Lily sabía que Severus estaría ahí, ya que, cuando eran pequeños y estaba molesto por algo, siempre se refugiaba ahí. Tenía la esperanza de poder hacerle cambiar de opinión, aunque fuese sólo por los viejos tiempos, cuando aún eran amigos, antes de que él arruinase una amistad que había superado cualquier barrera hasta que él la insultó de aquella horrible y despectiva forma. A partir de aquél fatídico día en Hogwarts, Severus había ido de mal en peor, ahora seguía a Voldemort, era uno de sus mortífagos y eso sólo le iba a traer problemas. Aunque ya no fuesen amigos y por mucho que ella intentara pasar del tema, aún le importaba lo que le ocurriera al que había sido su amigo durante tantos años y al que aún echaba de menos. Entró en la caseta sin pensárselo dos veces, y ahí estaba él, con la cara metida en un libro, como cuando eran pequeños.

-¿Qué has aquí? -preguntó él en voz baja y austera sin levantar siquiera la cabeza del libro que leía.

-Severus, sólo quería hablar contigo -respondió ella quedándose en el quicio de la puerta sin atreverse a acercarse a él-. No puedo seguir viendo cómo echas a perder y no hacer nada al respecto.

-Y, ¿a ti qué te importa?- contestó él a su vez mirándola fijamente a sus ojos- Vuelve con Potter y sus amigos antes de que se den cuenta de dónde y con quién estás.

-No hace falta ser maleducado, Severus. Yo sólo quería...

-¿Qué querías? Vienes aquí a molestarme con tus tontadas ideas sobre lo que está bien o mal, cuando eres tú la que... -se calló a mitad de la frase sabiendo que había estado a punto de hablar de más. Pero eso le dio el suficiente coraje a Lily para acercarse a él y encarársele. Él no se movió del sitio mientras ella, furiosa, le incitaba a que continuase con lo que iba a decidir, pero el mago, en lo único que era capaz de pensar, era en lo bella que estaba con las mejillas ligeramente sonrojadas por el pequeño arrebato de furia que le habían provocado sus palabras haciendo que le conjuntase perfectamente con su rojo cabello.

No supo lo que estaba haciendo hasta que no la tuvo en brazos con sus labios sobre los de ella. Lily se tensó en su regazo pero no lo apartó, si no que, en contra de lo esperado, le correspondió al beso. Ninguno de los dos se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, ni siquiera de lo cerca que estaban del sofá que habían llevado entre los dos cuando estaban en el cuarto curso de Hogwarts. Allí la tumbó él, tumbándose a su vez sobre ella, parando por primera vez el beso desde que lo habían comenzado.

La miró a los ojos, esas verdes esmeraldas que tanto se le habían aparecido en sueños, esos ojos que tanto amaba él. Ella asintió dándole así su consentimiento para terminar lo que había empezado con ese inesperado beso. Aunque hacía sólo dos meses que había nacido su pequeño Harry, seguía teniendo su figura y su belleza seguía intacta.

Ninguno de los dos olvidaría esa tarde de Septiembre en la que ambos se dejaron llevar por sus locas hormonas. Él, porque a pesar de todo, seguía amándola y seguiría haciéndolo hasta el final de sus días, y ella, porque esa tarde se formó en su interior la última esperanza de redención de Severus Snape.