Disclaimer: no soy Rowling. Lo demás lo sabéis, ¿no?
En fin, que aquí estoy otra vez. Un sábado más. Bueno, domingo, pero da igual. Y esto es una cosa muy rara que me ha salido casi que sin querer, y que si no gusta no será continuada. Más que nada porque pretende ser largo, y eso quita tiempo. Así que nada, aquí va el asunto. Si os gusta, bien: haced click donde pone review, y me haréis feliz y me obligaréis a trabajar como una loca. Si no os gusta, pues nada. No será una gran pérdida, tampoco; me gusta más escribir historias cortas.
Y bueno, sin más preámbulos...
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El Experimento
1. Pongamos que es una tarde cualquiera
(o cómo llegamos a la escena de la enfermería)
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Pongamos que es una tarde cualquiera. Una tarde como cualquier otra, con nubes y una llovizna breve que deja empapada la barba de Hagrid. Porque, al fin y al cabo, estamos en Escocia, y la estampa de sol y playa no es muy típica.
De todas formas, James va en camiseta de mangas cortas. ¿Por qué? No lo sabe; probablemente porque es sábado, y era la única camiseta medianamente limpia entre el montón que forma la ropa en esa leonera que llaman habitación. La cuestión es que esa camiseta, en concreto, le queda un pelín grande a James Potter, lo cual nos hace deducir que, muy probablemente, no es suya, sino de su inseparable amigo –su alma gemela, casi- Sirius Black.
Pero en fin, la camiseta no es especialmente importante en nuestra historia. O sí, porque el susodicho chucho está, ahora mismo, rompiéndose la cabeza en su habitación, buscando como un loco esa camiseta en concreto, antes de que… Bueno, antes de que pase eso.
Lo que acaba de pasar, vamos.
Porque resulta que la camiseta no era suya, o no del todo. En verdad, era un regalo para su queridisisisísimo Severus Snape, alias Snivellus, porque el pobre no recibió nada de su parte en Navidad; algo que seguramente agradeció. Y pensaba mandársela esta mañana, mediante la inestimable ayuda de un elfo doméstico al que sobornó dándole la llave de la habitación de las elfinas; a partir de ahí, Snivellus sólo tendría que ponérsela… y, exactamente a las tres de la tarde –exactamente hace tres segundos- toda la piel de su estimado Slytherin se volvería rosa chillón, totalmente a juego con el morado sucio del que se le quedaría el pelo.
A James, lo único que no le combinan son las gafas.
En fin, resumamos el monólogo interno, plagado de tacos y palabras que no debería conocer, del cérvido merodeador –ahora teñido de unos colores bastante agradables- en un expresivo Voy a matar a ese chucho pulgoso. Acompañado de una risita femenina, claro.
Cuando se da cuenta de que hay alguien más cerca, James se sonroja. O lo haría, en circunstancias normales; en estos momentos, se limita a volverse más rosa. Aún. Lo que se traduce en una nueva risa de la recién llegada.
-Estás guapísimo, Potter –comenta Lilianne Evans, alias la Pelirroja Asesina-James. Bueno, sólo Sirius y Peter la llaman así, pero es suficiente-. Definitivamente, el rosa es tu color.
Murmullo cabreado por parte del aludido. Luego, una sonrisa traviesa. Mala señal.
-Ya lo sabía. Incluso en rosa me encuentras irresistible, Evans -¿veis? Era mala señal, esa sonrisa-; eso es amor. Cásate conmigo, anda.
En Hogwarts hay un gran número de tradiciones. Está la Ceremonia de Selección, por ejemplo, y la estúpida cancioncita del Sombrero Seleccionador, que cada año suena peor. Están los partidos de Quidditch, y el Club de Duelo que se inaugura cada pocos años. Y está la pelea semanal entre James Potter, merodeador y a mucha honra, y la Prefecta perfecta Lilianne Evans, Lily para todo el universo, excepto para Potter y compañía.
-Claro, Potter. Estoy ahorrando para la boda –para cualquier otro, el tonillo sarcástico habría saltado a la vista. James no era cualquier otro, y, por supuesto, lo obvió.
-No te preocupes, cariño; tampoco necesitamos una boda muy espectacular –la tranquiliza. O eso intenta-. Lo que realmente será increíble es la luna de miel.
-¡Eso en tus sueños, Potter!
