Esto estaba mal.

Eran de diferentes especies. No podían estar juntos, no podían amarse, pero lo hacían. Con una intensidad que parecía que habían vuelto al tiempo donde el depredador cazaba a la presa.

Porque el zorro cuando atrapaba a la coneja. La devoraba...

— Nick —Gimió.

— Zanahorias —Musitó mientras sus dientes se clavaban en la curvatura de la oreja.

Ellos estaban en la oficina, escribiendo sus informes, cuando, de un momento a otro. El zorro, no soporto el hecho de solo mirarse o hablar. Se volvió, un depredador innato que quería captúrala y comerla viva.

Como un animal. Y él lo era.

Quería morderla, despedazarla, devorarla.

— Pelusa —Gruñó en su oído. Ese que dejo la marca de sus dientes. Entretanto ahora posaba su hocico sobre su pelaje para grabar su aroma, lo mismo que la coneja hacia siempre.

— Tenemos que trabajar —Ella dijo con el pelaje rojizo, su voz saliendo como un jadeo. Su deber le decía que tenía que cumplir con su obligación y responsabilidad. Su deseo, su instinto. No quería hacer nada de eso.

— Déjalo —Quitándole el papel de sus manos, para luego limpiar el escritorio y levantarla y sentarla allí— Olvida eso.

Las pupilas de los dos individuos se encontraban dilatadas, oscuras por el deseo. Sin poder evitarlo, sus instintos resurgieron de su interior. Habían vuelto a ser primitivos, a ser salvajes, a ser... animales.

Porque la coneja, no hacía nada para detenerlo. No quería detenerlo.

Suspiraba, jadeaba, gemía por cada ropa rasgada, piel rasguñada. Gruñido de su nombre. Lo mismo el zorro que quería poseerla ahí mismo.

— Judy...

— Nick...

Los colmillos del zorro, sobresalían. Ese mismo que mordían, el cuello, las orejas, la cola de la coneja, de manera suave, sin lastimarla pero siempre marcando su pertenencia.

— Eres mía —Espetó— Mi presa.

Judy sonrió altivamente.

— Cázame, zorro.

Y él era un gran cazador, nunca dejaba escapar a su presa.