Muchísimos saludos a todos los que se atrevan con esta historia. Pido mil disculpas por desaparecerme y tener cosas abandonadas.

Esta historia tiene un detalle muy importante, y es que decidí complicarme la vida y hacer cada capítulo de 1200 palabras exactas. Si, el gusto de hacer todo más difícil es gratis.

Agradezco de aquí al infinito a mi adorada beta y colaboradora, la lindura hecha persona Maye Malfter . A sido un apoyo inmenso, seguro que sin ella hace mucho que habría tirado por la borda tan entretenido hobby.

Sin más pérdidas de tiempo, muchísimas gracias por leer.


MIL DOSCIENTAS FORMAS DE LLEGAR A TI

Capítulo Uno

Rose Weasley, número uno de la clase, reina incuestionable de duelo y de debate, quien solía discutir hasta con la directora del colegio, estaba recostada en el pasto, con las piernas y los brazos abiertos, en evidente estado de éxtasis porque, sí, había entrado en un claro del Bosque que un día fuera Prohibido, prohibición que todos se pasaban por el forro, a beber licor de Elfos Domésticos. Los que por cierto se habían emancipado y habían llenado la industria de productos de excelente calidad y bajo costo, como crema anti-arrugas y pociones anti resaca.

Y quien más estaría a su lado, en similares condiciones, que Scorpius Malfoy, segundo lugar en calificaciones, primer lugar en Ciencias Muggles aplicadas a la Magia y número uno en la lista de chicos más guapos del colegio, colgada en el baño de chicas del quinto piso.

Era una lista complicada, se modificaba cada semana y los votos eran secretos. Alguien, con mucho talento y tiempo libre había hechizado la pared para que se volviera un contador inviolable.

El asunto era que, actualmente en el claro del Bosque Prohibido, ambos celebres estudiantes estaban medio ebrios.

— ¿Sabes cuál es mi problema? —Preguntó Scorpius, apoyado en un codo y desparramado en el mugriento suelo del Bosque de la forma menos elegante del mundo. Forma que provocaría un sincope en Astoria Malfoy.

— ¿Qué eres muy rubio? —Preguntó Rose de vuelta, que contemplaba la idea de hacer un ángel sobre la tierra húmeda del bosque.

—No.

— ¿Muy pálido?

—No.

— ¿Qué le tienes alergia a todo?

Scorpius bufó exasperado, el alcohol le acortaba el sentido del humor.

— ¡Qué soy el sueño de las chicas! — exclamó furioso, en un grito tan varonil como una convención de estilistas.

—Oh, dicen que igual yo — comentó Rose, quien de hecho había recibido un par de declaraciones de amor muy fogosas por parte de unas cuantas chicas. Hugo decía que era por el pelo corto y por no usar falda. Y por no tener pechos.

—Es en serio, Rose.

—Lo mío igual, un problema. Luke aún se enoja por eso.

—Al menos tú tienes novio, tarada...

—No es mi novio —Rose simuló un escalofrió—. Ugh, que palabra tan espeluznante.

—Rose, necesito un poco de autocompasión, ayúdame ¿Quieres? — Rose le miró y asintió, tomó la botella de licor y le dio un profundo trago.

Cuando tragó, hizo un gesto de asco y suspiro con exageración— ¡Esta cosa quema! —Scorpius le miró mal— Ya sí, consultorio sentimental, abierto — Rose se sentó de piernas cruzadas y le apunto con el dedo— Te gustan los chicos, pero eres gusto de chicas ¿Eso?

Scorpius asintió apesadumbrado y tomo la botella directo de las manos de Rose.

Rose hacía años que conocía el cuento de Scorpius.

En tercero, durante el Torneo Anual de Deportes del Colegio de Magia y Hechicería Hogwarts, ambos habían visto a Evan Chandler, de quinto, compitiendo en tenis, una de las nuevas opciones deportivas que ofrecía la renovada malla curricular.

El famosillo de Evan tenía el cabello muy corto, estaba bronceado por el sol intermitente de Escocia y tenía los dientes muy derechos. Era obvio que un día usó brackets y se vio como todo un pelmazo, pero ahora, con quince años, cuerpo de infarto y frente perlada en sudor, se demostraba que los brackets habían valido la pena.