Cinco minutos más tarde, el habitual círculo de curiosos –principalmente de primero y segundo- ya se ha formado. Y podemos dejar a nuestro rosado James en buenas manos; manos que, por cierto, a estas alturas ya intentan estrangularle.
Pero bueno, volvamos con otro de nuestros protagonistas. En concreto, con el maravilloso y sexy Sirius Black, que esta mañana olvidó –con las ya conocidas consecuencias- llamar a Karadury, el elfo, y ordenarle que "regalara" la camiseta a Snape. Así que ahora aprovecha su valioso tiempo, que de otra forma hubiera pasado tirado en el sofá, para pensar en una nueva broma.
-¿Qué haces, Sirius? –pregunta, en una de estas, uno de sus compañeros. Peter Pettigrew, para ser exactos; bajito, regordete, insulso Peter. Se siente solo, claro –al fin y al cabo, Sirius y James son inseparables, y Remus… es Remus, simplemente-; por eso atesora momentos en que, como este, obtiene toda la atención de cualquiera de sus amigos, sin que nada lo impida.
Así que Sirius le explica la desgraciada situación en que se encuentra en la actualidad el pobre Severus Snape, solo y olvidado por ellos. Si él fuera Snivellus –demasiado hipotético, pero si lo fuera- ya se habría suicidado.
Y claro, todo esto es un poco una exageración, porque Snape parece incluso más contento de lo normal, o menos amargado. Y eso que es el sexto año, y aún le queda aguantarlos otro más, y Remus incluso se toma la libertad de llamarle por su apellido, y le habla, al contrario que la Prefecta pelirroja, Lily Evans, de la que antes era amigo casi inseparable.
Pero Peter no dice nada de esto, porque ve la indudable ilusión infantil en los ojos grises de su amigo, y claro, no va a hundirle tan pronto. Así que se sienta con él, y le suelta un par de ideas de su cosecha. Va a ser una tarde divertida.
Cuando Hugo Weasley accionó la palanquita, no se esperaba algo así. Tantas luces y colores brillantes no entraban en su idea de lo que podría encontrar, como tampoco la sensación de succión, ni el doloroso golpe contra el suelo.
Joder, cómo ha dolido eso.
-Bueno, ha sido divertido, ¿no? –a la tenue luz de las antorchas del castillo, puede ver la expresión homicida de Lily Potter, prima hermana –más hermana que prima, a estas alturas- y de Roxanne Harris, mejor amiga de ésta y actual novia del cuarto miembro del equipo. Albus Severus Potter, santurrón y prefecto, mirada de reproche en los ojos verdes, expresión exasperada. Aún así, si uno se fija mucho puede ver la risa atrapada tras las pupilas y la falsa severidad.
No por nada es nieto de Merodeadores.
-A saber la que has armado, Hugo –deja caer Lily. Luego sonríe un poco.
Roxanne explora con la mirada, mientras tanto. No parece que haya ocurrido nada, aparte de que el maldito cacharro maldito –porque sí, tiene una maldición, la calvuladora muggle, o como se llame- les ha hecho levitar y caer de culo sobre el suelo frío de Hogwarts. Una experiencia que le gustaría no repetir, gracias.
En fin, no es como si no debiera esperarlo. Además de Lily no hay nadie normal en la enorme familia Potter-Weasley. Algún optimista incluiría a Albus dentro de las excepciones, pero el chico, fuera de ser guapo y popular, no tiene nada de especial. A lo mejor por eso le gusta tanto, porque está hasta las narices de tíos increíbles que la hacen sentir un poco menos maravillosa de lo que es. La cuestión es que, sin duda, de la nueva generación de Weasleys Hugo se lleva la palma, en cuanto a tipos raros. Ni siquiera sabe cómo lo soporta. Probablemente porque… porque sí. Porque no hay manera de librarse de él.
Aunque, bueno, por una vez no parece haberla armado demasiado grande. Aún recuerda la última vez que usaron la cosa esa que él llama transportador de materia. Vamos, que es un traslador a lo cutre, hecho con un cacharro muggle que le trajo su abuelo del trabajo y que, para variar, estaba maldito. Y que, justo la semana pasada, por cierto, les mandó de cabeza al lago, a hacer compañía al calamar.
