Buenas a todos, lectores de fanfiction. Aquí os traigo un fic de Ymir y Christa, es una idea que se me ha ocurrido esta tarde estudiando alemán (cosas que pasan) y he decidido escribir un poco sobre ellas. No es una historia demasiado compleja, pero más o menos se puede desarrollar en más capítulos.
Dejadme vuestra opinión sobre el capítulo y decidme si he de continuarla o dejarla parada, gracias por su tiempo.
Un saludo. ^^
El lobo grisáceo olisqueó la hierba fresca que había cerca de unos árboles, dentro de uno de los bosques más espesos del norte, perfecto para la caza. Por las zonas abundaban muchas especies de animales de los cuales podía cazar para poder comer y subsistir. Levantó la cabeza agachando las orejas sabiendo que su manada se encontraba cerca.
Aunque eran animales solitarios, estos lobos no eran totalmente normales. Ellos no eran lobos del todo. Era lo que se conocía por aquellas tierras frías como licántropos, humanos capaces de convertirse en lobos y en un estado intermedio a ello, lo que la gente llamaba hombres- lobos. Peligrosos, aterradores y repudiados por la gente que vivía cerca de aquellos bosques.
La ciudad que se encontraba cerca de aquellos bosques era una de las más grandes del norte, limpia, con unas leyes estrictas y con una división de barrios equiparable al resto de ciudades del mundo. En el barrio de los ricos se encontraban los hombres más poderosos de la ciudad, grandes empresarios, algún que otro comerciante con mucha suerte y gente de ese tipo. En el barrio de la gente media se encontraba gente decente, con medianos ingresos y con tiendas en posesión, lo que les daba cierto prestigio entre la comunidad. Por último se encontraba el barrio bajo donde vivían los pobres, gente que apenas se podía mantener, familias marginales que intentaban salir como podían de ese barrio y conseguir una mejor vida.
Pero a este lobo en particular, le daba igual. Era mucho más grande de lo normal y su pelaje y porte hacía que otros lobos con los que se cruzara agacharan la mirada reconociendo por el olor y la vista quién era. Trotó hacia donde venía el olor de la manada y una vez llegó allí se encontró con unas quince personas sentadas alrededor de un fuego. Todos levantaron la mirada cuando se acercó el lobo al campamento y con un ruidoso chasquido empezó a metamorfosearse y a volverse humano de nuevo.
Era un joven de unos veinticuatro años, alto, rubio y muy en forma, con mirada de poco amigos. El resto de gente se acercó al fuego cuando él se detuvo cerca de ellos, preparado para dirigirles unas palabras, no en vano, era él el líder de la manada.
-Bienvenidos, hermanos.- dijo levantando la voz para que lo miraran todos. Tras conseguir la atención deseada, continuó.- Veo que habéis conseguido recibir mi mensaje a tiempo.
-No estamos muy lejos de la ciudad, Reiner.- le dijo una mujer con el cabello moreno y cara de aburrida. Era una de sus mejores lobas y guerreras, su nombre era Mikasa. - Otros seres podrían detectar nuestra presencia.
-Es una emergencia.- les dijo sonriendo.- Necesitaba contacta con vosotros lo antes posible.
-¿Qué ha pasado? - preguntó otra persona, un moreno bastante alto que todo el mundo conocía como Berthold. Era el mejor amigo de Reiner y le tenía mucho respeto. - ¿Eren ha vuelto a meter la pata en una cacería?
-¡Eh! - se quejó el chico, más bajo que Berthold pero con más agallas que ninguno. - ¡Deja de meterte conmigo o te juro que lo lamentarás! - gritó mirando con ira a su compañero.
Berthold soltó un gruñido desafiándolo y Mikasa se interpuso entre ellos dos, Eren dejó que su hermanastra se encarara con el joven y se giró para ver a Reiner mirarlos con los ojos entrecerrados, cansado de sus peleas.
-Dejaos de tonterías.- dijo acercándose a Berthold y poniéndole una mano en el hombro, tranquilizándolo. - No ha sido nadie de la manada.- dijo él.
-Entonces deja de hacernos perder el tiempo y di lo que tengas que decir.- dijo Annie, una joven rubia con una mirada que helaba el alma a quien la mirara, ella era la otra líder de la manada junto a Reiner, ambos macho y hembra alfa.
Reiner no soportaba el comportamiento de Annie algunas veces, pero sobretodo lo que más odiaba de ella era que lo interrumpiera cuando estaba intentando poner calma en la manada. Desde luego ella era la única que podía parar cualquier agresión entre sus hermanos de cacería con una simple frase, demostrando quién de los dos ejercía más poder sobre la manada.
-La he encontrado.- dijo con una sonrisa lupina. - He encontrado a la loba que andábamos buscando.
