Capítulo 1: "Te sentenciamos a ser nuestro esclavo personal".

"La vida en las calles es dura. No confíes en nadie que no sea yo, no le creas a nadie y no sigas a nadie".

Esa era una de las tantas leyes que el pequeño Sora, de diez años, tenía que seguir para sobrevivir con su hermano mayor, Vanitas, de veinte años. Ambos habían perdido a su padre cuando Sora apenas cumplía los cinco años, y la madre de ambos murió cuando el menor nació. La única familia que tenían era dos tíos en el campo. Pero nunca se habían llevado bien con ellos, porque culpaban a su cuñado, el padre de Vanitas, de haber embarazado a la madre de ambos por segunda vez y haberle causado la muerte. Y por ende, Sora no era bienvenido ahí.

De ninguna forma Vanitas iba a dejar a su hermano.

Así, con el poco dinero que tenía, salió de su casa. Al poner un pie afuera, parecía que había pasado de tener quince años a tener diez años más. Se hizo cargo de su hermanito, le pagaba la educación, el alimento y la ropa. A precio de no haber terminado él sus estudios.

Conseguía el dinero gracias a pequeños trabajos, y a veces lo conseguía robando el dinero. No era algo honesto, y seguramente sus padres no estarían orgullosos de eso, pero era lo único que podía hacer para proteger a su hermano y mantenerlo sano. Al menos hasta que pudiera terminar la secundaria. Ahí Sora empezaría a trabajar seriamente para seguir la carrera de dibujante que tanto quería hacer.

Y de esa forma vivieron durante estos cinco años. Vivían bajo un puente, en una casa hecha con chapas y madera. Van se las ingeniaba para hacer que estuviera fresca en verano y cálida en invierno. No debían preocuparse mucho por seguridad, la zona donde estaban era tranquila y Vanitas se había forjado una reputación entre algunas bandas, lo que hacía que todo fuera más llevadero. Además, como a Sora le encantaban los animales, tres perros callejeros acostumbraban a dormir en la entrada de la pequeña casa y hacían de guardianes.

Todas las mañanas, Vanitas se levantaba primero a las seis de la mañana. Sin desayunar, dejaba a un dormido Sora al cuidado de los fieles caninos y caminaba cuatro calles para comprar algo para que Sora desayunara. La señora de la tienda era una mujer muy amorosa y amable, y siempre calentaba una taza de leche con chocolate para que Vanitas se la llevara a Sora, y si podía a veces le daba algunas masitas dulces o una fruta. Y si Van se comprometía a ayudarla en la tienda, Sora podría darse una ducha de agua caliente con Vanitas.

Después, cuando Sora terminaba de desayunar, ambos se bañaban para estar en la escuela a las ocho en punto. Vanitas dejaba al pequeño castaño en la escuela, se daba media vuelta y se iba. En ayunas, empezaba a trabajar en cualquier cosa que pudiera, por pequeña que fuera. Si lograba conseguir buen dinero, comía algo liviano y rápido, como sopas instantáneas o algún sándwich que compraba en la calle, antes de seguir con sus trabajos.

La situación parecía muy fácil, pero para desgracia de ambos a Vanitas le era cada vez más difícil conseguir trabajos, y se orillaba más a robar. Era difícil, más difícil de lo que parecía, y agradecía tener ahorrado un buen dinero para poder vivir tranquilos por un pequeño período de tiempo. Pero no iba a durar mucho, y aunque no le gustaba nada lo que hacía, tenía que hacerlo por el bien de su hermano menor. Y hubo un momento en el que Sora también debía ayudar en algunos robos. Eran los menos peligrosos, y los más sencillos. Robos que cualquier principiante lograría. Van no dejaría que su hermano se metiera en un robo complicado y terminara con antecedentes.

Y un día, uno de sus compañeros en robos se le acercó con una oferta muy difícil de rechazar. Un robo bien programado a la familia Delorne. Eran unos empresarios muy famosos, dueños de la compañía Kingdom Hearts. La misma se encargaba de producir muñecos, juegos de video, películas, dibujos animados y hasta un parque temático. Sora era un gran fan de esa marca, y de los pocos muñecos que tenía, el que más atesoraba era el muñeco de un Moguri con el pompón naranja en lugar de rojo de nombre Mene.

