"Hell hounds on your trail now once again boy,
it's groping on your leg until it sleeps.
The emptiness will fill your soul with sorrow,
because it's not what you make... it's what you leave.
And we're gonna get high, high, high,
when I'm low, low, low.
The fire burns from better days,
and she screamed why, oh, why,
I said i don't know.
Capítulo 1
"Misery"
Cuando el despertador sonó, casi no lo podía creer. Parecía que me había recién acostado, y en realidad, ya habían pasado más de seis horas. Abrí los ojos perezosamente, considerando la posibilidad de quedarme en la cama. Al fin y al cabo, era el primer sábado de las vacaciones de Navidad, y no era necesario levantarme temprano. Podía aprovecharme de mi realidad actual, y recuperar algunas horas de sueño, ya que el cansancio últimamente me estaba superando. Si lograba volver a cerrar mis ojos y relajarme, podría al menos remolonear en la cama algunos minutos más. Así que lo intenté... cerré mis ojos nuevamente, giré un poco y me volví a cubrir con el abrigo. Intenté sonreír ante la perspectiva de volver al mundo de los sueños, donde mi vida era mucho más sencilla, pero me fue imposible.
La idea de ir a la biblioteca y adelantar todas mis tareas me tentaba muchísimo, pues así podía tener toda la tarde libre. Esa era la rutina que quería seguir durante todo el período libre que teníamos, así no se me acumulaban tanto las cosas por hacer. La noche anterior ya había planeado todo: primero haría la tarea de pociones, que era la más corta, y luego seguiría con transformaciones y runas antiguas. El profesor Slughorn no había sido tan duro aquellas vacaciones, y suponía que si comenzaba por hacer los ensayos correspondientes a su asignatura, terminaría rápido con ello y entonces, al sentir que ya había completado los deberes de una materia entera, estaría más motivada para seguir con el resto.
Si, definitivamente ese sería mi plan de acción. Además, tenía muchísimas ganas de estar con Luna esa tarde. Tenía que sacarme de encima todo lo que me había asignado para ese día lo antes posible, para después poder disfrutar de mi excéntrica amiga sin culpas ni preocupaciones. Luna Lovegood era una persona muy comprensiva, como la mayoría de los Ravenclaw por supuesto, y siempre entendía que el deber venía siempre en primer lugar en mi vida. Pero, como estábamos en vacaciones, no me hubiese gustado que en ese período de paz y tranquilidad, ella se sintiera que no era lo único que ocupaba mi mente mientras hablábamos. Pocos momentos eran tan puros y pacíficos como aquellos que disfrutábamos cuando estábamos juntas, haciéndonos compañía mutuamente y disfrutando de nuestra amistad. Pensar en mi rubia amiga me hizo sonreir de verdad, y fue entonces cuando la ansiedad por verla y sentirme libre de responsabilidades me invadió, y salté de la cama como un resorte para empezar mi día de una buena vez.
Me incorporé tan rápidamente, que la visión se me puso negra. Sentí todo mi cuerpo como si fuera gelatina, y no me quedó otra opción que volver a sentarme sobre el borde de la cama. Esperé unos momentos, y no noté ningún cambio, por lo que puse mi cabeza sobre mis piernas sin problemas, pues mi flexibilidad me lo permitía, y la presioné contra las mismas, viendo luces blancas cada vez más intensas, con los ojos aún fuertemente cerrados. Cuando hacía esto, la situación solía mejorar un poco. Ya me era habitual ponerme en esta posición hasta sentirme un poco mejor, y rezarle a Merlín para que se me fuera pasando la sensación de debilidad. Necesitaba recobrar fuerzas nada más, y enseguida podría seguir con mis actividades normales... como siempre.
Esos mareos cada vez me venían más seguido y la realidad es que ya me estaban cansando.
