Este el primer fic no one-shot que escribo de Haikyū! y lleva en mi ordenador meses esperando ver la luz. Espero que os guste.

Aviso: aquí, Iwaizumi es una chica. El fic transcurre a lo largo de seis días y está dividido en tres capítulos. El primero narra lunes, martes y miércoles; el segundo, jueves y viernes; y el tercero, el sábado. Son los días de antes de la graduación.

Aclaración antes de empezar el capítulo (aunque sé que estas cosas suelen ponerse al final, pero creo que será más fácil de entender si lo leéis ahora): Cola Cao en Japón es un producto muy parecido a los Phoskitos en España, sólo que en lugar de estar rellenos de nata están rellenos de chocolate. No sé si hay un equivalente en Sudamérica, pero podéis buscar en Google cómo son.

Gracias a Petrel y a Jeannette por betear este fic. Sin ellas todo sería un poco peor.

Como ya sabéis, ni Haikyū! ni sus personajes me pertenecen.


Seis más uno

1. Lunes, martes y miércoles:

Eres una obra de arte; podría admirarte por siempre

Iwaizumi tenía que admitir que, al menos, lo hacían bien. De esa manera en la que haces bien las cosas que están mal para que resulten desagradables para alguien pero que a ti no te salpiquen. Ese tipo de bien.

Había crecido con el acoso escolar a sus espaldas. Por si su nombre masculino no fuera motivo suficiente de burla en la escuela elemental —donde Oikawa se había encargado, en su mayoría, de alejar a las personas molestas de ella—, la entrada en la adolescencia no había hecho más que empeorarlo todo.

Había comenzado en el último curso de secundaria; quizás en el penúltimo. Cuando Oikawa dio el estirón que dan los chicos a esa edad y se volvió popular. Su cercanía de repente dejó de ser protectora y empezó a ser amenazante. Cuando caminaba por los pasillos con él a su lado, Iwaizumi podía sentir ojos clavados en ella deseándole todos los males del mundo.

Para esas alturas, ya en tercer curso de preparatoria, le habían hecho de todo. Encontrar basura en su taquilla era más común que hallarla limpia. Una vez, cerca de las navidades de primer curso, le habían robado la ropa mientras se duchaba después de las actividades del club de vóley. En ese caso les había salido el tiro por la culata, porque Oikawa le había dejado su jersey —que le encajaba a modo de vestido— y su chaqueta, y así habían vuelto a casa, con él frotándose los brazos de frío pero negándose a que se quitara la chaqueta porque te queda grande y se te ve todo por los huecos de las mangas, Iwa-chan.

Le había dicho que una limpiadora debía haberse equivocado y había recogido su ropa, y aunque Oikawa no se lo había creído del todo, no preguntó más. Lo bueno: nunca más volvieron a quitarle la ropa; lo malo: Iwaizumi empezó a llevar su ropa interior dentro de una bolsa impermeable mientras se duchaba, sólo por si acaso.

Y había dejado el club de vóley. Era la mejor rematadora con diferencia, incluso a pesar de su altura; mejor que las chicas de tercero, pero se negaron a meterla en la cancha. Oikawa había puesto el grito en el cielo cuando no le dieron un puesto titular en el primer partido, pero aun así intentó que no dejase el vóley. Iwaizumi se excusó diciendo que no se veía jugando de manera profesional, y que prefería centrarse en sus estudios porque no todos somos cerebritos a los que no nos cuesta nada estudiar. Luego, se había unido al equipo masculino como mánager.

Él no debía saberlo. Iwaizumi lo había decidido desde el momento en que el primer chicle que esperaba sobre su asiento se pegó a su falda. Oikawa no tenía por qué sentirse responsable de algo de lo que no tenía la culpa. Sabía que, de saberlo, se enfrentaría a esas chicas hasta el punto de ser desagradable no sólo ante ellas sino también con el resto del mundo. Oikawa no resultaba una persona simpática con la primera impresión —ni con la segunda—, sobre todo si eras un chico (y especialmente uno de sus rivales). Era altanero y se comportaba como si tuviera diez años y estuviese luchando por un caramelo en lugar de por un torneo de vóley.

Lo último que necesitaba era tener fama de desagradable con las chicas que lo admiraban y apoyaban, cuando ya se había granjeado una muy distinta. Iwaizumi no quería que el vóley se le convirtiese en una carga. Ya había sido bastante doloroso sacarlo del pozo en el que se había hundido tras conocer a Tobio como para que Iwaizumi lo sumiese el otro del que no sabía si podría rescatarlo.

En algún momento se lo contaría. Cuando llegasen a la universidad y, con un poco de suerte, estuviese rodeada de personas con una madurez más alta que las de la preparatoria. Cuando para Oikawa no supusiera un peligro conocer algunos detalles —pequeños, porque Iwaizumi no planeaba contarle todo lo que le habían hecho— de lo que había soportado. Cuando le resultase demasiado complicado ir a buscar a sus antiguas compañeras y tuviera que descargar su frustración con gritos, gruñidos y abrazos posesivos sobre su persona.

Ese día es un poco más tarde de lo habitual cuando va hacia su taquilla, porque le ha tocado turno para limpiar la clase. No le hace falta abrir la puerta para saber que dentro hay cosas que no quiere encontrar. Está segura de que lo que cuelga por fuera es el hilo de la cáscara de un plátano. El olor le inunda las fosas nasales al abrir. Aparte de la basura, entre la que distingue la susodicha cáscara, un bote de ramen instantáneo vacío pero goteante y lo que parece pasta de judías dulces de hace unos días, hay nuevos insultos gravados en el metal. "Puta". Es el tercer "puta" que adorna la taquilla. Lo acompañan dos "zorra" y cuatro frases intimidantes de distinta índole.

Su cuaderno de historia está asqueroso. La pasta de judías ha tintado la parte inferior de todas las páginas de color rojo y ha hecho que se peguen entre ellas. Por suerte, la práctica hace al maestro e Iwaizumi sólo ha dejado esa libreta ahí porque ya ha pasado la mayoría de los apuntes a una limpia y, dentro de lo malo, la pérdida no es grave. Puede pedirle a Matsukawa los que le faltan si se ve incapaz de leerlos una vez limpie el cuaderno como pueda.

Pero han descubierto su truco para que no se le manchen los zapatos. Han quitado el forro de plástico que Iwaizumi se ha acostumbrado a llevar y ahora entiende que si el envase de ramen está vacío es porque lo han vaciado dentro de ellos. Se le revuelve el estómago. Al menos no ha dejado allí el uniforme de mánager del club de vóley, previendo que podía pasar algo.

—¡Iwa-chaaaaaan!

Intenta no cerrar la puerta demasiado deprisa cuando escucha los primeros timbres de su voz tanto como intenta que su corazón no lata más deprisa. Oikawa ladea la cabeza, contrariado ante su movimiento brusco. Ya tiene el uniforme de prácticas puesto y la frente sudada. Seguro que ha hecho algún saque antes de ir a buscarla.

Oikawa tampoco ayuda a que su situación mejore. No ayuda que invada su espacio personal cuando le apetezca, ni que la llame a través del pasillo y del gimnasio de esa forma que evidencia que se conocen desde antes de empezar a andar. Pero Iwaizumi no lo aparta. No se sacude sus brazos de encima ni le da cabezazos en la barbilla cuando se apoya en ella —a no ser que el gesto vaya acompañado de una broma relativa a su estatura—, ni tampoco le ha pedido que la llame de otra forma.

Hace mucho tiempo que se dio por vencida con sus sentimientos. Se conocen tan bien que está segura de que Oikawa lo sabe. O lo intuye, al menos. No está ciego. Tiene que ver la forma en la que a Iwaizumi se le derriten los ojos cuando le sonríe después de un saque especialmente bueno, la manera en la que sus mejillas se tiñen de granate cuando Oikawa le dice que ese día está especialmente guapa, a pesar de que nunca se maquilla, rara vez se esmera en colocarse bien la ropa y siempre se peina con prisa antes de salir.

Siente sus dedos en los hombros, rozando el cuello. Oikawa le remueve el pelo y le hace cosquillas en el mentón. Lo mira con una ceja alzada, el ceño ligeramente fruncido y su corazón desbocado. Tiene que levantar tanto la vista que, si se quedase mirándolo a los ojos mucho tiempo, le dolería el cuello.

