Capítulo uno
Nada justo
Haru estaba enamorado, él estaba seguro de lo que sentía. Sus sentimientos estaban muy claros. Haru amaba profundamente a su entrenador. Haru amaba al hombre de cabellos rubios y ojos verdes llamado Yuri Plisetky. Y a Haru no le importaba que el mismo compartiera nombre con su madre, eso era lo de menos, y quizá hasta se trataba de una señal. Pero Haru tenía un problema, bueno, tenía un gran problema que resaltaba de entre todos los otros problemas menores. El resto se podía solucionar de alguno u otra forma. Ni la edad, ni la relación entrenador-practicante, ni nada similar a eso significaba un verdadero problema para él. El problema era que Yuri Plisetsky se negaba a aceptar sus sentimientos, lo que era más, le había prohibido terminantemente volver a sacar el tema a colación, fuese el lugar que fuera. Y no era justo. Haru deseaba profundamente estar con el mayor. Haru quería poder abrazarlo cada que le viniera en gana, algo que ya no le era permitido; Haru quería poder tomar su mano y entrelazar sus dedos como había visto hacer a su madre con su padre infinidad de veces, también quería besar los nudillos ajenos con suavidad y dedicarle la mejor de sus sonrisas al rubio, justo como su padre hacía con su madre. Haru podía dar cientos de ejemplos más de lo que quería hacer. Haru era terco, y no se rendiría hasta conseguir que su futuro novio, prometido, esposo y madre de sus hijos, aceptara y correspondiera abiertamente a los sentimientos que le profesaba.
Haru tenía 13 años.
Haru conocía a Yuri Plisetsky de toda la vida, y lo había admirado desde que tenía memoria, no del mismo modo en que admiraba a sus padres, no, la admiración que sentía hacia Yuri Plisetsky era el tipo de admiración que acabó transformándose en amor, amor puro y duro. Amor en su más primitiva expresión, lo que él, Haru, entendía por ¨más primitiva expresión¨ era besos en los labios; sus padres todavía no le habían dado esa charla. De acuerdo, Yuri Katsuki todavía no le había dado la charla, con Viktor... no habría resultada nada bien, sobraban razones del porqué.
Haru acababa de finalizar su programa corto, y los aplausos lo envolvieron, como ya estaba tan acostumbrado. Haru alzó ambos brazos, saludando efusivamente. Haru tenía un endemoniado parecido con su padre, aunque los ojos más rasgados y de un color que quizá se podía calificar como dorado, aunque a él le gustara pensar que era marrón amarillento. Haru amaba el color de ojos de su madre, le habría gustado heredarlos igual. Haru sonrió, la misma sonrisa coqueta y brillante de su padre.
Haru atrapó el primer peluche, que representaba a su madre, en el aire, pero no fue igual de rápido con el de su padre, que llegó del lado opuesto, y tuvo que agacharse para tomarlo con su mano libre, mientras abrazaba el primero con el brazo de la otra.
Haru estrujó el par de peluches contra su pecho, sonriendo aún más.
Sus padres, Yuri Katsuki y Viktor Nikiforov, levantaron los brazos, la mano derecha de uno, entrelazada con la izquierda del otro, los dos sonriendo como los padres orgullosos que eran.
Viktor abrazó a Yuri por la cintura, y depositó un casto beso sobre los labios de su esposo desde hacía poco menos de dos décadas.
La sonrisa de Haru se ensanchó todavía más, y sus ojos resplandecieron, viendo el reflejo de lo que, sin lugar a dudas, tendría con Yuri Plisetsky en el futuro.
Haru era necio.
Haru se deslizó fuera de la pista, y se abalanzó sobre su rubio entrenador, ignorando por entero las quejas del mismo con respecto a los cambios que realizó de último momento a su rutina.
Haru tenía 14 años.
Haru estaba emocionado.
Sus padres habían organizado un viaje familiar, habían invitado a su entrenador. ¡Y Yuri Plisetsky había aceptado! Haru no podia ser más feliz.
No, eso no era verdad. Haru sería mil veces más feliz si Otabek Altin no fuese también.
No debían malinterpretarlo.
