Pequeña mariposa
Cuando eras una niña y no entendías mucho sobre control de energías supernaturales que aún no poseías siquiera, atrapabas mariposas con las manos desnudas. Las sentías aletear entre tus dedos y sonreías con dulzura, anestesiada por el poder que tenías: podías destrozarlas si te lo proponías y reírte de esa bella impotencia. Pero no querías, porque eran hermosas, nobles e inocentes. Como tú no eras, ni serías nunca, incluso antes de que corrompieran tu piel. Clare es así, justo ahora, cuando acampan y le dices que lamentas que no pudieran salvar a ningún camarada, que fuese tarde aunque no es verdad. Clare tiembla sobre la hierba húmeda en escarcha (lo puedes notar porque eres tú: energía revolucionada debajo de la piel por el nerviosismo, pero imperceptible para el que no tenga un cuerpo que ve por sí mismo y da la alerta) cuando posas tus dedos sobre sus párpados y le deseas dulces sueños, jurándole que tu orden es hacer que llegue sana y salva. Te ahorras de decirle que la otra opción es alcanzarles su cabeza, tienes la impresión de que se lo imagina. Sabes que podrías obligarla a hacer el amor. Lo has hecho antes. De un modo o de otro, sea por tu rango o bajo tu poder: prendas abajo, de rodillas y aceptan tus caricias con la mandíbula apretada o bien abierta, gimiendo de placer. Pero Clare te agrada. Como las mariposas: bellas, inútiles, impotentes, pequeñas a tu merced. No las destrozas porque así te convences de que eres buena.
