Antes de comenzar, necesito hacer una dedicatoria (o varias):
Dedicado por encima de todo a aquell s que me leéis, sin vosotros, no hay razón para escribir.
Dedicado a quienes me animáis a seguir haciéndolo: Alba, Sil y Estrella.
Dedicado a vosotr s, los que os escondéis tras duras corazas forjadas a base de decepciones y dolor. Puede que os proteja pero os estáis olvidando de algo: de vivir.
Y ahora la parte más emotiva para mí, dedicado a mi tía, que jamás leerá nada aquí, ni se imagina que escribo, y quizá cuando acabe de hacerlo, ni siquiera este ya entre nosotros. Dedicado a tí tía, esperando que tu partida esté cargada de paz y ausencia de dolor.
******************************************
DECISIONES Y DECEPCIONES.
Ella le miró con incredulidad y pánico. En ningún momento se imaginó que él iba a pedirle que se casaran. Llegó hasta allí con la única intención de decirle que se marcharía a DC y dejaría toda su vida para luchar por una oportunidad que sin esperarla le habían ofrecido y no podía dejar escapar.
Conforme iban pasando los segundos, él empezó a intuir que la respuesta no iba a ser la que él estaba esperando, y su inicial cara de seriedad fue tornándose en tristeza. Unos días antes había estado a punto de morir junto a ella. En ese momento comprendió que tan sólo había perdido cinco años de su vida afectiva luchando por ella.
Kate abrió la boca, volviéndola a cerrar sin poder decir nada.
Él la vio tragar saliva. Y se levantó sacudiendo con su mano izquierda la rodilla que instantes antes tuvo en tierra y guardando en su bolsillo el anillo que le había ofrecido.
- Lo comprendo Kate – le dijo apenado sosteniendo su mirada.
- Castle… yo… - atinó a decir finalmente ella.
- Por favor – cortó él – no digas nada. Será mejor que no me digas nada – dijo inclinándose sobre ella y dándole un beso sobre la frente – perdóname.
- Castle no es por ti – contestó rápidamente Kate – es…
- Lo sé – se adelantó él – es tu vida, siempre ha sido tu vida. Espero que al menos siga ocupando un lugar como amigo en ella – dijo mientras comenzaba a dar pasos hacia atrás – te llamaré para saber qué tal en tu nuevo trabajo – dijo girándose y comenzando a alejarse de allí mirando el suelo.
Ella le miró mientras se alejaba, sin poder evitar que una lágrima se deslizase por su mejilla. Se sentía como si estuviese en una lavadora que comenzaba a centrifugar. Notaba una sensación de abismo dentro de su estómago, como si se rompiese por dentro.
Él levantó la cabeza cuando vio como la primera lágrima le caía en su zapato. Las imágenes del parque empezaron a emborronarse tras la cortina húmeda que se formaba en su retina. Aceleró el paso intentando salir de allí cuanto antes, aunque no sabía muy bien hacia dónde iba, pues había dejado la puerta por la que había entrado tras de sí y no pensaba volver a aquellos columpios. Acababa de volver a romperse y esta vez tenía la sensación que jamás volvería a recuperarse. Se sentía traicionado. Siempre había confiado en la sinceridad de ella, ahora se replanteaba si todos aquellos besos habían sido verdad. Sonrió sacudiendo la cabeza cuando recordó cómo ella le había dicho "Rick… te quiero" parada sobre aquella plataforma.
Katherine se inclinó hacia delante, balanceando ligeramente su cuerpo en el columpio. No tenía claro si salir corriendo detrás de él, al que aún veía alejarse, o volver a comisaría para hablar con los que habían sido hasta entonces sus compañeros. Suspiró sin saber qué camino debía tomar. La voz de Gates resonó en su mente "habría matado por una oportunidad así cuando tenía tu edad". Sonrío al recordar las palabras de su padre "tu madre estaría orgullosa, demonios, yo estoy orgulloso". La imagen de Montgomery sonriéndola apareció de repente y como un resorte se levantó del columpio andando hacía su coche. Hablaría con los chicos, con Gates, recogería sus cosas y se tomaría unos días antes de marcharse a la que sería su nueva ciudad.
