Este fic participa del reto #27 "La suerte de los géneros"; del foro "Alas negras, palabras negras".
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son propiedad de George R. R. Martin.
#Género "General"
Gavilán o Paloma
La tierna carne de los muslos le dolía. Percibía la calidez de la sangre corriendo en la zona por donde él había hecho la herida.
Desbastada, se dejó caer con peso muerto sobre la frialdad del lecho. En cualquier momento el señor volvería y la pesadilla retornaría de nuevo.
Al menos, cada vez sentía menos dolor.
Intentó cerrar sus ojos, entregarse por completo al mundo de los sueños. Mas la menta, fría y cruel, sacaba a relucir sus recuerdos, la culpa. La verdadera identidad que afloraba en lo más profundo de su ser.
Recordaba con claridad las risas recorriendo los pasillos de piedra vieja de Invernalia, la sutileza de los vestidos rozando su piel, la sonrisa franca de su padre, el semblante amable del señor de Invernalia, el rostro encantador del primogénito Robb, e incluso la mirada triste del bastardo Jon Snow. Y por último, estaban los más pequeños, Brandon, Rickon y… Arya. La niñita de ojos grises a la que ella burlaba.
Una lágrima escapó de sus ojos oscuros tan solo pensar en la niñita de la que ella se reía, a carcajada limpia. ¿La razón? Su forma de ser. Era sucia, salvaje, machona, huraña. No tenía ni una pizca de belleza en ese rostro ovalado. Las pupilas grises, igual que las del guapo bastardo, en aquella cara era… vacía. No conservaban brillo alguno. Tal vez tenía los ojos muy grandes, los labios demasiados finos. Ni que hablar de su cabello lacio y sin vida, que se le pegaba a la nuca.
Pobre niña Stark, cavilaba al verla.
Agradecía a los dioses no ser esa niña. Si deseaba ser como alguien, esa era la dulce y perfecta Sansa Stark.
La hija del señor Eddard despertaba su interés. Quería tener ese cabello largo, rojo imitando al fuego, ondulado, sutil. Mataría por poseer esa mirada de un limpio azul. Rogaba en secreto a los Dioses que le concediesen tan solo una pizca de esa grácil forma de caminar, dirigirse a los demás.
Todas las noches, al finalizar sus actividades, se encerraba en su habitación. Observaba su reflejo en el espejo cristalino, buscando los errores de su faz. Al encontrarlos, los analizaba, buscando el método perfecto para cambiarlo.
E incluso imitaba su voz.
Si alguien le hubiese preguntado por aquellos tiempos que era lo que más anhelaba en la vida, ella, con las mejillas ruborizadas y esbozando una tímida sonrisa, respondería: "Sansa Stark".
Ahora, lagrimosa y trémula, contestaría: "Nadie".
Pero nadie era imposible.
Continúo recordando.
Corrían tiempos felices. La fortaleza bullía de actividad, los criados se entrechocaban apurados preparando todo para la llegada del Rey Baratheon y su comitiva. Ella y Sansa parloteaban, soltando risitas alegres sobre la posible apariencia del principito Joffrey Baratheon.
Sansa Stark apostaba que su cabello era rubio como el sol, mientras que Jeyne juraba que se teñía de negro.
Ojala nunca hubiese llegado el rey a Invernalia.
Ojala jamás hubiese marchado a Desembarco del Rey.
¿Por qué se fue, siendo Invernalia su hogar?
Jamás imagino que en esa ciudad húmeda, calurosa, olorosa y mugrienta se convirtiese en su peor pesadilla.
Los dioses tienen una manera extraña de actuar, crueles, pero seguros.
La convirtieron en la hija de un lord; en Arya Stark. Decretaron al sádico hijo bastardo de Lord Roose Bolton, Ramsay en su esposo. Le dieron rienda suelta a sus más perversos antojos. Jeyne Poole, su muñeca de trapo.
Por querer ser Gavilán fue Paloma.