—Está un poco largo —le dice. El pelo negro a Iwaizumi le lame los hombros—. Ven a la peluquería conmigo el jueves.

—No, gracias —responde. Está buscando una explicación para no coger los zapatos antes de irse al gimnasio—, no vaya a ser que me hagan ese horrible flequillo tuyo.

—Oh, admite que te encanta, Iwa-chan.

Se lo dice con una sonrisa ladina. Es su sonrisa de ligar, Iwaizumi la conoce bien. La ha estado usando con ella desde que aprendió que las chicas se derretían al verla y, aunque al principio no sabía cómo reaccionar, se ha inmunizado al gesto. No es ni la mitad de bonita que el resto de sus sonrisas, esas que le salen cuando en algún documental dan información nueva sobre vida extraterrestre o se ponen a jugar al vóley con Takeru en el jardín.

Pues sí, me encanta. Se lo quiere decir. Quiere ser capaz de decírselo algún día sin que sea extraño. Me encanta porque me recuerda a cuando eras más pequeño, pero odio cuando se te apelmaza y te tapa un ojo, porque tienes unos ojos muy bonitos y quiero mirarlos más.

—Quizás en cualquier otro que no fueses tú.

—Eres cruel, Iwa-chan.

—Calla y vámonos —contesta con un suspiro—. Tengo que coger más cosas de la taquilla después, así que vendré luego a por los zapatos.

Mattsun y Makki les reciben con comentarios sutilmente pervertidos sobre lo que se debe hacer y lo que no en el instituto. Iwaizumi está tan acostumbrada que se limita a poner los ojos en blanco y a intentar comprender por qué a Oikawa le sigue afectando que digan esas cosas de ellos. Es un rumor mayor, asentado. Que están juntos, liados; que tienen un rollo, son más que amigos. Cuando Oikawa rompe con una novia, todo el mundo asume de inmediato que es por Iwaizumi. Da igual las veces que haya pasado y que siempre haya empezado a salir con otra chica.

A Iwaizumi no le gusta que la comparen con ellas. Las chicas con las que Oikawa sale son normalmente simpáticas y agradables, y está bastante segura de que ninguna de ellas ha participado nunca en el Club anti-Iwaizumi que hay montado alrededor de Oikawa —lo cual es un punto a favor de Oikawa, que al menos las escoge de manera adecuada—, pero son distintas. No lo conocen. Conocen al Oikawa que juega al vóley, al chico de sonrisas brillantes y frases bonitas, pero no al de verdad. Y tiene la certeza de que la raíz del acoso que sufre se debe, también, a que ellas han notado de la misma forma que Iwaizumi es cercana a Oikawa en otro nivel. Uno que ninguna otra persona ha conseguido alcanzar nunca.

Sale quince minutos antes de que acabe la hora del club con la excusa de que su madre la está llamando y corre hasta su taquilla. Coge una bolsa de basura de la que hay puestas en las papeleras de los pasillos y tira lo que puede dentro. Con pañuelos de papel intenta retirar los restos de pastas de judías que se han pegado a las esquinas y a la libreta, que guarda en la mochila. Lleva los zapatos al baño y tira el contenido por el váter.

Nunca ha sabido decidir si debería alegrarse o no de que todo lo que le ocurre se reduzca a sus objetos materiales. De que nunca hayan pasado a su persona. Suponen —y suponen bien— que de hacerlo, Oikawa las despreciaría, y eso es más de lo que pueden soportar. Mientras tira de la cadena se pregunta cómo habría sido todo si la hubiera obligado a beber agua del baño o le hubiesen quitado las bragas a la fuerza y las hubieran ido enseñando por todo el instituto. Sabe que son cosas que pasan y que su caso, dentro de los parámetros, no es de los más graves, pero es incapaz de sentir alivio.

Frota el interior de los mocasines con jabón de manos para quitar el olor más fuerte y los enjuaga. No tiene más forma de secarlos que el papel del baño y cuando se los calza están fríos, pero cree que, desde fuera, no se nota. Camina de nuevo hasta su taquilla, con papel húmedo, y retira lo que todavía no había podido, aunque el olor continúa allí.

—Puaf, Iwa-chan, ¿qué tienes ahí, un gato muerto?

Se sobresalta. Oikawa se ríe cuando la ve dar un saltito y ella le responde con una patada. Cierra de golpe la puerta de su taquilla y tirar el papel sucio a la papelera. Oikawa espera una respuesta, siguiéndola con la mirada allá donde se mueve.

—Ayer se me cayó el almuerzo dentro —miente. ¿Mentirá tan bien como a ella le parece, después de tantos años?

—¿Y no lo recogiste?

—Se me olvidó.

En ocasiones terminan teniendo ese tipo de conversaciones. Excusas que Iwaizumi sabe que no convencen a Oikawa (ni a nadie), y se le cae el alma a los pies cuando él no sigue preguntando porque confía en ella y quiere creer que no le mentiría. Que no le ocultaría cosas importantes.

Tú eres más importante. Por eso no te digo nada. Perdóname, por favor.

Se ha imaginado más de una vez qué pasará cuando le cuente la situación. Cuánto se enfadará con ella, y si será más fuerte su instinto de protección que su enfado. Si la abrazará mientras le dice que es imbécil y que no debería haberse callado o hará ambas cosas, pero por separado.

No quiero que me grites. La que grita soy yo. Tú sólo tienes que darme sonrisas.

Iwaizumi se sentiría peor si no se lo hubiera contado a nadie. El profesor a cargo del club de vóley masculino lo sabe. La entrenadora del equipo femenino que Iwaizumi tuvo que abandonar, también. Ambos intentaron que se lo contase a sus padres y que hiciera algo más, pero Iwaizumi se negó a que el tema llegase a oídos de Oikawa. O de nadie. Ni siquiera ella sabía quiénes eran las que estaban detrás de todo. Podía señalar a aquellas que cuchicheaban cada vez que pasaba por delante, también a esas que le susurraban amenazas cuando caminaba al lado de Oikawa al salir de la escuela, pero no conocía quiénes estaban detrás de todo lo demás. Bien podían ser ellas, bien no. Y no iba a acusar a nadie de manera injusta.

De camino a casa le recuerda a Oikawa que el jueves tiene cita con el médico para mirarse la rodilla, y que más le vale llevar el informe íntegro o ella misma iría a recogerlo para comprobar que no le ha mandado reposo absoluto. Comentan el entrenamiento del día, cómo está mejorando Kyōtani incluso después de la derrota contra el Karasuno y a quién le va a dejar el puesto de capitán cuando llegue la hora.

—A Yahaba, ¿no? —Oikawa asiente, pensativo—. Me preguntó a quién escogerá de vicecapitán.

—A Watari, supongo. —Luego replantea su respuesta—. O a Kunimi.

Se enzarzan en una discusión a voz baja sobre quién es el más probable y terminan apostando, Oikawa por Watari e Iwaizumi por Kunimi. El precio a pagar es invitar al otro a merendar y cenar el día después de la graduación.

—¿Y si ese día tengo una cita, Iwa-chan?

—Pues la cancelas —le responde sin pensar, con la boca llena de chocolate por el dorayaki que se está comiendo—. O no tengas una cita ese día, directamente.

—De acuerdo, si me proponen algo para entonces diré "lo siento, he quedado con Iwa-chan". —Oikawa ríe ante la mirada fulminante y luego se queja por la patada que recibe en la espinilla—. Nunca me dejas usarte de excusa, Iwa-chan.

—Porque tu club de fans acabará matándome.

Oikawa se le acerca y la abraza. Es tan grande que Iwaizumi siente que le han echado una manta encima. Desprende calor y olor a limón, y abril amenaza lluvias, así que parece un buen lugar donde refugiarse.

—Nunca lo permitiría.

—Ya. Como que te ibas a enterar con lo atontado que estás.

Llegan a la puerta de la casa de Iwaizumi entre pullas, comentarios mordaces y algún que otro codazo que a Oikawa le alcanza en la cintura. Quedan cinco días para la ceremonia de graduación y no han hablado de ello. Ni siquiera se han dicho la universidad a la que van a ir. Ambos están ya matriculados, pero sienten que si lo dicen en voz alta y son universidades distintas, algo se romperá y no saben si serán capaces de arreglarlo.

