Hola, soy nueva en este fandom pero weno, como sea, este fic nació después de terminar la segunda temporada de hetalia, si alguien conoce este anime sabrá de qué habla el fic desde un principio, sino, tendrá que esperarse al segundo o verse hetalia XD. espero que lo disfruten tanto como yo escribiendo, sin más, al fic.
Capítulo 1 La fuerza de sus palabras
Sus facciones cambiaban radicalmente conforme pasaban los segundos, las lágrimas lograron invadir en cuestión de cortos instantes sus orbes avellana empañadas por la furia y el dolor. Todo estaba perdido, la aldea estaba reducida a nada, las chozas y corrales estaban intactos, al menos quedaba el recuerdo de que hubo alguna vez una aldea en ese lugar. Sus habitantes estaban esparcidos por todo el suelo con expresiones de horror en sus rostros; nadie se salvó. Daba gracias a que al menos tres perros y un niño hubieran quedado junto con la aldea intacta, de lo contrario hubiera desaparecido y no hubiese podido cumplir con la venganza hacia su pueblo.
—Kikyo…—susurró llevándose las manos al rostro, manchándolo de tierra y sangre de él mismo tras cavar por muchas horas enterrando los cuerpos de los fallecidos—acabaré contigo…—juró por todo su pueblo caído, por todos y cada uno de sus habitantes.
El aire alborotó sus cortos cabellos negros limpiando un poco de la tierra que machaba su piel tostada por el sol tras varias horas de trabajar la tierra a diario. La responsabilidad de una pequeña aldea como él era siempre ver por sus habitantes, y si podía ayudarlos mejor, siempre con ellos y por ellos. Por eso maldecía una y mil veces el momento en que aceptó esa reunión con la aldea de más al sur para unos tratados de comercio entre sus habitantes, de haber estado en ese momento seguro que pudo haber hecho algo para evitar esa matanza indiscriminada hacia sus habitantes. Rumores de todas partes le habían llegado de una sacerdotisa que había regresado de la muerte y robaba almas a las personas para poder mantenerse en este mundo, la mujer respondía al nombre de Kikyo, la antigua sacerdotisa que custodiaba la perla de Shikon; nunca lo creyó y ahora se arrepentía con todas sus fuerzas.
Maldijo unas cuantas horas más mientras se encargaba de mantener con vida al chiquillo superviviente a la masacre de almas, porque sí, la sacerdotisa solo les había quitado el alma, Shion no tenía la más mínima idea de cómo lo hizo y tampoco es que le importara mucho, solo quería saber cómo salvar al niño.
Las horas pasaban y el niño al menos había recuperado su color natural pero no así la conciencia, era casi seguro de que no la volviera a tener nunca más y no sabía cómo despertar al infante de su letargo. En eso estaba cuando sintió que alguien llegó a sus tierras, las variadas pisadas desesperadas delataban la presencia de forasteros y la verdad en ese momento no estaba de humor para lidiar con ellos, pero tampoco podía darse el lujo de ignorarlos sabiendo que si bien no representaban una amenaza para él, al menos la representaban para el pequeño niño.
Con paso cansino se levantó de su posición tomando la espada que había dejado recargada en la puerta y encaminándose a la salida, por el rumbo donde sentía las pisadas cada vez más cerca.
— ¡Kikyo! ¡Kikyo!—el rumor de un clamor a lo lejos le indicó que sus indeseadas visitas estaban más cerca de lo que esperaba, se acercaban a una velocidad sorprendente suponiendo que podría tratarse de algún youkai, esa idea no le agradaba en lo más mínimo.
— ¡Inuyasha, esperanos!—una segunda voz se dejó oír reconociéndola como de una mujer.
Pronto un manchón rojo se dejó ver de entre los árboles saltando frente a él dejándolo desorientado al no intentar atacarlo, pero recobrando la conciencia al momento al darse cuenta de que el intruso se dirigía a lo que quedaba de la aldea.
— ¡Detente!—ordenó con voz potente intentando darle alcance al individuo, lanzando en vano su espada para, tan siquiera, frenarlo con el desconcierto.
