[el mundo es un pañuelo cuando no has olvidado a alguien]
Era un invierno calmo, equilibrado y sin muchas lluvias. La gorra de lana le cubría los cabellos mientras caminaba debajo del nublado cielo de Londres, serpenteando entre edificios y calles, entre vidrieras y bocinas, gente hablando pero sin realmente escucharse.
Hacía unos veinte minutos había dejado a Fiona en una florería para que eligiera las más lindas, esas que combinaran a la perfección aquello que no iba a tener contra tiempos, aquello sin margen de error. E iba tan perfecto que comenzaba a asustarle, temiendo que un día después todo se desmoronara y supiera que había sido una mala idea.
Miró hacia arriba, el cielo combinaba su estado de ánimo ese día. Cerró los ojos un segundo, otro recuerdo – uno más en el día, uno más a la docena de la semana. Uno más desde hacía siete años.
Una cafetería pequeña pero pintoresca se alzaba en la esquina, los colores caoba del ventanal y la puerta le recordaron dolorosamente a ella, a ella y a su sonrisa, a ella y a su piel oliva y el candor natural de su cuerpo, a ella - poesía rebelde que se había escapado con cada palabra recitada de su historia que había llegado a punto final, autor y página siguiente.
Se quitó el gorro y decidió entrar, necesitaba un pequeño pero urgente respiro. La perfección podía esperar, al menos quince minutos de melancolía y arrepentimiento.
Cuando entró, el calor y el olor a café la envolvieron, sintiéndose como en sus brazos. Cerró los ojos. Ese día iba a llegar a los doce, no iba a ser necesaria la semana – y lo peor aún faltaba, pues que de uno hubiera pasado a doce había sido una falta de respeto a su amor propio y corazón roto, pero ahora sabía que serían más de quince recuerdos por día y que iba a consumirse, que aún faltaba imaginársela a su lado, viviendo esa perfección pero abrir los ojos y darse cuenta de que no estaba y no iba a volver.
- Buen día – la sonrisa de la pelirroja detrás de la barra le volvió a poner el mundo frente a las narices y sacudió la cabeza.
- Buenas. Un café con leche, por favor – frunció los labios en una mueca de sonrisa.
Música que no conocía sonaba en el fondo, las pequeñas plantas de interior colgando de las paredes y los cuadros de algún desconocido con mucho talento decoraban el ambiente.
El vaso térmico se deslizó por la madera y levantó la vista.
- Son £2,30.
Antes de que pudiera meter la mano en el bolsillo, el dinero se deslizó junto a ella y giró la cabeza, encontrándose con dos granos de café oscuros, de pestañas largas y muy expresivos.
- Yo se lo pago – sonrió, tomando el vaso y mirándola directo a los ojos.
- Hola…
- Hola, Emma.
Tenía el cabello un poco largo y lacio, enmarcandole el rostro de nariz roja. Aún tenía la bufanda alrededor del cuello pero ya no llevaba chaqueta. ¿Arrugas? ¿En serio?
- ¿Cómo estas?
- Yo… vaya, no… no pensaba encontrarte de nuevo – rió entre feliz y nerviosa.
- El mundo es un pañuelo – apretó los labios ahora con menos labial que años atrás y le entregó el café.
- No era necesario.
- Quise hacerlo. Una forma de reencuentro. ¿Nos sentamos un segundo o estás ocupada?
- Yo…-solo estaba pensando en ti, nada del otro mundo. Cerró los ojos un segundo y asintió- está bien.
La mesa quedaba junto a la ventana, al fondo del local. Una chaqueta negra y guantes ocupaban la silla y la mesa. Y después ella, ella ocupándole el espacio vital y haciéndole latir el corazón de nuevo. Ya no necesitaba el café para entrar en calor, la sangre ya se derramaba por sus venas como si un dique se hubiera roto, inundándola de vida y adrenalina de punta a punta.
Puso el vaso humeante frente a ella y metió las manos entre sus piernas. Regina seguia igual de hermosa, igual de fuerte, igual de serena. Le miró las arrugas junto a los ojos y se maravilló. ¿Habría ella también madurado? Quizás el verse al espejo solo de vez en cuando no le había permitido apreciar los pequeños y grandes cambios que había sufrido desde que había dejado a Regina. Si, se le notaban los años pero se lucían en ella de una manera espléndida.