Hice más fuerza contra mis piernas, bajando más el torso, tocando con el mismo la totalidad de la parte superior frontal de mis muslos y, con mi nariz ya entre mis rodillas, bajé más hacia el suelo, si es que eso era posible. La ansiedad por sentirme mejor no me permitía simplemente esperar, por eso intentaba bajar más, apurada por sentir bienestar, y mientras lo hacía, recordaba como mi madre, cada vez que me bajaba la presión, decía que esto es lo que se debía hacer, que ayudaba.
Por fortuna, el tiempo avanzó y luego de unos minutos pude volver a incorporarme. Asentí interiormente, pensando en que mi momento de debilidad ya había pasado, en que ya tenía fuerzas renovadas para el resto del día.
Y así fui como empezó mi mañana.
Me puse mi bata más abrigada ni bien me sentí completamente estable; el frío en esas épocas del año era terrible, y se sentía mucho peor dentro del castillo, cuyas paredes eran heladas y húmedas. Probablemente, afuera el viento me taladraría los huesos, pues en el silencio de la mañana se escuchaban los árboles moverse violentamente, golpeando sus ramas incesantemente. Debía abrigarme bien antes de salir. Entonces, me dirigí hacia el baño haciendo el menor ruido posible para no despertar a mis compañeras de cuarto y pensando en lo reconfortante que sería darme una ducha calentita. El baño de nuestra habitación era espacioso, lo cual significaba que también era sumamente frío. Me adentré en él silenciosamente, y abrí la ducha para que el lugar se llenara de vapor, y así tal vez se calentara un poco.
Mientras esto ocurría, me desvestí y miré mi cara en el espejo; mis ojeras eran notorias, negras y surcando mi rostro. Hacían que mis ojos avellana, que iban perdiendo su brillo a medida que mi vida trascurría, se vieran del todo opacos. No entendía el por qué de semejantes ojeras, ya que estaba durmiendo mis seis o siete horas diarias, como lo había hecho toda mi vida. De igual manera, últimamente me sentía más cansada, destrozada se podía decir. Analicé mis ojos durante un rato más, hasta que me atreví a posar mi mirada sobre mis labios, que estaban resecos. Los analicé con detenimiento, y los vi tan resquebrajados que decidí que tendría que conseguir alguna crema o algún labial con cacao para aliviar su aspecto lastimado. Quise seguir bajando la mirada, pero no pude. Lo máximo que llegué fue mi cuello, y las clavículas, que sobresalían como nunca antes, me quitaron por completo la voluntad de seguir con el análisis. No sobresalían los suficiente, eso sin duda.
No me atreví a seguir mirando mi cuerpo; probablemente estaría gorda como una vaca. La noche anterior había sido el banquete de Navidad, y si bien no había comido más que un poco de budín y algo de jugo de calabaza para brindar, me sentía muy hinchada. De solo pensar en la cantidad alarmante de calorías que había consumido, me asqueaba. Sin duda, ese día tendría que hacer algo de deporte si quería quemar lo cenado durante el banquete. Quizá podríamos ir a caminar por las afueras de Hogwarts con Luna, en lugar de quedarnos sentadas toda la tarde. Dar varias vueltas alrededor del castillo bastaría, así que esperaba que mi amiga no tuviera problema con mi plan. En verdad sabía que le gustaba mucho caminar, pero el factor frío había que tenerlo en consideración. Caminar en la nieve no era la actividad más fácil del mundo. Quizá no era una de las ideas que más la emocionaba pero en última instancia, sabía que podría convencerla. No sería difícil, pues estaba en su esencia complacer a las personas.
Con esa idea en la cabeza, me metí debajo de la ducha. El agua caliente recorrió mi cuerpo incansablemente durante al menos quince minutos, mientras me jaboné el pelo y el resto del cuerpo. De vez en cuando, escalofríos muy potentes me recorrían por completo, haciéndome temblar. El agua no estaba lo suficientemente caliente: seguramente, algo funcionaba mal. O tal vez era yo, que estaba destemplada.