—¿Te vendrás con nosotros por la noche? —Iwaizumi frunce el ceño—. El día de la graduación, digo. No sé si pensabas irte con tu clase o… con el equipo de vóley de las chicas tal vez.

Es extraño. Que sea tan grande y pueda parecer tan indefenso cuando se encoge de hombros. El muy idiota se piensa que quiere pasar ese día, esa fiesta, con otra persona que no sea él. O lejos de él, tan siquiera. Iwaizumi tiene que hacer un esfuerzo muy grande por no poner de nuevo los ojos en blanco. Abre la puerta del jardín de una patada.

—Pues claro. Hasta mañana.

Se despide con un "hasta mañana", pero hablan quince minutos después por Line. Oikawa le dice que cuando ha llegado a casa su madre estaba mirando el pronóstico del tiempo y que han dado lluvias para el día siguiente. Las tormentas de abril se han adelantado a marzo, e Iwaizumi se lamenta por los cerezos cuyas flores se caerán por la lluvia. Le escribe "acuérdate del paraguas, imbécil". Oikawa le responde que se lo recuerde al día siguiente, e Iwaizumi lo manda a la mierda con un mensaje de voz.

En efecto, cuando baja a la cocina por la mañana el cielo está gris y las gotas de lluvia caen suaves pero constantes sobre el cristal. Por la ventana abierta se cuela el olor a tierra mojada y flores y desde la tostadora el aroma de las migas de pan que se están quemado. Su madre le sirve arroz hervido y le pregunta si quiere tortas de arroz de las que se están calentando, a lo que Iwaizumi se niega. Se traga un bol entero con un zumo de naranja y pellizca una galleta de canela antes de subir a su habitación.

Se pone el uniforme, se atusa el pelo con los dedos y saca el paraguas del último cajón de la cómoda. Apenas es consciente del mensaje que le escribe a Oikawa antes de lavarse los dientes, recordándole que está lloviendo por si va tan empanado que no se ha fijado. Oikawa le devuelve el mensaje en forma de emoticono feliz y un esto demuestra que me quieres, Iwa-chan~.

"Lo que no quiero es que pilles un resfriado y salgas en las fotos con toda la nariz roja. Ya las vas a joder bastante estando normal".

—¡Qué cruel, Iwa-chan! —lo escucha a través de su ventana. Iwaizumi resopla y baja corriendo, despidiéndose de su madre antes de cerrar la puerta—. ¿Tan mal estoy cuando me constipo? —gime lastimero.

No. No lo estás. Estás tan guapo como siempre o incluso más, porque se te va esa expresión altanera de la cara y pareces un poco más débil y humano.

—No difiere demasiado de lo normal, que tampoco es que sea la gran cosa. —Oikawa suelta un gruñido que daría pena hasta al perro más hambriento—. Pero tranquilo que a tus chicas les vas a gustar igual.

—¿Y a ti te voy a gustar, Iwa-chan?

Un brazo por encima de sus hombros, el dorso de sus dedos acariciándole la mejilla morena y su pecho pegado a su brazo. Una sonrisa que desmayaría a cualquiera, dejándole ver a Iwaizumi los dientes recién lavados que todavía huelen a menta. Se permite respirar el aroma a pasta de dientes antes de soplarle en la cara, lo que hace que se aparte arrugando la nariz y moviéndola de un lado a otro. La imagen le arranca una sonrisa.

—En tus mejores sueños, tal vez.

Oikawa se queja y le dice que con esa actitud nunca va a tener novio. Cuando ve que le da igual (aunque ya lo sabe, porque siempre le dice lo mismo e Iwaizumi siempre se encoge de hombros) empieza a hablar de vóley. Abren sus paraguas al salir del porche de Iwaizumi y chapotean entre el repiqueteo de la lluvia sobre el suelo. Iwaizumi mira el paraguas azul marino, con una simple raya blanca que lo recorre de extremo a extremo, de Oikawa, y se pregunta si aún tiene el que era transparente y tenía escrito arriba "Aliens, please take me". Se atreve a hacer la pregunta en voz alta.

—¿Te acuerdas? —Oikawa se ríe. Menos mal que te lo he preguntado—. Creo que mi madre lo guardó por ahí. Se me quedó pequeño. Yo creo que a ti aún te cubriría, Iwa-chan.

Le da una patada que deja una huella mojada en su pantalón de cuadros. Oikawa se agacha a limpiarlo y a Iwaizumi le empieza a extrañar que no esté diciendo nada —una queja, un lamento, algo que le recuerde que su amigo es el rey del drama— cuando siente sus brazos rodeándole las piernas y antes de que pueda hacer nada ya la ha alzado en volandas sin ninguna dificultad. La lluvia le moja los pies y tiene que echar la cabeza hacia delante para que no ocurra lo mismo con su pelo.

—¡Mierdikawa, que me mojo, gilipollas! —Él sólo se ríe, e Iwaizumi no puede enfadarse porque su risa es maravillosa—. ¡Bájame! ¡Suelta, coño!

—Así no habla una señorita, Iwa-chan. —Sigue riéndose cuando la deja en el suelo de nuevo, con una delicadeza que consigue sonrojarla—. Aunque nunca has sido una.

—Con un mendrugo como tú como amigo no he tenido la oportunidad, lo siento —ironiza mientras se sacude la falda. Le ha costado mantener el paraguas en la mano y sacude agua sobre Oikawa al enderezarse de nuevo—. Va, que llegaremos tarde.

Iwaizumi se niega a renunciar a Oikawa porque cuatro locas se piensen que no tiene derecho a estar cerca de él. No va a separarse de la sonrisa que reserva para ella, de esas tonterías que le da por hacer en los momentos más inoportunos. Está segura de que podría enlazar su mano con la de Oikawa en ese momento y él no la rechazaría. Llegarían así al instituto, y a cuatro días de irse definitivamente la idea le resulta tentadora.

—¿Te das cuenta de que vamos a hacer este camino muy pocas veces más? —le pregunta Oikawa, cuando las puertas del Aoba Jōsai ya se distinguen al final de la calle.

—Haremos otro —le responde, y él sonríe antes de separarse hacia sus correspondientes clases.

Ese día está de buen humor, y sabe que eso es peligroso. Le pide a Oikawa guardar sus zapatos junto a los de él con la excusa de que su taquilla aún está sucia del día anterior y sabe que la han visto, pero también que en esa taquilla no meterán la mano. Deja el paraguas en el cubo gigante que hay nada más entrar y sube a paso rápido hasta su clase. Al sentarse se da cuenta de que no ha mirado la silla lo suficiente, o se habría dado cuenta de que estaba untada en aceite. Se levanta corriendo, pero su falda y parte de sus medias ya están perdidas.

—¿Te has meado, Iwaizumi? —le dice una de las chicas de su clase, antes de estallar en carcajadas junto a dos más.

Iwaizumi está estática. No sabe qué hacer. Normalmente los ataques son privados, de forma que sólo ella los ve y puede ocultarlos. Nunca son a la vista de todo el mundo. No sabe si su cercana graduación las ha hecho más temerarias, si ahora que ya tienen sus notas y su universidad asegurada les da igual lo que les hagan en el Seijō, aunque ello pueda suponer una mancha en el expediente. Con las manos temblorosas atina a sacar los pañuelos de su mochila. El aceite no se va por completo, pero al menos ya no le mancha la ropa. Más.

—¿Ocurre algo, Iwaizumi-san? —le pregunta el profesor al entrar al aula y verla de pie. Si ve las manchas, no dice nada.

Podría decirlo. Sería el momento. Pero en lugar de eso, Iwaizumi niega con la cabeza y toma asiento en silencio, ignorando las miradas de sus compañeros. Algunos murmuran preguntas sobre si de verdad se lo ha hecho encima hasta que el profesor pide silencio antes de comenzar. Son clases ligeras, de repaso, e Iwaizumi se permite desconectar. Lo necesita. Apoya el codo en la mesa y el rostro en la mano y suspira. Recuerda los ojos de Oikawa cuando le ha dicho que recorrerán otro camino después de ese y sonríe.