Richard salió del parque y paró un taxi dispuesto a llegar cuanto antes a su casa. Se iría de viaje. Aún tenía miedo por Alexis y sin que ella se enterase, iría a San José, la capital de Costa Rica para estar lo más cerca de ella por si le ocurría algo. Le diría únicamente a Martha que iba a tomarse unas vacaciones en el caribe antes del lanzamiento de su nueva novela. Sería creíble. Haría eso. Sí. Lo había decidido. Se limpió los ojos y sonrió.
UNA SEMANA DESPUÉS…
Martha le miraba en silencio mientras él iba dejando sobre su cama la ropa que iba a meter en la pequeña maleta.
- Richard…
- Madre – cortó él – no puedo estancarme. Tomaré el sol, descansaré y quizá incluso me divierta con alguna mujer o con varias – dijo seriamente mientras Martha negaba con la cabeza – cuando vuelva estaré preparado para el lanzamiento del nuevo libro y para retomar mi vida donde la dejé hace cinco años.
- Cariño, escúchame...
- ¿Quién sabe? – se preguntó casi para sí mismo – quizá encuentre allí la fuente de inspiración para mi siguiente libro, que evidentemente no será ninguno de la saga Heat. Es el lugar ideal para imaginar historias de contrabandistas, redes de prostitución, terratenientes mafiosos…
- No quiero que sufras hijo – se atrevió a decir por fin Martha.
- Eso es imposible madre – dijo acercándose a ella con los brazos abiertos para abrazarla – porque ya lo estoy haciendo y no puedo hacer nada más para remediarlo.
- ¿No crees que deberíais volver a hablar antes de que Katherine se vaya a Washington?- preguntó Martha.
- ¿Para que? – dijo mientras la mecía entre sus brazos – fue suficiente con ver su cara y no tener respuesta. No me ama como yo a ella. Puede que yo le haya gustado, pero ya lo dijo una vez "con eso no basta" y no puedo perseguirla el resto de su vida, ni sería justo para ella, ni para mí.
- Está bien hijo – contestó Martha separándose para mirarle – no me gusta que vayas solo. No estaré tranquila.
- Prométeme que no me llamarás cada día madre – le dijo con media sonrisa.
- No puedo prometerte eso – contestó ella haciendo un gesto con su mano en el aire – eres mi único hijo, el amor de mi vida y me preocupas.
- Tranquila madre – le dijo mientras guardaba parte de la ropa en la maleta – al menos en estos últimos años aprendí a cuidarme, no me meteré en líos, lo prometo.
- Créeme muchacho – dijo Martha – que te puedas meter en líos no es lo que me preocupa en este momento.
Él la miró con media sonrisa. Si había alguien que le quería de verdad e incondicionalmente hiciese lo que hiciese, era Martha. Ella era la única que sabía hasta que punto tenía roto el corazón.
Pese a que no pudo cuidar de él durante gran parte de su infancia, el simple hecho de no renunciar a él cuando supo que estaba embarazada, había sido suficiente para demostrarle todo su amor, y esa fue su enseñanza, gracias a Martha él había luchado por Alexis.
- Richard – dijo Martha saliendo de la habitación.
- ¿Madre? – contestó él.
- No le diré a Alexis que estarás en Costa Rica – le dijo caminando hacía la cocina – o seguro que se sentirá vigilada.
- ¿Cómo sabes….? – preguntó casi riendo.
- Soy tu madre – contestó ella desde la sala – y a mí también me tranquiliza que estés cerca de Alexis después de todo lo que pasó.
- Entonces cuento con tu ayuda si llama a casa y no estoy – dijo él mientras asomaba medio cuerpo por la puerta de su habitación.
- Guardaré tu secreto – le confirmó Martha
- No le digas nada de Beckett –pidió – cuando ambos volvamos de viaje se lo diré yo.
