DISCLAIMER: No me pertenecen ninguno de los personajes ni elementos de la serie Capitan Tsubasa. (Créanme que de ser así, varios aspectos de la historia serían diferentes). Esto es escrito únicamente por diversión, sin ánimo de lucro.

NOTAS: Originalmente algo a ser resuelto en unas pocas páginas, la historia cobró vida propia y se transformó en uno de mis proyectos más ambiciosos a la fecha. Los protagonistas de este viaje serán Hikaru Matsuyama y Jun Misugi, con frecuentes apariciones de Kazumasa Oda y menciones de Taro Misaki.

Esta historia desembocará en vínculo romántico entre dos hombres, así que si la idea te incomoda, lo más prudente es que oprimas click en la X ubicada en la esquina superior derecha de la pantalla; no se aceptarán reclamos por esa cuestión. La clasificación es T por esto mismo, esperen momentos de mucha intensidad pero nada de contenido sexual explícito.

El avance será lento para que todo tenga su coherencia y razones de ser; así que si crees que hay cabos sueltos, seguramente sean explicados en los futuros capítulos. Teorías y análisis son más que bienvenidos.

Espero disfruten de leer este viaje tanto como yo me relamo al escribirlo.

Dedicado especialmente a mi mejor amiga y compinche en esta e infinitas locuras más.


I. INVITACIÓN

No era ninguna revelación saber que el receso de invierno, festejos de Navidad y Año Nuevo incluidos, abarca significados diferentes para cada persona; o aún para una misma persona en distintas etapas de la vida. Jun Misugi era un excelente ejemplo de la segunda situación.

De lo recabado en diversas charlas de pasillo a lo largo de los años, sabía que entre las actividades más populares para esos días se encontraban sin dudas el disfrutar de delicias que no se preparan en otras épocas, pasar tiempo de calidad con la familia, visitar a amigos alejados por las responsabilidades, relajarse junto a un fuego, dejar libre la creatividad para decoraciones, o simplemente renovar propósitos y recargar energías para tratar de volverlos una realidad. Pensándolo desde esa perspectiva, no había razón aparente para que un individuo no esperara con ansias la llegada de tales semanas.

En retrospectiva, Jun podía dividir sus recesos de invierno en un antes y después del diagnóstico de su afección cardíaca. Los primeros no se alejaron demasiado de los estándares que se había establecido: las horas no pasadas en salones de clase significaban más tiempo para practicar fútbol con su equipo. Y cuando ya las piernas no daban más siempre podían atrasar el regreso a casa comentando acerca de asuntos tan importantes como las escuadras campeonas en las ligas más competitivas del mundo, o hechos tan cotidianos como la nueva máquina que habían instalado en el arcade a la vuelta del colegio. La decoración de la casa y la preparación de los alimentos quedaban siempre como labor de los empleados, pero los resultados eran más que satisfactorios. Sus padres no liberaban horas de trabajo salvo en las vísperas de Navidad y Año nuevo, pero igualmente su padre se emocionaba al hablar de los resultados de su equipo de fútbol y su madre no desperdiciaba la oportunidad de alardear de sus calificaciones frente a todos esos parientes que veía una vez al año y de los que nunca recordaba sus nombres. Aún de niño, la admiración de esas personas siempre le supo a falsedad pero en la medida que a sus padres parecía darles cierto orgullo, podía soportarlo. Y en cuanto a propósitos, nada demasiado complicado e inalcanzable: mantener buenas notas, pulir más su técnica con el balón, enfrentar a rivales más fuertes y ayudar cada vez más a su escuadra.

Por muchos de los años que siguieron su único propósito para el Año Nuevo fue vencer de una vez por todas a la enfermedad que le había robado el disfrutar plenamente de lo que más amaba. Las tardes de práctica fuera se volvieron horas pasadas dentro, rodeado de profesores particulares para compensar los días que no se sentía bien como para asistir a clase. Las miradas de supuesto orgullo se tornaron susurros de lástima cada vez que la casa se llenaba de esos parientes sin rostro ni nombre. No eran los primeros, no serían los últimos y no eran personas importantes en su vida como para dejar que lo que dijeran le afectase de sobremanera. No obstante, el ver a su madre asentir, alimentar y dar la razón a semejantes críticas destructivas acabó causando una herida que continuaría doliendo largo tiempo, aún después de una recuperación total en su corazón y de consumar su vuelta a las canchas.