Sólo tienen clase por la mañana. Las de la tarde se han suspendido y las opciones oscilan entre estudio voluntario preparatorio para la universidad y los clubes tradicionales para aquellos de tercero que aún no los han dejado. Oikawa le dice que no hace falta que abra su paraguas para ir al gimnasio, y ambos lo comparten hasta allí.

El entrenamiento tiene un aura de tristeza. En los descansos, los de tercero se le acercan para hablarle de la fiesta que van a hacer después de la graduación, y aunque delante de los entrenadores lo disfrazan de una cena de despedida, Iwaizumi puede ver el brillo en sus ojos que grita alcohol y desfase. Invitan a los de segundo del equipo también, y aunque los de primero se quejan porque a ellos no se dirigen, Iwaizumi les explica que aún son demasiado jóvenes y no ponen más pegas.

—Los tienes comiendo de tu manita, Iwaizumi —se burla Mattsun, guiñándole un ojo a Kindaichi, que se sonroja desde el cuello hasta el nacimiento del pelo.

—Lo siento, Kindaichi, Iwa-chan es mía. —Oikawa le pasa un brazo por la cintura, para lo que tiene que agacharse tanto que termina sentándose en el banquillo y tirando de ella para dejarla sobre una de sus piernas. Los pies de Iwaizumi cuelgan a milímetros de las tablas de madera—. ¿Verdad?

—No —dice cortante, pero no se separa. Los dedos de Oikawa acarician de forma distraída su abdomen por encima de la tela e Iwaizumi se balancea sentada en su pierna—. Ni de coña. Prefiero a Kindaichi.

Se siente un poco mal cuando al chico empiezan a temblarle los pies y las manos y no sabe dónde meterse para que no se le note el sonrojo, pero lo compensa el hecho de que Oikawa finge ofenderse y la arrastra por completo encima suya. Apoya el mentón en su hombro y llena los carrillos de aire, exigiéndole que retire lo que ha dicho. Menos mal que no hace esas cosas delante de las chicas, porque entonces Iwaizumi ya estaría tirada en alguna cuneta.

—Por cierto, ¿qué le ha pasado a tu falda? —pregunta de repente. Iwaizumi debería haber imaginado que la mancha de aceite se veía incluso después de haberla frotado con agua y jabón en el baño.

—Ni idea, la silla estaba sucia —evade.

Makki y Mattsun le cierran el paso cuando se levanta de un saltito del regazo de Oikawa. Lo siente ponerse de pie tras ella y cuando deja caer el cuello hacia atrás, Oikawa la está mirando desde arriba, con expresión seria. Makki y Mattsun tampoco ríen, lo cual es de lo menos habitual en ellos.

—Iwa-chan. —No quiere mirarlo, pero tiene que hacerlo. El pelo le tapa un poco la visión cuando se gira—. ¿Te han estado haciendo algo estos días?

Estos días. ¿Cuándo se ha enterado? ¿El día anterior, con los zapatos y el olor? ¿La semana pasada, que le habían desaparecido los botones de la camisa? Iwaizumi atina a negar con la cabeza, pero no le salen las palabras. Makki y Mattsun se miran entre ellos, pero Oikawa no aparta la mirada de ella. Seguramente no necesita nada más que su silencio.

—¿Por qué no me lo has dicho?

—Oikawa…

—Deberías habérmelo contado.

—Oikawa. —Quería cogerle el brazo, pero tiene su camiseta entre los dedos. Aprieta—. No es el momento.

El ambiente se enrarece. Por suerte, Irihata corta el entrenamiento y les dice a los de tercero que no vuelvan durante esa semana. Que tienen que estar frescos para la graduación, porque lo van a necesitar. Makki y Mattsun le ponen cada uno una mano en el hombro y aprietan un poco, sin decir nada. Iwaizumi se arrepiente de no haber confiado en ellos, pero sigue convencida de que habría sido mucho peor.

Oikawa se ducha y se viste a la velocidad de la luz. La lluvia se ha hecho más fuerte, y el viento hace que se empapen incluso bajo su paraguas, que en esas circunstancias se queda pequeño para ambos. Iwaizumi se calza los zapatos en un silencio que quiere romper pero no sabe cómo, y saca su paraguas del cubo para usarlo de camino a casa. Sin embargo, cuando lo abre la tela granate está hecha jirones y uno de los hierros se ha partido.

Siente que le fallan las rodillas. La presencia de Oikawa a su espalda se hace más evidente y de repente todo huele a pasta de judías rojas caducada y ramen instantáneo frío. El agua de la lluvia le escurre por la falda, sobre los muslos y entre las piernas, y recuerda la sensación de cuando se ha sentado sobre el aceite. El estómago le da un tirón y a la garganta le sube el sabor amargo, ácido y desagradable del vómito.

Consigue llegar a las escaleras, con Oikawa corriendo detrás. Vomita el almuerzo, el desayuno y todo lo que tiene en el estómago. Oikawa le retira el pelo, cada vez más mojado por la lluvia que cae sobre ellos, de la cara y la sostiene con su cuerpo, arrastrándola hasta donde el techo aún cubre. Le despeja el rostro y lo cubre con sus manos enormes y endurecidas de golpear el balón.

—Lo siento —consigue articular Iwaizumi. Siente la voz pastosa y el aliento pestilente, por lo que intenta girar la cara para que a Oikawa no le llegue el olor, pero él se lo impide.

—¿Por qué no me dijiste nada?

—Habría sido peor.

—¡Claro que no! —alza la voz, indignado, pero la vuelve a bajar. No quiere gritarle, y a Iwaizumi se le derrite el corazón—. Lo habríamos parado.

—Ni siquiera sé quiénes son.

—Las habríamos encontrado.

Las. Es doloroso ver que no le cuesta imaginar quién hace esas cosas. Porqué lo hacen. Iwaizumi balbucea que no es culpa suya, que lo siente, de nuevo, y lo abraza. Lo abraza con una necesidad que no sabía que sentía. Intenta pensar cómo habría sido todo si le hubiera contado a Oikawa lo que le pasaba cuando empezó. Si ella tenía razón y habría sido peor, o en cambio él se llevaba la palma esa vez.

—¿Ha sido por mí? —pregunta, aunque ya sabe la respuesta.

—No es tu culpa —contesta de inmediato. Su voz rebota en el pecho de Oikawa, sobre el esternón. Hunde la nariz allí, donde huele a ropa limpia y spray para los músculos. Siente el pecho de Oikawa subir y bajar con su respiración y escucha de manera lejana los latidos de su corazón—. No es culpa tuya.

—No he preguntado eso.

Se quedan en silencio otra vez. Iwaizumi empieza a hartarse (aunque tan solo ha ocurrido dos veces) de darle la razón callando. Oikawa le corresponde al abrazo y le acaricia el pelo. Él también está empapado y la tormenta no amaina. Iwaizumi no sabe cómo van a volver a casa así. No tiene muchas ganas de volver a casa, en realidad. De moverse. Quiere quedarse entre esos brazos, sintiendo el alivio de saber que lo sabe durante mucho tiempo más.

—No creas que te has librado de esta, pero vámonos. La gente empezará a salir de los clubs dentro de poco.

La besa en la frente antes de separarse y es como si allí donde ha posado sus labios la piel ardiese. Las rachas de viento sólo hacen que el paraguas resulte inútil y un estorbo, y finalmente Oikawa lo cierra y corren por la calle hasta que alcanzan su casa, que está más cerca. Suele acompañar a Iwaizumi hasta la suya y luego volver, pero el día no se presta a ello. Iwaizumi entra detrás de él y saluda a la madre de Oikawa, que se echa las manos a la cabeza al verlos empapados.

—¿¡Pero por qué no habéis cogido el autobús!? Anda, los dos a ducharos que tenéis que entrar en calor. Hajime, ve tú primero. Déjame la ropa mojada al lado de la puerta.

Iwaizumi hace lo posible por no mojar demasiado la casa en su camino al baño. Se quita toda la ropa, que es como una plasta de colores cuando cae a plomo sobre el suelo, y abre el agua caliente. Su cuerpo se templa de inmediato y los músculos se le relajan. Usa el gel que utiliza Oikawa a diario y el champú que es tan diferente al de frambuesa que usa ella. Cuando se seca huele a él y es como sentirse protegida aún sin su presencia.