Una vez fuera, me sequé y vestí rápidamente. Tomé mi varita para evaporar el agua que chorreaba de mi cabello rápidamente, y busqué entre las pertenencias de mis compañeras, que no tenían problema en compartir nada, alguna especie de crema que pudiera servir para mi piel y labios. Encontré un frasco que contenía un líquido cremoso de color rosado, y supuse que podría funcionar. Lo abrí y tomé una cantidad considerable, para aplicar en todo mi cuerpo y también en la cara, abarcando mis labios doloridos. Odiaba ver mi piel tan seca, era algo que nunca me había pasado.
Recordé en ese momento con nostalgia, cuando Ronald me había dicho que adoraba mi piel. Jamás me iba a poder olvidar de aquel encuentro con Ron, una noche de abril en la sala común. En aquel entonces me sentía feliz, con energía. Tenía un empuje interior que no sabía de dónde provenía. Tenía ganas de todo, todo el tiempo.
Teníamos trece años, y junto con Harry, éramos el mejor trío de amigos jamás visto. Ronald Weasley, Hermione Granger y Harry Potter, el niño que vivió. Los tres conformábamos el trío dorado, famosos por estar siempre en el lugar en donde acontecían los problemas. Famosos por tener suerte de salir vivos de estos.
Siempre había sabido que mi relación con Ron iba más allá de la amistad, pero nunca me había dado cuenta de que él se sentía igual. Hasta ese momento, que acercándose a donde estaba yo sentada, corrió un mechón de mi cara y me rozó los labios con los suyos; sabía que yo no me iba a mover de allí. Fue un movimiento tan lento, tan suave, que fue casi imperceptible. Luego, con su mano derecha, recorrió mi mandíbula, muy despacio. Fue muy inesperado, y muy dulce a la vez. Estuvimos cerca al menos un minuto, hasta que él sonrió.
- Tienes la piel más suave de este mundo, Hermione.- me dijo. Lo miré a los ojos y le sonreí tímidamente.
- Ron, no digas tonterías. No has tocado la piel de todas las personas de este mundo.- le contesté, y él rió. Pero rió de verdad.
Creo que aquella fue la última vez que lo vi reírse de esa manera. Quiero decir, la última vez que su risa fue producto de algo relacionado conmigo. De hecho, luego de aquella vez, lo vi reírse muchas veces más, pero cada una de esas risas me parecieron frías y vacías. Sin emoción. Tal vez era mi imaginación, pero yo lo sentía así.
Intenté que mi rostro quedase bien humectado, y luego me apliqué un poco de maquillaje, para darle más vida a mi cara. Quería acentuar mis facciones, pero no de una manera grosera, así que usé tonos muy suaves, para que no se notara que estaba maquillada. Todo lo que quería era que disminuyera la palidez, aunque sea un poco. Esparcí bien la base, subiéndole de esta manera, algunos tonos al color de mi piel. Me puse un poco de corrector de ojeras, y también apliqué algo de labial transparente, para que hubiera brillo por lo menos en algún lado.
No entendía qué demonios me pasaba, jamás me había visto tan fea en toda mi vida. Fea y gorda, por supuesto.
Pero no, no podía pensar en eso en ese momento, tenía que concentrarme en llegar a la biblioteca y ponerme con mis deberes. Luego pensaría en como bajar los rollos de mis caderas, que eran tan pesados que hasta me costaba respirar. Pero si me ponía a analizar mi cuerpo delante del espejo en ese momento, no podría dedicarle la atención necesaria a pociones, ni a nada. Si me ponía a auto-evaluarme en ese instante, no podría salir de allí jamás. Y era inminente sacarme esa tarea de la cabeza, porque de lo contrario, la Hermione responsable no me dejaría en paz.
Acomodé el baño, salí de él y me dispuse a buscar mis libros. Creía que los había traído conmigo, pero al parecer no era así. Seguramente habían quedado en las mazmorras; no podía siquiera pensar en bajar hasta allí, pero no podía avanzar sin ellos. Con un humor de perros, y maldiciendo, salí de la habitación y me dirigí hacia aquel horroroso y mohoso lugar.