Martha asintió en silencio. Conocía a su nieta. Se preocuparía por su padre si llegaba a saber que Katherine le había rechazado y se había ido a otra ciudad y quizás renunciase a su viaje por estar junto a él.
Richard terminó de meter su escaso equipaje en la maleta y la cerró.
- Sigo pensando que llevas poco equipaje para seis semanas – le dijo Martha al verle dejar la maleta junto a la puerta.
- Compraré lo que necesite allí – le dijo divertido – ya sabes, tendré que ponerme al día con la moda.
Martha negó con la cabeza. Evidentemente, Richard estaba convencido de volver a ser el mujeriego que era antes y ese viaje también tendría esa finalidad, la de olvidar a Katherine acostándose con cualquier mujer que se le antojase.
- ¿A que hora sale tu avión? – preguntó Martha
- A las ocho de la mañana – contestó él.
- Espero que no coincidas con Alexis en el aeropuerto – advirtió Martha.
- Su avión sale una hora antes y la acompañaremos – contestó él.
- ¿Yo también? – preguntó Martha molesta por tener que madrugar.
- ¿Y que quieres que haga con la maleta? – dijo él – tendremos que dejarla en el coche y en cuanto ella salga volveré para cogerla y tú volverás aquí con el coche.
- Espero que todo salga bien – dijo Martha.
- Saldrá bien – contestó él – y ahora me marcho, he quedado en la editorial, pasaré a buscarte a las siete para ir a cenar con Alexis – dijo mientras cogía la maleta para llevarla hasta su coche.
Richard bajo hasta su portal, saludando al conserje para dirigirse al garaje donde guardaba su coche.
- ¿Se marcha de viaje señor Castle? – preguntó Henry - ¿necesita que le ayude con el equipaje?
- No gracias Henry, sólo es esta maleta – le contestó – me voy de viaje, pero guárdame el secreto con Alexis – le dijo guiñándole un ojo.
- No se preocupe – contestó divertido el joven.
- Henry – dijo parándose en la puerta - ¿cuidarás que mi madre no haga ninguna fiesta en casa?
- Señor… - contestó el joven algo impotente pues no era la primera vez que Martha organizaba fiestas en ausencia del escritor.
- Tú sólo llama a la policía y diles que hacen mucho ruido – le dijo mientras se acercaba al joven y le deslizaba un par de billetes en el bolsillo de su chaqueta – seguro que lo harán y nadie sabrá nunca que les llamaste tú.
- No se preocupe señor Castle – dijo Henry sonriendo.
Richard metió la maleta en su coche y tras pensarlo detenidamente se montó y lo sacó del garaje. Tomó la calle Bowery hasta llegar a la tercera avenida, y enfiló hacia la calle cuarenta y dos, para coger el túnel de Queens, conduciendo después por la vía rápida Queens Midtown, donde a punto estuvo de dar la vuelta hacia su casa, pensando que sería una mala idea, pero no pudo evitarlo, y finalmente cogió el desvío de la vía rápida de Brooklyn Queens hasta el aeropuerto de La Guardia.
Aparcó su coche, se colocó una gorra de beisbol negra y unas gafas oscuras y accedió a la terminal de salidas. Javi le había llamado un par de días antes, para intentar convencerle y que les acompañase a despedirse de ella. Pero él se negó. Javi no sabía que Beckett le había rechazado, simplemente pensaba que era una pelea de enamorados como cualquier otra. Sin darse cuenta, el detective había citado en la conversación el número de vuelo y Richard sólo tuvo que buscar en internet la hora de salida del mismo.
