Disclaimer: Naruto y sus personajes no me pertenecen, pero la historia sí.
No autorizo que se publique en cualquier otro lado.
Fanfic dedicado a Patricia Gracia: mi mejor apoyo para el SasoSaku
y a la página Sasosaku Love por permitirme el espacio para promocionar el fanfic.
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1
Desertor
Un estruendoso ruido llenó la estación cuando las puertas del tren se cerraron. Un joven con máscara de ratón miró cómo las ventanas lentamente se oscurecían. No sintió nada. Vio cómo dos mujeres perdían el conocimiento detrás de los cristales. No sintió nada. Escuchó los ruegos de las madres mirando a sus moribundos bebés. No sintió nada. Esperó a que el tren de Suna se alejara de su vista para soltar la palanca. No sintió nada, y no lo haría porque así era él, porque no había sido educado para sentir. Nadie en Raíz había sido educado para sentir.
Después de un minuto, se dirigió a una enorme torre de color arena que se encontraba al fondo de una enorme calzada. Caminó con indiferencia ignorando a las personas a su alrededor y saludando con una cabezada a los portadores de máscaras de distintos animales. Apenas alzó la mirada a la enorme "R" enroscada entre raíces pintadas en lo alto de la torre.
El joven cruzó las enormes puertas frente a él, pasando por alto a los enmascarados que las resguardaban. Con la misma indiferencia de siempre, subió las escaleras en forma de caracol con las manos en el pantalón. Una vez en la punta de la torre, tocó la puerta azul que ocultaba un estudio enormemente sombrío. Aguardó unos segundos antes de escuchar una voz grave y cansada que aceptaba su entrada. No dudó al abrir la puerta.
— ¿Y bien? — preguntó un hombre con medio rostro vendado y arrugas en el cuerpo, sentado detrás de un escritorio de madera.
— Sin novedades. De 264 personas, salieron 59 y entraron 59-. Suna está completo. — respondió el muchacho.
— Excelente trabajo. La semana siguiente viene Konoha. Sigues a cargo. Retírate.
— Sí. — dijo antes de darse la vuelta.
— Una cosa más. ¿Qué hay de Sasori? — un ligero tic asomó a su ceja.
— ¿Sasori?... Permaneció en el vagón los cuarenta minutos igual que su abuela.
— ¿Aún vive la anciana? Hmph, creí que el veneno ya le habría hecho efecto. Asegúrate de mantenerlos vigilados. No quiero un miembro más para Akatsuki.
— Sí. — se limitó a responder el joven antes de retirarse de la habitación.
Él no preguntaba razones, no pedía explicaciones, simplemente se encargaba de obedecer. No sentía curiosidad por el chico rebelde de Suna, poco le importaba su abuela o sus difuntos padres. Simplemente, haría lo que su trabajo le mandaba.
Mientras tanto, un par de personas encapuchadas caminaban fuera de la estación. Apenas sobresalía de una de ellas un mechón de cabello rojo. La otra silueta caminaba despacio y resultaba más pequeña que su acompañante. En medio de una corta calle empinada, se detuvo y soltó el antebrazo del otro encapuchado.
— No puedo más, Sasori. — susurró una anciana. — Voy a morir.
— Aún no, abuela Chiyo. — respondió una voz joven en oculta en la otra capa. — Apresúrate, no nos falta mucho.
— Muchacho tonto, me hubieras dejado en el tren, sólo arriesgaste tu vida. ¿Cómo no nos descubrirán si esas marionetas son las más tristes que has hecho?
— Por eso mismo no lo harán. Las cree para fingir tu muerte. En un caso normal, el nieto permanecería cerca del cadáver de su abuela. —respondió Sasori tomándola del brazo. — Avanza, no tenemos tiempo para descansar.
— Entonces, ¿por qué insistes en llevarme? Yo ya no te soy de utilidad, sólo soy una carga para tu ingenio. — insistió la vieja cada segundo más débil.