Los presentes levantaron la cabeza para mirar a Reiner incrédulos. Después de un año de guerras con otra manada de lobos más numerosa que quería el territorio que les correspondía por derecho, habían encontrado a la loba que desertó del grupo para seguir con su vida normal, prefiriendo la vida de humano y dejando de lado las lealtades de los lobos. Esa loba conocía todos los secretos de la otra manada, sus identidades y con ella lograría dar caza a esos lobos y ahuyentarlos de ese bosque. Recuperando las tierras que llevaban perdidas hasta ahora en esa guerra.
La manada mostró sus colmillos, preparados para entrar en combate, esperando que Reiner les diera las instrucciones pertinentes para salir a cazar, pero el rubio tenía otros planes en mente.
-¿Quién es? - preguntó Annie cruzándose de brazos al lado de Eren, que la miraba de reojo de vez en cuando, pensando si saltaría sobre él cuando menos se lo esperara.
-Su nombre es Christa Lenz, puede que algunos de vosotros la conozcáis.- dijo mirando a Armin, el amigo de la infancia de Eren y Mikasa, que estaba sentado en el suelo escuchando las palabras de Reiner sin creérselo.
-¿Christa Lenz? No puede ser, yo mismo la registré, ni siquiera huele a lobo.- dijo él.
-Es una fugitiva de la manada enemiga, Armin.- explicó.- Es normal que cubra su olor para que no la pillen.
-¿Qué hemos de hacer entonces? Me pondré a buscar su expediente y lo que estudia en la universidad. Después de todo, fue compañera mía en el instituto, seguro que puedo sacarle algo de información relevante. - se ofreció Armin.
-Necesitamos que se acerque a la manada, pero no que sospeche de nosotros. Consigue toda la información relevante a ella y hazte su amigo.- le dijo Reiner.- Cuando llegue el momento, la obligaremos a que nos de la información.
-Así se hará.- dijo Armin asintiendo con la cabeza, levantándose del suelo.
Eren y Mikasa se acercaron a él. Reiner miró a Annie, quien asintió, dando por finalizada la reunión. Cada uno se marchó por su lado, todos volvieron a sus casas después de un día bastante ajetreado, unos más que otros, aunque esa noche no hubiera habido cacería ni lucha por los territorios.
El asunto de la guerra los tenía bastante asqueados, por no añadir la cantidad de gente nueva que venía a la ciudad esos días. No sólo los lobos eran los que los tenían preocupados, los vampiros, los dhampir, algún que otro ser sin agrupar ocupaban también parte de su tiempo. Al fin y al cabo era su ciudad y tenían que protegerla a toda costa para que ellos siguieran siendo la raza dominante en ella. Lo único que querían era vivir en paz con el resto de criaturas de la ciudad, pero hasta que no terminaran con la guerra entre ellos, los seguirían viendo débiles e intentarían apoderarse de la ciudad cuando menos se lo esperaran.
El despertador sonó como cada mañana a la misma hora. Una mano agarró el objeto tan estridente que se encontraba encima de una mesita de noche y lo apagó torpemente. Acto seguido una cabellera rubia y despeinada emergió de entre las sábanas, acompañando al cuerpo medio dormido de una joven muy hermosa, recién despierta.
Sus bonitos ojos azules, claros y brillantes como dos zafiros recorrieron su habitación de arriba abajo, buscando con la mirada sus zapatillas de estar por casa. Una vez las localizó se sentó en el borde de la cama mirando hacia su escritorio lleno de papeles de la universidad. Al lado de éste se encontraba la persiana, medio cerrada por la cual entraba la luz de la mañana.
Se levantó y se acercó al armario empotrado que tenía en la pared izquierda y abrió sus puertas para elegir algo que ponerse ese día. Se decidió por algo sencillo, vaqueros, zapatillas y un jersey calentito para soportar la falta de calefacción que había en su universidad.
Después de vestirse y de ordenar un poco sus libros y de meter en la mochila los que se tenía que llevar fue al baño a peinare y a adecentarse un poco.
La joven vivía sola en un apartamento pequeño, de sólo una habitación y un baño, con un salón que tenía la cocina abierta y un pequeño balcón. Era un tercero, pero ella se sentía muy a gusto con ese espacio que era de ella. Era lo único que tenía, pero sentía que ese era su sitio, su hogar.
Tomó algo para desayunar y se cargó la mochila al hombro, cerrando la puerta detrás de sí con sus llaves en la mano y caminó hacia la universidad, que se encontraba lejos de su casa pero no le importaba caminar. De hecho lo prefería a ser llevada en coche.
Su madre murió hacía unos tres años y desde entonces, Christa tuvo que empezar a valerse por sí misma, ya que la había criado su madre sola y no tenía parientes cercanos. Pero no le importaba, sabía que el mundo era un lugar cruel y ella estaba acostumbrada a eso.