El amigo de Van había conseguido los planos de la mansión y sabían dónde estaba la caja fuerte llena de dinero, abarrotada hasta el techo de giles. Lo único que había entre esa caja fuerte y ellos, era el enorme predio y la gigantesca mansión llena de guardias de seguridad, las cámaras y los perros. Vanitas evaluó sus posibilidades. Si lo lograban, sería el robo del siglo y tendría suficiente dinero como para sobrevivir un año o dos. Pero por otro lado, si algo malo pasaba, entonces iría a la cárcel y su hermano se quedaría sólo. Esto era arriesgado, pero a la vez demasiado tentador.

Después de darle mil y un vueltas al asunto, y de evaluar todos los pros y los contras, aceptó.

No era necesario decir que cuando Sora se enteró de lo que haría su hermano, intentó detenerlo. Para tener diez años, el niño sabía usar bien su fuerza para evitar que saliera de la casa. Pero lo último que le dijo fue que se quedara en la casa y que no lo siguiera. Antes de alejarse, se debatió si darle un abrazo o irse. Quizás ésta sería la última vez que veía a su hermano, pero algo no quiso recurrir al abrazo porque, definitivamente, no se sentiría bien porque sonaría a despedida.

...

Durante unas horas todo parecía marchar bien.

El robo estaba saliendo tal cual se había planeado, nada podía salir mal. Solo faltaba volver a meterse por el túnel que durante semanas estuvieron cavando los amigos de Vanitas. Sí, todo estaba muy bien. Quizás demasiado bien. Pero antes de que pudieran pensar en qué podría salir mal, la puerta de la caja fuerte se abrió. Una docena de guardias de seguridad, armados y con expresiones altaneras en sus caras los esperaban al otro lado de la puerta.

- Miren nada más. -dijo uno de ellos.- Un par de ratas que quieren llevarse el dinero que no les pertenece. -se escucharon risas.- Ustedes son... cinco en total. Bien, hagamos esto. Entréguense por las buenas y nadie saldrá herido. Nos aseguraremos de que su sentencia sea lo menos problemática y corta posible.

Rendirse era un buen plan. Lamentablemente, para Van, no era así. Agarró un gran manojo de billetes y lo lanzó frente a los guardias. Sin perder más tiempo, sus compañeros lanzaron un par de bolsos con dinero a la seguridad y salieron con lo que pudieron llevarse. Su error fue, sin embargo, salir por la puerta y no por el túnel, salvo por Vanitas. El sonido de las alarmas se escuchaba hasta en el túnel, el cual pareció volverse más estrecho de lo que era antes. Supuso que ir cargando dos bolsos con dinero era más difícil de lo que creía.

El túnel era lo suficientemente grande como para que una persona pudiera pasar medio agachada, y eso significaba que pronto los perros entrarían, lo atraparían y lo matarían a mordiscos. Una pequeña parte de él estaba arrepintiéndose de haber entrado a robar, pero otra estaba feliz del peso extra que los billetes le daban. Oh, era algo tan delicioso pero a la vez tan perjudicial... Salir del túnel le estaba costado horrores. Impulsar los bolsos era fácil, pero impulsarse él era otra cosa. Sus manos terminaron llenas de tierra, una roca lastimó uno de sus dedos. Iba a ponerse a cavar cuando los ladridos en la distancia lo pusieron en alerta. ¿Qué haría ahora?

- ¿Van?

Esa voz...

- Van, ¿estás ahí?

- ¿Sora? ¿¡Qué demonios haces aquí!?

Las pequeñas manos del castaño se metieron en el túnel, y con un esfuerzo bastante grande para su edad, logró ayudar a su hermano, impulsándolo lo suficiente como para que sus piernas y su otro brazo lo sacaran del túnel en pocos intentos. Cuando vio a su hermano ahí le jaló la mejilla izquierda, algo que siempre hacía cuando estaba enojado o Sora había desobedecido. Sin embargo, la alegría del momento era muy grande. Habían robado el dinero, había salido del túnel, ahora solo necesitaría huir...

Pero no.