— Si dices una cosa más, te mato. Sólo avanza, Chiyo. — advirtió con frialdad el muchacho. — Tus habilidades para neutralizar los venenos son perfectas, te necesito aún.
— En el tren podrían haber más médicos, ellos podrían…
— Cállate. — ordenó haciéndola caminar. — Lo que menos necesito ahora es escuchar tus quejidos. Estamos por llegar, sólo son unos metros. Ya vi la construcción, puede ayudarnos como refugio durante mucho tiempo.
La anciana miró al joven con cierta desconfianza, pero sin fuerzas para desistir, permitió que la guiara. Después de todo, no sería la primera vez que le permitía hacerlo. Desde muy pequeño, Sasori había sido independiente; triste, quizá, pero independiente. No le reprochaba nada, lo comprendía. Increíblemente, a los cinco años se dio cuenta de cómo funcionaban las cosas en Suna y los demás trenes. La abuela Chiyo se sorprendió cuando le preguntó por qué había personas fuera del vagón y qué hacían en las tiendas. Ella quiso ocultarlo, quiso hacerle creer que su vida era normal, que cualquier otro adolescente pasaba por aquel dolor y que no podía aspirar a más.
El niño de ese entonces intentó salir del vagón un millón de veces. Cada cuarenta días se paraba frente a las puertas para esperar el momento oportuno y correr hacia su libertad. Entre más pasaban los años, menos le gustó el encierro y más esperó a que las puertas del tren se abrieran. Chiyo lo comprendían, el vivir fuera era propio de su familia. Lamentablemente, él era demasiado joven para recordar sus primeros dos años. No obstante, se las arreglaba para recorrer las tiendas que el parámetro Raíz permitía. Cuarenta minutos después de que las puertas se abrían, llegaba al vagón con el entrecejo fruncido. No respondía a las preguntas de su abuela, aún cuando ella insistía.
Fue hasta que perdió el control de sí mismo que la vieja lo entendió. Añoraba ser libre. Le ofuscaba ver a las personas caminar fuera del vagón mientras ellos permanecían encerrados por más de tres semanas. Rompió tazas, le gritó a los demás habitantes, tuvo un encuentro con Kankurō - un personaje con un carácter no muy agradable – e insultó al líder de Suna. Sólo lo estabilizaron cuando Temari, hermana menor de Kankurō, le atizó un golpe en la nuca, desmayándolo. Chiyo lo recostó en su recámara después de disculparlo frente a los habitantes de Suna y preparó su primera medicina a base de plantas. Eso fue suficiente para dormirlo por bastantes horas, pero al despertar, Sasori enfrió aún más su mirada y su carácter no mejoró.
— Yo no puedo hacer arte. — dijo después de permanecer encerrado en su habitación durante más de tres días. Chiyo lo miró confundida. — Nadie aquí puede hacer arte.
— ¿A qué te refieres, Sasori? Puedes comprar una mesa de dibujo y…
— ¿Y qué? Los dibujos se mojan y se desvanecen, no es arte. Las pinturas se venden, se exhiben y se ignoran, no perduran. Arte es eternidad, el arte es lo único que vive para siempre. La belleza sublime, la que se hace eterna… eso es arte. ¡Y yo no puedo hacerlo! ¡No mientras permanezca encerrado en esta plataforma de madera y metal! — gritó desesperado, con la cabeza pegada a la pared y los puños rodeando las hebras rojas de su cabello.
— Utiliza lo que tienes a tu alrededor para crear arte, muchacho tonto. — respondió Chiyo. — Sólo tienes doce años, no tienes que pensar en lo mortal o inmortal que pueden ser las cosas.
— ¿Acaso crees que no me doy cuenta de cómo funcionan las cosas aquí? — espetó girando el rostro con amargura. — Sólo somos ratas controladas por una ente que nos maneja a su antojo y cuando le somos inútiles, simplemente se deshace de nosotros. Anciana, ¿no te has percatado que morirás en un par de años? La calidad de vida en este tren es muy baja, pero la esperanza es de tan sólo cuarenta años y me parece que tú ya los rebasaste desde hace veinte. ¡Auch! ¡¿Por qué me pegas?!