Era consciente que ambos le amaron desde el inicio con una ferocidad admirable, pero su madre siempre se había rehusado a intentar entender siquiera lo que significaba el fútbol en su vida y le culpaba de las veces en que la había arriesgado. El apoyo de su padre fue una constante, pero cierto era que las veces en que la pareja discutía, lo más usual era que las cosas se acabaran haciendo a la manera de ella. Ni los resultados obtenidos en Francia, ni su recuperación total, ni el mundial juvenil jugado en su propio Japón bastaron para que cambiara de parecer. Por lo que una vez bajado el telón, el fútbol continuaba siendo una pérdida de tiempo. Y lo que era más, ahora resultaba obstáculo para el otro gran propósito que se había fijado en su último receso de invierno como estudiante de preparatoria, además de fichar para algún equipo de la J-League, claro estaba: ser admitido en una universidad para perseguir la carrera de medicina.

Balancear la vida de un futbolista profesional y un estudiante resultó ser un desafío totalmente nuevo, pero que lo emocionaba más que aterrarlo. Ya había sobrevivido a cirugías, rehabilitaciones, incertidumbre, el qué dirán, y derrotado a toda clase de rivales junto a sus compañeros de selección. ¿Cómo podía siquiera compararse la presión de un examen con la de jugar la final de un mundial de fútbol?

Ese nuevo estilo de vida significaba que el receso de invierno, su primero como universitario, sería el momento ideal para regresar a casa, descansar de los exámenes de final de semestre y reconectar con viejos amigos de secundaria. Por supuesto, el lugar se llenaría de parientes; aunque si tenía suerte su madre pasaría tanto tiempo alardeando de su admisión a la universidad que apenas sí criticaría al fútbol y a sus fichajes primero por el Shonan Bellmare y luego por el FC. Tokio. Funcionando ese arreglo no habría necesidad de morderse la lengua cada vez que pasara cerca, y todos estarían medianamente satisfechos.

Con las piezas así dispuestas en el tablero, nada parecía augurar que terminaría pasando su primer receso de invierno como jugador profesional luchando por atravesar un sendero montañoso, en lo que un individuo de ciudad podría catalogar como "el medio de la nada", siguiendo a la única persona que le había ofrecido un santuario luego que se desatara el caos. O mejor dicho, luego que su madre tratara de imponer su deseo acerca de un tema aún más delicado que el fútbol, y que esta vez no podía ni ignorar ni dejar pasarse por encima.

La crónica de su exilio voluntario comenzó en realidad con una llamada aparentemente inofensiva un par de semanas antes del período de finales. Su madre quería que fuera a cenar ese fin de semana a su hogar, y quería que invitara también a Yayoi. Nada de eso resultaba extraño, querían verle antes que el estudio consumiera por completo lo poco que él fútbol dejaba de sí, y hacía ya muchos meses que su mejor amiga no iba de visita.

Yayoi Aoba fue probablemente la principal razón por la que no enloqueció durante los primeros años en que el fútbol le estuvo prohibido. Había sido sin dudas su momento más bajo, antes de volverse el asistente del entrenador y de sentir que de algún modo era útil a su selección. Tenía palabras de aliento que no sonaban vacías, no negaba sus inseguridades y fundamentalmente, luego de aquel fatídico día donde su confianza se puso a prueba, respetaba sus decisiones y lo dejaba ser. Además de que su apoyo no se limitó a palabras, siendo partícipe en cada etapa de la rehabilitación y en que no se quedara demasiado atrás en los estudios. No resultaba sorprendente entonces el por qué sus padres la apreciaban tanto.

El día de la mencionada cena, Jun se alegró enormemente de ver a su amiga, pero se sorprendió aún más de encontrar a su madre conversando animadamente con los padres de la chica. El que ambas familias se llevaban bien tampoco era una sorpresa, el que todos se reuniesen bajo un mismo techo no era un suceso único e irrepetible en el universo. ¿Por qué entonces nadie le había avisado? Algo no iba bien, y al cruzar la mirada con la de ella supo que no era el único con sospechas.

La bomba estalló luego que la cena estuviera servida y todos sentados alrededor de la mesa, cuando su madre golpeó apenas la copa con una cuchara e hizo que todos la miraran.

-Sé que aún son un poco jóvenes y recién han comenzado la universidad, ¿pero no creen que sería ya un buen momento para anunciar su compromiso?

