Descargo de Responsabilidad: Ni Glee ni sus personajes me pertenecen. Son propiedad de Fox y Ryan Murphy. Yo solo utilizo sus nombres con fines de recreación.

N/A: Hola. Hoy me presento con esta historia, que es un experimento en realidad, para ver qué tan apta soy para escribir algo de drama, aunque por supuesto habrá más que drama, también existirán momentos divertidos e hilarantes, como los hay en toda vida. Es un AU, Quinn es la protagonista y habrá Faberry eventual, pero si se queda o no dependerá de lo que ustedes opinen luego de los 4 eventos que desestabilizan el mundo de Quinn. Aquí se explica el primero y se da pie al segundo. Debo advertir eso sí, que este primer acercamiento es algo denso porque hice poco y nada de diálogo debido a que necesitaba establecer el contexto, ya desde el segundo capítulo ("AÑO 2") en adelante sí habrán diálogos bastante más fluidos. En fin, si quieren seguir adelante, espero de corazón que les guste y si es posible me hagan saber cualquier opinión, y por supuesto si creen que vale la pena que continúe o no :)

En caso de que tenga buena acogida actualizaré a más tardar el lunes (porque tengo mi último examen del semestre ese día y luego estaré libre).

Sin más que añadir por ahora me despido. Les deseo un buen día :D


PRÓLOGO.

Subestimada, sigilosa, falta de interés. Así pasó esta historia por el túnel del tiempo. Porque no se trata exactamente de amor, ni de amistad, sino más bien de lo que está en medio… si es que hay algo en medio. Así que ¿Quién querría leer algo así? Porque no nos engañemos, en un mundo de lobos ansiosos por devorar los vestigios de pasión que fueron desterrados de sus cuerpos y destinados a unas cuantas líneas de optimismo, nadie ansía más que clichés resucitados, a menos, claro, que lo que busquen con desesperación muda sea un reflejo de su desdicha o de la historia que los engendró. Junto a eso ¿Qué lugar tendría un relato indefinido? Nada más que anhelo resquebrajado para un lector persistente. Pero no me importa en realidad, porque esta ha sido mi historia, más real y honesta que muchas otras, y aún sin culminar. Como un cuento en razón de nadie, como una vida que sigue viva.

Si a pesar de todo sientes curiosidad por descubrir a lo que lleva esto, entonces aventúrate conmigo a través del mar de mis recuerdos. Y ¿Quién sabe? Quizá más allá de eso.

Cada año ha sido una vida completa desde hace 4 años; cada año siempre tiene algo, siempre algo diferente… y aún así es irónica la forma en que el pasado se negara a dejar su manía persecutoria. Como sea, en lo que a mí respecta, para mis 22 años llevo en realidad 4 años de vida.

Soy Quinn, por cierto, Quinn Fabray. Hermana menor de una sola hermana, e hija sobreprotegida de padres que se separaron cuando tenía 17. Mi vida solía ser bastante monótona, sin grandes riesgos ni consecuentes grandes emociones, incluso cuando mi padre se fue de casa; pudo haber sido un gran acontecimiento pero no lo fue, al menos no para mí, no era algo que no hubiese esperado desde hacía tiempo de todos modos. Yo era optimista, creí que era lo mejor, y que todos tendríamos un nuevo comienzo a partir de eso; en esa fantasía viví durante mi último año de escuela, solo mamá y yo, porque mi hermana Frannie estaba en la universidad desde hacían ya varios años… de ser la niña perfecta ella pasó a ser el dolor de cabeza de mis padres después de haber cambiado de carrera 3 veces hasta la fecha y nunca terminar nada, ni hacer el intento por buscar un trabajo, mientras exprimía sin piedad tanto su mesada como las tarjetas de crédito que papá le había dado para emergencias, lo único que rogaban todos era que ya se graduara, pero no querían estresarla para que no se le fuera a ocurrir cambiar de vocación de nuevo así que nadie la presionaba. En fin, ella dejó la casa cuando yo tenía 9 años, así que no teníamos una relación muy estrecha, al menos por mi parte, por la suya, ella irracionalmente parecía adorarme. Siempre sospeché que fingía; mientras tanto yo vivía la mayor parte de cada año –exceptuando las fiestas –en la ilusión de ser hija única; por otra parte tenía a mi fiel grupo de amigos, buenas calificaciones, un lugar en el cuadro de honor y un futuro prometedor, aunque ninguna actividad extracurricular… sí, lo sé, es frustrante no salir de lo netamente académico, pero mi mamá insistía en que cualquier cosa que me distrajera de los estudios me haría caer en la mediocridad y llegué a creérmelo. Era buena en los deportes, aún lo soy, mucho más resistente y ágil que la mayoría de las personas que conozco, y siempre quise ser tenista profesional pero con el paso de los años me resigné a pensar que mi tiempo se había ido, porque debí haber practicado 8 horas diarias desde la infancia, cosa que claramente no hice, y siendo una adolescente cuyo potencial intelectual era prácticamente empujado hacia una carrera universitaria la lógica me decía que las canchas perfectamente delineadas, el satisfactorio sudor nacido del esfuerzo y el delicioso sonido de un golpe acertado con la raqueta iban a quedar cercados por el nivel aficionado. Además de eso y otras cuantas aficiones reprimidas, mi vida estaba bien, lo estaba haciendo bien...