— ¡¿Cómo que por qué, niño del demonio?! ¡Soy tu abuela y me debes respeto! — contestó la anciana sobándose la palma de la mano. — Tal vez no me queden muchos años de vida, pero en ese caso te haré el más grande artista de la historia, a pesar de que no conozcas el verdadero significado del arte. Ahora, cierra la boca y pásame esas maderas viejas. — ordenó señalando la esquina de la habitación.
Sasori, de mala gana, estiró el brazo izquierdo y le entregó lo que pedía. Miró en silencio cómo su abuela tallaba la madera hasta reducirla a pequeños tubos. Después de eso, la anciana se sentó frente a una mesa y comenzó a hilarlos. Sasori observó con interés cómo los pedazos de madera adquirían un pequeño cuerpo humano. Lo reconoció de inmediato: la marioneta no medía más de cinco centímetros.
Una vez terminó de enlazar la cabeza con el torso, Chiyo abrió un cajón y sacó un hilo muy fino color negro. Con mucho cuidado, ató los hilos a las extremidades de la marioneta, tomó otros pedazos de madera e hizo lo mismo con el hilo. Al concluir, se puso de pie y miró a Sasori mientras movía sus dedos con cierta dificultad. La pequeña marioneta comenzó a bailar. El joven miró embelesado aquella figurilla.
— Las marionetas pueden morir sólo cuando se queman. Si se rompen, puedes volver a unir sus partes; si se mojan, sólo espera a que la madera se deshinche y continúa usándolas; si se cae, no se trozará. Mientras no se acerquen al fuego, serán eternas, tal y como tú lo quieres, Sasori. — dijo la abuela con una pequeña sonrisa en su rostro. — Inténtalo, hay suficiente madera en este lugar.
Sasori tomó la marioneta que su abuela le ofrecía y asintió. De inmediato se le vinieron a la cabeza bastantes ideas para mejorar esa simple figurilla de madera. Estiró los brazos del muñeco y volvió a asentir. Lo primero que debía arreglar era su flexibilidad.
Pasó horas sentado frente a la mesa, deshaciendo y haciendo lo que creía necesario para mejorar el prototipo de su abuela mientras ésta salía fuera del vagón. Los cuarenta días habían pasado y ésa fue la primera vez que Sasori prefirió quedarse en el vagón a salir a tomar aire fresco.
A pesar de la amplitud del lugar que se había convertido en el hogar de más de doscientas personas, a pesar de que a cada familia le correspondía un vagón, a pesar de tener espacio suficiente para saltar o correr, nadie quería la soledad y, por esa razón, la gran parte de los habitantes se concentraba en una zona del tren. Los años transcurridos borraban de la memoria de las personas que vivían ahí. Lentamente, olvidaban lo que era sentir la arena bajo sus pies y el sol sobre sus cabezas. Cada día, una persona aceptaba su condición en el tren, no aspiraba a más libertad. El plan del líder funcionaba, creaba un mundo feliz a raíz de la ignorancia y el olvido.
No obstante, personas como Chiyo no olvidaban y personas como Sasori no se resignaban. La fortaleza de una sociedad recae en aquéllos que aspiran a más. La conformidad no sólo agacha, tumba. El deseo por continuar es aquello que impulsa al éxito. La vida transcurre conforme a los sueños cumplidos; y, con suerte, aquello te convertiría en un ente inmortal. O, tan siquiera, eso era lo que Sasori pensaba.