Ahora estaba allí y no tenía intención de hablar con Kate, estaba demasiado dolido como para poder hacerlo sin desmoronarse delante de ella y suplicarle para que lo intentasen de nuevo o al menos para pedirle que se tomasen un tiempo y no fuese un rotundo no. Sabía que si hablaba con ella acabaría por pedírselo. Y no iba a hacerlo. Tenía que ser fuerte, tenía que admitir el rechazo y luchar por su futuro. Tan sólo quería verla sonreír una vez más. Necesitaba abrazarla y besarla como si fuese a acabar el mundo, pero se conformaría con ver su sonrisa de lejos. Quizá incluso oír alguna carcajada, o la magia de su propio nombre en sus labios. Esto le iba a costar más de lo que creía. Estaba enamorado perdidamente de esa mujer y ella no le correspondía.
Richard caminó hasta los terminales de facturación, buscándola con la mirada. La vio a lo lejos, era inconfundible, destacaba del resto por su altura y delgadez, incluso parecía que en la última semana había adelgazado aún más. Se pegó a la pared contraria y fue acercándose para admirarla mejor. Ella iba vestida con unos pantalones vaqueros ajustados, sus altísimas botas de tacón y una cazadora de cuero negro. Estaba sola y revisaba su IPhone constantemente. Richard sacó su teléfono del bolsillo y tuvo la tentación de enviarle un Whatsapp, pero lo descartó de inmediato. No estaban juntos. Ella le había rechazado. Era estúpido al pensar que quizá ella estaba esperando una llamada suya, un mensaje, un saludo… Se había ilusionado tontamente. Ni siquiera le había dicho que la habían aceptado en aquel puesto, era cierto que él no la había dejado hablar, pero ella no había dado ninguna muestra de querer hacerlo. Se apoyó en la pared y siguió observándola. No podía imaginar como iba a ser a partir de ese momento su vida sin poder mirarla. Notó como una lágrima se deslizaba por su cara. No entendía como podía tener aún el suficiente líquido en el cuerpo como para poder seguir llorando.
Notaba la boca seca, el corazón acelerado, sus piernas flaquear y ese gran abismo que crecía y crecía dentro de su abdomen. Estaba roto. Totalmente roto. Y por mucho que intentase disimular y hacer creer a Martha que saldría de aquella, dentro de sus pensamientos sabía que había tocado fondo y si alguna vez llegaba a salir nada volvería a ser como antes. Beckett no era Kyra, ni Meredith, ni Gina… Katherine era ella, la única mujer por la que había estado dispuesto a cambiar de vida, a luchar y a morir por ella. Y había hecho las tres cosas, cambiar de vida, luchar por ella y casi morir a su lado. Sabía que jamás volvería a amar a nadie como a ella. Era la mujer de su vida y se estaba escapando. Y por mucho que le doliese, tenía que admitir que lo mejor que podía hacer era dejar que se fuese, que luchase por ser la mejor investigadora del planeta, que encontrase a un hombre al que de verdad consiguiese amar, que cumpliese con aquello que le había confesado al poco de conocerla "no estoy dispuesta a intentarlo varias veces, en el matrimonio prefiero una vez y listo"
Richard sonrío tristemente para sí. Estaba claro que él no era su candidato para toda la vida. La vio llegar hasta el mostrador y entregar la documentación a una atractiva auxiliar que tras comprobar la misma etiquetó su equipaje y le dio un empujoncito para que éste desapareciese por la cinta de transporte. Vio como sonreía a la auxiliar. Su deseo se había cumplido. Sonreía.
Se encaminó hasta los arcos de seguridad y él tuvo que moverse para no perderla de vista. En cuanto pasase por ese control, ya no volvería a verla… quizás jamás. Se paró un instante dejando pasar al chico que iba tras ella. Se giró mirando a su alrededor. Richard se escondió lo justo tras una columna para no verse sorprendido y la vio suspirar. Ya no había vuelta atrás.
Mostró su tarjeta de embarque al personal de seguridad y comenzó a vaciar sus bolsillos en la bandeja de plástico que pasaría por rayos x. Se quitó la chaqueta de cuero dejándola en la bandeja y pasó por el arco de seguridad, poniendo sus pies en las marcas y extendiendo sus brazos sobre la cabeza mientras el escáner la revisaba. El operario de seguridad le hizo una señal y ella recuperó la bandeja con sus pertenencias.