Elegir carrera fue una cuestión de revelación, porque desde que tengo memoria, mi imaginación me llevó a querer convertirme desde veterinaria hasta agente de la CIA, pero una vez que empecé a crecer, lo que realmente llamaba mi atención eran los libros, podía leer todo el día, todos los días y jamás aburrirme, además adoraba las clases de literatura y disfrutaba cada momento desentrañando vocablos en clases de filosofía. Amaba a mi maestra de filosofía y su estilo de vida bohemio y sin ataduras, y desde segundo año mi mejor amigo, Adam, había estado incursionando en el Reiki y las terapias alternativas, llevándome con él varias veces, y contagiándome el interés por el bienestar del alma. Una tarde simplemente estaba pensando en la nada con mi cabeza apoyada en la ventana del autobús que me llevaba a casa, y de repente se me ocurrió que si pudiera combinar todos esos elementos en uno, sin tener que convertirme en maestra –porque nunca tuve paciencia para enseñar –tendría una vida adulta plena y feliz, y entonces la palabra apareció por sí sola en mi cabeza: Psicología. Tuve que sopesar los pro y los contra, porque era una carrera universitaria, así que estaba bien, pero se alejaba del sueño de mi madre de que me convirtiera en una Ingeniera de renombre –lo que ella seguramente hubiese sido si se hubiera rebelado a la concepción de mundo machista de mi abuelo, pero no fue el caso. –También me alejaba de la posibilidad de revivir la fábrica vitivinícola que había hecho famoso al apellido de mi familia materna en el pasado. Sin embargo, por primera vez estaba sintiendo que el futuro podría pertenecerme de alguna forma, y cuando el anhelo de libertad se filtró por mis venas, simplemente supe que era lo que tenía que hacer.

Y en cuanto a "romance", solo había salido con un chico en mi vida, el dueño de mi primer beso, Finn, a quien conocí precisamente en mi último año; él pertenecía a una escuela vecina y nos conocimos por pura casualidad, y después de ser amigos un tiempo probamos el ser pareja durante poco más de un mes; era un buen chico, atento, respetuoso, y me quería. Pero no funcionó… es que yo… creía que me gustaba, de verdad, pero después de su encantadora –y no quiero decir predecible pero sí –declaración y nuestro primer beso, la sorpresa para mí fue que no sentí nada. Quiero decir, nervios: sí, la emoción de una primera vez: definitivamente sí, pero las mentadas mariposas de las que todo el mundo habla brillaron por su ausencia desde ese momento hasta el día en que terminé con él. Lamenté la ruptura porque lo extrañaba como amigo, pero nunca más lo volví a ver… principalmente porque él no se esperaba que nuestra relación terminara, y su cara de confusión y dolor cuando se lo dije me hizo sentir terrible, así que pedirle que retomáramos nuestra amistad en ese momento me pareció cínico y no lo hice. No quise lastimarlo, pero no podía continuar mintiéndome a mí misma. Gracias a Finn aprendí que tu primera relación no necesariamente es tu primer amor, y con eso la fantasía infantil inducida por los cuentos de Disney se fragmentó.