Mientras más avanzaba el tiempo, el muchacho más se encontró en el arte de las marionetas. Paulatinamente, los muebles de su habitación desaparecieron para darle lugar a marionetas del tamaño real que Sasori podía controlar con una solo mano. Su mayor deseo se había convertido en poseer cien marionetas o hasta más. Empero, se percató de que sólo sería un sueño sin cumplirse mientras permaneciera encerrado en aquellas paredes. Varias veces había visto mueblerías en los cortos paseos que Raíz les permitía. O ésa era la razón que Chiyo había creído para semejante locura.
A los diecisiete años, seis meses antes de que consiguiera desertar, tuvo problemas con uno de los enmascarados por pasar a una mueblería. Conocía bien las intenciones de Raíz, los habitantes de cada tren debían ser ignorantes, estúpidos, dependientes de la libertad que el dictador les daba. Supieron de inmediato que Sasori no era de esa clase de personas, reconocieron en sus ojos tristes que él aspiraba a más, por lo que lo detuvieron cuarenta días. Cuando volvió a ver a su abuela, hecho polvo, se percató de que ella no lucía mejor que él. Maldijo internamente y se dedicó a crear dos marionetas más, al mismo tiempo que obligaba a Chiyo a preparar su propio antídoto. Cada cinco o seis días, Sasori sometía a Chiyo a su tratamiento. Por las noches, robaba un poco del líquido para alterarlo e incluirlo en el material de sus últimas marionetas. Era probable que los descubrieran, pero tenía un plan si eso sucedía.
Había pensado en acabar con la maldita dictadura que los ataba, pero después de ver a su abuela en ese estado, supo que no podría hacer más que salvarla y salvarse a sí mismo. Por vez primera, Sasori demostró no ser tan narcisista como todos en Suna creían. Incluso Gaara, un muchacho demasiado frío y reservado con cualquiera, se sorprendía por el carácter de Sasori.
Se detuvieron frente a una estructura en decadencia. La puerta estaba semiabierta, pero en ella se encontraba un letrero de madera podrida. Sasori arqueó una ceja mientras se acercaba a leer la inscripción. Reconoció la escritura de inmediato: latín. Pasó los dedos por las letras mientras recordaba las desinencias de cada palabra. Pasado un minuto, susurró:
— Artis gratia ars: el arte por el arte.
Chiyo lo miró con detenimiento. No sabía en qué momento su nieto había aprendido a leer latín. Era cierto que solía leer libros de arte, pero nunca se fijó si éstos se encontraban en otro idioma. Se sorprendió al percatarse de la magna inteligencia de Sasori.
— Entra. — ordenó el chico después de abrir la puerta.
— ¿Cómo me haces entrar a un lugar desconocido? Deberías entrar tú primero para ver si no hay peligros. No querrás que te recuerde que soy tu abuela, niño. — lo regañó la anciana.
Sasori suspiró. En sólo esa media hora que había pasado, ya se había preguntado más de catorce veces porqué había sacado a su abuela de Suna. A pesar de tratarse de su abuela, nunca le había dado un abrazo o los buenos días. No era como si ella se hubiera molestado en enseñarle los modales que sus padres no tuvieron tiempo de hacer. Desde pequeño fue muy impávido, así que de cualquier manera, no le hubiera prestado atención.
Por esa razón, tampoco sentía curiosidad por casi nada a su alrededor. Actuaba según a sus criterios del arte y a sus impulsos de libertad. Poseía una filosofía sencilla: para vivir sólo se necesita vivir. No se molestaba en desglosar aquellas palabras pues no tenía sentido, él se entendía y a su abuela no le interesaba. No había más personas en su vida.
Con paso lento, pero firme, caminó sobre el pasillo detrás de la puerta. Un olor mohoso lo embargó de inmediato. El pasillo era angosto, apenas cabía una persona, mas estaba iluminado por pequeños candelabros. Sasori los miró despectivo, alguien debía darle mantenimiento a ese lugar: se veía reciente la colocación de nuevas velas. Empero, no le importó demasiado ese aspecto, por lo que continuó su camino hasta encontrar una puerta bastante curiosa.
