Aquí os traigo una nueva historia, esta vez sobre Piratas de Caribe. Está situada después de la cuarta entrega, en "Aguas Misteriosas". Espero que os guste, si queréis ver la portada que he creado para esta historia, pondré el enlace en el blog ¡Un beso y espero comentarios!

Cap.1. Llegada a Port Royal

20 de Septiembre de 1718

Por fin, después de más de dos meses de larga travesía, anclamos el barco en una cala escondida de Port Royal. Se hacía raro volver después de todo lo ocurrido en la Fuente de la Juventud. Debía reconocer, que aún después de este lapso de tiempo, extrañaba a Angélica, pero sin duda, no haberla dejado en la isla hubiera significado mi propia muerte, pues después de haber matado a su padre, lo que la joven más ansiaba era venganza.

Jack- soltó Gibbs a mi lado.- ¿no creéis que lo mejor sería permanecer en el barco? Por si no lo recuerda, han puesto precio a su cabeza.

Tonterías, mi buen amigo Gibbs. Nadie osaría ponerme una mano encima. Además, es imposible cazarme.

Pero señor, ¿ya no recuerda cuándo le secuestró el rey francés? ¿O cuándo…

Basta Gibbs, tanta charla insustancial me está causando dolor de cabeza. Ocúpate de rellenar las bodegas, y por amor al cielo, que no se le vuelva a olvidar el ron o juro que su cabeza colgará del palo mayor.- solté antes de seguir mi camino.

Por fin la ciudad se abrió ante mí. Sus calles, más limpias sin duda que las de Tortuga, sus casas de tonos suaves que marchaban del azul más tenue hasta el marrón oscuro y sus fantásticas tabernas llenas de mujeres con las que pasar un buen rato. Sin duda, dos meses de abstinencia me hacían necesitar compañía femenina de urgencia.

Una mirada fija en mi persona me hizo detenerme, pero al mirar a mi alrededor, no fui capaz de ubicarla. Probablemente no fueran más que imaginaciones mías. Después de todo, soy uno de los piratas más perseguidos de todos los tiempos, y si no se tienen los cinco sentidos alerta… bueno, lo más probable es que acabes colgado junto a varios muertos de hambre faltos de dientes y de mal aliento. No quiero ni pensar lo que puede ser estar colgado a su lado mientras abren la boca, sacando la lengua al máximo. Seguramente, es su propio olor lo que los mata y no la presión de la soga.

Otra vez invadido por la sensación de ser observado, me giré, sorprendiéndome al ver que las únicas personas que había en la calle eran una joven dama seguida de su vieja carabina. Todos mis instintos masculinos se dispararon al verla. Era muy difícil encontrar damas hermosas hoy en día, al menos en estas islas, pero ella sin duda superaba el concepto vulgar de hermosura. Era atractiva, atrayente, hipnotizante. No era común desde luego, pues pocas jóvenes de la corte poseían una tez olivácea de aspecto de terciopelo o un cabello largo y de un llamativo color chocolate, brillante y lustroso, cayendo hasta la media espalda en delicadas ondas, con mechones más cortos enmarcando su rostro y sus altos pómulos. Un gracioso y pequeño sombrero en dorado de baja copa hacía destacar más su tono oscuro. Sus rasgos felinos, propios de cualquier diosa griega, contaban con una naricilla respingona que le daba una mayor altivez, una barbilla puntiaguda que remataba su rostro de corazón, unos ojos grandes y almendrados en color azul, misteriosos y profundos, enmarcados por largas pestañas oscuras que rozaban delicadamente su piel al aletear, unas delgadas y arqueadas cejas oscuras y unos labios finos y carnosos, sugerentes en forma de corazón de un exquisito rojo. Era alta para ser una mujer, o al menos ese era el efecto que se creaba al ver a la vieja doncella que no debía llegar al metro y medio; sumamente voluptuoso, pues sus abundantes senos trataban de escapar del apretado corsé. Su vestido dorado y ajustado hasta las caderas, finamente bordado, acababa en una larga y acampanada falda de pliegues por el guardainfantes, mostrando una estrechísima cintura que podría rodear con una de mis manos sin dificultad. Parte de su antebrazo quedaba al descubierto por la manga tres cuartos que se deshacía en un montón de pliegues blancos, y sus manos iban cubiertas por unos mitones cortos en seda blanca rematados con hilo de oro. Unos pendientes de oro en forma de corazón con un rubí en el centro y tres diamantes que colgaban adornaban sus pequeñas orejas, llamando mi atención. Sin duda, podría cobrar una fortuna por ellos.

¿Qué miráis con tanta atención, marinero?- preguntó en mi oído, con voz afilada y seductora. No sabía cuándo se había movido.

¡Mi señora! No debéis hablar con este rufián. ¡Mis amos me ahorcarán si se enteran!- se lamentó la pequeña mujer, con el rostro horrorizado.

Vuestra hermosura sin duda, mi Lady. No había visto mujer tan hermosa en ninguno de los rincones que he recorrido. Y déjeme decirle que he llegado hasta la entrada de las puertas del infierno.- le seguí el juego, ignorando a la cada vez, más furiosa y temerosa criada.

¡Mi Lady, no…!

María, marchad a casa del Comodoro. Esta tarde no requiero de vuestros servicios.- La criada parecía a punto de replicar, pero la mirada peligrosa que le mandó la señorita, la hizo callar y marchar. Sin duda, ese genio no era propio de una dama.

