Querida Helena:
Reconozco que esta idea tuya tan loca de escribirnos cartas me tiene, como que, ¡súper emocionada!
Al principio lo vi una tontería, un sinsentido, porque, habiendo e-mails, ¿para qué enviarnos cartas? ¡Pero admito que la sensación que da tintar todos mis pensamientos sobre una hoja en blanco es indescriptible!
Además, siento verdadera curiosidad sobre ti, sobre tus noches en compañía, sobre cada delirio de tu mente en pleno éxtasis...
Como sé lo vergonzosa que eres, empezaré yo esta cadena de emociones.
Dmitri es... ¿cómo decirlo? Un Sol. Y no en el sentido cariñoso de la palabra, sino en que es, en verdad, un Sol.
Cada vez que viene a visitarme expulsa un torrente de energía brillante y positiva, una luz casi cegadora que levantaría el ánimo al más depresivo entre los depresivos.
Su charla es amena, divertida, jovial.
Sus forma de caminar, los aspavientos que hace con los brazos cuando, sin querer, dice algo inadecuado o que pueda presentar una doble intención, (¿Presentar? ¿Acabo de utilizar una palabra tan culta? ¿Yo? ¡Helenita, cuando escribo se me pegan tus formas!) su risa... En fin, todo su lenguaje corporal, me divierte tan tiernamente como podría hacerlo ver florecer la primera margarita en primavera.
Nuestros encuentros se remontan a... ni me acuerdo. Tú lo sabes mejor que nadie. Y, aunque hemos tenido épocas en las que nuestras discusiones eran tan acaloradas y ardientes como un volcán a punto de erupcionar, épocas en las que nuestra relación era fría y filosa como la escarcha, siempre volvemos a buscarnos, siempre regresamos el uno al otro.
Pareciera como si nuestros corazones se necesitaran. Es curioso, ¿no? O sea, no es como si fuéramos novios ni nada por el estilo, a fin de cuentas, ambos tenemos nuestros amantes, nuestros romances secretos... No es el único chico con el que comparto cama en mis noches solitarias y, sin embargo, es él de quien te hablo en esta carta...
Y es que Dmitri es tan... dulce. ¡Tanto o más que un bombón de caramelo!
Ay, Helena, lo mejor de todo es que cuando estoy con él yo también lo soy. Saca mi lado tierno. Ese lado que pocos , o ningún otro chico, han sabido encontrar en mi alma.
Tú sabes que soy de naturaleza capricosa también, pero, cuando descanso mi cuerpo desnudo a su lado y le observo cariñosamente justo antes de que compartamos un beso, siento que no necesito nada más.
Las caricias de sus manos sobre mi piel, sobre mi cabello suelto... es lo único que quiero.
Además, todo sucede de forma tan casual... Y a la vez tan ideal...
Nosotros acostándonos sobre una cama, besándonos, arrullándonos, despojándonos de cada prenda que cubre nuestros cuerpos, gimiendo cada uno el nombre del otro... parecieran las acciones más naturales del mundo.
Encuentro un placer casi divino, cuando le siento penetrar en mi cuerpo, primero despacio y de forma amorosa, luego rápido y con anhelo. Todo ellos sin dejar de mirarme, nunca ha apartado sus ojos de cielo de los míos. Me pierdo en su mirada con tanta facilidad que...
Helena, me vas a matar, no creo ni que debiera contarte esto pero, ya es tarde, ya he empezado a escribirlo y supongo que soy demasiado perezosa como para empezar la carta de nuevo...
He tenido que detener mi escritura porque... mis manos han decidido viajar más allá y han revolucionado mi cuerpo por completo.
Tal es el efecto que tiene Dmitri en mí. El pulso se me ha acelerado, —aún lo está— y la respiración agitada no parece que vaya a calmarse hasta dentro de un rato. Tal es su efecto en mí.
Ojalá hubiera estado él aquí en este momento. Quizás le llame más tarde...
Perdona si de pronto mi redacción suena un poco "desencajada" del resto de las frases. Continúo pues...
Con él las noches se desprenden lenta y delicadamente.
Son velos hebrado finamente que una afable diosa va retirando poco a poco, sin prisa alguna. Es como si nos regalara el disfrute para el que hemos nacido...
Y, entonces, cuando el amanecer despunta de forma tímida pero firme, se produce el milagro.
Oh, Helena, todo su rostro es un milagro. Su expresión de paz acabaría con todas las guerras existentes...
Siempre me despierto antes que él, y siempre me distraigo obervando con vehemencia su piel de melocotón. Hay veces en las que me atrevo a acariciarle una mejilla con el dorso de mi mano, aún si temo en desvelarle. Pero es un roce tan delicado que dudo mucho que algún día llegue a despertarle del todo.
Lo que le despierta de verdad siempre es el Sol, algún rayo travieso que se cuela entre las cortinas de mi cuarto.
Lo primero que hace al abrir los ojos y verme es... sonreír.
Sí, tan sencillo como sonreír. Pero es una sonrisa que emana felicidad absoluta, tanta, que se cuela en mi corazón y éste empieza a latir con la misma dicha.
Dmitri consigue hacerme feliz con tan solo una bella sonrisa.
Tiene una belleza tan... cotidianda.
No sabría cómo explicarlo, pero él es... Él es el rostro que encuentras al levantarte por la mañana un domingo soleado.
Su belleza es mundana, transparente, apetecible...
Disfruto como una niña jugando en una campo de violetas viendo cómo los mechones de su pelo caen desordenados y graciosos sobre su frente cuando se levanta tambaleante para ir al baño.
Y realmente tiene detalles tan absurdos pero que con tanta fuerza amo... sí, amo.
Amo cuando salpica la encimera de la cocina al lavar la taza de café vacía que ha utilizado para desayunar.
Amo cuando la camisa no le entra por la cabeza porque su despiste ha hecho que se le olvide desabotonarla antes de intentar ponérsela.
Amo... el beso de despedida con sabor a pasta dentífrica fresca que me da al despedirse.
¿Ves? Ya me está apareciendo la sonrisa de nuevo al escribir estas palabras. ¡Parezco una chiquilla idiotizada!
No sé porqué brota siempre que hablo —escribo— sobre Dmitri.
¿Qué será?
En realidad nada de eso importa. Nada de eso importa mientras pueda seguir compartiendo momentos con él.
Bueno, mi querida Helena, hasta aquí mi pequeña carta.
¡Esperaré impaciente la tuya! ¡Más te vale no dejarme tirada en esto!
Muchos besitos,
Jánica.