- ¿Cómo has estado?- fue la primera en hablar pues la morena se había contentado con observarla detenidamente, su cabeza sobre sus manos y una sonrisa dulce en los labios.
- En siete años han pasado cosas, muchas, pero me ha ido bien. ¿Tu?
- Digamos que no todo sale como siempre uno lo planea… pequeños errores y resbalones…-sonrió y golpeó las uñas en la madera- pero va sobre ruedas, supongo.
La mujer rubia parecía algo abatida y a Regina eso le tocó el corazón. Emma solía ser muy segura de sí misma, nunca le temblaba la voz al decir las cosas y ahora no podía hacer una respuesta decente.
Los ojos chocolates la estudiaron lentamente, descubriendo los pequeños cambios, intentando averiguar porqué se había vuelto tan débil.
- ¿estás segura?
- Si, si. Solo… es raro esto. Lo siento.
Emma tomó su celular y Regina entreabrió los labios al ver el anillo en su dedo brillar como un meteorito que automáticamente cayó sobre su corazón.
- ¿te casas?- la pregunta salió de sus labios antes de pensarlo. Y se arrepintió.
La mirada de Emma se levantó como un animal asustado, las mejillas rojas y la culpa llenándole las pupilas.
- Sí… de hecho… estaba viendo las flores… - rió y sacudió la cabeza, mirando el anillo y frunciendo las cejas.- es increíble.
- ¿Puedo saber con quién?
- Killian… ¿lo recuerdas? El del instituto.
- Oh… si.- claro que se acordaba. Seguía cayéndole mal a pesar de que habían pasado casi veinte años.- Bien, pues… te felicito… de verdad – extendió la mano y tomó la pálida y suave que descansaba en la mesa, inmóvil.-Realmente te felicito.
- Regina… ¿por qué me invitaste?
La morena sacudió la cabeza, acomodándose el flequillo y tomó aire profundamente. El paisaje afuera se dibujaba ondulado por el vidrio, el viento bailaba entre las copas de los árboles de hojas amarillas y el cielo se volvía cada vez más oscuro.
- ¿recuerdas que una vez me planteaste nuestro rompimiento – cosa que sucedió, y me preguntaste qué haría si te encontrase en la calle? No te respondí porque en aquel momento jamás pensé en ello, pero hoy se da esa situación Emma. Y ya ves qué hago – sonrió algo triste y la miró a los ojos, esos que brillaban más celestes que nunca. Algo dentro de ella seguía doliendo pero automáticamente sanaba al mirarla. Era un ciclo rápido que comenzó cuando vio el anillo pero parecía que llevase una eternidad sintiéndolo- hacer como que nada pasó, como que seguimos siendo amigas, como que todo está bien. Porque para mi lo está. Tú tomaste tu decisión y yo la respeté porque de nada me servía presionarte.
- Regina…
- No, déjame terminar – alejó su mano de la de ella y tragó saliva con dificultad-. No voy a negarte que el día que te pedí matrimonio y tú te negaste, me dolió y ver que ahora te casarás es… como un gran golpe en medio del estómago. Pero está bien porque ya no es sobre nosotras y mucho menos sobre mi, es todo sobre ti y solo… quiero que seas feliz.-volvió a tomarle la mano. Emma tenía la mirada aguada.- Pero créeme que nada me hubiera hecho más feliz que...
La puerta se abrió y Regina dejó de mirarla para después sonreír de forma enorme. Emma giró la cabeza y su corazón se encogió al ver a una mujer rubia abrigada hasta los bigotes entrar, de su mano iba un niño pequeño que hablaba para toda la cafetería.
- ¿Dónde está mamá?
- Allá atrás, cariño. Ven – le sonrió a la mujer tras el mostrador y se desató la bufanda mientras tiraba del pequeño que se echó a correr cuando estuvo unas mesas atrás.
- ¡Ma!-gritó, tirándosele encima. Su cabecita castaña desapareciendo en el estómago de Regina.