Toda la atención recayó sobre él, y de pronto, la presión de enfrentar a los brasileños en una final se le hizo insignificante al compararlo con su predicamento. Los padres de Yayoi cruzaron miradas con su madre y asintieron complacidos y sin un dejo de sorpresa; pero tanto su propio padre como su mejor amiga observaron todo con expresiones de espanto.

Viendo las diferentes reacciones, a Jun no le costó llegar a tres conclusiones. Primeramente, que ambos eran tan víctimas y rehenes como él mismo. En segundo lugar, que no había manera de salir de allí sin que al menos alguien acabara lastimado o al menos ofendido. Y la más importante, que no iba a permitir que intentaran volver a controlar su vida.

-Eso no es para que lo decidas tú- sentenció. –Y si ese era tu motivo para citarnos a todos aquí, me largo.

-¡Jun, espera!

-¡Vuelve aquí, muchachito!

No ofreció disculpas ni se detuvo ante los diversos llamados. Quería alejarse cuanto antes, e instintivamente sus piernas le llevaron hasta el único sitio donde en ese momento podía encontrar paz: el campo de fútbol del Musashi F.C. Tenía mucho en qué pensar si quería comenzar a atenuar las consecuencias del episodio recién ocurrido, sumado a que en pocas semanas comenzarían los exámenes y necesitaba tener la mente lo más despejada posible. ¿Su madre no podría haber esperado a que acabara el semestre para montar semejante circo? Eso en lo que a él refería, pero tampoco podía dejar de lado el hecho que seguramente Yayoi la estaba pasando aún peor. Había sido un idiota al no haber intercambiado aunque fuere una mirada con ella, y asegurarle que nada de lo ocurrido era su culpa. Una voz familiar lo hizo regresar a la realidad.

-¿Capitán?

Y allí estaba su amiga, la única que lo conocía lo suficiente para saber exactamente a dónde iría para calmar sus frustraciones. El verla tuvo su efecto inmediato, dejó escapar el suspiro que estaba conteniendo y la invitó a sentarse a su lado, bajo una de las porterías.

-Capitán yo…- comenzó, y era evidente que estaba luchando por no largarse a llorar.

-No es tu culpa- aseguró, rodeándola con un brazo. –De haber sabido que estaba planeando algo así, jamás habría permitido que te expusieras.

-Mamá y papá están furiosos contigo- mencionó ella. Lo cual no le sorprendió en lo más mínimo. Después de todo, siempre le habían hecho entender de maneras poco sutiles lo mucho que lo deseaban como marido de su hija. Ante eso no había demasiado que pudiera hacer.

-Supongo que en este momento tampoco soy el hijo favorito de mi señora madre- intentó bromear.

-Un poco tarde como para arrepentirse y darte en adopción- contestó ella. Por fin la tensión parecía comenzar a disiparse.

-Tratemos de hacer como si esta noche nunca hubiera ocurrido- propuso él mismo al cabo de un rato. –Si les damos un tiempo, se les quitará esta ridícula idea de la cabeza y nos dejarán en paz. Las cosas volverán a ser como antes.

-Supongo que tienes razón…- musitó ella, y aunque por un momento creyó ver una mueca de decepción, enseguida recuperó la compostura.

Lo cierto es por más que Jun así lo deseaba, nada volvió a ser lo que era. Estar alrededor uno del otro, que había sido algo completamente natural desde que eran unos chiquillos, se tornó de pronto desgastante para ambos. Unos días después, su amiga no resistió más la situación y lo citó para decirle algo que, pensándolo un poco, seguramente habría querido confesar durante el rato que estuvieron juntos en la cancha de su equipo de primaria.

Antes el entrenador Mikami había elogiado sus dotes de observación. Pero ni toda su destreza táctica le ayudó a percatarse de los sentimientos de su mejor amiga, la persona a la que supuestamente conocía más que nadie. Quizá las acusaciones de su madre de sólo pensar en futbol no estaban tan erradas, después de todo.

-Esta no es la forma ni las circunstancias en que quería decirte esto- comenzó ella, y a medida que seguía hablando, su mirada descendía más. –Pero no puedo negar que a lo largo de los años siempre me hiciste pensar que hubo algo más entre nosotros, intencional o no. ¿Eso existe? ¿Sientes lo mismo?

Jun no sabía qué contestar. La jugarreta sucia de su madre la había obligado a sacar todo a la luz de una forma apresurada y humillante, pero eso no significaba que la propia naturaleza de los sentimientos que ella cargaba estuviera contaminada de la misma oscuridad.

