrlo con tanto ahínco? — solicitó Gilbert por fin y vio al menor sobresaltarse ante su voz. El pequeño se giró lentamente y Prusia observó la sorpresa en los ojitos azules al tiempo que su rostro iba adquiriendo una expresión aún más atónita y que un vergonzoso sonrojo cubría sus facciones.

Gilbert no pudo menos que pensar en lo tierno que se veía.

— ¿D-Desde c-cuándo estás allí…? — musitó atravesadamente el menor.

— No mucho ¿Desde cuándo estás tú haciendo eso? — interrogó. El otro bajó la mirada dudando ante su respuesta y el sonrojo se intensificó — tus manos, están heridas de tanto esfuerzo — dijo Prusia intuyendo la respuesta.

El pequeño país de Austria se encogió ante el hecho de ser descubierto sin tener argumentos para rebatir la respuesta del peliblanco. El silencio inundó el momento y una suave brisa fue el único murmullo que se escuchó entre la escena moviendo con delicadeza el suave pastizal y las copas de los árboles.

— ¿Por qué no vienes? Estás cansado ¿no? — Sugirió Gilbert y se tumbó de espaldas al prado, sonriendo ante la belleza del día. Cerró sus ojos un momento para dejarse envolver por el dulce aroma del ambiente y entonces escuchó la timidez en los pasos que se aproximaban hasta su lado, su sonrisa adornó con más firmeza su rostro cuando intuyó el hecho de que el pequeño ya se encontraba sentado a su costado. Abrió sus ojos para confirmar sus suposiciones.

La espada descansaba inamovible en el mismo lugar donde se había intentado levantar. El pequeño se encontraba sentado a su lado, envolviendo sus rodillas entre sus brazos y su rostro levemente oculto entre ellas, mirando con temor la espada todavía. Prusia se incorporó nuevamente.

— ¿Por qué lo haces? — volvió a interrogar y el pequeño no le contesto. Gilbert se irritó y bufó por lo bajo.

Gilbird se acercó a su dueño y el pajarillo captó la atención del pequeño austriaco. Gilbert lo tomó entre sus manos y lo acercó al otro, la levedad de un sonrojo volvió a aparecer en su pálido rostro y tomó al pajarillo que sacudió sus plumitas quedando aún más esponjosillo, gesto que dibujó una delicada sonrisa en los labios del menor.

— Creo que te he visto antes — comentó Prusia mirando al otro, Roderich le prestó atención — Probablemente también eres un país — recibió una tímida asentida en respuesta — Me llamo Gilbert Weillschmidt, soy el Reino de Prusia — anunció con fuerza, golpeando su pecho con orgullo y el menor ladeó la cabeza como si nunca hubiese escuchado ese nombre — Bueno, aún no soy reconocido pero algún día lo seré — justificó y una pequeña risilla se le escapó al pequeño austriaco, a lo que Gilbert bufó entrecerrando los ojos con ese rostro de 'No lo dije para que te rieras'.

El moreno miró con ternura al pajarillo y su rostro adquirió más confianza y seguridad.

— Me llamo Roderich Edelstein, soy el Reino de Austria — comentó y Gilbert agradeció el hecho de que el otro ya no estaba tan cohibido.

— ¿Acabas de nacer? —

— Algo así. Mi gente quiere una nación poderosa y tienen toda su confianza puesta en mí — argumentó mirando al pajarillo entre sus manos — Se supone que soy una nación que ha nacido para pelear pero… — a medida que hablaba su voz se iba haciendo más débil y aquella frase terminó inconclusa con la vista posada en la espada durmiente.

Gilbert siguió la vista del otro hasta posarla en el mismo objeto. Después de un momento volvió su vista a Roderich.

— Yo también soy una nación que nació para pelear — concordó y Roderich lo miró — Sé que es difícil. Algunas batallas se pierden y otras más se ganan, simplemente hay que dar todo de sí y entrenar mucho, muchísimo — sugirió empuñando su mano, dándole ánimos al otro.

— Pero yo nunca he ganado ni una — decayó nuevamente — Y Vash siempre tiene que ir a buscarme cuando Hungría me derrota — admitió mirando al suelo con tristeza.

— ¡Hungría! — Soltó el nombre que si fuese una blasfemia — ¿Has peleado con ese tipo? — Preguntó tomando a Roderich por los brazos como si fuese increíble, el pequeño asintió sobresaltado — ¡Es asombroso que todavía estés con vida! ¡Ese tipo es de lo peor! ¡Él me hizo esto! — Le dijo y le señaló el golpe rojizo en su frente — Es imposible ganarle, su fuerza no es de este mundo — agregó y Roderich sonrió. Había conocido a alguien con quien concordaba en varias cosas.

Tomó el rostro del prusiano, que seguía maldiciendo al húngaro y ante la sorpresa de este depositó un suave beso en el lugar adolorido. Si bien Roderich se había sonrojado mucho en un principio, el rostro de Gilbert se llevaba el premio, puesto que se había puesto más rojo que un tomate.

— Espero que te cures. Cuando Vash va a rescatarme cura mis heridas, pero ahora no tengo nada con lo que curarte, así que solo puedo hacer eso para que duela menos — dijo y Prusia no salía de su estupefacción — ¿Sabes? Vash nunca quiere ayudarme a pelear porque él es del tipo de países que nacen para llevar una vida tranquila. Pero tú y yo nacimos para pelear, deberíamos aliarnos y derrotar a Hungría — sugirió sonriéndole — Y si perdemos entonces podemos ayudarnos a volver entre los dos — agregó como una posibilidad más obvia que el que pudieran ganarle a Hungría.

— Si yo pierdo ¿volverías por mí? —

— Claro. Pero tú también tienes que volver por mí si yo también pierdo — le pidió. Y Gilbert, quien acababa de espabilar, ya estaba volviendo a sonrojarse por tales palabras. Lo cierto es, que nunca nadie había vuelto por él cuando el húngaro lo dejaba mal parado. Asintió y Roderich sonrió con más confianza — Cuida de mí por favor y nunca me dejes solo — terminó por agregar.

Gilbert levantó su dedo meñique y el pequeño austriaco lo miró con duda.

— Nunca lo haré — Aseguró. Roderich juntó su dedo con el de Prusia sellando su promesa — ¡Bien! —Gilbert se levantó y el otro le miró aún descansando en la grama — ¡Si vamos a derrotar a Hungría tenemos que entrenar! ¡Prepárate, porque Ore-sama te enseñará a usar la espada! —

Los ojos del austriaco se iluminaron y asintió enérgicamente. Prusia le tendió una mano que él tomó para levantarse y, juntos, caminaron hacia la espada que hasta ese momento no había podido ser levantada.


Esta es mi despedida. Espero puedan acompañarme en esta última historia que escribiré para mis lindos niños Roderich y Gilbert. ¡Gracias por todos los reviews que han tenido el cariño de mandar! Se los agradesco bastante. Es hora de cerrar con broche de oro, acompañenme a lo largo de este, el último fic de KagomeKrizz.

Gracias por todo.