Y nada más que a ella se le podía ocurrir volver a intentarlo, con ese loco de por medio. Bueno, a ella, a Lily, y a su querido novio, Albus.
Pensándolo bien, Hogwarts está lleno de chiflados.
La cuestión es que, esta vez, no han salido siquiera de la habitación. Lo que tampoco es tan bueno, porque seguro que el pelirrojo loco volverá a intentar arreglar el cachivache ese, y la acabarán armando, y les expulsarán, y…
-¿Has oído eso? –pregunta Lily. Roxanne vuelve a prestar atención a la realidad, y pone el oído en estado de alerta. Por lo general, Lils suele escuchar cosas bastante curiosas.
Y bueno, sí que lo es. Curioso. Porque, por los ruidos, los golpes y gruñidos y gritos ahogados, debe de haber algo así como una batalla campal en el aula de al lado.
-Vamos a mirar –sugiere Albus. Los demás asienten, y le siguen; sólo tienen que dar un pequeño rodeo por el pasillo para poder entrar en la clase de al lado. Es curioso, pero el castillo parece más nuevo, más limpio, hoy. Aunque a lo mejor es una impresión suya; Roxanne es ligeramente paranoica.
-¿Alguien se acuerda de este cuadro? –comenta, sin esperar respuesta, realmente. Los pasillos están tan llenos de cuadros que nadie los conoce todos. Es una tontería. Claro.
-Bueno, vamos a entrar –anuncia su novio-. Sean quienes sean, perderán muchos puntos –perfecto. El Prefecto perfecto, o la fase de pelota agudo, como lo llama su hermano mayor, James. Claro, que el efecto se estropea con el último comentario-. A menos que estén ofreciendo un buen espectáculo.
Y abre, con un sencillo hechizo. Enseguida, los ruidos se hacen más audibles; el aula está a oscuras, y dos figuras se retuercen y golpean contra la pared.
Y, joder, menudo espectáculo. Más que nada porque los dos están desnudos, o casi, y son dos chicos, bastante guapos y desconocidos, por cierto, y Roxanne se siente ligeramente húmeda, por muy incómoda que sea la situación. Lily no, Lily ahoga un grito y aparta la mirada, y Albus boquea como un pez. Hugo es el único con sentido común; cierra la puerta antes de que la cosa se ponga seria.
A Roxanne eso no le hace mucha gracia, la verdad sea dicha. Pero como que no es plan de declararlo, al menos no delante de su novio. ¿No?
-Ehm… Wow –deja escapar. Se oye un nuevo golpe, un gemido; muy a su pesar, Roxanne Harris se sonroja.
Pongamos, de nuevo, que es una tarde cualquiera. Que la pelea entre James Potter y Lily Evans termina con el primero en la enfermería y la segunda disculpándose veintiún mil veces seguidas, aunque siempre en voz baja y disimulando, para que nadie más se dé cuenta. Por si acaso; tiene una reputación que mantener.
Por supuesto, la primera reacción de la enfermera, la jovencísima Señorita Pomfrey, embarazada y, por tanto, presa de unos muy bruscos cambios de humor, es la de mirarles con desaprobación. Después, y tras ver la piel rosa fucsia y el pelo color berenjena del señor Potter, se lo piensa mejor y suelta una carcajada. James ríe con ella, y Lily muestra una pequeña sonrisa.
Luego, claro, llegan ellos. Sirius Black, el Cerdo Cabrón en palabras de la mitad de las tías de Griffindor y Hufflepuff, al menos –algo incomprensible; lo único que les ha hecho el muchacho, al fin y al cabo, ha sido rechazarlas a todas. Incluso se disculpó con la única con que acabó enrollándose, en mitad del baile de Navidad del año pasado, y a la que dejó tirada-, y Peter Pettigrew, alias… Bueno, Pettigrew no tiene ningún mote; ya es bastante que tenga un apellido tan largo y difícil de decir.
La cuestión es que ambos merodeadores presentan un aspecto ligeramente lamentable. Bueno, mucho. Y es que el regalo que tan amorosamente preparaban para Snivellus ha sufrido un… percance. Y ha estallado, y ha llenado toda la Sala Común de los Griffies de burbujas rojo pasión, que cuando se te acercan te provocan una urticaria bastante molesta. Digamos, simplemente, que a Sirius Black no le sienta demasiado bien el disfraz de globo rojo.
