Este fic participa en el minireto de enero para El Torneo de los Tres Magos del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black".

Disclaimer: Potterverso perteneciente a J. K. Rowling. No soy rubia, ni millonaria, ni increíblemente genial. Así que es algo obvio.

Palabras: 299 según Word.

Género: Hurt/Comfort

Profesión: Auror


La luz del atardecer se escondía, tibia y mortecina, entre las ramas de los cipreses de aquel melancólico cementerio londinense.

Todos los que un par de horas atrás habían estado ahí enfundados en los uniformes reglamentarios del Departamento de Aurores, murmurando trémulamente como si temieran molestar a los muertos, se habían marchado ya, dejando tras de sí el eco de conversaciones insípidas y cínicos protocolos.

Solo una figura se recortaba contra el moribundo fulgor del ocaso. Nymphadora Tonks seguía ahí. Inmóvil. Expectante. Silenciosa. Con las yemas de los dedos frías en la contemplación de la lápida que tenía ante sí.

Alastor Moody, rezaba la inscripción con una caligrafía tan estilizada y romántica que casi parecía un chiste. Pero no lo era. Ojoloco estaba muerto. Y su aprendiz se sentía dolorosamente perdida sin el hombre que había sido su mentor. Un guía. Un maestro. Pero, sobre todo, un amigo.

Tonks se volvió veloz al escuchar pisadas tras de sí y se encontró con su marido, que alzaba las manos sonriendo tristemente.

—Alerta permanente… Él se habría sentido muy orgulloso de ti —murmuró Lupin, alicaído.

Tonks apretó los puños. Una lágrima resbaló por su mejilla.

—Sabía lo que se jugaba al ser parte de esto. Él eligió ser auror y arriesgar su vida por una causa que consideraba justa. No le habría gustado verte llorar —prosiguió su marido.

—Si ser auror es asumir una muerte injusta y dejar atrás cualquier esperanza, ya no quiero ser aurora —susurró ella, cerrando los ojos.

Remus la rodeó con los brazos consolándola con silenciosas caricias mientras ella sollozaba temblorosos "se ha ido".

Juntos aguardaron a que la luz muriera en el horizonte.

Y después, dando media vuelta, se alejaron, no sin antes despedirse con una reverencial inclinación del mejor auror que nunca había existido.