— ¡Abajo!—no supo exactamente de dónde vino eso pero lo agradeció profundamente al ver que el machón rojo caía pesadamente al suelo sin ninguna clase de contemplación.
— ¡Inuyasha, te he dicho que nos esperaras!—de la nada salió una joven con ropa demasiado reveladora y extraña apuntando con un dedo acuso al tipo de cabellera extrañamente platinada que se encontraba tendido en el suelo sin fecha para levantarse.
—Señorita Kagome, creo yo que está siendo demasiado dura con Inuyasha, al menos debe dejarlo levantarse—nuevamente sin aviso apareció otro personaje comenzando a plantearse la idea de que quizás sus sentidos de la percepción estaban comenzando a fallar debido a los años, no los sintió llegar en ningún momento.
—Claro que no monje Miroku, usted sabe tan bien como yo que Inuyasha se merece eso y más—opinó una joven llegando montada sobre una ¿gata gigante? Ahora todo tenía sentido, no pudo percibirlos debido a que venían volando, no caminando, bastante lógico y creíble.
Carraspeo fuerte para que los demás lo notaran, así fue.
—Creo que deberían presentarse y justificar su presencia en este lugar—demando tratando de parecer convincente y seguro; ni él mismo se creía esa actitud.
— ¿Has visto a una sacerdotisa cerca de aquí?—saltó el chico que antes le pareció un manchón rojo ignorando el comentario anterior. Su mirada avellana inmediatamente se oscureció.
—Desgraciadamente sí, ¿tienen algún asunto con esa mujer?—preguntó tosco como sabía olvidándose que estaba solo en ese momento contra todos ellos que, si bien no parecían personas malas exceptuando al tipo de rojo, tampoco le inspiraban la confianza como para hablar más relajado.
— ¿A dónde se fue? ¿Viste si estaba bien? ¡Dímelo!—Inuyasha comenzó a ponerse histérico ante el silencio sepulcral de sus acompañantes.
—Supongo que las señoritas deben de tener hambre y estarán cansadas, ¿no prefieren descansar y comer un poco antes de seguir su camino?—propuso ignorando olímpicamente a Inuyasha que seguía perdiendo los estribos.
Las expresiones de desconcierto por parte de las aludidas pronto cambiaron a unas de felicidad al saber que no tendrían que conseguir comida y refugio con las sucias artimañas de Miroku, olvidando momentáneamente la razón de sus presencias en aquel lugar.
La verdadera intención de Shion era llevarlos a la aldea y que viera ese chico de rojo lo que la mujer que con tanto ahínco buscaba había causado, sabía que estaba arriesgando demasiado y en especial al pequeño niño, pero tenía la ligera esperanza que el hombre que parecía ser monje lo ayudara, riesgos y decisiones que debía tomar.
Aceptaron recelosos la invitación y lo siguieron hasta la aldea, está de más decir que la expresión de horror fue la primera expresión que vio en sus rostros en cuanto llegaron al lugar.
— ¿Q-Qué ha pasado aquí?—Kagome ya sabía la respuesta pero temía que fuera dicha frente a Inuyasha, o peor aún, que fuera cierta y las consecuencias que ello traería.
—La mujer que buscas…—comenzó dirigiéndose a Inuyasha—es un ser que ya no pertenece al mundo de los vivos…y ahora tampoco al de los muertos… Ha arrebatado vidas inocentes y las tendrá que pagar con su propio sufrimiento—era increíble la frialdad con que el otro frente a ellos pronunciaba las palabras, como si fuera hablando del clima en ese momento.
— ¡¿Cómo te atreves a hablar así de ella?!—exigió saber Inuyasha tomando al pelinegro por las bordes de su haori marrón, levantándolo varios centímetros del suelo hasta quedar encarados y que sus rostros irradiasen ira por doquier.
— ¡¿Cómo se atrevió entonces ella a matar a todo mi pueblo?!—devolvió con la misma fuerza y determinación que demostraba Inuyasha.
Kagome maquinaba una posible solución al momento, un "abajo" sería inútil puesto que tenía a ese chico demasiado cerca y también se vería afectado, le daba algo de miedo pero al fin ella debía interferir.
