ERASE UNA VEZ
DIGIMON © TOEI ANIMATION
Sinopsis: Un cuento de hadas donde el caballero toca la armónica y la princesa juega con una pelota. Junto a unas criaturas que cambian sus cuerpos a base de los sentimientos, he aquí un relato fuera de todo pensamiento.
Nota de la autora: Es la primera vez que escribo de esta pareja que, si bien no es de mis favoritas de Digimon Adventure, me sorprende que escribiera una historia tan elaborada.
Además, si eres la primera vez que entras a una de mis historias, te comento que acabo de volver de una especie de retiro espiritual para encontrarme en algunos aspectos y que, si deseas saber más de esta historia y tener adelantos, búscame en Facebook o Tumblr como "Salamander's eye".
Dejando la introducción que no la verán de nuevo en un tiempo, vamos al primer capítulo.
Capítulo 1
Érase una vez un muchacho llamado Yamato Ishida que pasaba sus días en una remota casa, en el medio de la nada. Era un salvaje. La gente no era necesariamente amable con él. Solían despreciar su presencia y alejarlo por su forma de ser, pero a Yamato tampoco le molestaba ser despreciado. Los salvajes generalmente no se llevaban bien con otras personas. Disfrutan de su privacidad, que es la razón principal por lo que había innumerables carteles de manténgase fuera o propiedad privada esparcidos en casi todos los árboles de su casa. Yamato no era un sujeto que entretuviera.
Sin embargo, no todo era soledad y aislamiento. De vez en cuando, grupos de excursionistas o algo pasaban por allí, tratando de ver a la gente salvaje, generalmente Yamato solía ignorarlos. Solo causaban problemas. Cuando lo molestan, gritaba y chillaba como un asesino. Era cierto que tal vez había matado del susto a unos pocos aldeanos molestos, pero no podían decir que ellos no hubieran hecho algo para provocarlo. La gente tenía el derecho de criticarlo, pero él estaba privado de opinar sobre otros debido a su condición y estilo de vida.
—Son unos idiotas —refunfuño.
Yamato suspiro, otro día terminaba de forma negativa. Hastiado de pensar en ellos se sentó en la cocina a comer otra cena de jamón y patatas junto al fuego cuando se vieron luces brillantes y luminiscentes alrededor de una casa. Gruño y se levantó enérgicamente, derribando la silla y un vaso de agua en el proceso.
Salió con muy mal humor. Entrecerrando los ojos para ver mejor, vio un grupo de siete a diez excursionistas caminando hacia la pequeña casa. Yamato fue hacia ellos, desesperado por mantenerlos alejados.
Mientras seguía corriendo, las luces de sus antorchas se volvían más brillantes y más visibles. Eventualmente se encontró con el líder del grupo, lo tiró al suelo y causó que su antorcha de fuego se quemara.
—¿Qué están haciendo idiotas? ¡Esto es propiedad privada! —rugió a los hombres. Cada uno de ellos retrocedió y gimió levemente.
El salvaje le dio a cada uno una mirada aterradora antes de gritar y hacer una gran conmoción que los hizo huir asustados. Se carcajeó de ellos y volvió a su cena junto al fuego. Sabía que tendría que hacer un control del perímetro en la mañana. Tenía que asegurarse de que las señales caseras de fueran visibles para TODAS las personas, no solo para los inteligentes que se mantenían alejados.
—Tendré que hacer más pintura roja —graznó pensando en lo costoso que era conseguir el pigmento. Gruño mientras se acostaba en la cama—. También tendré que terminar de desherbar el jardín.
A pesar de su actitud huraña y despachante contra la sociedad, Yamato era un sujeto conservador que cuidaba lo suyo. Mantenía al día el jardín donde cultivaba sus alimentos, tenía en buen estado la estructura de la casa y se ocupaba de tener una especie de orden en el interior.
—Sí, mañana será un día más...
Bostezando mientras apagaba la llama que iluminaba la habitación, Ishida se recostó. Inmediatamente, todo se oscureció y solo unos momentos después, estaba fuera.
