El cigarrillo a medio fumar se estaba poco a poco volviendo cenizas entre sus dedos, apenase y se lo había llevado dos veces a sus labios, las caladas fueron leves, solo estaba buscando una escusa para salir de su habitación, colarse de entre los brazos de su novia de esa manera era patético, pero no tenía ganas de mimos mañaneros, y la escusa de un cigarrillo resultaba más tentadora que ser sincero.
Lo único que en verdad quería era una taza con un buen café amargo para comenzar el día, un poco de silencio en su departamento que le permitiera relajar su mente antes de tener que hundirse en la molesta rutina. Tan solo pensar en tener que ir a aquel taller le provocaba dolor de cabeza, no le desagradaba su trabajo, le gustaban los automóviles y sobre todo las motocicletas, además de ser bueno en lo que hacía, pero sin duda no era lo que planificó para su vida.
Pero eran tantas las cosas que no había planificado y en esos momentos estaban ocurriendo que le hacía sentir que todo era una pérdida de tiempo.
¿Qué se había esforzado para ser un patinador artístico toda su vida? Que importaba si una maldita y simple lesión de rodilla le provocó tener que renunciar a todo por lo que tanto esmero, pasión y sudor le había costado obtener, no importaba nada que hubiera tenido que renunciar a todo para poder llegar a ser uno de los mejores, todas esas horas de entrenamiento las sentía inútiles ya.
Él sabía que no tenía el potencial nato de otros patinadores, no era tan flexible como el resto, su saltos no eran sublimes, sabía que no era el mejor, pero no se detuvo nunca por eso, no pretendía superar al resto, todos los días de su vida se despertaba con la motivación de superarse a él mismo, pero ¿Y ahora? ¿Qué le quedaba?
Una monótona vida, ocupando las enseñanzas que se podrá alguna vez lo dejó sobre mecánica, intentando escapar de una relación amorosa en la cual parecía ser el único capaz de notar que no daban para mucho más, si no terminaba con ella era para no quedarse tan solo, estaba en un país totalmente diferente al suyo, con anterioridad había vivido en Canadá, pero nunca se planteó quedarse de forma definitiva.
Algo bueno, claro, como en todo tenía cosas buenas, las clases de patinaje los fines de semana eran una, ser el entrenador de niños incapaces de atar sus patines de forma debida era lo único que le conectaba con su verdadera pasión, y le gustaba, lo hacía pensar que no todo estaba perdido.
—Amor, esta frío, entra o te resfriaras— escuchó la suave voz femenina a sus espaldas, de reojo pudo verla recostarse al marco del ventanal que daba al balcón, donde de forma patosa se escondía de todo, deseando que las bajas temperaturas de las mañanas invernales de Toronto dejara todo sus problemas en el pasado.
—Ya...— sin más murmuró, llevando el cigarrillo a sus labios, no dijo nada más, su novia esperaba alguna otra respuesta, lo supo al notar que demoró en dejarlo solo, y sobre todo por que cuando lo hizo no dudó en deslizar con fuerza la puerta de vidrio que los separaba, en una clara muestra de enfado.
Tres minutos.
Ese fue el tiempo que pudo alargar antes de tener que regresar a su rutina.
Quería algo que la rompiera, que cambiara sus días, sería patético, pero si eso llegara a pesar se sujetaría con todas su fuerzas a esa esperanza de tener algo nuevo.
Pero solo se resignó a entrar, dirigirse a la cocina con paso sumiso, donde Olivia Madox preparaba su café, tal como sabía que le gustaba. La abrazó por la espalda, posando su cabeza sobre el hueco entre su hombro y su cabeza, provocando pequeñas cosquillas en ella por causa de su ligera barba que debía afeitar, depositando un rápido beso en su cuello, intentando oprimir la sensación de ser la peor persona del universo por usar a alguien como Olivia para no estar como un mendigo, yendo de cuerpo en cuerpo en busca de un poco de falso cariño.
Tenía muy en claro que quien más necesitaba algo de esa relación era él, ella tenía todo lo que Otabek perdió, un trabajo que le gustaba, el aprecio y amor de sus familiares, un amplio grupo de amigas y amigos dispuestos a cualquier cosa, pero a pesar de tener todo aun seguía rogando un poco de amor del moreno, aunque tuviera muy en claro que apenas y obtendría algo a cambio del amargo que llamaba novio.