— ¡Ya basta!—exigió tomando por el brazo a Inuyasha y tirando de él.
— ¡No te metas!—rugió sin darse cuenta empujándola lejos quizás con demasiada más fuerza de la que tenía planeada usar.
Cayó al suelo raspándose las palmas de las manos cuando se detuvo de golpearse más; ahogó un chillido al sentir el escozor de la tierra entrando en su carne viva.
Rápidamente Sango se acercó a ayudarla a levantarse mientras Inuyasha soltaba a Shion tratando de soltarlo en el suelo, lo cual para su desgracia no ocurrió.
-Kagom ...
— ¡No te acerques!—lo detuvo a medio paso de ella. Inuyasha la miró confundido por eso—ya no soporto más está situación…Kikyo ha hecho mucho daño y tú lo único que haces es defenderla sin darte cuenta de que la víctima en todo esto no es ella sino todas las vidas inocentes que ha arrebatado en todo este tiempo…
Reprimió orgullosamente las lágrimas que querían salir, si había algo que odiara completamente de ella era esa capacidad para llorar instantánea que le causaba Inuyasha todo el tiempo.
De un salto el manchón rojo se perdió en el follaje de la arboleada cercana sumiendo a los presentes en un silencio incomodo que nadie quería romper a razón de Kagome.
Con una seña silenciosa Shion les indicó que lo siguieran, algo inseguros fueron tras él.
Les resultaba aún más horroroso ver una aldea totalmente intacta sabiendo que toda su población había perecido, incluso se podía escuchar el cacarear de las gallinas y el ruido de los puercos, los huertos pequeños pero abastecidos; todo era una maldita y más grande tortura que ver todo hecho pedazos y reducido a nada, al menos en esa posición sabrían que pudieron defenderse tan siquiera un poco y no que todo fuera tan lento y doloroso y a la vez inmovilizados para que no se defendieran.
Entraron a la choza más grande que la aldea tenía descubriendo a un niño durmiendo pesadamente a lado del fogón que mantenía el lugar cálido.
—Es muy amable de su parte hospedarnos en su hogar joven…—Miroku dejó la frase volando para ser completada por su interlocutor.
—Está es la aldea Shion, una de las más grandes en esta región…o al menos lo fue—concluyó en voz baja confundiendo a Miroku por su ambigua respuesta.
—En la mesa de allá—señaló un poco adelante—encontrarán algunos remedios, vendas y agua para limpiar eso—señaló esta vez las manos de Kagome. Sango fue por las cosas en completo silencio seguida de Kagome, para sus desgracias los utensilios de curación de Kagome ya se habían acabado tres días atrás.
—Yo soy el monje Miroku, la joven de kimono rosa es Sango la exterminadora y la más peculiar es Kagome, una sacerdotisa—mencionó de la nada Miroku esperando el nombre del contrario—y el pequeño de allá es Shippo junto con Kirara.
—Bien—contestó resignado Shion—mi nombre es Shion—respondió tratando de encontrar la manera de que esas personas lo ayudaran con el pequeño niño.
—Como la aldea—afirmó Miroku asintiendo Shion a eso—me parece curioso que te llames igual que esta famosa aldea—comentó de forma persuasiva mirando escrutadoramente al pelinegro.
— ¿Podrías ayudarme con este niño?—preguntó zanjando la conversación.
Miroku dio un vistazo a donde el niño dormía frente a ellos notando que había casi nula diferencia de edades entre ese niño y con el que estaba hablando.
— ¿Qué le ha sucedido?—no iba a rendirse con el tema anterior, pero por el momento eso era más importante.
—Es el único que sobrevivió al…accidente—dijo no muy convencido de sus últimas palabras.
—Supongo que es como Kagome…—murmuró Miroku pasando su mano por la cabeza del infante y dándose cuenta de que solo tenía su alma fragmentada por Kikyo.
— ¿Podrán hacer algo?—preguntó al ver que el monje comenzaba a sacar pergaminos de entre sus ropas.