En el camino, pasé por unos pasillos que supuse estaban cerca de la entrada de la casa de Slytherin. No sabía dónde estaba situada exactamente y tampoco me interesaba. Había un par alumnos con la insignia de esa casa, pero sinceramente, no les presté mucha atención. Tan solo me sorprendió encontrar personas despiertas tan temprano, pero se me dio por pensar entonces que era difícil salir del ritmo habitual de vida, salir de la rutina. El reloj interno de las personas suele acostumbrarse, y cuando eres normal y rebosas de energía vital y móvil, te despiertas siempre a la misma hora, a pesar de estar de vacaciones. En cambio yo, estaba agotada. Cada vez que mi despertador sonaba, lo odiaba intensamente. El cansancio que sentía mi cuerpo era demoledor, y podría haber dormido por horas, quizá incluso amanecer al mediodía. Como pensé que el resto de los alumnos que se quedaron en el castillo a pasar las navidades, estarían haciendo.
Ojalá hubiesen estado todos durmiendo.
Seguí mi paso firmemente, ante la mirada de desprecio que me dirigieron una pareja de 'enamorados' que estaba sentada por allí. Apresuré mi paso, quería salir de allí lo antes posible. Ya sabía lo que decían esas miradas, que estaban cargadas de asco. Seguramente estaban pensando en lo horrible que era, en la vergüenza que representaba mi condición sanguínea, en los kilos demás que tenía encima.
Típico de los Slytherin. Típico de las personas con sentido común. Yo no podía estar más de acuerdo con ellos.
Por Merlín, quería desaparecer. Quería llegar, tomar mis libros y salir de allí de inmediato. Di un par más de pasos, tratando de no pensar en nada, de no fijarme en mi entorno, pero no lo logré durante mucho tiempo: ni bien entré a la sala de pociones, me choqué con un rubio platinado que salía de ésta. Su boca, que antes no reflejaba emoción alguna, se tornó en una asquerosa mueca, no sin antes amagar con transformarse en una sonrisa, seguramente de suficiencia.
Habíamos quedado enfrentados, nuestros cuerpos a poca distancia, muy cerca de la puerta. Nos miramos durante unos segundos a los ojos, pero mirando mucho más allá, tal vez hasta pensando en otras cosas. Yo, por lo menos, me encontraba en otra dimensión. Al mirar sus ojos grises, recordé la primera vez que lo había visto en mi vida, en mi primer año en Hogwarts. Su pelo claro, casi blanco, estaba peinado con gel hacia atrás, y sus brazos estaban cruzados, en un claro gesto de superioridad. Ese día me había mirado, como lo estaba haciendo en ese momento, midiéndome.
Agradecía a Merlín por haber tenido la fuerza necesaria para sostenerle la mirada en todas aquellas oportunidades, aunque muchas veces amenazaba con flaquear, y dejarle ganar. Pero él era quien siempre corría la mirada primero, distrayéndose con algo mucho más interesante que yo. Aquel primer día se había distraído con Neville, lo recordaba perfectamente. Quería burlarse del pobre, que había perdido a su mascota.
Pero ese día su mirada había permanecido clavada en mi por un largo rato, y una vez que me liberó del peso de la misma, me había sentido mucho más liviana, y había seguido con mi vida. Pero lo había hecho de una manera totalmente diferente.
Esa mirada había cambiado mi vida, la había puesto patas para arriba. Desde ese día, me había convertido en presa del Slytherin, y probablemente lo sería durante toda mi vida. Aunque jamás se lo fuese a confesar. Tenía la certeza clavada en el alma, y cada vez que me volvía a mirar de esa manera, algo dentro de mí se encendía, y olvidaba al resto del mundo. Olvidaba que había vida más allá de esos ojos, más allá de nosotros dos.
Como si todo eso hubiese pasado delante de mí como si fuese una película, finalicé el recuerdo y volví a la realidad. Todavía seguíamos allí, y el no corría la mirada. ¿Por qué? Si no lo hacía pronto, lo iba a hacer yo, y no quería, no debía ser débil delante de él. Si es que había alguien que cuidaba de nosotros, le agradecí en mi fuero interno a ese ser, por mandar la salvación en el momento preciso.