Cada vez le costaba más observarla, un grupo de estudiantes llegaron a tropel hasta el arco de seguridad y tuvo que acercarse más para poder ver como se volvía a poner su chaqueta, metía sus pertenencias en sus bolsillos y miraba de nuevo su IPhone. De pronto levantó la mirada escudriñando la gran sala, como si buscase a alguien. Richard volvió a esconderse esta vez tras el grupo de adolescentes pero sin dejar de observarla. Creyó observar un atisbo de tristeza en su mirada justo unos instantes antes de darse la vuelta y desaparecer para siempre hacia las puertas de embarque.
Y él lloró. Volvió a llorar de nuevo como cada una de las noches de la última semana. Y el abismo de su abdomen seguía abriéndose con cada lágrima
Ella cerraba la puerta del que había sido su apartamento y le entregaba la llave al casero, dándole las gracias por entender su rápida partida después de verificar que no quedaba nada de su propiedad en aquel sitio. Sus muebles y todo aquello que no podía de momento llevarse a Washington, habían sido trasladados a un guardamuebles con la intención de recuperarlo en cuanto estuviese instalada. Por el momento se alojaría en un hotel que la oficina federal le costearía durante su primer mes en la ciudad. Un mes, ese era el plazo para encontrar casa.
Arrastró su pesada maleta hasta el ascensor y miró su IPhone. Aún le quedaban seis horas para que saliese su vuelo.
Le dejó el equipaje al conserje, que la miró con tristeza, realmente era una inquilina agradable que jamás le había dado problemas. Esperaba que quien ocupase de nuevo aquel piso fuese como ella.
Se paró en la acera junto al portal y tomó aire. Olía a Nueva York, a su casa. Decidió pasear hasta Central Park, despedirse en silencio de sus rincones favoritos en la ciudad. La próxima vez que la viese sería por visita o quizá por trabajo. Adoraba su ciudad. El ruido lejano de las sirenas de policía, el silencioso murmullo de los transeúntes, el tráfico…
Se adentró en el gran parque por la Calle 59 con la Quinta Avenida. Bajó por las escaleras hasta acceder a la zona del estanque. Iría hasta el tiovivo donde de pequeña había subido tantas veces bajo la atenta mirada de sus padres. Se despediría de la estatua de Alicia en el país de las maravillas y del embarcadero donde apenas unos días antes Richard casi se cayó al agua cuando perdió el equilibrio al subir a una de las barcas y a ella le dio un ataque de risa. No quería pensar en él, pero irremediablemente le venía a la mente una y otra vez.
Paseó por los caminos, apenas cruzándose con algún visitante, casi todos turistas con sus cámaras en las manos, madres con sus hijos o neoyorkinos haciendo deporte. Era primavera en Nueva York, aunque una ligera brisa fresca le recordaba que esa ciudad, tenía más invierno que cualquier otra estación. Echaría en falta el húmedo frío de la ciudad, DC estaba más al sur y su clima era más seco. En su camino, decenas de gorriones se adelantaban a su paso, poniéndose frente a ella, esperando que les echase comida. Katherine sonrío. Iba a echar mucho de menos todo aquello. Rodeó el lago, observando las ardillas que tímidamente se acercaban hasta ella, mirándola con tristeza, como si supiesen que iba a tardar bastante en volver por allí. Se sentó un momento en un banco frente al puente del arco.
Y volvió a pensar en él. Richard había hecho decenas de fotos de ambos sobre ese puente, "el más romántico del parque" según le dijo.
Su IPhone comenzó a sonar y lo buscó en sus bolsillos.
- Hola Lanie – contestó.
- ¿Dónde estás? – preguntó la forense sin saludar.
- Paseando – dijo sin más ella.
- Javi va hacia tu casa para llevarte al aeropuerto – advirtió Lanie.