¿Puedo saber el nombre de tan encantadora acompañante?- pregunté, deseando conocer el nombre de tan interesante dama. Un nombre siempre tiene las características de su dueña, aunque las nobles tendían a tener clásicos como Elisabeth, Susan, Anne,...

Curioso sois para ser un simple marinero- contestó, evadiendo la pregunta y girando para continuar su paseo. Me sorprendía que no llevara una sombrilla para protegerse del cálido sol de media tarde. Cualquier dama se horrorizaría al verla, pues el sol significaría el final de su palidez, que acentuaban con polvos. Al colocarme a su derecha, me fijé en que su piel estaba libre de esos maquillajes y que tenía una peca bajo el ojo, una en el pómulo y otra en la mejilla, coquetas, que animaban a cualquier hombre a querer trazar ese camino con los labios.

No soy marinero, sino Capitán.- noté que por sus ojos pasaba un rayo de excitación, y una sonrisa pícara se esbozaba en sus labios, aunque duró tan solo un segundo, como si una máscara se hubiera soltado y tuviera que ponérsela a toda prisa para evitar un escándalo.

Supongo entonces que a un Capitán sí podría darle mi nombre. Su rango lo amerita.- empecé a pensar que jugaba conmigo cruelmente y que fingía que desconocía que era un pirata, pues sabía que mi disfraz, no estaba muy logrado. El traje se lo había robado al capitán de una de las compañías de las Indias Orientales, y mi pequeña barba "de chivo" recogida en dos trenzas, un diente de oro aunque poco visible, mi pelo largo, castaño y brillante lleno de rastas y trenzas y mis ojos de un marrón tan oscuro que podía ser fácilmente confundido con el azabache, pintados con khol negro, me delataban como pirata. Aunque tal vez la dama no estuviera acostumbrada a recorrer la ciudad fuera de esos suntuosos carruajes de caballos y no sabía diferenciar entre pirata y capitán de barco inglés.- Soy Elektra Norringhton.- soltó elevando la barbilla con altivez, pose reforzada por su nariz apuntando al cielo. Como acostumbraba a hacer con todo tipo de mujeres en mi afán por conquistarlas, me llevé una de sus manos enguantas a los labios y la besé, alargando el contacto más de lo estrictamente estipulado, sin quitar mis ojos de los suyos, que me miraban insondables, sin dejarme saber lo que pasaba por su cabeza. A pesar de la fina seda, sentí el calor de su piel, y deseaba poder quitarle el mitón y tocar el terciopelo oliváceo.

Un placer, Señorita Norringhton. Sin duda una nombre a la altura de una mujer tan exótica como usted. Soy Jack…- me quedé pensativo, hasta que vi una carpintería- Wood. Sí, el capitán Jack Wood. A sus pies.- solté haciendo una ridícula reverencia.

El placer es mío, capitán. Pocas son las ocasiones en las que me encuentro en compañía de tan interesante personaje.- su tono era burlón, lo que me confirmó que estaba jugando conmigo. Sin darme cuenta, la dama me había conducido a un callejón oscuro, y el tiempo había corrido veloz hoy, pues el sol se estaba empezando a poner.

¿Sois la esposa del Comodoro?- pregunté, tratando de que no se notara que estaba buscando una forma de huir de ella. Aunque debía decir que la respuesta me interesaba.

No, soy una prima lejana. Mis padres murieron hace unos meses y me dejaron a su cargo hasta que me case o sea mayor de edad.- mientras decía esto, me había ido acorralando contra la pared, y podía sentir sus senos plenos contra mi torso. A pesar de la situación, eso me excitaba, diablos. Va a ser verdad eso que cuentan que los hombres pensamos más con nuestro fiel amigo que con el cerebro.- Bueno, Jack; creo que es momento de dejarse de tonterías.- mientras decía esto, sentí la fría hoja de una daga contra la piel de mi cuello.- He oído que ofrecen una más que interesante recompensa por tu persona, aunque no especifican si vivo… o muerto- susurró contra mi oreja, haciendo que se me pusiera la piel de gallina. Su arma pasó a encontrarse ahora contra mi pecho, a la altura de mi corazón, pero ni un instante sus ojos se separaron de los míos.

Mi señora, el carruaje está listo- soltó la misma mujer que la acompañaba antes.

Perfecto, María.- a pesar de sus palabras, no se volvió.- Muy bien, Sparrow. Ahora vas a ser un buen chico y no me vas a causar problemas, porque si lo haces… no llegarás vivo a nuestro destino.- Después de decir eso, noté que la que ahora sostenía la daga era María, y mientras, Elektra, si es que era ese su nombre auténtico, se levantaba las faldas, sin vergüenza alguna, apoyando su chinela derecha de alto tacón en el muro, mostrándome su maravillosa y torneada por los dioses pierna derecha, con una liga en la que llevaba unas pesadas esposas. Fijándome bien, noté que en su otra pierna llevaba sujeta de la misma forma lo que parecía una pistola. Sin detenerse, selló mis muñecas con ellas, alejando a María ahora que ya no me consideraba peligroso.- ¿Un último deseo, Sparrow, antes de comparecer frente a las autoridades?

No sé que fue lo que lo provocó. Tal vez sus ojos felinos mirándome brillantes por el triunfo o tal vez la sonrisa burlona que esbozaron sus labios, pero de un impulsó, la besé furiosamente, envolviendo mis labios con los suyos con rudeza, ira, deseo y pasión. Pensé que me apartaría al instante, pero esperó unos segundos antes de hacerlo, con los labios hinchados y los ojos brillantes. Entre ella y María me empujaron y me metieron en el carruaje.