Sale del baño con una toalla de las que Oikawa usa para taparse de la cintura a las rodillas y que a ella le cubre desde el pecho hasta el muslo, aunque tiene que estirar la tela un poco para que no se le vea el culo. Cuando abre la puerta su ropa mojada ya no está, y Oikawa espera para entrar casi desnudo, con una toalla tapándole la entrepierna y el pelo pegado a la frente. Tiene en la mano una camiseta y unas bragas.

—Son de mi madre. Te estarán un poco grandes, pero creo que mis calzoncillos más. La camiseta te estará bien, es de cuando tenía trece años.

Iwaizumi la recuerda. Es amarilla y tiene escrito "best boy" al frente en letras azul marino. Sus madres habían comprado esas dos camisetas a conjunto. La de Iwaizumi era verde con letras rojas y ponía "best girl". Las habían llevado puestas cuando fueron al parque de atracciones de Benyland para el cumpleaños de Iwaizumi. Oikawa se la había manchado de helado y, cuando ella se había reído de él, le había manchado también su camiseta.

Iwaizumi sabe que fue más o menos por esa época, en la que estaban dejando de ser niños pero Benyland todavía les divertía, cuando se dio cuenta de que le gustaba Oikawa como al resto de chicas, pero más. Tuvieron una época en la que estar muy juntos les resultaba incómodo porque era evidente que ambos estaban cambiando y creciendo y a Oikawa le daba miedo tenerla cerca y tocarle las tetas sin querer

Ahora lo tiene delante prácticamente sin ropa —como si él no supiera el efecto que provoca, incluso en ella— dándole una camiseta que le recuerda una época ya muy lejana. Le quita la ropa de un manotazo y sube a la habitación a cambiarse. Con "bien", Oikawa se refería a que no le está extremadamente ancha y el largo por encima de las rodillas es adecuado. Al fin y al cabo, Iwaizumi se había quedado con su estatura de los doce años.

Da igual; no tiene frío. Lo derrochador va en la sangre al parecer, pues la calefacción de la casa está a tantos grados que puede ir con esa camiseta (de manga corta y a modo de vestido) sin problemas. A los Oikawa les gusta vestirse dentro de su casa como si fuera pleno julio aunque sea diciembre. Pasar la Navidad en su casa llega a resultar un tanto agobiante. Iwaizumi se coloca la camiseta. Habría tenido pudor al ir sin sujetador si tuviese algo que sujetar, pero como no lo tiene simplemente baja al comedor.

El olor a curry llena el ambiente y hace que su estómago ruja de hambre. El vómito la ha dejado vacía y ahora, tras relajarse un poco, su cuerpo necesita recuperar energías. Se lleva la mano al vientre cuando el ruido alcanza los oídos de la madre de Oikawa, que sonríe y le dice que se siente en la mesa entre el ruido de los fuegos y el chup chup de la salsa caliente. Oikawa sale del baño con un pantalón corto azul y una camiseta blanca y la ayuda a servir la comida en los platos.

La conversación mientras comen versa primero en torno a que Iwaizumi se quedará esa noche a dormir allí. Aparentemente, la previsión de tormentas sigue siendo la misma hasta dentro de diez horas y Oikawa ha dado por sentado que ese debía ser el desenlace obvio. Iwaizumi no encuentra argumento cuando le dicen que ya han llamado a su madre para avisarla, y que a ella le viene bien porque ese día trabaja hasta tarde y no quiere conducir de más con toda esa lluvia.

Luego cambia radicalmente a las lluvias; el último partido del Karasuno; la próxima graduación; si Tōru va a sacarse el carnet de conducir, si ella ha pensado en hacerlo también. Estar con Oikawa y sus padres es como estar con su propia familia; se han criado juntos toda la vida y están acostumbrados a la casa del otro, a los familiares del todo, a la cama del otro. Hasta los doce dormían en la misma cama, y sólo dejaron de hacerlo cuando Oikawa fue demasiado largo como para compartir espacio con nadie.

A los dieciséis le habían comprado una cama a medida para que los pies no le colgasen por fuera del colchón, así que Iwaizumi suponía que ahora debían volver a caber bien. Ella no había crecido. No mucho. Quizás había pasado del metro cincuenta y dos al metro cincuenta y cinco. Los separaban alrededor de treinta centímetros de estatura y unos cuantos de grosor, porque aunque Iwaizumi estaba fuerte y musculada debido al vóley, Oikawa ocupaba mucho más.

Ayudan a sus padres a recoger los platos y Oikawa la lleva a la habitación de la mano. La lluvia continúa cayendo al otro lado del cristal, pero se ha abierto un hueco entre las nubes. Quizás haya un arcoíris fuera. A Iwaizumi le gustaría verlo.

—Eres idiota —le suelta Oikawa, de espalda a ella. Ahí está, el tan necesario insulto. La forma de decirle de una sola vez todo lo que ahora va a soltar—. ¿Cuánto tiempo?

Se gira. Tiene el gesto acongojado, el pecho henchido de aire que suelta muy poco a poco y los ojos cristalinos. No la puede mirar a la cara porque se rompe.

—Oikawa, no es tu culpa.

—¿Desde cuándo, Iwa-chan?

Iwaizumi toma aire. Se plantea mentirle, pero no quiere hacerle más daño. No quiere ver ese rostro, que es culpa suya, durante más tiempo.

—Cuarto de secundaria —suelta, al final, como si lo estuviera vomitando a la fuerza. Oikawa se lleva las manos al rostro y le da la espalda de nuevo—. Pero lo peor ha sido desde hace una semana. No ha sido siempre así.

—¿Y qué? —Oikawa avanza hasta ella en una zancada, una mano en su hombro, la otra en su cara—. No tendrías que haber soportado nada. Por mínimo que fuese. ¿Por qué lo hiciste?

Iwaizumi no quiere ponerle esa carga en los hombros, pero siente que se lo debe. Que le debe toda la sinceridad que le ha estado negando ese tiempo. Y ella lo necesita. Necesita que Oikawa lo sepa. No cualquier otra persona, él. Debe ser él, que es quien siempre ha estado con ella. Tiene que pensar un poco cómo formularlo.

—No quería que te afectase. —Oikawa niega con la cabeza, pero ella sigue hablando antes que pueda interrumpirla—. Entiéndelo —le pide con la voz rota—. No sabía quiénes eran. Sólo te iba a preocupar y hacer que desconfiases de cualquier chica que se te acercase. Y no digas que no son motivos. Lo son para mí.

El poco sol que había conseguido atravesar las nubes vuelve a desaparecer y la habitación se oscurece en un abrir y cerrar de ojos. Oikawa se muerde el labio, inspira, expira y al final no dice nada. Se separa de ella y se sienta en la cama, pidiéndole en silencio que lo haga a su lado. Iwaizumi sube de un salto y dobla las piernas sobre el colchón.

—¿Cuando te desapareció la ropa…? —empieza Oikawa. Iwaizumi asiente. Le duele ver cómo aparta la mirada al pensar en ello—. Cuando se te rompió la camisa. Y las medias. Los cientos de chicles en tu falda. En el pelo. Los garabatos en tu mesa y en tu taquilla que decías que ya estaban ahí cuando llegaste. —A cada uno, Iwaizumi mueve la cabeza despacio, arriba y abajo—. Ayer. El olor en tu taquilla. —Otro asentimiento—. ¿Era pasta de judías rojas?

Iwaizumi lo mira sorprendida.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque de camino a casa te compraste un dorayaki de chocolate, y siempre lo compras de judías rojas. Siempre.

Iwaizumi fija la vista en la colcha blanca. Bajo su rodilla se atisban las líneas negras de la Estrella de la Muerte que tiene estampada un poco más abajo, donde ella está sentada. Se ríe, porque es lo único que puede hacer.

—¿Te diste cuenta porque me pedí un dorayaki de chocolate? —pregunta. Es una afirmación en realidad.

Oikawa entiende por qué se está riendo y le sonríe. Se encoge de hombros y alza la mirada de manera que trata de parecer inocente. Iwaizumi siente que se ha quitado una piedra del pecho al contarle las cosas. Tiene la sensación de que puede empezar esa nueva etapa de cero, sin preocupaciones. Y si vuelve a ocurrir, no cometerá el mismo error otra vez. Oikawa no se lo perdonaría de nuevo. Al menos no tan fácilmente.