Haru disfrutaba mucho pasar tiempo con el mejor amigo de su entrenador, amor incondicional, futuro novio, prometido, esposo, y madre de sus hijos, definitivamente lo hacía; pero él quería acaparar al rubio, y con el pelinegro kazajo cerca, se le dificultaría, por no decir que resultaría imposible de lograr.
Sin embargo, Haru olvidó lo inconveniente que era la unión de Otabek al grupo mientras se encontraba en el asiento trasero de la motocicleta del mismo, riendo a viva voz, extasiado.
Después de Yuri Plisetsky, y sus padres, sin contar el patinaje sobre hielo, lo que Haru definitivamente más amaba en el mundo era la moto de Otabek.
Haru no pudo disfrutar de la anécdota del alquiler del auto rosa, mucho antes de que él naciera, cuando sus padres apenas estaban comprometidos; y el susto que se había llevado su entrenador gracias a su par de progenitores, y no se arrepentía, ya la conocía, aunque siempre reiría a carcajadas al volverla a oír, en especial si era su entrenador quién la contaba.
- ¡Más rápido, Beka!
Yuri Plisetsky seguía recriminándole por usar el apodo con el kazajo, pero a este último no le molestaba.
Y no era como si el nombre del mejor amigo de su futura pareja le desagradara, pero le sonaba muy seco.
Sus padres y entrenador viajaban en un auto azul, Haru había olvidado el modelo, y ya no preguntaría, pero se veía muy moderno.
Otabek hizo rugir el motor, y Haru soltó una exclamación se jubiló, lanzando los brazos al aire.
- ¡Sí!
Llegaron a destino un promedio de media hora más tarde.
Haru bajó de un salto, trotando en su lugar, para desentumecer sus piernas. Era una sensación incómoda, y sin embargo aquello no menguaba ni un poco el placer de viajar en motocicleta.
- ¡Gracias por traerme, Beka!
El mayor levantó el pulgar derecho, apenas sonriendo.
Haru infló las mejillas.
- ¡Beka! - recriminó.
Otabek resopló, y se acercó al menor, posando la misma mano sobre los plateados cabellos. Los despeinó.
- ¡Demasiado! - se quejó Haru.
Otabek sonrió.
Y sus padres rieron.
Yuri Plisetsky sonrió, también.
Se quedarían tres días en un hotel frente a la playa.
Haru amaba la playa, la vista era fabulosa sin importar la hora. Además, según su padre, él había digo engendrado en una.
Por supuesto, Viktor había soltado el comentario, con la naturaleza propia que le caracterizaba, en un momento en el que Yuri Katsuki no estaba presente, y vaya que el segundo había enrojecido cuando Haru, de nueve años, y rebosando de emoción, le había preguntado si era verdad, durante la cena de esa noche.
Estaba de más comentar que Viktor no recibió postre ese día, ni ningún otro durante un par de meses, hasta que, desesperado, se las había ingeniado para robarse un trozo, mientras Haru no estaba en casa, y menos mal no estaba, porque obligó a su esposo a decir cosas inimaginables.
El albino mayor todavía tenía el audio, del cual su pareja no conocía la existencia, y a veces lo reproducía, cuando llegaba primero a casa. Cuando eso sucedía, al pelinegro le esperaba una larga noche de sexo desenfrenado, en la cual debía valerse de todo tipo de métodos para no gemir alto, y un importante dolor de espalda a la mañana siguiente.
Esas mañanas, Yuri pasaba más tiempo en el baño, luchando contra las marcas en su cuello.
Viktor solo respondía que se trataba de una leve alergia, cuando Haru preguntaba, y guiñaba, juguetón, hacia su esposo, una vez su hijo hubiese girando en dirección contraria.
Haru cargó dos maletas hasta la entrada del hotel, allí las bajó, esperando a por sus padres, amor de su vida, y el mejor amigo de este último.
El peliplata infló las mejillas, impaciente, y frunció el ceño cuando escuchó la risa de Yuri Plisetsky.
Él era quien debía arrancarle sonrisas a su entrenador.
Otabek fue el primero en entrar en su campo de visión, y rehuyó al contacto que el mismo intentó brindarle, dando un paso al costado.
El kazajo lo observó con curiosidad.
Haru contuvo el impulso de sacarle la lengua.
- Tardan demasiado. - Espetó.
