Basquetbolista.

Su espalda, fuerte y ancha, había capturado inicialmente su atención. El uniforme de la selección de Japón lo distinguía entre los demás viajeros. Se preguntó porqué no lo había notado antes, puesto que el uniforme no dejaba lugar a dudas. Y también se preguntó el porqué los periodistas no daban muestras de desear acercársele, si había por lo menos medio ciento de ellos reunidos en el extremo más alejado de la sala de espera, atiborrando la estancia con sus personas y equipos de fotografía y video.

Basquetbolista.

Era alto. Dudaba mucho que jugara como guardia central; aunque al recordar a Akira Sendoh pensó que no debía especular sobre algo que no sabía. Posiblemente era un estupendo jugador a la ofensiva, a juzgar por su corpulencia y su estatura.

Un leve sonrojo tiñó sus mejillas, al comprender que lo estaba observando con inigualable descaro. Su único pretexto era que hacía demasiado tiempo que no tenía contacto con un mundo que antes le fascinaba. Maldijo el momento en que su tren se retrasó y tuvo que permanecer ahí, observando a los pasajeros que arribaban.

Basquetbolista.

Una punzada de dolor surgió en su corazón y se propagó por su estómago, provocándole algo parecido a las náuseas. El hecho de haber siquiera pensado en el mundo que antes le tenía fascinada trajo a su mente recuerdos que se esforzaba por olvidar. Recuerdos de cierto jugador cuyo nombre no quería ni recordar. Algo parecido a la tristeza, pero mucho más fuerte y agónico hizo su aparición en el interior de su organismo, quitándole la respiración. Se forzó a regresar a la realidad y a no dejar que aquello la afectara; no había razón alguna para ponerse en ese plan: no existía una razón válida para que su traicionero subconsciente evocara la etapa más dolorosa de su vida.

Basquetbolista.

Era como él. Sin lugar a dudas. Pudo deducirlo por la manera en que la empleada tras el mostrador le sonreía, entre fascinada y aterrada. Se preguntó cuál sería su destino, puesto que en las noticias habían mencionado que la concentración de los seleccionados tenía un receso de quince días. Indudablemente era alguien de provincia, ya que se encontraba en ese lugar intentando obtener un boleto para algún destino lejano; posiblemente venía llegando de la sede donde se encontraba el campus de alto rendimiento. Nuevamente le pareció misterioso que los reporteros no lo molestaran, dado que todos ellos estaban ahí únicamente con la finalidad de entrevistar a cualquier seleccionado que arribara.

Casi sonrió, anticipando la conmoción que la llegada de las máximas estrellas del deporte causaría. La temporada de concentración terminaba ese día y los seleccionados llegarían, unos más tarde, otros más temprano, los menos al día siguiente, todos rebosantes de expectativas y dispuestos a cumplir la misión encomendada: obtener las preseas olímpicas.

Los juegos olímpicos estaban a la vuelta del calendario y no cabía duda que la selección de básquetbol era una gran esperanza. En esta ocasión, más que ninguna otra, las estrellas del firmamento del baloncesto resultaban sencillamente extraordinarias.

Sí, los juegos olímpicos comenzaban, trayendo consigo un cáliz amargo que ella habría de beber hasta la última gota. Porque ella vería cada uno de los partidos; pese a que se hubiera prometido a sí misma no hacerlo. Observaría embelesada cada uno de sus movimientos, anticiparía sus mejores jugadas, se emocionaría increíblemente ante el movimiento estelar de una de las máximas figuras de la selección nipona. Lo haría. Sin importar cuántas lágrimas tuviera que derramar después. Él y el básquetbol estaban en su sangre, metidos hasta la raíz de su alma; negándose a abandonarla, pese a que la vida ahora era distinta... pese a que el mes próximo sería su boda con Tsuyoshi Takamiya.

Sí, los juegos olímpicos le darían la oportunidad de despedirse de él para siempre. Cada pase, cada clavada, cada enceste, pondrían un blindaje de acero sobre su corazón, sobre el amargo recuerdo del amor que un día le había profesado. Tenía que hacerlo así. Debía hacerlo así.

Con reticencia apartó la mirada del hombre ataviado con traje deportivo y la dejó vagar por la sala. Notó ahora que los periodistas estaban alertados de su presencia, pero que no intentaban acercarse. Notó también los murmullos, y las miradas asesinas que por lo menos cinco de los hombres de la lente le dirigieron. Eso la intrigó y, tras unos segundos de reflexión, sintió su corazón latir desbocado, al comprender lo que eso significaba.

Se rehusó por varios minutos a volverlo a mirar. Él continuaba de espaldas a ella, reclinado cómodamente sobre el mostrador, charlando con la empleada, sin dar muestras de impaciencia o intentar apresurarse, pese a que la fila se hacía más larga a cada momento. Pese a que el siguiente turno le correspondía a ella.

Sin tener realmente la intención, observó su equipaje: un bolso deportivo que había visto mejores días y que no correspondía al modelo que todos los seleccionados habían recibido. Eso borró cualquier duda: se trataba de una Nike básica, de un color ridículo, un diseño que había sido popular diez años atrás y que, indudablemente, había sido adquirido en aquélla época. Una mochila color rosa: en modo alguno el accesorio perfecto para un basquetbolista de élite y muy similar a la que ella utilizaba también, y que ¡malditos fueran el destino y su escasa voluntad! no podía tirar a la basura por más que lo intentara.

Eso le hizo comprender el peculiar comportamiento de los periodistas. Sabía bien que ninguno se acercaría, y tampoco intentarían tomar fotografías. Siempre era igual, desde aquel día, hacía más de cinco años, en que él les había responsabilizado por el desastre de su vida y los había declarado seres no dignos de estar en su presencia. Siempre era igual, desde aquel reportaje indiscreto, cuando su propia vida quedó destrozada.

Hanamichi Sakuragi continuaba siendo el alto que nadie osaba pasarse.