—Ota...— apenas levantó la vista de la tibia taza que sujetaba entre sus manos, indicando que prestaba atención, la vio arreglada, dando la última vuelta a su bufanda antes de prepararse para irse a comenzar su trabajo, él debería de imitarla, solo tenía menos de una hora para no llegar tarde—¿Tienes algo que hacer hoy a las ocho? —
—No, ¿Por? — lo sabía, sabía que ella lo arrastraría a alguna invitación de la cual no podría librarse, pues como mínimo debía fingir ser un buen novio, que la complacía siempre en todo, que le agradaban sus amistades, que sus suegros y él tenían una hermosa relación, o que su cuñados no eran unos tremendos idiotas, todo eso estaban en el repertorio de "intentar ser mejor con Liv".
—Es el cumpleaños de Danny, estamos invitados ¿Iras verdad? —se contuvo el suspiro de resignación, no quería ser descortés ni mucho menos provocar que se enojara con él. Si pasar tiempo con las parlanchinas amistades de ella, con los hermosos de sus suegros y los amorosos de sus cuñados era algo que le desagradaba, hacerlo con todos en un mismo lugar era una completa tortura.
—Por supuesto— le aseguró mirando sus ojos cafés, mentiría si decía que no eran lindos, en verdad le gustaban mucho, eran tan... tan llenos de alegría todo el tiempo, odiaba no poder amar como era debido a esa bonita mujer.
Se besaron y murmuraron que se amaban, le advirtió que quería verlo puntual en el salón de fiestas infantiles para la celebración de su sobrino, ella se fue con la típica sonrisa que adornaba su rosto todos los días a toda hora y parecía casi incapaz de perder.
Terminó la bebida con lentitud, disfrutando de la soledad de la cocina, observando las manecillas del reojo moverse lentas y perezosas, tenía que ponerse en marcha si no quería llegar tarde, las calles de Toronto sufrían de mucho tránsito, y si tenía suerte demoraría unos quince minutos en motocicleta.
Estaba trabajando, demasiado concentrado en intentar encontrar la falla de aquel automóvil, que ningún escuchó el ronroneo de un lujoso deportivo negro. Él estaba sudado a pesar del frío de afuera, centrado en su labor, cuando el grito de su colega lo hizo volver al mundo.
Salió de debajo del vehículo con la tranquilidad típica que lo caracterizaba, su rostro serio, capaz de intimidar a cualquiera estaba cubierto de aceite, sus ropas en un estado aun peor, y ni hablar de sus manos, aunque intentó limpiarlas con un paño el rastro de mugre no ser iría con facilidad.
—Por favor atiende al señor, estoy ocupado en esto— uno de sus compañeros le dice, quien después de su jefe era el que estaba al mando, lo vio llevar una cubierta entre sus manos, con mirada seria esperando respuesta. El kazajo solo asintió, mirando en dirección donde el caro deportivo se había estacionado.
Por unos segundos no logró reconocer al dueño del mismo, pero la cabellera rubia que salía de debajo de una capucha negra y el estampado de animal-print le pegó directo en la cara, asegurando de esa forma que el joven que estaba impaciente al lado de su coche era sin duda su viejo amigo Yuri Plisetsky.
Quiso morirse, su mente le aseguraba que no lo reconocería, ya no era el mismo, estaba más alto y musculoso, además de que todo él estaba cubierto de mugre, su cabello estaba también algo largo, lo suficiente como para poder hacer una coleta, incluso llevaba un expansor en su oreja, y esa era de entre las diferencias que se le venían a la cabeza.
Y a pesar de eso, de considerarlo como algo imposible, aun conservaba la esperanza de que Yuri, aun con su nuevo aspecto, lograra reconocerlo.
—¿En que lo puedo ayudar? —con su toque de profesionalidad habló, sin poder despegar su vista de la intensa mirada, igual a la de un soldado, que se posó con aburrimiento en él, sus ojos se abrieron con sorpresa al contemplar mejor al moreno, apagó con rapidez la pantalla de su móvil y recuperó su compostura con aun mayor velocidad.