Todo sucedía en cámara lenta frente a los ojos de Emma que no sentía ninguna parte del cuerpo en esos momentos. La mujer rubia saludó y después la vio acercarse a Regina y besarle las mejillas, apoyar una mano en su hombro y acariciarle la cabeza al pequeño.
Su boca quedó entreabierta, el corazón le latía a mil y una rabia sin sentido comenzaba a abrirse paso en ella.
Regina sonreía mientras le hablaba al niño y después levantaba la cabeza para hablarle a la otra mujer. Se estaba ahogando, necesitaba aire… necesitaba…
- ¿Emma?¿estas bien?-su ceja se elevó y sus labios se fruncieron como ella recordaba.-¿quieres agua? Estas pálida.
- No… estoy… bien – se lamió los labios y pestañeó rápidamente, dirigiendo su mirada al niño.
- Soy una desubicada – dijo la otra mujer y se acercó a Emma-, soy Kristin – su mano enguantada fue recibida por Emma quien la apretó suavemente.
- Cariño, dile hola a Emma.
- ¿Eh?- su morro de confusión enterneció hasta la última célula de la rubia. Era la misma mueca de Regina.
- Dile hola, me llamo Henry… ¿si recuerdas?
- Ah… - sus ojos verdes brillaban fuertemente cuando giró y miró a Emma sobre el borde de la mesa que apenas alcanzaba.- hola, soy Henry y ella es mi mamá.
- Hola Henry – sonrió todo lo grande que pudo y extendió su mano sobre la mesa, curvándose un poco. La manita del niño rodeó la suya y la sacudió con energía.
- Tengo 4 años, ¿tu?
- Henry eso no se pregunta…- la sonrisa de Regina era genuina.
- Tengo treinta y seis.
- Eso es mucho. ¿mami tú cuánto tienes?
- Treinta y seis también – apoyó el codo en la mesa y el niño se metió entre sus piernas.
- Tienen los mismos años.
- Ajam.
- Pero ella es mayor que tú, mamá.
- Pequeño sabandija – Kristin rió y sacudió la cabeza -. A mi no me lo preguntes.
- Está bien.- le guiño un ojo a la otra mujer y se acercó al oído de su madre.
- Claro, ¿podrías acompañarlo?
- Por supuesto – la mujer extendió la mano y el pequeño se paró junto a ella.-, con permiso.
Ambas los observaron alejarse hacia los servicios y se quedaron en silencio por unos segundos. Regina giró la cabeza lentamente y miró a Emma quien seguía con los ojos puestos por donde los dos se fueron.
- Es… hermoso – la rubia apretó los labios en una sonrisa y sacudió la cabeza.
- Es lo más hermoso que existe, sí.
- Debe ser muy feliz con ustedes.
- Kristin estuvo conmigo durante todo el embarazo que no fue nada fácil. Pero todo acabó bien, todo empezó y sigue bien.
Se miraron a los ojos un segundo y rebotaron la mirada hacia otro lado.
Emma quería llorar, quería llegar a su departamento y sentarse a llorar. Estaba más insegura que nunca y de golpe todo esto volvía a aparecer en su mundo y ella otra vez con su sonrisa y su corazón de oro…
Tomó aire de forma temblorosa.
- Realmente lo siento. Lo siento por todo. Todo... Todo.
- Lo que dije lo digo en serio…- se lamió los labios y la miró. – no lo sientas porque ya pasó. Solo quiero que sepas que eres la mejor persona que pude haber conocido y que contigo sentí las tan quemadas mariposas, esos murciélagos que no me dejaban dormir… fuiste los mejores años de mi vida, Emma. Me hubiera encantado que siguieras y que esto lo viviésemos juntas pero no se pudo, no se puede.
A Emma se le fruncieron los labios y las lagrimas cayeron solas, sus dedos jugando entre ellos sobre la mesa. El café totalmente frío. Una llamada perdida de su futuro esposo en la pantalla del teléfono en silencio. Quería vomitar.
- Sé feliz, Emma. Cúmpleme ese deseo, por favor.