—Oikawa —él la mira. Su mano repta hasta encontrar la de ella e Iwaizumi se ve obligada a arrastrarse un poco hacia delante para tenerlo al alcance—, no vayas a por ellas. Ya no. No vas a conseguir nada a menos de una semana de graduarnos. Después no volveré a verlas.

—Quedan tres días. Van a seguir haciéndote la vida imposible.

—Lo soportaré.

—No. Escucha. —Iwaizumi decide callarse y darle la oportunidad de hablar. Oikawa suelta una risa nerviosa—. Creía que no tenía ninguna posibilidad contigo. —Eso la pilla por sorpresa. Ladea el rostro, confusa—. Y si en algún momento pensé que la tenía, tuve miedo. No quería que nada cambiase entre nosotros, y veía cómo las otras chicas miraban a mis novias y tú no lo hacías —se ahoga con sus propias palabras, hasta el punto en el que en algún momento se le mezclan y pronuncia algo ininteligible antes de continuar—. Así que pensé que si no te pedía salir todo estaría bien.

—¿Me habrías pedido salir? —es todo lo que le sale decir a Iwaizumi. Oikawa se sonroja hasta las orejas y ella nota el calor subirle por el cuello—. ¿¡No te confesaste por eso!?

Gatea hasta que alcanza a Oikawa. Choca su frente contra la de él para que no le aparte la mirada. La vista se le nubla cuando intenta enfocar sus ojos y tiene que terminar mirando sólo uno de ellos. Se da cuenta de que ambos han sido unos idiotas pero, extrañamente, no le sorprende. No del todo.

—Iwa-chan, tú…

—Creía que te habías dado cuenta —admite.

—Yo creía que te habías dado cuenta.

—¿¡Cómo iba a darme cuenta!? ¡Si no haces más que salir con chicas!

—¡Es que estar solo es duro, Iwa-chan!

La suavidad ha pasado a un segundo plano. Iwaizumi se deja caer con todo su peso —que no es mucho— y algo de impulso sobre Oikawa. Suficiente para tumbarlo en la cama. Rueda hasta quedarse a su lado. Sí, ambos caben en esa cama. Con bastante amplitud, además. Suspira. No está segura de que lo que acaba de pasar sea cierto.

—Iwa-chan.

—Hm.

—Sal conmigo.

Pone los ojos en blanco. La lluvia ha parado, desafiando a la Agencia Estatal de Meteorología, y unos nuevos rayos de sol iluminan el final de la cama, donde los pies de Oikawa, enfundados en calcetines naranjas, se mecen de un lado a otro, y más arriba, donde los suyos juguetean con la rodilla de Oikawa, haciéndole cosquillas.

—¿Así es como te confiesas a una chica?

—No me he confesado. Te he pedido salir. Ya me confesaré apropiadamente.

Iwaizumi se incorpora y se despereza, estirando los brazos hacia arriba y hacia los lados. Las articulaciones de los hombros le crujen varias veces. Encoge los dedos de los pies y, cuando ha alejado la pereza que le invade a uno al tumbarse en una cama, usa sus brazos de apoyo para volver al suelo casi sin rozar a Oikawa.

—Pues pídeme salir apropiadamente también y me lo pensaré.

Se asegura de que la camiseta no se le haya subido y sale de la habitación, con la cabeza en alto y sin mirar a Oikawa. Todo su temple se desmorona poco a poco conforme sus pies recorren el camino al baño. Se deja caer contra la puerta al cerrarla y se lleva las manos al rostro, sólo para comprobar que su temperatura es varias veces superior a la del resto de su cuerpo. El calor le impide pensar en lo que acaba de decir Oikawa y en lo que ella misma ha dicho y le gusta. Ella. A Oikawa.

Se pregunta cómo va a quedarse lo que resta de tarde y toda la noche con él. Cómo va a mirarlo a la cara sin esperar que le diga cualquier cosa. Si va a poder dejar de pensar en lo que quiere escuchar de él mientras Oikawa aclara su propia cabeza y decide hacer las cosas como las tiene que hacer. Pensando. Porque Iwaizumi está convencida de que el muy imbécil tal vez esté confundiendo su instinto protector con algo más, y no quiere hacerse ilusiones.

Pero es tarde. Se lo dice el aleteo en su pecho y la euforia que le llena el estómago. También sus manos temblorosas y la forma en la que se huele el pelo sólo para imaginar cómo será cuando lo haga con Oikawa. Tal vez esa noche. Tal vez esa noche podría abrazarlo por la espalda y hundir la nariz en su nuca, sobre la última vértebra, sintiendo su pelo sobre sus ojos y sus pómulos.

—Iwa-chan —la voz de Oikawa desde el pasillo parece sedienta—. ¿Estás bien?

Iwaizumi mira el reloj en forma de estrella de mar que cuelga en la pared del baño. Han pasado veinte minutos desde que se metiera allí y no se ha dado cuenta. Le duele la espalda y tiene las rodillas entumecidas y los dedos de los pies dormidos cuando se endereza de nuevo. Se echa agua fría por la cara, aunque no sirve de mucho.

Oikawa la mira de forma distinta cuando abre la puerta. Alza una mano y peina con los dedos un mechón de pelo negro. El rojo de las mejillas de Iwaizumi destaca incluso contra su piel siempre bronceada y resalta el verde de sus ojos y Oikawa sabe que la ha visto así otras veces pero es la primera vez que se está fijando. Iwaizumi brilla. Su rostro brilla en rojo. Sus ojos brillan también. No sonríe, tiene los labios entreabiertos, pero es como si toda ella lo hiciese.

—Tienes el pelo hecho un desastre —le susurra. Arregla otro mechón. Iwaizumi se ha visto en el espejo. Es consecuencia de rodar por la cama y esa maldita electricidad estática.

—Tú no estás mucho mejor.

—Ya.

Oikawa se ríe. Es una risa hueca. No aparta la mano de su pelo e Iwaizumi juraría que está más cerca.

—Supongo que iré a la peluquería contigo.

La decisión de volver al salón es unánime y silenciosa. La madre de Oikawa ha salido al trabajo hace media hora y su padre se prepara para el turno de noche en el hospital, que ha cambiado a hoy aunque le tocaba el viernes, porque quiere acudir a la graduación el sábado y quiere hacerlo descansado. La puerta de la cocina está cerrada cuando llegan al último escalón. Oikawa asoma la cabeza sin llamar antes.

—¿Estás haciendo la cena o la comida de mañana? —pregunta. Iwaizumi ve una bocanada de humo blanco moverle el flequillo húmedo. Su padre le responde, aunque ella no llega a escucharlo—. Vale. Tenemos tempura de verduras y sashimi para cenar —informa, cerrando la puerta de nuevo—. Y mañana tengo ramen —añade, nada emocionado.

Iwaizumi se ríe. Tiene en la punta de la lengua una frase cortante que se le atraganta en la garganta. Ahora de repente tiene miedo de todo lo que hace y dice, por si Oikawa decide con eso que, en efecto, la ve como una amiga. Si es su culpa que al final la relegue al cajón en el que se había resignado a descansar por el resto de su vida cuando, por una vez, está abierto de par en par y puede salir de él y escalar a un punto más alto y más importante.

—Va, suéltalo —bufa Oikawa, dirigiéndose al sofá—. Lo estás deseando.

—Yo hago la tempura. —Y sabe que ha sido una idiota al tener dudas cuando Oikawa se deja caer boca abajo en el sillón. Es tan largo que los pies sobresalen—. Me niego a estar hasta las dos de la mañana como la última vez tapando el estropicio que hiciste en la cocina para que tu madre no se diese cuenta.

—¡He aprendido! —se defiende Oikawa, asomando la cabeza por encima del respaldo. Gruñe de dolor cuando la espalda le da un pinchazo—. Pero a ti te queda mejor, Iwa-chan.

Todo es normal y a la vez no. Iwaizumi se sienta en el sofá, sobre sus piernas, y Oikawa se recoloca para ponerlas encima de su regazo. Tiene el vello más abundante de lo que suele llevarlo, y aun así apenas es una fina capa casi rubia sobre la piel. Le pasa un dedo desde la rodilla mala hasta el empeine. Oikawa deja de mirar el programa en el que varias personas compiten en pruebas estúpidas por un premio que al final terminará llevándose el Estado en impuestos para enfocar sus ojos en ella.