Sora despertó viendo el mismo viejo techo aburrido que prácticamente había sido su mejor amigo desde que tenía cuatro años. Se sentó y se desperezo. Suspiro y miro por la ventana contra la que estaba construida su cama.
—Como siempre, no ha cambiado nada —dijo con desdén. Un charco de lava hirviente aún rodeaba el castillo en el que estaba encerrada. Al otro lado del desvencijado puente de cuerda, se colocaba la guardia del dragón. La enorme cola morada de la bestia feroz no se veía, así que Sora supuso que estaba dormido—. Hasta el dragón tiene cosas que hacer. ¡Cielos!
La chica caminó hacia su escritorio prolijamente organizado y se sentó. Miró dentro del espejo roto y comenzó a cepillarse los largos y pelirrojos mechones. La fría piedra gris se estaba enfriando contra los pies descalzos de ella mientras se dirigía a las batidas puertas de madera del armario. Los saco a un lado y miro sus opciones de ropa que tenía.
—¿A quién engaño? Tengo los mismos cinco vestidos —pero era una princesa, así que eran vestidos preciosos. Sí, así es, era una princesa.
Sora había estado encerrada en esa torre durante quince años y hechizada por una bruja malvada. Cada noche, tan pronto como el sol se pone, se convierte en algunas de las criaturas más horribles del país. A veces, su ropa desaparece y queda con un vestido de marrón y sucio, con el cabello recogido en un moño descuidado que se encuentra cubierto por una redecilla. Era feo y aterrador. Era una pesadilla. Pero, cuando se levantaba nuevamente en la mañana, volvía a ser humana.
Y por eso estaba en esa solitaria torre siendo custodiada por un gran dragón.
Suspirando, eligió un vestido azul de manga larga con adornos dorados. El borde dorado continuaba en la parte inferior del vestido hasta que rozaba el piso. Flores doradas cubriendo la parte superior del vestido. El escote se curvaba en una elegante "U" y la parte baja de la espalda que se detiene en la parte inferior de la espalda.
Pacientemente, Sora se puso a hacer lo que hace todos los días: sentarse en la cama y esperar. Miró la pila de revistas y periódicos de hace cinco años que cubren la mesita de noche. De repente, las cortinas finas soplan violentamente.
—¿Será qué…?
Intrigada, la pelirroja miro por la ventana para ver a otra alma valiente que intentaba rescatarla de esa horrible prisión. Suspirando, colocó el codo en la repisa, apoyando la cabeza en su mano y observando cómo el caballero se quemaba de muerte por la malvada llama del dragón. Sin embargo, para su sorpresa, esta vez hubo una diferencia. Una extraña criatura comenzó a combatir al dragón batiendo sus alas y gritándole.
—Pobre criatura, ¿está queriendo defender a ese caballero? —se preguntó viendo el desequilibrado combate. El dragón parecía tener problemas ante un objetivo tan pequeño por quemar y su rival no podía contra semejante bestia—. ¡Ten cuidado con su cola! —advirtió viendo el próximo ataque del dragón.
La criatura la escucho y esquivo su ataque. El dragón rugió con frustración y se alejó, rendido. Sora no podía creer que hubiera dejado ir a criatura que, viéndola detenidamente, era una extraña ave rosada. Parecía que la criatura sintió la mirada de la princesa porque en un santiamén estaba sobre la ventana de Sora observándola con intriga.
—Gracias por la advertencia —dijo con voz cantarina—. No espere que la princesa fuera a hablar.
—Eh ¿de nada? —Sora se alejó de la ventana y la criatura entró a su habitación con confianza—. ¿Como sabes que soy la princesa?
—Ese caballero que mató el dragón me compro en el mercado negro y me dijo que iba a ayudarlo a rescatar a una princesa—explicó, narrando los hechos—. Cielos, es cierto lo que decían que llevas aquí mucho tiempo encerrada —comentó viendo el estado del cuarto.
Sora asintió, triste.