En fin; tras la llegada de los dos amigos del accidentado rosa, Lily se siente un pelín fuera de lugar. No mucho; sólo lo bastante como para desear largarse de allí cuanto antes. Sobre todo ante la nueva petición de matrimonio por parte de Potter.
Sí, mejor salir de allí, antes de que ocurra una tragedia.
Así que da una vuelta por el castillo, intentando que desaparezca el peso –totalmente involuntario- de la culpa, y ese incómodo cosquilleo en el estómago que de ninguna forma tiene que ver con James Potter. Y choca con alguien.
Severus Snape no es, precisamente, el tipo de persona que sonríe por idioteces. Por favor; es un Slytherin, y tiene una reputación que mantener. Por eso, quizás, es por lo que resulta tan extraño verle tan tranquilo, sin su habitual expresión de odio o ira. Y más, con la leve, levísima curvatura de los labios, que en cualquier otro no significa nada, pero que en él podría pasar por sonrisa; no en vano Lily le conoce desde que eran niños. Pequeños.
Pensándolo bien, quizás sea Snape el causante del color rosa de James Potter. Eso explicaría muchas cosas. Aunque no el por qué no aprovecha su choque para meterse con ella, claro.
A menos que esté de muy buen humor. Algo inaudito, algo que no se ha visto casi nunca. O que los demás no han visto, porque, lo que es ella, se ha pasado cuatro o cinco años viéndolo a diario. Concretamente, hasta que el Sombrero Seleccionador se tomó la libertad de ponerles en casas distintas, a los dos.
Pero, de todas formas, a Lily no le da tiempo a preguntar nada; tan rápido como ha llegado, Severus Snape se larga, el uniforme negro dándole un aspecto ligeramente siniestro. Solía meterse con él por eso, antes. Cuando eran amigos. Exactamente, hasta el año pasado.
-¿Quiénes eran? –pregunta Roxanne, en un tono que, espera, sonará lo bastante inocente a los oídos de Albus.
Debe de serlo, porque es él el que responde.
-Ni idea. Pero me suenan. Sobre todo el chico moreno –admite. A Roxanne no le recuerdan a nadie que haya visto antes, pero claro, no es que ella se vaya fijando en absolutamente todos los chicos de Hogwarts, ¿no?
Deben estar de intercambio.
Por su parte, Lily se ha quedado bastante callada, después de esto. Probablemente sigue en estado de shock; lo mejor será llevarla a la enfermería, a por un calmante.
Sí; una solución estupenda. Y, de paso, también pueden pedirle a la enfermera Appletree, que ha entrado nueva este año –Pomfrey ya estaba un poco hecha polvo, la verdad- que le mire la cabeza a Hugo. Seguro que tiene algún problema mental no diagnosticado.
Así que Roxanne, que para algo es experta en estas cosas –tiene dos hermanos pequeños que se dedican a dejarla en ridículo siempre que pueden, y a los que aplica las mismas técnicas-, coge a Lils en volandas, quedándose medio aplastada en el proceso, y se pone en marcha. Por supuesto, dos minutos después es la pelirroja la que la arrastra a ella, que se ha quedado sin fuerzas, ayudada por su hermano y su primo. Pero, quitando esto, y las miradas extrañadas que les dirigen un par de Ravenclaws con el uniforme pasado de moda, llegan a la enfermería sin mayores complicaciones. Como tiene que ser.
Los problemas, eso sí, les esperan dentro.
En fin, hasta aquí llegamos, chics. Sí, sé que es un poco bastante lioso, que hay personajes que no pintan nada y que os oléis que había bebido yo demasiado cuando empecé a escribir esto. Pero bueno, todo a su tiempo: preguntad y se os responderá. O se intentará, por lo menos.
Y bueno, lo que ya había dicho: no me gusta escribir para nada, así que haced un esfuerzo. Soy una persona ambiciosa y sin escrúpulos, y busco reviews, y como soy mala, pues puedo amenazar y chantajear emocionalmente. Vamos, que si superáis el resto de reviews que tiene cualquiera de mis otra historias (mi récord está en 2, así que no es difícil), habrá más el sábado que viene. ¿Es mucho pedir? Prometo que, si funciona, no volveré a mendigaros reviews nunca jamás de los jamases.
Bueno, pues eso. Me despido, creo, hasta la próxima.
Danny
