Esta historia la he ido escribiendo y publicando en AO3 a lo largo del año pasado, pero ya que veo que al fin hay una sección para esta gran película en me he dicho que iba siendo hora de compartirla con el mayor número posible de gente aquí también.
Espero que vosotros también la disfrutéis.
¡Nos vemos!
Estaba borracho. Borracho, agotado y desesperado. De no ser así jamás lo hubiera hecho. Jamás habría regresado a aquella casa del lago. Recordaba a la perfección lo que era vivir entre aquellas paredes. El olor a café recién hecho cada mañana. Los atardeceres desde el porche. La caricia de unos labios amantes. El ruido de unos piececitos descalzos correteando por el piso de arriba.
El cielo parecía compartir su mismo estado de humor. La tormenta que le había acompañado durante todo el trayecto pareció empeorar en cuanto se apeó del vehículo. El agua le empapó por completo en apenas unos segundos, dejándole helado. Tambaleándose llegó a la entrada y llamó con la mano abierta sobre la madera. Ni siquiera se molestó en considerar la hora que era hasta que la puerta se abrió y Louise apareció frente a él, con su cabello despeinado y su cara ojerosa.
—¿Ian? —preguntó confusa, abrochándose la chaqueta de su pijama con más fuerza— ¿Qué haces aquí?
—¿Cómo sabes que es absoluto? —dijo sin perder un instante en saludos o explicaciones.
Louise parpadeó un par de veces, obviamente intentando comprender qué estaba ocurriendo.
—¿Cómo dices? ¿Has venido conduciendo así? Joder, Ian ¿te has vuelto loco? ¿Conducir en mitad de una tormenta y encima borracho?
—El tiempo —volvió a insistir, esta vez con más rudeza—. ¿Cómo sabes que es definitivo?
Ella le miró de arriba abajo y negó con la cabeza, contrariada.
—¿A qué viene esto ahora? ¿no podías preguntármelo por teléfono sin tener que jugarte la vida de forma tan estúpida?
Ian golpeó el marco de la puerta con todas sus fuerzas, incapaz de contener su frustración.
—¡Maldita sea, Louise, respóndeme!
—¡Porque lo sé! —replicó ella con igual brusquedad, bajando el tono a continuación antes de seguir—. Simplemente lo sé.
—¡Y una mierda! —respondió con el veneno evidente en sus palabras.
—Por favor, quieres bajar la voz —le rogó alzando una mano de forma apaciguadora—. Lo último que ambos necesitamos es que Hannah se despierte y vea a su padre en este estado.
Podía sentir la ira revolverse en su interior al oírla pronunciar el nombre su hija. No se veía capaz de soportarlo ahora que era consciente del dolor al que les había condenado a todos por su propio egoísmo. El abatimiento que pudo ver reflejado en sus ojos cuando ella le miró por unos silenciosos instantes, le hizo sospechar que un pensamiento similar también había pasado por su cabeza.
—Ven —dijo Louise al fin, abriendo la puerta del todo e invitándole a entrar—, te prepararé un café.
Por un momento se planteó marcharse. Volver a subirse en su coche, regresar al apartamento de mierda que había alquilado y fingir que el futuro seguía siendo desconocido. No quería volver a poner un pie en aquella casa. No quería volver a hablar con aquella mujer a la que tanto había amado y que tanto daño le había causado. La observó alejarse y perderse en el interior de la casa. Desde su posición en la puerta todo paraecía seguir igual: el escritorio seguía abarrotado de libros y documentos para la nueva tesis de Louise. En el pequeño salón, la manta de lana bajo la que tantas veces se habían acurrucado aún reposaba sobre el respaldo del sofá. Y a los pies de la escalera, los juguetes de Hannah yacían desperdigagos como una perfecta representación de la entropía. Fue entonces cuando recordó por quién estaba allí. No lo estaba haciendo por él, ni por Louise. Lo estaba haciendo por esa niña que ahora dormía en su camita tranquila, feliz, ajena a lo que le deparaba el futuro.
Se sentaron en la mesa de comedor, prácticamente a oscuras salvo por la escasa luz que proporcionaba la lámpara de escritorio, al otro lado de la estancia. Ian dio un largo sorbo a su taza en cuanto la tuvo en sus manos. Ni siquiera le importó que estuviera casi hirviendo. A su lado la mochila de Hannah y un montón de libros escolares estaban esparcidos por la mesa. Un folio llamó su atención de entre el montón de material escolar. Era un dibujo sencillo, apenas unos garabatos de colores representando a un hombre y una mujer con un pájaro enjaulado a sus pies.
Sintió una punzada en el corazón. Hannah siempre había rebosado imaginación, y alegría… y vida. Tuvo que apartar la vista del papel antes de que el nudo en su garganta le impidiera respirar.
—El principio de incertidumbre de Heisenberg —soltó de repente, intentando alejar sus pensamientos del dibujo y la niña a la que pertenecía.
Louise dejó su taza y le miró, claramente desconcertada por el repentino tema de conversación.
—¿Perdón?
—Llevo días dándole vueltas. Heisenberg, Schrödinger, Bohr, las fluctuaciones cuánticas, la paradoja del observador —continuó, dejando a un lado a Ian y convirtiéndose de lleno en el Dr. Donnelly—. Pensando en la naturaleza cuántica del tiempo y en sus ramificaciones. ¿Es linear? ¿Es estático? ¿Es único?
—Lo siento, Ian pero no te sigo —se excusó, pasándose una mano por la cara. Aún en las penumbras, se la veía agotada. Cuando la había visto en la puerta ni siquiera se había dado cuenta, pero ahora era obvio que debía llevar días sin dormir.
