****Fantasías de un par de sádicos**** -Maldito fastidioso del infierno-

Eso era lo que representaba Belphegor de Varia para Gokudera Hayato. Llevaban dos días siendo entrenados por un Hibari de veinte años. Y la verdad es que todos los días, se habían intentado matar el uno al otro y de paso al mediador.

-Ya me comienzan a aburrir. –Dijo Hibari bostezando. –No ha muerto ninguno de los dos. Ya mátense de una buena vez. –Dijo dándose la vuelta y saliendo del enorme cuarto de entrenamiento.

Un centro que era una simple habitación de cuatro paredes. El piso estaba lleno de pequeños y finos cuchillos, mientras que en las paredes, para ojos muy inteligentes, se notaba un detallado canal de hilos que iba y venía de pared a pared. En medio de todo un rio de hilos, se encontraba Gokudera. Un chico de cercanos quince años de edad. Cabellos color plata y portador de unos pequeños ojos color aceituna. De figura esbelta y deliciosa.

Jadeante por la constante acción. Un par de heridas en ambos cuerpos, sudor y ligeras capas de tierra.

-Ya me tienes harto, maldito Varia. –Mascullaba el guardián de Vongola.

-Podría decir lo mismo, anda, déjate acuchillar, ushishishishi, de todos modos nadie te extrañaría. –Gokudera se puso a gritarle. Siempre terminaban así. Peleaban tanto física, como verbalmente. Y en éste último campo, Gokudera era el que resaltaba. Su personalidad exagerada de palabrería le daba ciertos puntos sobre el rubio. Ah, porque su oponente era de cabellos amarillos cual vainilla. De cualidades lacias y que cubrían su mirada. Siempre con una corona plateada sobre su cabeza. De silueta más delgada que la de Gokudera. Jugaba entre sus dedos un par de cuchillos.

-Guarda silencio, maldita serpiente. –Gokudera sacaba un par de bombas. –Acabaré contigo de una vez. Pero en ese movimiento, el príncipe jalaba, casi sin moverse, un conjunto de hilos, dejando totalmente atrapado a Gokudera. Éste sorprendido, dejó salir la rabia y coraje por no haberse dado cuenta antes. Ya le habían hecho esa jugada con anterioridad, y creyó que sería diferente esta vez. Se equivocó.

-Soy de la realeza, y un príncipe no debería estar perdiendo el tiempo con un insulso plebeyo. –Se empezó a reír.

-Arg. –Se quejó cuando sintió que las delgadas e invisibles cuerdas se cernían con más fuerza sobre él. Ligeros ríos de sangre comenzaron a correr libremente por todo el sistema de cableado. Y por cosa extraña, la cara de Gokudera despertó sensaciones, muy parecidas a una atracción, en Belphegor. El rostro del peli plata, contorsionado por el dolor, el ardor de las heridas, el sudor corriendo sin tapujos en aquella piel cremosa.

Los jadeos provocados por la constante lucha hicieron que el rubio pensase cosas que no estaban dentro del parámetro normal. ¿Pero qué más daba? Belphegor nunca había sido normal. Por el ente que llaman dios. Si fue capaz de asesinar a su hermano sin ningún remordimiento ya no había nada imposible para Belphegor de Varia. Se comenzó a reír nuevamente. Con fuerzas recuperadas por tener un motivo divertido entre manos. Entonces, se aseguró que le fuera imposible escapar a Gokudera, aprisionándolo de nuevo. Dejando que más sangre se dejara ver. Y lo lanzó contra la enorme pared. El peli plata lanzó un alarido de dolor. Y estaba extrañado por la extraña aura que Bel desprendía.

-Ya sé cómo hacerte pagar por tu altanería, shishishishis. –Guardó todas sus hermosas cuchillas en una danza plateada, quedándose sólo con una en la mano derecha. Ladeó su cabeza, pensando en las infinitas posibilidades que se abrían a su paso. Gokudera lo miró absorto.

Entonces, con la punta del arma, comenzó a delinear el ombligo de Gokudera.