—No mucho, solo despertarlo para que coma y beba, su alma ha sido fragmentada y si despierta lo hará muy débil y así se mantendrá hasta que recupere del todo su alma—explicó sopesando la idea de que el otro chico no le entendiera, pero para su enorme sorpresa si lo hizo.
—Entonces solo debe descansar hasta ese momento—afirmó— ¿cómo recupero el restante de su alma?—preguntó directo.
—Las almas de todos aquellos serán liberadas cuando el contenedor que las mantiene sea roto, en pocas palabras…
—Cuando el cuerpo de barro de esa sacerdotisa sea destruido—concluyó soltando un gran suspiro. Kagome se acercó a ellos junto con Sango, Shippo hace ya un rato que se había dormido.
—Pero esa sería una acción demasiado extremista, cabe la posibilidad de que si ella lo desea puede devolver lo que ha quitado—opinó sin querer poniéndose a la defensa de Kikyo.
—Al parecer te agrada esa mujer—escupió Shion—y al otro extraño también.
La expresión, que trataba de ser reconfortante, de Kagome decayó notoriamente ante la mención de eso. Ella estaba cien por ciento consciente de que Inuyasha seguía amando a Kikyo aunque hayan pasado ya tantos años y los problemas que enfrentaron y seguían haciéndolo, pero que se lo recordaran de una manera con tan poco tacto le afectaba más de lo que intentaba ocultar.
—No me agrada…—confesó en voz baja—me ha quitado más de lo que me ha dado, y lo que me ha dado al final termina quitándomelo también—sus ojos volvieron a escocerle pero esta vez sí logró reprimir sus impulso de llorar.
Shion se sintió terriblemente mal al haber hecho ese comentario sin tomar en cuenta las consecuencias, pero no sabía cómo arreglarlo, aunque quizás…sí que lo sabía.
Cuando estuvo seguro de que todos estaban dormidos salió de la choza entrando ligeramente al bosque en busca de una persona en específico.
—Sé que estás ahí, no puedes abandonar a tu mujer a su suerte—le habló a los árboles, al instante una figura roja atravesó su campo de visión por unos segundos.
— ¿Qué quieres?—espetó Inuyasha tenuemente sonrojado por el comentario con tan poco tacto del "menor".
—Si en verdad la aprecias deja de hacerla sufrir, estoy más que seguro de que escuchaste todo lo que se dijo ahí dentro y la fuerza de sus palabras, no puedes pasar por alto de que si no dice nada de…Kikyo, es porque no quiere lastimarte, pero tú en cambio a eso la lastimas sin ninguna clase de miramientos—reprochó Shion meditando sus siguientes palabras y llevar a cabo lo que estuvo sopesando hace apenas unos minutos.
— ¿Y qué va a saber un mocoso como tú?—eran demasiado predecibles las respuestas que el contrario le iba a dar, al contrario de Inuyasha, Shion contaba con más de cuatrocientos años, los suficientes como para darle la sabiduría y paciencia para lidiar con tipos como él.
—Aquí el que no sabe nada eres tú, ya que te empeñas en enfocar tu interés en alguien que ya la perdió por completo solo para evitarte remordimientos en tu consciencia. Pero de lo que no te das cuenta es del daño que causas cuando intentas encubrir tus propios sentimientos ante tu verdadera fijación de interés. El único mocoso en este lugar eres tú.
Inuyasha se quedó sin palabras por el discurso soltado por ese "mocoso", un niño de no más de catorce o quince años (lo que Inuyasha le calculaba de edad) le estaba dando el sermón existencial de su vida que una vez oyó pero no quiso escuchar, pero que en ese mismo instante un maldito niño le había dado sin miramientos de ninguna clase.
—De una vez te digo, medio demonio, que estoy dispuesto a seguir la pista de la sacerdotisa Kikyo solo para que enmiende sus errores, quizás ya no para hacerla pagar como debería por la atrocidad cometida para con mi pueblo, pero al menos la haré que regrese los fragmentos del alma que le ha quitado a Toru, y solo así logrará que yo la perdone por lo que hizo—hizo una pequeña pausa—tú eres el único que puede seguirle el rastro y yo el que puede manejar la situación de Toru, así que me vas a ayudar quieras o no.