Meses después, a puertas de graduarme tuve una aventura de momento –literalmente un momento –con el chico malo de la escuela, Puck. Hubieron muchos motivos por los cuales eso fue una mala idea, pero por entonces yo era una adolescente hormonada y por alguna razón el concepto de Badass me atraía. Y es verdad que intento ser una buena chica cristiana pero nunca he dicho que sea una santa. Además, yo sabía que le gustaba, estuvo tras de mí mucho tiempo, y lo quisiera o no, alguno que otro pensamiento de ¿Qué pasaría si...? se filtraba de vez en cuando en mi cabeza. Una semana antes de que Finn se me declarara Puck me acorraló por primera vez y sus intenciones de tener sexo conmigo fueron claras desde entonces, pero la jugada no le funcionó porque a) En ese tiempo yo era virgen en todos los sentidos posibles y no tenía el más mínimo interés de entregarme a alguien que no me valorara y b) Creía que estaba enamorada de Finn y aunque formalmente no tuviésemos nada quería serle fiel. Pero en la fiesta de fin de curso unas cuantas cosas habían cambiado, seguía siendo virgen pero al menos ya había besado a un chico, y ya no veía la vida de un modo tan cursi. Además, coincidió con que en esa fiesta de despedida que organizó mi clase probé el alcohol por primera vez, y Puck, por supuesto, se aprovechó de eso. Yo había estado con mis amigas toda la noche, y todo estaba bien, controlado, pero entonces el idiota comenzó a molestarme desde el otro lado de la habitación, nos conocíamos desde niños y él sabía perfectamente que irritarme era sencillo, me hacía gestos insultantes y se burlaba de que mi trago era demasiado suave, y aún no sé cómo, pero lo siguiente que supe fue que había llegado a su lado y aceptado el desafío de beber su propio trago al completo y de una sola vez solo para demostrar que era capaz de hacerlo; luego todo fue confuso, de pronto me sentí cansada y somnolienta y tuve que apoyarme en su hombro para no caer al piso; fue solo cuestión de tiempo antes de que él cambiara nuestras posiciones y me robara un beso que para mi desconcierto correspondí, no había sentimientos de por medio, pero sus labios tibios eran agradables detrás de todo ese hormigueo provocado por el vodka, era como restregar tu rostro contra una almohadilla. Mi siguiente recuerdo entrecortado es su voz murmurando ávidamente en mi oído su deseo de llevarme al asiento trasero de su auto; y casi lo consiguió, mi mente estaba tan nublada que solo era capaz de dejarme llevar, pero a medio camino nos abordaron mis amigas para avisarme que el padre de una de ellas había llegado a recogernos, así que con ese nuevo estímulo asimilado por mis sentidos y una sonrisa sin remordimiento ni pesar por tener que irme acabé con las esperanzas de Noah Puckerman. En retrospectiva agradezco que las cosas no hubiesen llegado más lejos con él; el chico era un auténtico patán que utilizaba a cada chica que se le cruzara por el camino para después tirarla como si se tratara de un juguete viejo, además, tenía novia –de cuya existencia no me enteré hasta el día siguiente cuando ella me agregó incómodamente a Facebook –y técnicamente yo me convertí en la octava chica con quien la engañó. Pero más allá de sentir mi cuota de culpa por respeto a esa chica, no me arrepiento de lo que pasó, porque a fin de cuentas Puck también me enseñó algo: No pecar de ingenua.

Yo podía con lecciones de vida de ese estilo. No voy a decir que le veo el lado positivo y la enseñanza a todo lo que me pasa mientras me está ocurriendo, no soy el Dalái Lama. Tampoco podría decir que mi vida había sido perfecta o que sorteé todos los obstáculos sin problemas, pero en comparación con todo lo que ocurre en el mundo a diario, tenía que reconocer que dentro de todo había sido afortunada.

Pero entonces sucedió.

Contrario a todo lo que se hubiera esperado de mí, decidí tomar un año sabático antes de entrar a la universidad. Llegado el momento todo fue exactamente como tenía que ser, las cartas de admisión estaban esparcidas sobre la mesa y mi familia estaba orgullosa de mí a la espera de que tomara una decisión, pero yo no estaba emocionada por ese nuevo mundo con el que mis amigos y yo nos pasamos años fantaseando, en cambio me sentía agobiada, lo único que quería era meterme en una burbuja que congelara el tiempo y así poder seguir leyendo mis libros y jugar tenis y recorrer lugares. El futuro se había presentado, golpeándome en la cara y no estaba lista. Así que salí de casa en silencio e hice lo que siempre hacía para despejarme, correr; corrí hasta quedar sin aliento, hasta que mis piernas dejaron de responderme, y solo entonces me percaté de que mi madre estaba observándome seriamente desde la puerta. Con esfuerzo volví sobre mis pasos y al detenerme frente a ella, la verdad brotó automáticamente de mis labios antes de que pudiera detenerla: "Aún no estoy lista…" admití con vergüenza, y su respuesta antes de acunarme en su abrazo fue un sencillo, y tan perturbador como sedante: "Quédate".

Y claro que me quedé, pero ese año sabático no fue en absoluto lo que yo hubiese querido; el que se suponía sería un tiempo neutro destinado a la meditación y la autorrealización no alcanzó a durar un suspiro, porque había un secreto tras ese "Quédate", un secreto que no tardaría en descubrir… un secreto que cambió mi vida, me abrió los ojos, y me arrojó al mundo real y a su abrazo lleno de espinas.

Así fue que mi vida realmente comenzó.