—¿Hacen lavado? — preguntó. Saber que no lo había reconocido le generaba ambiguos sentimientos, era como un mal sabor de boca, él estaba tan seguro de poder identificarlo entre una multitud enorme de personas, y Yuri... Yuri tenía a Otabek en frente y solo podía llegar a pensar que era un hombre atractivo y con aspecto conocido.
Asintió sin más, apartando la molestia provocada ante esos pensamientos que golpeaban su mente, diciendo lo tan poco significante que fue en la vida del ruso como para no ser siquiera digno de recordar.
—¿Tienen lugar ahora? — el kazajo volvió a afirmar con su cabeza, tallando con fuerza el harapiento trapo entre sus manos, liberando toda la mugre que fuera posible, tras algunos datos, una seña por el trabajo y decirle que estaría listo a las cinco Otabek lo vio irse, maldiciéndose internamente la vez que como respuesta a una pregunta levantó su pulgar, costumbre que solía tener con el muchachito cuando aun eran amigos.
Lo contempló irse con su típico andar de chico malo, su capucha cayendo por culpa de una ráfaga de aire, sus pantalones ajustados y rotos en las rodillas, prenda que ante los ojos de Altin solo un ruso usaría con las bajas temperaturas que habían.
—Ese chico es la cosa más gay que he visto en mi vida— el comentario le molestó, sus compañeros estaban hablando entre ellos, uno cambiando de neumático, el otro trabajando en el motor de una motocicleta.
—POr favor mantén tu boca cerrada idiota— le casi escupe las palabras al rostro de aquel escuálido muchacho de unos veintipico años, no era la primera vez que lo escuchaba emitir comentarios poco agradables sobres los no heterosexuales, y como era de esperar no pudo mantener su boca cerrada en esa ocasión. La única diferencia con todas las anteriores es que Otabek no se logró abstener de mantener el típico silencio, y aunque pudo haber dicho algo más no lo hizo, no era propio de él armar revuelo, puede que una que otra vez, cuando le pedían su opinión en el tema no tardara en demostrar lo mucho que estaba en desacuerdo con su compañero, pero manteniéndose siempre en el confortable margen de no llamar la atención, callando en muchas ocasiones.
Lo escuchó chasquear la lengua con molestia—Es la verdad— se tragó sus palabras y lo dejó hablando solo, que despotricara mierda a la nada, y que hiciera oídios sordos a Max, el otro joven quien arreglaba la motocicleta e intentaba demostrar lo errado que estaba.
Otabek no iba a perder su tiempo en alguien sin arreglo como Jonhson, ese idiota lo había mirado con despreció al enterarse tan solo de que alguna vez fue patinador artístico, tachándolo de gay por practicar un deporte que ante los ojos retrogradas de él era para mujeres y maricas, incluso llegando a estar un mes sin dignarse a dirigir aunque fuese una sola palabra.
Decir que tenían una relación complicada era quedarse cortos.
Estaba por irse a seguir con su trabajo, y tal vez, ya de paso, revolcarse un poco más en su propia desgracia por una vida tan monótona, por aprovechar la oportunidad de recuperar a una de las pocas cosas buenas que había tenido de lo que le gustaba llamar "Su vieja vida", de ser lo suficiente cobarde para no decir nada, y pensar de más el hecho de que Yuri simplemente no quería saber nada más de él y por eso lo trató como a un desconocido, cuando algo lo hizo parar en seco.
Cuanto tiempo, parece que hubiera pasado una eternidad desde que publiqué algo.
La verdad es que tenía esta bonita (O algo así) historia en una carpeta hace tiempo, y se me pasó la idea de publicarla, pues porque puedo (?
No sé que tan buena será, es corta, en un principio se suponía que seria capitulo único, pero a ultimo momento cambié de opción, y como siempre perdón por faltas ortográficas y demás, en verdad no es mi fuerte ese campo, no es que no me preocupe, sino que solo es algo más poderoso que yo.
Así que sin más que agregar espero que disfruten de esta especie de A.U (no sé como catalogarlo en verdad) escrito con mucho love y... emmm, creo que eso es todo.
