*La siguiente historia participa del reto Drabble del foro Once Upon a Time: Una nueva vida en Storybrooke consistente en describir la vida de uno de los personajes después de la PRIMERA maldición.

*Los personajes a los que aquí directa o indirectamente se hace referencia, pertenecen a los propietarios de los derechos de la serie Once upon a time.

Hipermnesia

By MaLu

Cada día era igual que el anterior. No lograba hilar ideas coherentes ni integrar frases convincentes. Sus pensamientos parecían atacarse entre sí y tenían como plan enloquecerla realmente.

Aquel lugar que parecía mantenerla prisionera era en realidad la jaula de otra jaula, una aún más cruel y estrecha: su propia mente. El tiempo parecía detenido para ella, no lograba llevar cuenta de horas, días o semanas; los dedos de manos y pies no le alcanzaban. Tanto pensar en aquello que no podía controlar no revelaba algo distinto a su evidente encierro y soledad.

Disfrutaba de las noches, tanto que le parecían cortas. Disfrutaba de la tenue luz de la luna que podía ver por la pequeña ventana. Sentía que le susurraba, que le develaba un gran misterio mismo que intentaba comprender hasta quedarse dormida o hasta que aquella mujer de vestido blanco y expresión impasible entrara por la puerta con un pequeño recipiente que contenía dos perlitas azul celeste de amargo sabor. En realidad no sabía que ocurría primero; pues aquellas pastillas la atontaban, la dejaban más frágil. Se sentía a expensas del mundo exterior y de los demonios de su interior; pero aun así ansiaba tomarlas cada día. La hacían respirar más rápido pero pensar más lento. Podía callar las voces y borrar los rostros que parecían proyectarse frente a ella amenazando con quedarse allí en forma de recuerdos de una vida que a veces deseaba recobrar y que otras veces prefería eliminar de tajo con la ayuda de los valiums, aquellas pastillas celestes.

Llorar era algo que recordaba hacer pero no tenía voluntad para practicarlo. Parecía una tarea complicada ¿para qué intentarlo?; por eso solo guardaba silencio, solo observaba. Ya conocía cada rincón del pequeño cuarto blanco que la rodeaba pero lo repasaba una y otra vez, quizás con la esperanza de que hubiese algo distinto, algo que otorgara de sentido un nuevo reconteo de los cuadros acolchados y un repaso general de la habitación. Eran cuatro perfectas paredes, perfectas porque aunque invocara contra ellas toda su fuerza no podría derribarlas porque tenían algo que ella no, la facultad de mantenerse firmes. Firme para no sucumbir ante las pastillas, firme para tirar al suelo el plato de avena que la enfermera le llevaba cada mañana, la sopa que le llevaba al mediodía y el pan seco de cada tarde. Firme para concentrarse y entender que quieren decirle esas voces y esas imágenes en su mente. Firme para exigirle a esa mujer de pelo castaño, ojos intensos y sonrisa triunfante que la saque de allí y para decirle que sabe quién es realmente. En fin, no era firme para hacer nada de eso.

No sabía cuánto tiempo llevaba en ese lugar padeciendo el dolor indescriptible de la desesperación por no tener respuestas, por no entender que pasaba a su alrededor y no poder explicar su sentir; pero parecía poco tiempo, quizá días. Parecía haberse trasladado de mundo de un momento a otro; pero ¿cómo explicarlo? ¿A quién?.