Dos guardias se aparecieron delante de ellos, apuntándoles cada uno con un arma. Inmediatamente, Van se puso de pie delante de su hermano en un intento por protegerlo. Entre ellos rieron al ver que los tenían atrapados y uno llamó por su walkie-talkie a los demás. Al cabo de unos minutos, un grupo de guardias llegó, empujando a los otros cuatro amigos de Vanitas. Pero no venían solos. Tras los guardias, dos matas de cabello rubio aparecieron. Esto no podía ser.

- Mira nada más, Ventus.

- Sí, lo veo. Un grupo de idiotas que intentaron robarnos, Roxas.

- ¿Puedes creerlo? ¿Alguien que quiere robarnos, justamente a nosotros?

- ¡Pobres idiotas! Aunque admito que tienen valor...

Ambos muchachos, Roxas y Ventus, eran los hijos mayores del dueño de la empresa. Tenían solamente 20 años y eran gemelos. El rubio ojiazul de nombre Ventus se acercó a Vanitas, sonriendo con arrogancia. Lo examinó con la mirada durante breves minutos, hasta que su atención se vio puesta en los sollozos emitidos por el castaño menor. Al verlo, Vanitas enseguida lo hizo ocultarse más tras su espalda, pero era tarde, ya lo habían visto y eso le daría problemas al menor de edad.

- Mira qué bonito niño tienen ahí atrás. ¿Es acaso un señuelo? Espera, ya sé, es el niño que lleva los bolsos, ¿no? Supongo que es una buena estrategia. Le dejan los bolsos a un niño, que es pequeño y rápido. Pobre mocoso.

- No le digas mocoso a mi hermano, basura.

Se hizo un silencio.

- ¿Cómo me llamaste, ladrón? -preguntó lentamente el rubio, casi escupiendo veneno en cada sílaba.

- Te dije, basura. ¿Acaso además de arrogante y basura, eres sordo? -la sonrisa socarrona de Vanitas que se dibujó en sus labios fue lo que más le pegó en el orgullo.

A esa sonrisa le siguió una patada en el estómago, que obligó a Vanitas a ponerse de rodillas del dolor. Cualquiera en su lugar se hubiera quedado quieto, con todos los guardias ahí delante, pero Vanitas, demasiado orgulloso como para dejarse hacer, se levantó y le propinó un buen puñetazo en la cara que le partió el labio. Todo se hizo silencio. El rubio observó la sangre que salía de su labio inferior y chasqueó los dedos. Al instante dos guardias sujetaron firmemente al moreno y ambos rubios empezaron a darle una golpiza.

Pero Van no iba a darles el gusto de verlo derrotado, y por eso se forzó a no borrar la sonrisa de oreja a oreja en su cara. Eso solo los hizo enfurecerse más. Hasta que tuvieron una idea. Roxas extendió una mano tras los guardias y tironeó el cabello de Sora hasta ponerlo delante de Vanitas. La sonrisa de sus labios se borró, haciendo que los labios de ambos rubios se curvaran en sonrisas maliciosas.

- Di que lo sientes. -ordenó Ventus. Vanitas no dijo nada.- ¡Di que lo sientes! -y seguido de éste grito, Ventus abofeteó al castaño en su mejilla derecha. El moreno apretó los labios.- Dilo, o la próxima será peor.

Vanitas apreciaba mucho su orgullo. Era la única cosa que nadie podía arrebatarle, y por eso se aferraba a él con uñas y dientes. Pero comparado con su hermano, ahora en riesgo de sufrir una golpiza, debía pensárselo bien. Era su hermano, y no podía arriesgarlo. No más de lo que ya lo había arriesgado al no haberle gritado que corriera antes. Le costó tragarse su orgullo, pero con todo eso, abrió la boca para tomar aire y...

- Lo siento.

Funcionó. Soltaron al menor, pero volvieron a darle una paliza al moreno.

...

El juicio al día siguiente tuvo a Vanitas más nervioso que nunca. No es que le interesara demasiado su sentencia. Solo quería saber qué destino le deparaba a su hermano. Con un carajo, ¿por qué tuvo que involucrarlo en esto? Maldecía haber aceptado esa oferta, no podía creer lo idiota que había sido. Si tan solo se hubiera callado, si tan solo se hubiera dedicado a robos menores y trabajo, entonces todo habría resultado diferente. El juez de menores, junto al juez penal, estaba dictando la "sentencia" que el pequeño de diez años debería cumplir, pero...