- ¡No! – dijo casi en un grito – Lanie os he dicho que no quiero que vengáis ninguno. Ya nos despedimos ayer. No soportaría volver a hacerlo.
- Pero chica ¿cómo vas a ir hasta el aeropuerto? – preguntó sumisa Lanie
- Tomaré un taxi – contestó ella – como cualquier otra persona Lanie.
- No me parece bien que tomes un taxi teniendo amigos – dijo Lanie negando con la cabeza a Javi que estaba a su lado.
- Lanie por favor, respetad mi decisión – suplicó – no me lo pongáis más difícil.
- ¿Castle…? – preguntó con miedo Lanie.
- No he vuelto a hablar con él – contestó ella con los ojos vidriosos.
- Kate, cariño, deberías llamarle – aconsejó la forense – no puedes marcharte así…
- No quiero hacerle más daño Lanie – confesó – ahora no puedo…
- Al menos ¿eso significa que quizá podáis arreglarlo? – preguntó esperanzada.
- No lo creo Lanie. No le contesté – dijo ella – no le dije nada… y eso fue peor que decirle que no.
- ¿Quieres que salga de aquí y vaya a llevarte yo al aeropuerto? – le dijo notando el tono de tristeza de su amiga.
- No Lanie, de verdad – aseguró – ni siquiera he dejado que vaya mi padre. Ahora no tengo fuerzas para despedirme de ninguno de vosotros. Pero sé que nos veremos pronto.
- Ya te he dicho que tienes mi casa cada vez que quieras darte una vuelta por aquí – aseguró.
- Lo sé Lanie – contestó con media sonrisa – supongo que al final tendrás que pedirme que no vuelva tan a menudo.
- Eso espero Kate – confesó la forense – si te olvidases de nosotros…
- Eso no va a pasar – contestó rápidamente ella – además, hay la misma distancia de Nueva York a Washington que de Washington a Nueva York.
- Si con eso quieres decir que tengo que ir yo a verte… - dijo la forense – recuerda que tengo sueldo de funcionaria y no puedo permitirme el lujo de viajar continuamente en avión.
- Sólo son cuatro horas en coche Lanie – le dijo ella riendo.
- Claro… por eso tú vas en avión – contestó con sorna – sabes que odio conducir.
- Lanie… tengo que colgar – dijo ella tras unos segundos de silencio – llama a Javi y que vuelva a comisaría o Gates le regañará.
- Lo haré – contestó Lanie con tristeza - ¿me llamarás cuando llegues a tu hotel?
- Me vas a llamar pesada porque pienso llamarte a todas horas – advirtió ella.
- Dejaré todo lo que esté haciendo – la animó ella – para contestarte.
- Lanie…
- Adiós Kate…
- Te llamaré… -dijo cortando la comunicación y limpiando una lágrima de su cara.
Elevó la cabeza mirando el tímido sol que se escondía a ratos detrás de las nubes. Aún estaba a tiempo de echarse atrás. Malditas despedidas.
Se levantó del banco y comenzó a andar para salir del parque. Saldría por la zona de Strawberry Fields, la dedicada a la memoria de John Lennon, donde una vez más, se paró junto al mosaico conmemorativo, regalo de la ciudad de Nápoles, en el que se leía "IMAGINE", casi cubierto de flores y recuerdos que los fans aún dejaban allí. Divisó la salida del parque, tomaría el metro en la estación de la Calle 72 y cogería la línea B del metro hasta la estación de Rockefeller Center.
Accedió a la angosta estación y se sentó en uno de los estrechos asientos de madera pegados a la pared. Dejó pasar el primer convoy que paró en la estación, y que era de la línea C. Volvió a mirar su IPhone y al descubrir que en aquella estación tenía cobertura, envió un WhatsApp a Lanie dándole las gracias por preocuparse por ella.