-¿Qué haces, maldito? –Bramó el guardián. -¡Suéltame! ¡Con un demonio! ¡Aleja ese jodido cuchillo! Pero las maldiciones no hicieron nada, más que terminar de despertar al niño juguetón. Hundió lentamente el filo en aquella cavidad cóncava. Causándole, el menor de los males al peli plata. Fue acercando lentamente su cara a la del oji verde.

Rompió el cinturón del peli plata y cortó rápidamente el pantalón. Dejando sorprendido al guardián y asegurándole lo que venía.

-¡Maldito! ¡No te atrevas! –Pero en lo que terminaba de decirlo. El príncipe cortó la ropa interior de Gokudera. Dejando expuesta su intimidad. La tomó con fuerza. Sacando un alarido de la boca de Gokudera. -¡Estúpido joto! –Entonces, Bel se empezó a reír más. Comenzó a mover su mano. Y Gokudera al principio no mostró ningún interés. Pero la otra mano del príncipe fue directa a cortar la camisa del oji verde. Pasando la punta del cuchillo sobre el pezón derecho del pasivo. Y esa sensación de frío contra su delicada piel, ocasionó dos cosas: que el libido de Gokudera despertase en aquella parte baja y dos: Bel aprendió el punto más sensible de Gokudera.

Con la misma maldad. Dibujó círculos en aquellos puntos rozados. Y su mano seguía haciendo un buen trabajo. El peli plata comenzaba a jadear. Pero no dejaba de escupir palabras groseras. Alegaba su libertad y debería ser pronta, o sí no el príncipe pagaría los platos rotos. Pero Bel nunca prestó verdadera atención a las amenazas del guardián de la tormenta. Se empeñó en continuar su diversión. Cuando vio que el peli plata comenzaba a apretar la boca para evitar gemir, supo que todo iba viento en popa.

-Parece que te gusta, sucia zorra. –Le echó en cara en medio de su sonrisita más características. El peli plata no habló. Pensó que la pésima broma de Bel terminaría allí y después podría vengarse como mejor supiese… pero se equivocó demasiado. El amo de los hilos, hizo que Gokudera abriera las piernas lentamente. El peli plata miro la escena con los ojos desorbitados. Belphegor hizo jirones las ropas inferiores del pasivo. Y sin dudarlo por un segundo, metió su libidinosa mano para tocar la línea de ese trasero. Recorrió lentamente las nalgas de Gokudera. Sus manos eran frías, y al guardián le gustó esa brisa. Sus caricias parecían ser causadas por el viento de una mañana del inverno. Pero poco a poco, los toques comenzaron a subir de nivel. Sus dedos, corazón e índice, se fueron abriendo paso hábilmente en el interior virgen del guardián.

Gokudera gruñó y ya iba a empezar su ronda de insultos cuando Belphegor juntó un manojo de hilos y selló la boca del oji verde.

Abrió y cerró aquel par de dígitos con fuerza. Dilatando aquella rosada entrada con demencia infinita. Y lo más demente venía después. No quiso estar jugando más con sus dedos, en un principio había pensado en allí dejarla, pero ver a Gokudera exhalando con fuerza ese delicioso aire caliente, y luego ver cómo salía de esa lasciva boca saliva, no pudo contenerse y sacó su endurecido órgano viril penetrando de un solo movimiento las caderas estrechas. Gokudera echó la cabeza hacia atrás. Dejando que gruesas lágrimas le terminaran de bañar la cara llena de sudor. Belphegor oprimió con fuerza el miembro aún atendido del joven guardián. Se comenzó a mover sin que algo se lo ordenase. Primero lento, le costaba ya que era la primera vez de Gokudera, eso se notó a leguas. Pero después, sus estocadas se tornaron salvajes.