Ian se removió en su asiento. Apoyo un codo sobre la mesa y señaló directamente a la que hasta hace apenas unos meses había sido su mujer.
—Has visto el futuro.
—He recordado el futuro —puntualizó, clavando su mirada en él—. No es lo mismo.
—A efectos prácticos sí que lo es —rebatió Ian sin perder su impetú—. Sabes lo que va a ocurrir. Tus acciones, lo quieras o no, jamás serán las mismas que si no lo supieras. Aunque te fuerces a seguir el mismo camino, nunca conseguirás reproducir el mismo resultado que en el caso de que no lo hubieras sabido en primer lugar.
Louise se echó hacia atrás, reclinándose sobre el respaldo y cruzándose de brazos. El escepticismo estaba dibujado a la perfección sobre su rostro.
—¿Estás intentando hablarme de universos paralelos?
—Te estoy hablando de que nada está escrito —respondió él con determinación.
Ella suspiró pesadamente, llevándose una mano al puente de la nariz y apretando con fuerza, como si intentara contener una jaqueca creciente.
—Ian no es tan sencillo —respondió al cabo de unos segundos de pausa. Su expresión era paciente, como si estuviera explicándole algo Hannah en lugar de a él—. No son visiones de un futuro hipotético. Son recuerdos. Recuerdos futuros. Sé que son reales del mismo modo que sé que lo son el resto de los recuerdos de mi vida. No hay un antes y un después. Todo forma parte de un mismo continuo.
Ian se levantó y se puso a caminar de un lado a otro frente a su ex mujer. El alcohol aún intoxicaba su cuerpo, pero sentía la mente despejada. Se sentía centrado. Se sentía decidido. Iba a pelar hasta el final, aunque eso supusiera enfrentarse directamente con Louise.
—Sabías lo que iba a pasar, a dónde nos iba a conducir. Tuviste en tus manos ese conocimiento, ese poder para cambiarlo todo en cualquier momento y sin embargo seguiste adelante. ¿Acaso no lo ves? Tomaste una decisión. Llevas haciéndolo desde entonces. Ha estado en tus manos cambiarlo todo y no lo has hecho. Has seguido el mismo camino, resignándote a un destino solo porque es el que conoces.
—No lo entiendes ¿verdad? —dijo ella, limpiándose una lágrima traicionera que se deslizaba por su mejilla—. Jamás hubo otra decisión posible.
—Porque tú te convenciste de ello —replicó él, señalándola con resentimiento.
Louise se levantó de la silla con violencia. Una rabia que nunca antes había visto en ella brillaba salvaje en sus ojos.
—¡No Ian, maldita sea! Fue porque era lo que quería. Porque merecía la pena. Fue una decisión egoísta y no espero que llegues a perdonarme por ello, pero… Dios…
Un desgarrador sollozo se escapó de sus labios. Louise se llevó las manos a la cara intentando en vano ocultar las lágrimas que se deslizaban impunemente por su rostro.
—Es mi niña, Ian —masculló entre lágrimas, derrumbándose de nuevo sobre su silla—. Es mi niña.
Por unos interminables minutos Ian permaneció en silencio, observando a aquella inquebrantable mujer desmoronarse ante él. Aquella mujer a la que tanto había amado; a la que irremediablemente, una parte de él, seguiría amando hasta el fin de sus días. Tragó saliva, forzándose a mantener la serenidad y no venirse abajo. No era justo. Nada de aquello era justo, para ninguno de ellos.
Sintió como la sangre se helaba en su cuerpo. Apretó sus puños y levantó la cabeza, mirando directamente a Louise. Había hierro en su corazón y en sus palabras cuando volvió a abrir la boca.
—Tienes razón, jamás te lo perdonaré. Jamás —afirmó con frialdad, a pesar de las lágrimas sin derramar que se agolpaban en sus ojos—. Pero no pienso rendirme, Louise. No mientras aún exista alguna posibilidad de salvarla. No voy a quedarme sentado y ver como mi hija muere sin hacer nada.
Louise sacudió la cabeza desconsolada, mientras se secaba la cara con el dorso de la mano.
—Ian… Lo que es, fue y será forman parte de un mismo todo. No existe un principio ni un fin, solo la suma de todas sus partes. Es lo mismo que con el huevo y la gallina. No hay uno sin el otro, es un bucle de retroalimentación. Lo que tiene que ocurrir sucederá porque ya lo ha hecho.
Ian se apartó de ella un par de pasos y elevó su vista hacia la escalera. Hacia el segundo piso. Hacia el lugar donde sabía que Hannah dormía plácidamente, ajena a todo cuanto estaba ocurriendo entre sus padres.
—Aunque fuera cierto. Aunque fuera inamovible —añadió él con acritud—. ¿Cuánto sabes de ese futuro en realidad?
Ella no contestó. Aceptando su silencio como la única respuesta que iba a conseguir, se dirigió de vuelta a la puerta principal. La tormenta aún persistía en el exterior, azotando las ventanas y haciendo crujir las ramas de los árboles. No obstante, en el silencio de la casa podía oír hasta el más mínimo latido de su corazón como si estuviera amplificado por un megáfono.
Se detuvo antes de girar el pomo. Sus manos temblaban más a causa de la rabia contenida que por el alcohol que corría por sus venas.
—Tan solo considera una cosa —añadió finalmente en voz alta para que ella pudiera oírle con claridad—, ¿sabías que iba a venir esta noche?
No esperó a que le respondiera. Ni siquiera se dio la vuelta. Simplemente abrió la puerta y volvió a adentrarse en la oscuridad de la noche.