—Me voy a depilar antes de la graduación. Con cera.

Finge un escalofrío. Iwaizumi pone los ojos en blanco.

—Quejica.

—Que tú estás acostumbrada, Iwa-chan, no es lo mismo —gimotea. Oikawa sólo se ha depilado una vez con cera, hace más de un año, y se prometió no volver a hacerlo nunca. Con la maquinilla voy bien, gracias, habían sido sus palabras exactas—. Pero si después me emborracho y te hago un striptease, quiero al menos estar presentable.

—No pidas imposibles. —Iwaizumi intenta no imaginarse a Oikawa bailando en calzoncillos muy cerca de ella. No lo consigue—. Además, qué más te dará si ya te estoy viendo ahora, atontado.

—No es lo mismo. De verdad, Iwa-chan.

Iwaizumi no ha pensado hacer nada especial para la graduación. Sus piernas están siempre depiladas porque tiene que llevar la falda (y su vello es negro y duro, y eso que duele quitarlo, no como el de Oikawa), y nunca ha necesitado más. Ahora, si va a irse con los chicos, el alcohol va a estar de por medio —aunque se ha prometido no beber, no demasiado— y Oikawa de verdad de la buena se está planteado declarársele en cualquier momento —algo de lo que no está realmente segura—, quizás debería pensar en quitar pelos de allí donde nunca se los ha quitado.

Se sonroja ante el mero pensamiento.

—Sólo dices tonterías —bosteza. Oikawa le saca la lengua y se recuesta un poco más—. Va, pon el telediario, a ver si el sábado va a llover.

Oikawa pasa los canales hasta dar con el informativo de Sakura TV. Están repasando los sucesos, después hablarán de los deportes, luego de las celebridades y, al final, la previsión meteorológica. El padre de Oikawa sale de la cocina, dejando el olor a caldo de ramen por toda la casa, sube a cambiarse de ropa y los deja solos. Iwaizumi había pensado que la situación se volvería incómoda, pero es exactamente igual que hasta hace treinta segundos. Su dedo sigue recorriendo la pierna de Oikawa de manera distraída, y cada vez que llega a la rótula a él le pesan los ojos y siente que podría quedarse dormido.

—Se esperan lloviznas hasta el mediodía del jueves —informa de repente la chica del tiempo. Iwaizumi no sabe en qué momento ha pasado todo lo demás—. A partir del viernes subirán las temperaturas y los cielos estarán despejados. Será un buen fin de semana para ir a contemplar los cerezos si la tierra se ha secado, aunque es probable que algunos hayan perdido ya las flores debido al agua.

Tras dar la información de Sendai amplía al resto de la prefectura de Miyagi y, de forma más general, a lo que queda de territorio nacional. Oikawa se despereza en el sillón. Iwaizumi piensa que eso de no tener nada que estudiar ni trabajos que hacer no les sienta bien.

—Parece que tendremos buen tiempo. —Iwaizumi asiente con la cabeza—. Es pronto, Iwa-chan. Vamos a alquilar una peli. Y a comprar Cola Cao*.

—Qué te ha dado ahora con eso. Es todo grasas saturadas y azúcares añadidos.

—Por eso, Iwa-chan. —Se levanta de un salto. Parece más animado. Quizás él también está empezando a ver que la situación no es tan distinta a como era antes—. Puedo darme algún capricho de vez en cuando.

El capricho termina siendo varias bolsas de snacks, el dichoso paquete de Cola Cao y unas nuevas patatas fritas con sabor a té verde que Oikawa se empeña en comprar porque él tiene que probar todo lo que tuviese té verde, a pesar de que Iwaizumi le advierte de que eso no era buena idea. La cara de Oikawa cuando abre la bolsa de camino a casa y prueba una le da la razón.

—¿A quién se le ocurrió esta combinación? —pregunta, tratando de quitarse el sabor con las palomitas recubiertas de chocolate que Iwaizumi se ha comprado, en principio, para ella.

—A alguien que piensa tan poco como la persona que la compra.

—Cruel, Iwa-chan.

Discuten en el videoclub sobre qué película van a ver. "No muy larga, mañana tenemos que madrugar" dice Iwaizumi, a lo que Oikawa responde "pero durmiendo contigo descanso dos veces mejor, Iwa-chan". Iwaizumi le quita la caja vacía de la película que han escogido (Piratas del Caribe: La Perla Negra. Porque no la habían visto cinco veces ni nada de eso) y le da con ella en la frente. Oikawa siempre ha dicho esas cosas, más o menos comprometidas; más o menos vergonzosas, pero se está pasando. Iwaizumi intuye que es su manera de normalizar la situación que él mismo ha propiciado, pero no sabe cuánto va a aguantar más cosas así hasta que la sangre en su cabeza la haga colapsar.

—Dormirás en el suelo —amenaza a media voz, temblorosa al dar por hecho que van a dormir juntos. En la misma cama.

Iwaizumi pone el aceite a calentar al llegar a la casa. Ninguno de los dos menciona que ya no llueve y ella vive lo suficientemente cerca como para volver a casa sin problemas. Se quita las medias y la chaqueta de Oikawa que se ha puesto para ir al conbini de la esquina y empieza a cortar la verdura. Aprieta los labios. Si van a la misma universidad podrían mirar un piso juntos. Si Oikawa quiere. Si no necesita una casa con más intimidad para llevar a las novias que tenga durante sus años de universitario.

—¿Qué haces? —le gruñe cuando Oikawa la abraza desde detrás—. Tengo un cuchillo en la mano, idiota.

—Perdón, perdón.

Se queda ahí. Iwaizumi intenta que no le tiemblen las manos mientras corta el pimiento verde. El padre de Oikawa les ha dejado el rebozado preparado, así que sólo tiene que removerlo un poco antes de sumergir las verduras y pasarlas al aceite. Se sacude a Oikawa de encima y le dice que vaya poniendo la mesa. Acepta canturreando, y para cuando se sientan en la mesa son casi las ocho de la noche.

—Creo que podría vivir contigo, Iwa-chan —suelta, mirando con ojos brillantes la verdura y tomando sus palillos—. Qué aproveche.

Iwaizumi se le adelanta. Coge un trozo de berenjena y lo levanta a la altura de la boca de Oikawa, que parece bloquearse. Abre la boca mirándola a los ojos y come. Iwaizumi iba a decirle que se dejase de tonterías, que esas cosas no podían decirse tan a la ligera, pero. Oikawa sonríe, se relame los labios y caza una pieza de sashimi con la que presiona los labios de Iwaizumi.

—No lo he hecho yo, pero bueno.

Yo también podría vivir contigo.

Iwaizumi se da cuenta de que son como esas parejas ñoñas que aparecen en las películas de comedia romántica americanas. Se dan comida en la boca. Ella lleva su ropa. Uno enjabona los platos y el otro los enjuaga. Se lavan los dientes uno al lado del otro, sólo para recordar que han comprado un montón de guarrerías que el entrenador de vóley de Oikawa no aprobaría. Se ríen aún con pasta de dientes en la boca y les toca limpiar el espejo del baño. Los Cheetos saben a cualquier cosa menos a queso con la menta todavía revoloteando en sus bocas.

—La primera es la mejor —suspira Oikawa, nada más empieza la música de la película.

Han apartado la mesita de té y, delante del sofá, han extendido en vertical el futón que supuestamente va a servirle de cama a Iwaizumi esa noche. Oikawa tiene la espalda apoyada en el sillón e Iwaizumi en su pecho, sentada entre sus piernas. No sabe en qué momento han acabado así.

—Como siempre.

No —rebate Oikawa de inmediato—. La tercera de Star Wars es mejor que la primera. Y la segunda del Rey León es mejor que su primera parte.

Eso —Iwaizumi se gira un poco y le restriega un Cola Cao que acaba de morder sobre la boca— es una falacia.