El cuerpo del pasivo se movía de arriba a bajo, según lo desease el príncipe. Con una mano apresaba más los hilos y con la otra seguía recorriendo con aquel peligroso cuchillo el vientre del guardián. Pasando desde sus jóvenes pectorales hasta llegar a sus bien torneados labios. Bajando a los muslos. Dibujando círculos de sangre. El cosquilleo. Ese extraño hormigueo comenzó a llenar la mente de Gokudera. Se fue olvidando de todo. Incluso de una muy buena venganza. Necesitaba concentrarse para no sentir dolor. Y dejar de emitir esas molestas gotas saladas que salían de sus ojos verdes.

En un punto. Uno interno. Gokudera sintió que habían aplastado un interruptor que hacia que se olvidara de todo. Incluso del mal que estaba pasando. Trasmutó esa molestia en una ligera sensación de bienestar momentáneo.

-Ya te encontré. Ushishishishishi. –Esa perfecta sonrisa se dibujaba en el rubio que salió completamente del ano del guardián, para entrar de un movimiento brusco. Dejando que los ojos del oji verse se pusieran blancos. Y a partir de allí, jadeo más y más. Con maestría, cortó los hilos que oprimían la boca del peli plata. Y como eso no lo esperaba, un ensordecedor gemido llenó la estancia. Ensanchando la media luna del príncipe. –Gimes como puta.

Y siguió en su faena aparentemente sacrificada. Las manos del guardián estaban imposibilitadas, así que no le quedaba de otra más que morderse la lengua. La verdad le comenzaba a punzar la cabeza. Serse sincero no era una buena idea. Y el dogma era que la follada le estaba gustando. Más cuando entraba y tocaba un lugar en especial. Bel se concentró en su tarea. Al punto de que no logró evitar lo que venía.

Gokudera se había hecho, con mucho esfuerzo, de una pequeña bomba que estaba apartada de su mano por un palmo. Sobrehumana fue su fuerza para encenderla y lanzarla directo a la cara del domador. Bel retrocedió sorprendido. Y en eso toda la red de hilos se vino abajo. Gokudera terminaba de rodillas ante el suelo. Y se comenzó a reír maliciosamente.

-Ahora, viene la mía. Malnacido. –Declaró dejando que una poderosa nube de pólvora cayera sobre el cuerpo del príncipe. Bel miró absorto todo lo que ocurría y se pensó, sino es que muerto, gravemente lastimado. Pero cuando volvió abrir los ojos (A pesar de ser escondidos por su cabellera) se dio cuenta de que Gokudera estaba sobre él. El oji verde hizo lo mismo que el príncipe, rompió sus pantalones y rasgó la ropa. El pantalón de cuero terminó por ser lanzado lejos. Bel se intentó incorporar, pero el guardián fue más rápido y le dio un cabezazo tremendo. Dejando que volviese a caer en el suelo. Sin perder tiempo penetró al príncipe.

Al ser la acción más violenta, Bel se arqueó completamente hacia atrás. Y el oji verde quedó encantado con el tremendo dolor que vio dibujada en aquella cara burlona. Pero el príncipe, por dentro estaba extasiado. Ser tomado de esa manera tan delirante le volvió loco. Y enseguida comenzó a mover sus caderas. Importándole muy poco la incomodidad que le causase. Gokudera entrecerró un ojo. Pues hacía eso por pura y llana venganza, pero el entrar y encontrarse en una cavidad tan estrecha y caliente, le causó placer. Uno muy grande para contenerse en una sola persona.

Ambos se entregaron, ya sin importarles algo. Bel se comenzó a reír macabramente y recorría el piso con lujuria. Gokudera lo tomó por las caderas, imprimiendo, así, más fuerza. Cosa que los enloqueció a los dos.

El vaivén de las caderas, del ahora pasivo se volvió rápido en exceso. Al punto de que sintieron que fue demasiado pronto la arribada del orgasmo. Ambos se intentaron controlar, pero terminaron corriéndose uno sobre el otro y el otro dentro de aquel. Bel llevó su mano a su propio pene y tomó la semilla que había salido. Lamió lentamente y el resto la untó en la cara del oji verde.

-Me divertiste, inútil plebeyo. –Decía en su sonrisa más sincera.

-Ahora me las pagarás, maldito príncipe de mierda. Esto apenas va a comenzar.