Rose había notado a Scorpius sospechosamente silencioso durante el partido de Evan, el cual ganó por no sabe cuántos sets, con fanfarria y todo. Scorpius incluso había aplaudido. Era extraño.

Cuando el torneo deportivo terminó y Evan ganó la medalla de tenis, y se hubo acabado el río de hormonas por chicos y chicas deportistas que tal competencia despertaba en el alumnado, Scorpius se inscribió en el club de tenis.

Pasaron un par de meses, Scorpius se volvió muy bueno en el tenis pero no muy cercano a Evan. Allí fue cuando le confesó a Rose— ¡Me gustan los chicos!

Rose ya lo sospechaba.

—Y me gusta Evan — agregó el rubio. Eso Rose no lo sospechaba.

Desde ese momento inició la eterna pedorreta de Evan: Evan es taaaaan brillante, tiene tan buenas calificaciones, es tan bueno en todo, es tan guapo y es tan, tan, tan…

¡MUJERIEGO!

Rose no entendía como Scorpius soportaba estar cerca de él, y verlo con el eterno desfile de chicas. Incluso le había preguntado si le presentaba a Rose ¡A Rose!

Independiente de todo, en cuarto año, algo paso con Scorpius, algo llamado desarrollo. Todo lo que aun no crecía, le creció de golpe, los músculos que se habían resistido a salir, salieron todos juntos y su cara abandono todo rastro de infancia, para tomar formas masculinas y atractivas. Ahí el problema de acrecentó, porque Evan comenzó a ver en él un compañero de ligue ideal.

Scorpius usó el asunto de los derechos y el respeto a la mujer, cosas firmemente enseñadas por Rose, como excusa cuando Evan lo invitó a conocer chicas, no una, sino varias veces.

—Hubiera sido mucho más efectivo decirle que no te gustan las chicas —había refunfuñado Rose, que no estaba muy contenta con el uso de sus argumentos de lucha.

La cosa era que ahora Scorpius tenía quince, era el chico más guapo del colegio según una puta lista, y había fila para rifarse el derecho a sobajeárselo. Scorpius estaba en un dilema, pues como condimento extra, Evan salía del colegio ese mismo año.

Volviendo a la actualidad, sí, Rose al fin analizó el lloriqueo de Scorpius y lo entendió.

—Creo, amigo amado, que es momento de que digas la verdad —dijo en tono solemne. Scorpius casi se ahoga con el licor.

— ¡Qué! — Rose sabía mucho de inflexiones al hablar, eso no había sido una pregunta— ¿Qué le diga que me gusta?

—No, idiota, que le digas que te gustan los hombres.

— ¿Qué?— eso sí sonaba más a pregunta. Rose se aclaró la garganta.

—Mira, yo no sé mucho del asunto, pero sé que lo de la sexualidad es relativo, al menos hasta los diecinueve años, y no sé, mejor te mueres con un "No" rotundo que con la duda de si te hubiera dado boleto. Con un poco de suerte, le sacas hasta un beso.

— ¿Un beso? — preguntó Scorpius esperanzado.

—O un café, que se yo —dijo Rose—. El asunto es que tienes que ser sincero, llevan dos años de compañeros de club y todas esas mierdas y aun no eres capaz de decirle que te gustan los hombres y que te deje de armar citas tontas.

—Ya...

—Además, así cortas el rollo ese de la rifa para emborracharte y aprovecharse de ti...

— ¿Qué rifa?

—Las chicas están medio histéricas con eso de que hace un año te volviste un bombón y aún no sales con ninguna, eso crea tensión ¿sabes?

— ¿Qué rifa?

—Así que, anda y haz público que te hacen más gracia los marineros que las princesas.

Scorpius se quedo en silencio un largo rato, Rose llegó a pensar que se había dormido.

— ¿Y qué hago con Evan? ¿Crees que se moleste? Él siempre me invita a que sea su copiloto y siempre le doy largas.

—Tranquilo, será fácil —dijo Rose sonriendo—, sólo tenemos que pedirle ayuda al mejor amigo.


¡Continuara!

(lo prometo)