Chiyo golpeó con la espalda de Sasori cuando éste se detuvo. Molesta, siguió la dirección donde se encontraba la mirada de su nieto. De haber tenido un sentido del humor más grato, se habría reído por aquella puerta. A pesar de que el edificio se hundía, la puerta a su derecha estaba patéticamente inclinada hacia la izquierda. Un candelabro la iluminaba a la perfección. Era verde, de una madera demasiado vieja y con una perilla que estaba por caerse. Incluso parecía más pequeña que una puerta normal. Supo de inmediato, por la mirada de Sasori, que él querría introducirse en lo que había detrás de ésta.
— ¿Y si hay algo peligroso? — preguntó Chiyo, aunque ella también ansiaba saber qué era lo que se escondía.
— No importa. — respondió Sasori mientras empujaba con suavidad la madera vieja.
Un rechinido se escuchó antes de que se abriera frente a sus ojos una vivienda humilde. En efecto, la puerta era pequeña, pero daba paso a un lugar enorme. Sasori entró a lo que consideró la sala de estar. Miró a su alrededor, todo estaba hecho de madera: mesas, sillas, sillones, cuadros, piso. Ladeó una sonrisa de sadismo: si alguien dejaba caer uno de esos candelabros, sería el fin de aquel lugar.
Volvió a suspirar mientras pasaba los dedos por la pequeña mesa de centro. Sacudió su mano, estaba lleno de polvo. Incluso su nariz percibió la suciedad de la habitación.
— ¡Rayos! ¡¿Qué nadie puede limpiar este desastre?! — exclamó Chiyo cubriéndose la nariz. — Si no muero por el veneno, moriré por el polvo.
— Deja de quejarte. — ordenó Sasori varios metros alejado de ella. Miraba el único objeto que no era de madera: la chimenea. — Así que el que hizo esta estructura se dio cuenta de que necesitaría algo como esto. No fue tan estúpido. — farfulló.
— Este lugar no me gusta nada, ¿por qué me trajiste aquí?
— Porque no nos buscarán en esta pocilga. Estamos a dos kilómetros y medio de la estación, nadie creerá que nos encontramos muy cerca. Ellos sí son demasiado estúpidos. — contestó Sasori. — Parece ser que las habitaciones están sobre ese lado. — dijo señalando un pasillo más grande que colindaba con la cocina. — Limpiaré una de ellas para que puedas descansar.
— ¡Por fin haces algo bueno por tu abuela!
— Te despertaré en cuatro horas. Debes hacer tu antídoto, anciana. — agregó antes de que le cedieran un adjetivo cursi.
— Ya decía yo que era muy bueno como para creérmelo. — suspiró la vieja. — Esperaré en la cocina, veré si hay algo más que no se pueda quemar.
Sasori no respondió. Simplemente caminó hacia el pasillo que había visto mientras estudiaba los cuadros que se encontraban ahí. No parecían tener sentido, cada uno tenía un símbolo y un color, además de estar llenos de polvo. Descubrió dos habitaciones, una larga y otra diminuta. Por su mente se imaginó a una pequeña familia en esa vivienda. Debió ocurrir antes de que Danzou impusiera su dictadura. Dejó de lado la habitación grande, claro que ésa sería la que él ocuparía, pero antes debía limpiar la recámara en donde su abuela dormiría. Las puertas quedaban una frente a otra, separadas por un metro de distancia. Se preguntó qué tan molesto sería escuchar los quejidos de Chiyo por la noche, pero luego recordó que ya había pasado dieciocho años con aquellos ruidos. No sería algo nuevo.
Mientras tanto, Chiyo se adentró a la cocina. No era un lugar aseado, era cierto, pero no se veía completamente abandonado. Los trastes en el lavadero no parecían tener más de una semana ahí. Contó los utensilios: siete juegos. Hizo un gesto de inconformidad, algo no le daba buena espina. Comprobó que había gas en la estufa y que el agua corría limpia. Después de escuchar a su nieto barrer una de las habitaciones, se dispuso a lavar los trastes. Ignoró el cansancio que la embargaba desde que el veneno hizo efecto en el tren; después se ocuparía de ello.