- Su Señoría... -la voz de Ventus cortó el discurso del juez, y éste lo miró.- Si me permite, quiero decir unas palabras. -se aclaró la garganta, volteando hacia el jurado.- Sé que ya han encontrado a éste malviviente culpable, pero creo que debemos ser más considerados. Éste chico robó para mantener a su hermano, que está ahí sentado ahora. -señaló hacia el estrado donde Sora se encontraba.- Así que, propongo algo.

Los miembros del jurado se miraron entre ellos, atentos.

- El principal problema es que a veces ésta clase de delincuentes recurren al robo por no encontrar trabajo, así que le daré trabajo en mi mansión, como uno más de mis sirvientes. -hubo un murmullo, pero el rubio continuó.- En cuanto a su hermano, lo educaremos para que tenga más posibilidades de avanzar y no caiga en el mismo error que su hermano. Si esto funciona, entonces habremos encontrado una forma de reducir la delincuencia, dándole trabajo y educación a la gente.

El jurado se puso de pie y se retiró, dispuestos a hablar de ésta propuesta. Vanitas tenía un mal presentimiento. Sabía que éste tipo era más cruel de lo que hacía ver su carita de niño bueno que no rompe un plato. Seguramente, detrás de esa idea tan altruista y tan sorpresiva había algo raro. Lo sabía. Pero no podía asegurarlo hasta que no hubiera una prueba. Finalmente, luego de quince largos minutos que para Vanitas fueron eternos, los miembros del jurado salieron de la habitación y el cabecilla se quedó de pie.

- La propuesta hecha por el señor Delorne es muy tentadora. El que quiera reinsertar en la sociedad a un delincuente que le robó y darle educación al hermano menor es algo muy noble. Por lo tanto, nosotros creemos que su condena debe ser cumplida trabajando obligatoriamente en la mansión.

- De acuerdo, entonces. -el juez penal cuchicheó un poco con el juez de menores, pero volvió al público.- El acusado ha sido encontrado culpable, sin embargo se tomará en cuenta la idea del señor Delorne para reinsertar al acusado nuevamente en la vida a base de trabajo en su casa.

- En cuanto al menor, -continuó el juez de menores.- está claro que él también es una víctima de la situación, y por eso los Delorne le proporcionarán un techo, comida y educación adecuada para que no caiga en el círculo vicioso de la delincuencia.

En cuanto el juez declaró que era caso cerrado y golpeó el martillo, hubo un súbito movimiento de sillas. Los guardias de Ventus se apresuraron a ir con Vanitas y le sacaron las esposas, pero en ningún momento bajaron la guardia. Sora corrió a brazos de su hermano y el mayor lo levantó, abrazándolo con fuerza. No se separaron en todo el viaje de regreso en la limosina. Y la sonrisita satisfecha de los gemelos Delorne no le estaba gustando para nada. ¿Qué clase de estrategia maligna habían planeado?

Por primera vez, en muchos años, Vanitas recordó lo que era sentir miedo de que algo le pasara a él, o, aún peor, a su hermanito. El niño lloraba silenciosamente en el hombro del mayor, temblando ligeramente. Vanitas solo podía consolarlo con caricias en la espalda y tarareando en voz baja canciones de cuna a su oído. Cuando entraron al predio de la enorme casa, un escalofrío le recorrió la espalda.

Definitivamente, algo iba a salir muy mal.

- Bien, entonces... -Roxas se acomodó en el enorme sillón individual de la sala.- ¿Te explicamos por qué estás aquí?

- Ya me hice a una idea. -respondió desafiante el pelinegro, clavando sus ojos color ámbar en los azules del gemelo que le hablaba.- Sé que algo se traen entre manos ustedes dos, de otra forma no hubieran intervenido de la forma en que lo hicieron.

- Bueno, así es. -Roxas siguió en su posición, relajado.- No te preocupes, tu hermanito va a recibir la educación que debemos darle y todo eso. Ahora, el asunto es contigo.

- Nos heriste mucho el orgullo. -añadió Ventus.- Y eso es algo que no perdonamos fácil.

- La verdad que no haríamos nada, pero ya sabes, son las cosas de la vida. Y queremos agradecértelo lastimándote de la misma forma.

Ambos sonrieron con malicia.

- Te sentenciamos a que seas nuestro esclavo personal.