- Malfoy, Granger, ¿Qué hacen aquí? ¿No deberían estar durmiendo un sábado a la mañana?- dijo el profesor Slughorn, que apareció vaya Merlín a saber de dónde, y nos distrajo a los dos. Corrimos la mirada al mismo tiempo.
- Vine a buscar unos libros que olvidé, para poder adelantar mi tarea de pociones.- dije yo, como disculpándome. Por suerte el profesor idealizaba a los alumnos que consideraba muy inteligentes en algún área en particular, y por consiguiente tenía cierta afinidad conmigo. Comentarios como el que acaba de hacer, lejos de molestarlo, como pasaba con el profesor Snape, lo hacían sentirse orgulloso.
- Ah, ya veo. Como excelente alumna que usted es, Granger, imagino que ya quiere finalizar con todo. – dijo el hombre. Yo asentí.- ¿Y usted, Malfoy? ¿Qué lo trae por aquí?- preguntó.
- Vine a ayudar a la señorita… Granger.- contestó él, hablando por primera vez.- Ha estado teniendo serias dificultades con la realización del felix felicis, y como buen compañero que soy, le pensaba dar una mano.- dijo Draco con suma naturalidad. Por supuesto, cada palabra estaba impregnada de ironía. No obstante, su comentario no llegó a molestarme. Me daba igual, para ser francos.
Ya sea porque no se dio cuenta, o porque realmente no le importaba, el profesor Slughorn decidió creer lo que Malfoy le estaba diciendo y asintió con la cabeza. Nos dedicó una sonrisa para darnos ánimo, y con un leve gesto de mano, se despidió dando la media vuelta.
Pude ver de reojo la forma en la que Malfoy volvió a mirarme, con su cara de asco multiplicada por mil. Por dentro me estaba quebrando en millones de pedazos. En su cara, solo había desprecio. Bajé la cabeza antes de hacer contacto visual, y me adentré al aula, empujando su cuerpo a un lado con mi hombro derecho. Abrí el armario donde se encontraba mi libro, lo tomé y me marché de ahí lo más rápido que pude.
Cuando llegué a la biblioteca, me sentía la persona más miserable sobre la faz de la tierra. Sentía que llovía en mi interior, y que jamás iba a parar. ¿Por qué las personas se empeñaban en mirarme así? ¿Qué les había hecho? Yo tampoco estaba conforme con quién era, ni con cómo lucía, y si me apurabas, tampoco me agradaba mi condición sanguínea. Sabía que en teoría todos eramos iguales, pero me encontraba frecuentemente preguntándome por qué no podría haber tenido padres magos y un linaje limpio de sangre, y entonces todo hubiese sido diferente. Entonces al menos una parte de mi camino hubiese sido más fácil, entonces no hubiese tenido que lidiar con tanto desprecio. Yo tampoco estaba conforme con muchas cosas, pero no me metía con nadie, hacía mi vida con tranquilidad, todos los días iguales, intentando pasar desapercibida. ¿Por qué aún así, las personas insistían en demostrar su asco hacia mi?
Y lo peor de todo era que la mirada que más carga despreciativa tenía, provenía de la persona que desde hacía años me tenía como esclava, sin siquiera saberlo. De la persona que más me afectaba. Él era, sin duda, quien más repulsión sentía cuando me veía. Nuestros encuentros me quitaban del todo las ganas de hacer cosas, la tranquilidad y la voluntad. Jamás había compartido mi sentimiento de esclavitud con nadie, y lo único que tenía muy claro en ese momento era que estaba más sola de lo que nunca había estado, y de que nadie podía ayudarme a llenar ese vacío que sentía dentro.
Estaba rota, y eso era para siempre. Solo me faltaba encontrar la causa de las grietas.
Aquí comienza esta historia, espero que la disfruten mucho. ¡Gracias por leer! Espero sus reviews.
Noe.