Tras media hora, Sasori salió de la recámara con la capa cubierta de polvo y la nariz sucia. Avanzó hacia la mesa, en donde Chiyo limpiaba la superficie y resopló. No podía dejar sola a esa anciana porque ya era menester para ella ocuparse en algo poco interesante. Debía hacer su antídoto en lugar de limpiar. Eso era algo que Sasori haría en cuanto ella se metiera a la habitación a dormir.
— La primera puerta a la izquierda. — dijo pasándose el antebrazo por la frente.
— Hice la lista de lo que necesitaré para crear un antídoto. — respondió Chiyo caminando hacia el fregadero. — Lo dejé en la mesa de centro.
— Iré por ellos en ocho días, no puedo salir antes.
— ¿Ocho días? ¿Konoha no viene en ese día?
— Así es. Ellos me darán la confianza de andar por ahí sin ser descubiertos. Los ANBU son muy despistados, no me reconocerán si me pinto el cabello; en caso de que algo salga mal, simplemente me meteré en uno de los vagones y saldré de la misma manera que en Suna. Es la oportunidad perfecta. — explicó aburrido.
— ¿Quieres decir que hasta ese día sólo comeremos sopa instantánea? ¡Es lo único que hay en este lugar! — chilló la abuela botando el trapo ya lavado sobre la mesa.
— ¿Así que hay comida? Menos mal. Si podemos sobrevivir con esa porquería, entonces no saldré hasta lo acordado.
— ¿Acaso no me escuchaste? ¡No puedo comer todo el día ese tipo de alimento! ¡Me hará daño! ¡Tú como mi nieto, deberías cuidarme más!
— Te guste o no, es lo que hay. — respondió Sasori abriendo una de las alacenas.
Resopló. Quienquiera que se encargara de aquel lugar, debería ser un amante de la sopa instantánea. Había más de cuarenta empaques en esa alacena. No quería ni imaginarse cuántas habría alrededor de la vivienda. Tomó una sopa y miró su fecha de caducidad, aún faltaban varios meses para que debiera desecharse. Miró a su alrededor, tal vez se trataba sólo de un lugar de paso, tal vez un punto de reunión. Recordó la capa de polvo en las camas y frunció el entrecejo. Sólo había dos opciones: o el encargado dormía en el suelo o no pasaba la noche ahí. Ninguna de las opciones le parecía viable.
— Debí traer comida de Suna, tu dieta me matará antes que ese estúpido veneno. — remilgó Chiyo antes de caminar hacia la habitación que Sasori le había otorgado.
El muchacho suspiró, se quitó la capa y la camisa antes de dirigirse hacia la chimenea con una varilla de alambre que había encontrado en la habitación más grande. Encendió la chimenea y se hincó frente a ella. Estiró el brazo para sacar de su capa unas pinzas de punta y con ellas moldeó la varilla hasta crear un alacrán con ella. Dejó que se calentara con el fuego durante varios minutos. Miró su torso, justo sobre el corazón tenía un tatuaje: el reloj de arena de Suna.
— Nunca me gustó este dibujito. — musitó antes de presionar el alacrán caliente sobre su piel para borrar el símbolo de su antiguo hogar. Se mordió el labio hasta hacerlo sangrar para evitar el quejido de dolor.
Sabía lo que significaba aquello. Con la piel chamuscada y el símbolo de Suna deshecho, Sasori se convertía en un desertor. Nunca podría regresar a la Arena. Una vez sintió que era suficiente, dejó que el metal se consumiera sobre el fuego y se dejó caer de espaldas al suelo. Por vez primera, se sentía verdaderamente libre. Al demonio Danzou y sus dictámenes, no volvería a vivir de acuerdo a sus leyes. Sasori no era más un habitante de Suna, no tenía obligaciones, no tenía derechos. Era libre.