La película termina casi a las once. Oikawa guarda el futón en el armario, sin siquiera disimular un poco. Deciden guardar los dos Cola Cao restantes para dárselos a Makki y Mattsun al día siguiente y lo que sobra de los snacks —que no es mucho— en uno de los cajones bajo la cama de Oikawa, donde su madre y su padre no vayan a encontrarlos fácilmente.

Iwaizumi se queda en la puerta cuando Oikawa quita la colcha y sube a la cama. Se arrima a la pared, dejándole espacio. Avanza despacio. Piensa pedirle a Oikawa unos pantalones cortos o unos calzoncillos, pero al final lo ve innecesario. Las sábanas están frías al contacto con sus piernas, y Oikawa se encarga de taparla hasta el cuello cuando ve su escalofrío. Dentro de la colcha el aire está caliente y crea la ilusión de que están más cerca el uno del otro, aunque no se han movido. Oikawa levanta una mano y le acaricia con la yema del pulgar entre las cejas hasta el comienzo del pelo.

—¿Qué te han hecho? —pregunta en un susurro. Iwaizumi se encoge sobre sí misma.

—No necesitas saberlo.

La mirada de Oikawa es clara al respecto, sin embargo, e Iwaizumi se encuentra antes de lo que querría enumerando las cosas por las que ha pasado desde los catorce años. Intenta hacerlo en orden cronológico —los restos de basura en su taquilla, la desaparición de su ropa, la ocasional mutilación de ésta, los insultos grabados en el metal bajo sus zapatos cuando iba a recogerlos—, pero se acaba liando y mezclando fechas y palabras. Ahora que lo está diciendo en voz alta por primera vez se da cuenta de lo que pesa y quiere volver a metérselo dentro, guardárselo donde Oikawa no pueda verlo y ayudarla con eso, porque no es un peso que le corresponda a él.

Cree que va a decirle, de nuevo, que no debería haberse callado, pero Oikawa hace otra cosa.

La abraza. La abraza con todo el cuerpo y es tan grande que Iwaizumi siente que la va a engullir y va a desaparecer entre sus brazos, contra su pecho. El olor de su champú se mezcla con el de la humedad que ha traído de la calle. Es capaz de no hacer caso de sus piernas desnudas rozándose o de cómo los pectorales de Oikawa presionan contra su mejilla porque está ocupada escuchándole susurrar que lo siente, que debería haberse dado cuenta y mil cosas que ella no le echa en cara y nunca lo hará.

Levantarse a la mañana siguiente al toque del despertador de Oikawa les resulta extrañamente natural. Se dan los buenos días con voz pastosa e Iwaizumi va primero al baño. Está preparando tostadas con mermelada de melocotón y arroz junto a la madre de Oikawa cuando él aparece por la puerta, algo más despierto y bastante más peinado que hace media hora. A Iwaizumi le gusta cuando está despeinado, con todos los enredos que se le hacen en su pelo fino y que le cuesta al menos veinte minutos quitar sin arrancarse la mitad de la cabellera.

—¿Qué queréis de beber? —pregunta, mientras ellas llevan la comida.

—Café —responde su madre.

—Leche fría.

Oikawa lleva un café solo y dos vasos de leche y se sienta con ellas. Desayunan en silencio, con el volumen de la televisión al mínimo imprescindible para escuchar las noticias matutinas, con intención de no despertar al padre de Oikawa, que ha llegado de trabajar hace dos horas y dormirá hasta el mediodía. Su madre le da a Iwaizumi su uniforme, limpio, seco y planchado, y reniega incluso del "gracias" a media voz que ella consigue pronunciar.

—No he conseguido sacar del todo la mancha, pero no se nota mucho, creo.

—Podemos pasar por tu casa si quieres —ofrece Oikawa, apurando su vaso de leche—. Si vamos en la bici no tardaremos nada.

—No hace falta. Hoy ni siquiera tenemos clase hasta las dos, así que da igual.

En las medias negras la suciedad es inperceptible, pero en la falda hay una fina línea más oscura que indica dónde acababa la mancha, pero entre los cuadros que adornan la tela marrón apenas se distingue. Además, Iwaizumi nunca ha destacado por ser especialmente coqueta. Y, quizás, en el rincón más oscuro de su mente desea que quien le hizo eso vea la falda. Y se pregunte dónde ha dormido para no poder cambiarse de ropa pero sí lavarla.

Y llegue a la conclusión evidente.

—¡Nos vamos!

—¡Que vaya bien!

Tienen una hora de repaso de sus asignaturas básicas (Biología para Oikawa, Historia para Iwaizumi) antes de que les dejen ir a su respectivo club. Es el día clave, donde las capitanías se heredan, los equipos se reorganizan y los entrenadores dan charlas motivacionales de cara al siguiente curso, además de mandar entrenamiento para las vacaciones con la intención de que los jugadores no pierdan la forma física.

Los de primero y segundo llevan allí toda la mañana y los reciben con un silencio tenso. Oikawa da un par de palmadas que resuenan en todo el gimnasio.

—¿Por qué las caras largas? Si habéis hecho alguna apuesta contádmelo, a ver a quién tengo que arruinar.

Las risas son nerviosas e Iwaizumi siente lástima por ellos. Las despedidas siempre son complicadas. Iwaizumi nunca había tenido que despedir a alumnos más mayores que hubieran marcado un antes y un después en su vida académica, pero lo que siente en el pecho al mirar a Yahaba, Kindaichi y el resto debe ser lo que hace esos momentos tan difíciles.

Oikawa abre su bolsa y saca la camiseta con el número uno. Todo eso es simbólico, porque Yahaba no va a llevar esa camiseta, sino que se hará una nueva a su medida, con su nombre y esas cosas, pero el momento hace parecer que la camiseta de Oikawa va a ser eterna. Iwaizumi quiere quedársela. Dormir con ella puesta con las noches. Se ha puesto muchas camisetas de Oikawa, pero nunca la que usa para jugar los partidos y la desea.

Oikawa avanza hasta el tumulto poco uniforme que son sus compañeros de equipo. Matsukawa va detrás, con su camiseta del número dos en la mano. A nadie le sorprende que el título de capitán pase a manos de Yahaba, pero él tiene los ojos cristalinos y se muerde los labios con fuerza para evitar llorar demasiado alto, como el resto de sus compañeros. Todas las manos aprietan alguno de sus hombros. Incluso Kyōtani se permite tener un gesto de ánimo con él, palmeándole la nuca en un gesto que pretende ser agresivo y no lo consigue. Tienen las caras mojadas de lágrimas saladas y tristes, e Iwaizumi quiere secar cada una de ella.

—Quédatela —le dice a su (ya no) capitán, devolviéndole la camiseta—. Volveremos a jugar juntos y tienes que llevarla.

Luego le pasa la de Mattsun a Kunimi por el aire, quien la recoge casi con asco, como si la camiseta estuviera sudada en lugar de recién salida de la secadora. De lejos, Iwaizumi escucha que Yahaba le amenaza con echarlo del equipo si vuelve a saltarse prácticas, y Kunimi le pregunta entonces por qué lo ha hecho vice-capitán. La tensión anterior se disuelve y las risas llenan el gimnasio, consiguiendo hacer que Iwaizumi se sienta como en casa otra vez.

Juegan un partido de tres contra tres, capitanes y vice-capitanes enfrentados. A Oikawa y Mattsun los acompaña Makki; y a Yahaba y Kunimi, Kyōtani. Aunque ganan los de tercero, lo importante es que están sonriendo, sudando y con el pulso desbocado, mucho más que el resultado final. Iwaizumi les lanza una toalla a cada uno y espera a que Oikawa se acerque a ella para darle la suya y una botella con isotónica.

—Me debes una merienda el domingo.

—Lo sé, lo sé —gruñe, casi sin dejar que acabe la frase—. Menos mal que he rechazado la cita que me han pedido hoy. —Iwaizumi le da un puñetazo flojo en el vientre y Oikawa se ríe. Tras darle un trago a la botella se inclina y le da un beso en la frente que no se espera—. Ve eligiendo dónde quieres ir.


¡Y hasta aquí! De momento, por lo menos. ¿Qué os ha parecido? Espero que os haya gustado tanto como a mí escribirlo (L).

Os agradecería mil un review diciéndome qué tal, porque es algo que siempre anima. El fic está acabado, así que el lunes que viene subiré el segundo capítulo.

¡Gracias por leer!