Subió al siguiente convoy y se dejó caer sobre uno de los asientos. No era habitual que ella viajase en metro. Su, hasta entonces trabajo, le obligaba a tener su coche oficial preparado y cerca. Le había dado mucha pena tener que dejarlo en el aparcamiento oficial frente a la doce. Quizá en su nuevo trabajo se vería obligada a comprar un coche. En DC no tenían los problemas de aparcamiento que tenían en Manhattan. Irremediablemente de nuevo, volvieron a su mente situaciones vividas con Richard durante los últimos meses, y sonrío al recordar cómo, en un frenazo del convoy mientras ambos se dirigían al cine, a ella se le cayó al suelo su vaso de café, poniendo perdidos los caros zapatos del escritor, que le recordó que él no había elegido ir en metro, pero que aprovechó la situación para abrazarla contra él por si volvía a repetirse.
Caminó hasta la pequeña pista de patinaje de hielo. En esta ocasión no pudo evitar que una lágrima rodase por su cara recordando las últimas navidades en las que patinó allí junto a su madre y ambas resbalaron por el congelado suelo sin parar de reír intentando levantarse. Se sentó en un banco del pequeño jardín frente a la pista. Ese lugar y el cementerio de Green Wood en Brooklyn, donde estaba enterrada Johana Beckett, eran los sitios donde ella solía buscar la paz y los recuerdos de su madre. El día anterior había pasado la mañana en Green Wood, llorando en silencio frente a la lápida que le recordaba en latín que "la verdad lo vencía todo". Verdad que ella no supo respetar y que ahora le llevaba a un viaje sin retorno sin el único hombre que le había demostrado en más de una ocasión que estaría a su lado "siempre".
Sacó de nuevo su IPhone, tenía que marcharse ya. Caminó hasta la Quinta Avenida, esperando que su último día le deparase la suerte de poder encontrar un taxi libre lo más rápido posible. Y la ciudad la contestó enviándole un Ford Escape Híbrido que paraba junto a ella y del que salía a toda prisa un joven trajeado cartera en mano.
Pidió al taxista que le esperase mientras recogía su equipaje, que el conserje no la dejó llevar, y depositó el mismo en el maletero del coche. Se despidió del amable conserje y pidió al taxista que se dirigiese al aeropuerto de La Guardia, pasando primero por la Quinta Avenida con la Calle veintidós, necesitaba volver a ver el edificio Flatiron antes de marcharse.
Tras contemplar desde el coche el edificio, atravesó Manhattan con dirección a Queens intentando retener en su retina la mayor cantidad posible de imágenes.
- ¿Se marcha por mucho tiempo señorita? – preguntó el taxista tras observar por el retrovisor la tristeza de sus ojos.
- Para siempre – confesó ella sin poder evitar que las lágrimas apareciesen en sus ojos resbalando por sus mejillas.
- No se preocupe señorita – le dijo el taxista entregándole una caja de pañuelos de papel – todas las despedidas traen irremediablemente un nuevo saludo.
- Gracias – le dijo ella cogiendo la caja y limpiándose los ojos – seguro que sí.
El taxista le entregó su maleta con una gran sonrisa y ella accedió a la terminal del aeropuerto. Buscó el mostrador de su vuelo y se posicionó tras el último viajero, sacando de su pequeña mochila de viaje el billete y la documentación que tendría que entregar a la rubia auxiliar que no parecía tener mucha prisa, dada la decena de personas que tenía aún por delante.
Pensó en las palabras que Lanie le había dicho un par de horas antes y buscó su IPhone en el bolsillo, revisándolo y buscando el número del escritor. En el último instante no se atrevió a marcar. No podía hacerlo. El sólo hecho de pensar en volver a oír su voz le había abierto de nuevo la brecha en su estómago. Esa que apenas había dejado que probase bocado en los últimos días.
Luchó contra ella misma varias veces, sacando constantemente su IPhone para llamarle, y volviendo a guardarlo al comprender que él no merecía que le diese falsas esperanzas, aunque en el fondo, lo que más deseaba en ese momento era perderse entre sus brazos con la promesa de volver a verse en unos días.