Inuyasha estuvo tentado a replicar, pero una mirada a esos ojos avellanas que parecían haber vivido más que el mismo y mostraban una determinación incalculable lo detuvieron en el acto.
—Ellos no deben ir—volvió a hablar Shion ante el silencio de Inuyasha—los expondríamos al peligro al igual que a Toru, debes hacer algo para que se molesten contigo y no tengan intenciones de seguirte.
Aunque las palabras de Shion eran elegantes a los oídos de Inuyasha, no le convencía para nada tener que dejar solas a Sango y Kagome con el salido de Miroku, en especial a esta última.
—Veré…que puedo hacer—sopesó Inuyasha volviendo a desaparecer entre el follaje.
Shion suspiró cansado, recapitulando todo el horror que había tenido que pasar en ese día, definitivamente se sentía peor que en las guerrillas, peor que cualquier herida, porque ahora la herida no era un corte que en unos segundos o minutos, inclusive horas, podía sanar, no, ahora la herida era todo él, una herida abierta propensa a infectarse de lo que sea que su corazón maquine en todo momento contra el ser que provocó esa abominación contra su pueblo.
Entro a la choza no más relajado, pero si más despejado de su mente; alguien lo esperaba.
—Joven Shion, hace tiempo mi abuelo visitó esta aldea y me habló de un peculiar niño con el nombre del lugar, y sabía que todo esto me recordaba a algo y hasta este momento repasándolo he dado con el resultado.
Shion se quedó de piedra nomás poner un pie dentro de la choza, ese tipo había descubierto y dado con algo así, ya sabía que la cara de ese sujeto le era familiar, no todos los días se encontraba con monjes tan peculiares como aquel tipo que vino hacía ya muchos años y que conquisto a la mayoría de las señoritas de su aldea.
—Ahora dime, ¿cómo te mantienes así de joven?—soltó la pregunta Miroku con mirada inquisitiva— ¿eres youkai o brujo?
—Soy la aldea—se limitó a responder Shion con tono orgulloso. La mirada del contrario indicaba que quería más respuestas—yo soy la personificación de todo este terreno, fue así como me di cuenta de que ustedes estaban en mis territorios, así como también siento todo lo que le pase a esta tierra, a su…población—Miroku quedó en blanco tras la confesión, no podía siquiera imaginarse el dolor que el chico pudiera estar pasando tras la pérdida de todo lo que lo conformaba y más aún, de toda su gente, ahora entendía por qué tanto apego con ese chiquillo y la terquedad de mantenerlo con vida, seguramente era lo único que le quedaba en este mundo y el único que podía mantenerlo con vida tras ser su último habitante. No le tomó la importancia que Shion esperaba al tema de que él era todo ese territorio personificado, Miroku ya había visto demasiadas cosas como para que algo así le afectase.
—Supongo que ese niño es todo lo que te queda—dijo quedo observando la reacción del otro.
—Supones bien, es mi último habitante y la última persona por la que puedo luchar y decir que cumplí mi deber como aldea al proteger a los suyos. Quizás fallé protegiendo a todos los demás pero a él no, es mi última esperanza y yo soy su última esperanza, de no ser por él ahora yo no sería más que un cuerpo sin vida que no puede ser destruido.
—Pero al ser tú último y único habitante y tras la desolación casi parcial de tu poblado aún te mantienes en pie, eso es sorprendente—comentó asombrado el monje en un momento.
—No te emociones tanto, que en unas horas me verás postrado en mi futón alucinando o quizás agonizando hasta que mi cuerpo se adapte al nuevo cambio y me mantenga en vida gracias a mi único habitante—respondió con una sonrisa sarcástica antes de que todo se le nublara.
El piso bajo sus pies se movió o eso le pareció ya que de pronto, de no ser por el monje, ya estaría en el suelo buscando consuelo de la tierra, de su tierra.
—Supongo que no eran horas sino segundos…—comentó riendo antes de envolverse en una reconfortante y perturbadora oscuridad.
Los planes con Inuyasha se retrasarían por tiempo indefinido.
revew? me haría muy feliz saber su opinión del fic.