—Soy una prisionera esperando que el verdadero amor me rescate de esta torre —y reparando en la criatura con una mueca apenada, agregó—. Deberías irte, aprovecha tus alas y vuela hacia la libertad. Soy Sora, por cierto.
—Me llamo Piyomon y soy un Digimon —contestó viendo a la princesa con incertidumbre—. No sé dónde irme, siempre fui prisionera. ¿No puedo quedarme aquí contigo?
—Pero, aquí es una prisión más. Podría estar aquí toda la vida, ¿te quedarías igual?
Piyomon asintió.
—Creo que es mejor estar solas las dos que sola cada una por su lado —exclamó el Digimon sonriendo—. Y no creo que sea una prisión aburrida contigo. Pareces una buena persona, Sora.
La princesa miró con sorpresa a la criatura, no, al Digimon. Piyomon era la primera en acceder a quedarse allí sin rechistar. Sus padres habían dicho que tenían deberes que atender y con los años había perdido la esperanza de que alguna vez fueran a sacarla o acompañarla. Su soledad allí era aplazada con los ruidos que ocasionalmente hacia el dragón y los gritos agónicos de los caballeros que intentaron sacarla. Por eso su único amigo sincero era el techo que oía todos sus pensamientos.
—¿Estás segura? —insistió, una vez más. Piyomon asintió. Sora entonces, la abrazó—. Bienvenida, solitaria.
—De nada —explicó el Digimon. Apenas se separaron, agregó—. ¿Y haces cada vez que muere un caballero?
Sora se puso de pie y caminó hacia el escritorio. Abriendo el cajón superior, saco un cuaderno viejo, gastado y marrón.
—Lo he tenido desde mi primera noche en el castillo —comentó enseñándole su diario al Digimon—. Mis padres pensaron que sería una buena idea para mí registrar cada intento de rescate en este diario. A veces, escribo pensamientos y sentimientos.
—Supongo que debe estar lleno de fracasos —dijo Piyomon riendo—. ¿Cuántas veces han venido a rescatarte?
—Con la de hoy han sido 145 veces — resaltó la princesa anotando el nuevo fracaso. Habían pasado seis meses desde que alguien había venido—. Los rescates comenzaron a aumentar cuando alcance los catorce años y no paraban. Pero digamos que hace un par de años no hay mucho movimiento.
—Tal vez ese dragón es imposible.
—Tú eres la primera que le ha dado el ancho a ese dragón —señaló riendo y luego poniendo una expresión serena—. Creo que las princesas maduritas no llaman la atención tanto —exclamó usando la silla para recostarse y hojeando las interminables páginas del diario. Sonriendo a los pocos buenos recuerdos—. Son quince años de encierro.
—Eso es mucho tiempo, Sora — destacó Piyomon—. Yo no recuerdo cuando nací o como, pero no estuve tanto tiempo encerrada, ¿no te aburres?
—Sí, es tan aburrido. Ahora, no me estoy quejando, me siento bastante segura aquí y estoy bien alimentada, pero nunca he estado fuera de mi puerta cerrada —explicó—. Sé que hay una pequeña ventana frente a la puerta. Sé que estoy en la habitación más alta y en la torre más alta, pero no sé exactamente cómo rodear esta cárcel.
—¿Y has pensado en escapar?
—Por supuesto que intenté, pero el dragón siempre me atrapa y me arroja a mi habitación. A veces bailo, a veces canto. Pero, a veces solo necesito a alguien con quien hablar.
—¡Bueno, para eso estoy yo ahora, Sora! —dijo apoyándose contra ella. La pelirroja la acaricio—. ¿Hay algo más que tengas para divertirte?
Sora lo pensó un momento.
—Tengo una pelota, ¿sabes cómo usarla?
—No, pero puedes enseñarme y nos divertiremos juntas.
Sora sonrió ante Piyomon. Era una nueva compañía inesperada e iba ser su estadía allí más placentera. Sin embargo, en el fondo de su corazón esperaba ser rescatada pronto.