Bajando las escaleras fijó su vista en algo que le llamó la atención justo cuando llegó a la base del edificio. Aparcada en la entrada del portal había una motocicleta, una de las caras advirtió cuando salió a la calle para poder verla mejor. Era una moto bastante bonita, pensó mientras la observaba retomando su camino hacia la universidad. No quería llegar tarde a las clases de la mañana.
Nada más llegar al campus, se tropezó con una persona, haciendo que se tambaleara hacia atrás pidiendo perdón a la persona con la que se había chocado mientras mantenía el equilibrio. El joven le sonrió mostrando una sonrisa cordial, mirando sus ojos azules, parecidos a los suyos, pero no tan brillantes.
-¡Armin! -exclamó la joven sonriendo, mostrando la sonrisa que más corazones había capturado en todo el campus. - ¡Cuánto tiempo sin verte! - Armin le devolvió la sonrisa contagiado por su alegría.
-Ya te digo, ¿cuánto ha pasado… tres años? - preguntó calculando mentalmente.- Pensaba que no seguías en la ciudad, que te habías marchado a estudiar fuera.
-Lo iba a hacer.- le dijo con media sonrisa rascándose la cabeza, risueña.- Pero mi madre enfermó y… murió.- su mirada se volvió triste.- Así que tuve que quedarme.
-Oh, lo siento mucho… - dijo agarrando su hombro, intentando reconfortarla.
-No pasa nada.- dijo volviendo a la sonrisa de antes.- La vida sigue y puedo seguir estudiando, así que no está todo tan mal.
-Es cierto.- le dijo sonriendo genuinamente.- Tengo que irme a clase, pero estaré por el campus. ¿Quieres que quedemos algún día para charlar tranquilamente? - cogió un bolígrafo que llevaba en la chaqueta y le apuntó el número a Christa en un papel.
-Claro, será un placer.- le dijo cogiendo el papel y despidiéndose de él, que se marchó corriendo para no llegar tarde a sus clases.
Cuando Armin se alejó de ella sonrió sonrojándose un poco, era tal como recordaba, un verdadero ángel enviado a la tierra para deleite de los mortales. Se encontró con la mirada de Mikasa, que lo estaba observando desde la distancia. Armin perdió el sonrojo de inmediato y se acercó a ella. Le hizo un gesto aburrido y se dio la vuelta para ir a clase. Armin la siguió sin mediar palabra.
Una vez finalizadas las clases de la tarde, Christa recogió sus cosas, se despidió de sus compañeros y acompañó al coche a uno de ellos, su amigo Connie, que iba con ella a la misma carrera y tenía las mismas clases que él. El chico era un poco más alto que ella, aunque casi se pudiera decir que tenían la misma altura, con el pelo rapado y sus ojos de color verde que hacían que las miradas de la gente se posaran en ellos por la tonalidad tan extraña que tenían.
-¿Quieres que te acerque a casa? Está anocheciendo.- le dijo él sacando las llaves del coche y abriéndolo para dejar las cosas de clase en el maletero.
-No, me apetece volver andando. Es bueno para la salud.- le dijo con una sonrisa.
Connie se enrojeció un poco al ver a su amiga sonreír. Siempre estaba guapa, pero cuando sonreía iluminaba a cualquier persona sobre todo a esa hora de la tarde, mientras el atardecer y la luz del sol escondiéndose le daban unas tonalidades anaranjadas que sobre su piel hacían que de verdad pareciera un ángel.
Se despidieron momentos más tarde, cuando terminaron de comentar las clases de los profesores de su facultad. Christa empezó a andar hacia su casa a paso lento, disfrutando el aire otoñal que le daba en la cara. Las calles ya estaban oscuras y empezaban a encender las farolas, pero aún así no tenía miedo de recorrerlas, se las sabía de memoria y se había criado en ese barrio.
Caminó por la zona comercial hasta que llegó cerca de su casa, estaba sólo a unas manzanas de distancia cuando se fijó en que la motocicleta que había visto por la mañana aparcada delante de su portal estaba justamente cerca de donde se encontraba ella. La reconoció por una rasguño que tenía en el lateral, que no le afeaba para nada. Entretenida en mirar el vehículo escuchó un sollozo provenir de un callejón que se encontraba a su espalda. Se acercó a observar lo que era y vio a una persona agachada en el suelo agarrándose su pierna.
-¿Se encuentra bien? - preguntó acercándose al bulto que había en la oscuridad del callejón.
La persona siguió sollozando. Christa se acercó a ella con cautela, mirando en todas direcciones intentando ver algo extraño o fuera de lo normal en ese callejón. Su olfato no distinguía nada raro pero aún así no bajaba la guardia, fuera lo que fuera, no era normal encontrarse a alguien en un callejón en esta ciudad, solo al menos.