- ¿Cómo dices?
Haru frunció el ceño, otra vez, hacia el rubio.
Yuri Plisetsky enarcó una ceja.
- ¿Celoso? - la voz de Viktor se dejó oír, y el mismo apareció tras Yuri Plisetsky, seguido por Yuri Katsuki.
Viktor con un par de maletas, más grandes que las que Haru había cargado, y Yuri Katsuki con una sola entre ambas manos.
- Deja que te ayude, mamá. - Haru ignoró las palabras de su padre, y se acercó al lado del pelinegro japonés, - yo llevaré la maleta.
Viktor sonrió, divertido.
- ¿No le ofrecerás ayuda a papá, cariño?
Por segunda vez, Haru pasó de él.
- Vamos, ma, dame la maleta.
Yuri Katsuki le sonrió, aquella sonrisa suave, tierna, y, esencialmente, encantadora.
Haru se sonrojó.
- Está bien, amor, puedo encargarme.
- Yuri, no le digas amor a nuestro hijo. - Viktor se quejó, haciendo puchero.
- No tiene nada de malo, Viktor.
- Sí tiene. - Refutó el mencionado, aniñado, - aún es joven, él... Él podría...
- ¿Qué? - espetó, de pronto, Yuri Plisetsky, - ¿enamorarse del Katsudon?
Los ojos de Haru brillaron.
- ¡Yo amo el Katsudon!
El rubio rió.
Haru se sintió orgulloso.
- Sabes a lo que me refiero, Haruka.
Haru gruñó, - no me llames Haruka.
El rubio levantó la barbilla, - Haruka.
- ¡Yurio!
- ¡Tú no me digas así!
- ¡Yurio! - repitió Haru, y dio un paso hacia el apodado.
- Katsudon - siseó Plisetsky, - controla a tu crío.
- ¿Crío? - Haru retrocedió el paso que había avanzando, y llegó una mano sobre su pecho, a la altura del corazón.
Otabek dio un paso hacia atrás, sabiendo lo que venía.
- Haru - empezó Yuri Katsuki, pero, por primera vez, su hijo no lo escuchó.
- ¡No soy ningún crío!
Viktor trató de interceder.
- Cariño...
- ¡No soy ningún crío! - repitió el más joven, chillando, - ¡no lo soy, papá!
- Te estás comportando como uno. - Declaró Yuri Plisetsky, secamente.
Haru apretó su camisa entre sus dedos, y su otro puño cerrado tembló, a un lado de su cuerpo.
- ¿¡Por qué es así?!
Oh, formalidad presente.
- A mí no me levantas la voz, jovencito. - Yuri Plisetsky entrecerró los ojos.
- ¡Deja de tratarme como a un niño!
- Eres un niño. - El rubio resopló. - Deja de gritar.
Haru abrió la boca, listo para replicar.
- Es suficiente. - La voz, autoritaria, como pocas veces, perteneciente a Yuri Katsuki, resonó en los oídos de su hijo, y del adulto de ojos jade. - Haru, discúlpate con Yurio por gritarle.
- Mamá...
- Haru.
Haru aflojó el agarre sobre su camisa, y la mano con la que la arrugaba cayó a un lado de su cuerpo.
Desvió la mirada.
- Lamento haberle gritado, entrenador.
- Yurio. - Fue el turno de Plisetsky de erizarse. - ¿Podrías aceptar sus disculpas?
El rubio chasqueó la lengua, -por favor, las habría aceptado incluso sin la necesidad de que lo pidieras.
El pelinegro le sonrió, - te lo agradezco.
- Tsk. - Yuri Plisetsky miró brevemente en dirección del peliplata menor, y giró sobre sus talones, el bolso deportivo golpeando contra su costado derecho por el movimiento. - Bien, nos veremos en la cena.
- Su habitación está a solo dos puertas de la nuestra. - Sonrió el peliplata mayor, - nos veremos en cinco minutos.
- No. - Indicó Plisetsky, alejándose por el pasillo, hacia las escaleras, con Otabek a su lado, - no lo haremos.
Y Haru volvió a desear que el kazajo no los hubiera acompañado.
¡Muy buenas a todos y todas! :D
Otro proyecto más. X¨D