Con esos pensamientos abrumándolo, cerró los ojos y pronto se quedó dormido.
Ocho días más tarde, Chiyo pasó toda la mañana recordándole a su nieto que debía comprar más comida. Él la ignoró; ya sabía lo que debía hacer, pero no gastaría el dinero que había ahorrado de Suna sólo para aliviar las molestias de su abuela. Miró su cabello frente al espejo, la ceniza había funcionado, ahora lucía como cualquier chico de pelo negro. No había rastro de su roja cabellera. No obstante, se ajustó una gorra que había encontrado días atrás mientras limpiaba la habitación más larga. Suspiró, satisfecho con el resultado.
— ¡Sasori! ¡Ni siquiera tu madre te reconocería! El negro no te queda. Sólo ten cuidado, niño.
— Sí, vieja. — respondió Sasori antes de abrir la puerta y salir.
A pesar de que la visera de la gorra cubría sus ojos del sol, tuvo que parpadear unos segundos para acostumbrarse a la luz. Se ajustó la sudadera mientras caminaba hacia la barrera de ANBU que defendían el límite de la visita de Konoha. Apenas miró a los habitantes, no le interesaban en lo más mínimo. Pasó a un lado de un muchacho con máscara de ratón y entró a la primera tienda que vio. Se trataba de una peluquería.
Resopló. No estaba en sus planes comprar algún artículo de belleza. Empero, se detuvo frente a la repisa de pelucas. Tal vez la siguiente vez que saliera, sería una mejor opción usar una peluca. Estiró la mano derecha para tomar una, cuando escuchó un par de voces que desviaron su atención.
— Repítemelo, ¿por qué tenemos que comprar unas tijeras de estilista, Sakura?
— Porque el idiota de Naruto le ha pegado una goma de mascar a Kiba. Es nuestro mejor amigo, Sasuke-kun.
Sasori resopló. Sólo era un par de idiotas de Konoha.
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¡Hola!:
Bienvenidos al fanfic, espero que les haya gustado este primer episodio. Antes que poner cualquier otra cosa, necesito ser clara con la situación que se presenta pues sólo de esa forma se podrán comprender los problemas que los personajes tendrán. Tal vez los primeros dos o tres capítulos les parezcan irrelevantes, pero créanme que son muy, muy, importantes.
A primera instancia vemos al Sasori que conocemos: indiferente y obsesionado por el arte, mas se irán percatando a lo largo del fanfic todo lo que esconde este muchachito adorable. Y bueno, la infancia que Kishimoto y Pierrot le añadieron a Sasori seguirá reflejándose más o menos aquí, aunque no les quiero decir mucho, luego voy a salir con spoilers que no van. En fin, eso por parte de Sasori.
Por otro lado, no pueden quejarse: ya apareció Sakura, acompañada de Sasuke, sí, pero finalmente, Sakura. Y el sólo escuchar su voz ya hizo que Sasori la prejuiciara. Já, ya veremos la próxima semana lo que ocurrirá.
Al último, quisiera decirles que el fic lo actualizaré cada martes, más o menos a esta hora (6:45 pm en México) pero nunca, a menos que tenga un percance gravísimo, pasará del día. Suelo ser muy puntual con las cosas, así que no creo fallarles. En caso de que de verdad no pueda hacerlo, lo publicaré previamente en la página de facebook: Sasosaku Love. Repito, no creo que pase, pero por si las dudas, les dejo el mensaje.
Asimismo, les informo que cualquier duda o comentario, estoy a un clic en la caja de comentarios o directamente en los mensajes. Y si lo que quieren es algún tipo de información extra o un mini spoiler, estaré publicando en la misma página de facebook todas esas cosillas.
PD. Lamento la portada tan pobre, soy pésima en photoshop y preferí descargar una aplicación en el celular y hacer lo posible por no hacer un asco.
Les mando un fuerte abrazo.
Andreea Maca.