Por fin llegó hasta el mostrador, la joven muchacha se excusó por la tardanza indicándola que el sistema no funcionaba correctamente y tras comprobar su documentación y pegar la etiqueta en la maleta, le devolvió de nuevo la documentación excusándose de nuevo por la tardanza, arrancando una leve sonrisa de su cara.
Se encaminó hasta el arco de seguridad, sintiéndose observada. Se paró en seco y miró a su alrededor en la gran sala. Esperaba que a Lanie no se le hubiese ocurrido venir en el último momento, aunque secretamente buscaba la presencia de Richard. No reconoció a nadie y tras suspirar para intentar coger fuerzas con el aire que entraba en sus pulmones, entregó su documentación al personal de seguridad. Cogió una bandeja de plástico en la que vació sus bolsillos y depositó su cazadora. El personal de seguridad la indicó que era su turno en el escáner y tras colocar sus pies en las marcas y cruzar sus manos en la nuca, traspasó la zona de seguridad recuperando sus objetos personales.
Se puso la chaqueta y volvió a revisar su IPhone. ¿Sabría él que se marchaba? Seguro que no. De haberlo sabido sin duda habría ido a decirle adiós. De nuevo sintió esa sensación extraña de sentirse vigilada y volvió a mirar hacia la sala, pero un grupo de jóvenes estudiantes se agolpaban junto al arco y no la dejaban ver mucho más allá.
Si su escritor hubiese aparecido por allí, sin duda ella se habría arrepentido y habría dado marcha atrás. Pero no era el caso. Con tristeza, se dio media vuelta y se encaminó a las puertas de embarque con los ojos llenos de lágrimas.
Javi volvió a marcar de nuevo el número de Richard sin obtener respuesta.
- No lo coge tío – le dijo a Kevin.
- Yo tampoco tendría ganas de hablar – contestó el detective.
- Creo que me pasé con él cuando le llamé para que nos acompañase al aeropuerto – confesó el hispano – pero no tenía ni idea que ella le había rechazado – se excusó.
- ¿Y si llamamos a Martha? – preguntó el rubio – no quiero pensar que pueda estar por ahí emborrachándose o haciendo alguna tontería.
- Si no contesta en un par de horas – dijo mirando su reloj – llamaré a Alexis si hace falta.
Ambos detectives volvieron a su trabajo. Javi miró la mesa de la que había sido su compañera. Aún estaba la silla de Richard a su lado. Y no sería él quién se atreviese a llevársela. Que lo hiciese otro. Negó con la cabeza preguntándose como podían haber acabado así sus dos amigos.
El pitido de su móvil le sacó de sus pensamientos. Era un WhatsApp del escritor, indicándole que estaba cenando con su madre y con Alexis y no podía coger el teléfono.
El moreno le contestó excusándose por molestarle y preguntándole si podrían verse al día siguiente.
La cara de Javi cambió por completo al recibir la contestación del escritor.
- ¡Kevin! – le dijo a su compañero – Richard dice que se marcha mañana dos meses al Caribe, dice que tiene que poner sus ideas en claro y que nos desea buen verano, aunque no cree que vuelva a trabajar con nosotros.
- Tío… las cosas se ponen feas – contestó Kevin y el moreno asintió en silencio.
Un nuevo pitido alertó a Javi que revisó el mensaje.
- Me pide que no le cuente a Lanie ni a Beckett que estará fuera – leyó el detective.
- Seré mudo – dijo Kevin.
- Supongo que merece que le guardemos el secreto – aseguró Javi contestándole que lo haría así – esto no me gusta nada tío. Ya nada volverá a ser igual – dijo apenado.
por leer hasta aquí.
Gracias Natalia, no sé que haría sin tus correcciones.
Intentaré que todos los capítulos estén diferenciados en tres o cuatro partes, la primera común, una pequeña introducción, después la parte de Richard, luego la de Katherine y finalmente (cuando la haya) una parte de uno o varios de los personajes secundarios, a los que no quiero ni dejar atrás ni olvidar.
Hasta el lunes!