A unos dos metros de distancia pudo distinguir la figura completamente. Era un hombre, de unos treinta y pocos años, con barba de tres días y vestido con ropa informal. Estaba sollozando agarrándose su tobillo. Al parecer se lo había torcido.
-¡Ayúdame! - exclamó mirando a Christa, que entrecerró los ojos intentando oler a esa persona, pero no olía a nada que ella pudiera distinguir como una amenaza, así que se acercó a él.
-¿Qué te ha pasado? - preguntó todavía recelosa.
-Unos vándalos me han robado y me han apaleado.- le explicó apoyándose en la pared para mantener su peso mientras Christa se acercaba, todavía manteniendo las distancias.
Pasados unos segundos, Christa se acercó a ayudar al hombre. Apoyó su peso en ella y empezaron a caminar hacia la salida justo cuando tres hombres entraron en el callejón. Christa no tuvo tiempo de reaccionar, ellos sí que olían a lobos. Reconoció el olor de los tres desde la distancia a la que se encontraba, unos diez metros separados de ellos.
-Se ha decidido ejecutar a la desertora.- dijo el hombre de en medio.
El hombre que estaba apoyado en Christa la empujó hacia delante y se irguió. "Idiota", pensó Christa mientras caía de bruces al suelo, "Soy una idiota". El hombre de detrás crujió sus hombros preparado para metamorfosearse delante de ella, que se levantó para encarar a los tres hombres que caminaban hacia ella, crujiendo sus cuellos.
Ella apretó la mandíbula convirtiéndose en un lobo blanco, precioso, impoluto. Enseñó sus colmillos a los cuatro hombres, que la estaban acorralando contra una de las paredes, evitando que huyera.
Christa iba a morir, pero no era miedo lo que recorrían sus venas, era rabia. Rabia por no poder salir de aquel callejón, rabia por no poder luchar contra ellos como debiera, miedo porque alguien había decidido que estaba mejor muerta y había dado la orden de ejecutarla.
El primero terminó de transformarse, pero se quedó a mitad, no era ni hombre ni lobo, de esa forma tenía más poder y era más peligroso. Los otros tres lo imitaron y se metamorfosearon en licántropos, atrapando a su presa, sonriendo, mostrando sus colmillos y sus miradas de satisfacción.
Christa gruñó intentando buscar algún hueco por el que escaparse, pero era imposible, no podía salir de allí. Levantó la mirada justo a tiempo de ver un zarpazo ir hacia ella, logró esquivarlo abriendo las fauces atrapando el brazo, lo que le hizo salir despedida contra la pared. Un gruñido gutural parecido a una risa salió de la garganta del herido.
Se volvió a poner en pie, mirando con ira a los cuatro asaltantes, sabiendo que hiciera lo que hiciera no saldría con vida de esta.
Un aullido distinto a los demás la hizo levantar el hocico hacia arriba, viendo un destello y siguiendo con la mirada una masa que no pudo distinguir caer delante de ella. Era de un tamaño mucho más grande que el de los licántropos que la estaban atacando, con un pelaje completamente negro, más oscuro que ninguno que hubiera visto jamás.
Era otro licántropo, pero olía distinto a ellos, no era de su manada ni de ninguna que reconociera. El nuevo licántropo abrió las fauces amenazadoramente, delante del lobo blanco mientras los cuatro se preparaban para asaltarlo.
Saltaron hacia él los cuatro, pero él era mucho más grande y rápido, lo que le dio ventaja, derribando a los cuatro asaltantes en menos de un minuto. Christa miró sorprendida los cuerpos de los licántropos, que habían sido desgarrados por las garras del nuevo licántropo.
Lentamente se giró, haciendo que Christa temblara de terror, gruñendo al extraño. El licántropo se irguió más sobre sus piernas, mostrando su altura amenazantemente y la miró a los ojos. Sus zafiros azules se encontraron con el dorado de sus pupilas y tembló, tembló y sintió miedo por primera vez. Un miedo tan indescriptible que hizo que se sintiera débil y más pequeña de lo que era; agachó las orejas asustada y retrocedió hacia la pared de nuevo.
El licántropo negro soltó una carcajada gutural y se agachó para mirarla de cerca. Una de sus garras se acercó a ella y empezó a temblar. La garra acarició su pelaje un segundo antes de retirarse. El licántropo levantó la cabeza aspirando el aire a su alrededor y se dio la vuelta, trepando por la pared, subiendo el edificio con una velocidad pasmosa, seguido de cerca de los ojos de Christa. Una vez hubo desaparecido, Christa soltó todo el aire que había estado reteniendo, se volvió a convertir en humana y salió del callejón todo lo rápido que pudo, sin darse cuenta que sobre la moto había una persona con dos ojos dorados mirándola correr.