Antes de hacer un escándalo, ella tomó sus cosas de forma rápida y se inclinó sobre la mesa para besarle la frente a la morena que quedó petrificada. Su piel era caliente contra sus labios resecos, se quedó más tiempo que el necesitado y sollozó ahogadamente.
Una mano subió sobre la de Regina y la apretó para luego palmearla suavemente.
- Lo siento, lo siento mucho. No sé que hice, no sé ni que estoy haciendo con mi vida. Lo siento.
Una ráfaga rubia salió del café, nuevamente una exhalación de alegría se le fue a Regina, una de las pocas que le quedaban y el corazón se volvió a oscurecer.
Apretó los labios y suspiró, mirando el lugar vacío que Emma había dejado.
- ¿estás bien?- la mano de Kristin cayó en su hombro y la sujetó.
- Todo volverá a estar bien-pestañeó, alejando las lagrimas y la miró.-¿Dónde esta Henry?
- Se quedó en los sofás de aquí al lado. Está mirando dibujos animados.
- Voy a pedir dos cafés bien cargados y voy para allá.
Emma se secaba las lagrimas que no dejaban de caer a medida que avanzaba por la vereda. El cielo se había puesto oscuro, había más viento que antes y sus ojos se estaban empezando a irritar.
No, no la había superado. Verla no iba a ayudar en mucho y esas palabras la iban a perseguir por el resto de su vida. Tomó el anillo en su dedo y lo tiro a la calle mientras un sollozo escapaba de su garganta. Era una tonta. La soledad y el dolor la habían llevado a la rastras a Killian que no le movía nada, que no le generaba nada, que era nada pero que iba a estar para el resto de su vida si no se detenía. El tren de su vida iba a mil y no sabía de donde agarrarse para detenerlo. Quería gritar.
- ¡Emma! ¡Ahí estás!- la voz de Killian y los pasos apresurados de Fiona llegaron desde atrás. Siguió caminando, cubriéndose la boca con una mano mientras en la otra aferraba el gorro y el móvil.-¡Emma!
- ¿¡Qué!?¿¡Qué quieres!?
Lo oyó correr y de golpe lo tuvo delante de ella, con los ojos azules confundidos al igual que su gesto. Le recorrió la cara con rabia y dejó caer más lágrimas.
- ¿por qué estás llorando? ¿Qué pasó?
- Pasa que quiero estar sola, eso pasa.
- ¿Emma…?- la rubia se dejó caer contra su pecho y apoyó su frente contra su cuello.
- Lo siento por ti también. Realmente lo siento. El anillo está en la calle. Soy una basura y realmente lo siento. – levantó la cabeza, los orbes azules que brillaban más que una piedra preciosa estaban irritados y tenia la nariz roja. – No me busques. Solo déjame. Cancelen todo, por favor.
- Pero…
- Lo siento – le besó la mejilla y se alejó de él, sus piernas apenas la sostenían pero tenía que irse.
La vida le había vuelto a llevar la contra pero al menos esta vez le había evitado cometer el peor error de su vida. Se puso el gorro de nuevo y metió la mano en los bolsillos. Algún día sanaría, pero iba a tener que esperar.
Regina cargo a Henry al salir de la cafetería y miró hacia la derecha, encontrándose con un hombre recostado en una pared en el bloque siguiente, uno que se agarraba la cabeza mientras una joven al lado le hablaba. A lo lejos una figura ya casi indistinguible se iba haciendo cada vez más pequeña. Suspiró y Kristin le rodeó el hombro con un brazo.
- Creo que le ayudaste a abrir los ojos, Regina.
- ¿tú crees?
- Al menos así va a poder cumplir tu deseo.
- ¿Estabas escuchando?
—-
¡Hola! Pues primero que nada, perdón por desaparecer por tanto tiempo. El colegio directamente no me dejaba vivir pero aquí tienen a su intento de escritora de vacaciones y oficialmente siendo alumna el ultimo año de bachillerato.
Ésta historia es media triste, pero échenle la culpa a Troye Sivan(?). En fin, espero que disfruten y el dejan el saber en los comentarios. Besitos y ahora si nos estaremos leyendo más seguido.