-No lo sé- dijo sinceramente. –Supongo que no queda otra que averiguarlo.

Y por su parte lo intentó, verdaderamente que lo hizo, pero las cosas nunca terminaron de encajar. Quizá si nadie se hubiera entrometido todo habría seguido una progresión natural, pero eso ya era imposible. El daño estaba hecho, su relación de mejores amigos, confidentes y compinches estaba quebrada, y ambos demasiado confundidos como para saber qué paso dar. Y aún con la presión extra, fue ella misma la que decidió cortar con todo. Hasta el último momento su amiga acabó poniendo el bienestar de él por encima del suyo propio, ahorrándole el tener que elegir las palabras para ponerle fin a algo iniciado por presiones y obligaciones externas.

Tenía confianza en que eventualmente su amistad podía enmendarse, pero llevaría tiempo, y la vida no podía detenerse. Claro que eso significó el enfrentar sus primeros exámenes en su camino a convertirse en médico llevando a cuestas el fin de su "noviazgo" y la etapa final del torneo de la J-League. ¿Quién había dicho que ser estudiante y futbolista profesional a la vez era fácil? Y aunque salir medianamente bien parado de esa situación parecía más difícil que detener con el pecho varios disparos de Hyuga a quemarropa; de algún modo logró sobrevivir. Las calificaciones no fueron perfectas, pero suficientes; y dado las rarísimas circunstancias que lo habían rodeado no tenía nada que apelar.

Pero el inminente fin de semestre traería un nuevo problema. ¿Dónde iría a parar durante el receso? La residencia estudiantil cerraría por esas semanas para la limpieza anual; dejándolo en una situación bastante precaria. Regresar a su propia casa estaba fuera de discusión, porque aunque su padre le asegurara que "ya todo estaba bien" lo cierto es que no era ningún niño para creer en cuentos de hadas. Estaba debatiéndose entre un hotel o la posibilidad de llamar a alguno de sus ex compañeros del Musashi cuando llegó a sus manos el trozo de papel que lo pondría en marcha a su siguiente aventura: una invitación a la mansión Wakabayashi, en Shizuoka.

Fuera de las concentraciones, era un hecho inusual que los miembros de la selección se reunieran; y aún más inusual el que una convocatoria no involucrara al fútbol en sí. La primera vez había sido la boda de Tsubasa y Sanae; y desde entonces quedó revoloteando la idea de una despedida del año adelantada, antes que cada uno fuera a descansar con sus respectivas familias. Además, a juzgar por el contenido del mensaje, incluso aquellos jugadores que se desempeñaban en el extranjero asistirían a la fiesta para reforzar los vínculos.

Y aunque en un principio no creyó que viajar a Shizuoka por una noche solucionaría sus problemas, -cuantas menos personas supieran del descalabro, mejor- el ver a sus compañeros seguramente le ayudaría a aclarar su mente. Excepto que, de buenas a primeras, quizá por cansancio, quizá por la emoción de verse entre pares, pasó por alto un detalle gigante: la invitación no era para él solo.

De modo que, ni bien las puertas de la mansión se abrieron para recibirlo –una hora más tarde de la citada, gracias a una falla en su tren-, cayó la pregunta tan obvia como a la vez sorpresiva.

-Qué raro verte solo, Misugi-kun. ¿Dónde está Yayoi?

Fue nadie menos que Sanae Nakazawa quien tiró el cañonazo, para ironía de todas las veces en que bromeaban que entre esos dos el socialmente inepto era Tsubasa. ¡Si eran tal para cual! ¡Menos tacto que Morisaki intentando parar un tiro Santana! Aunque esa comparación era un poco cruel como para decirla en voz alta.

Luego de la pregunta inicial cayeron las otras, y Jun no sabía por dónde empezar a contestar, y si contestaría alguna en definitiva.

-¿Pero ustedes no estaban saliendo?- escuchó en medio del caos, aunque no pudo precisar quién había hablado.

-¿Eso significa que está disponible?- preguntó alguien más. Esa vez estuvo seguro que era la voz de Hiroshi Jito. La contestación no se hizo esperar.

-Ni que por estar soltera fuera a fijarse en un gorila

En las escasas veces en que usaba más de una neurona a la vez, Makoto Soda tenía una lengua tan afilada como su Kamisori Tackle.

-¡¿Qué dijiste?!

El borbollón de jugadores continuó arremolinándose a su alrededor, hasta que por fin alguien agotó su paciencia y se dispuso a aplacar las aguas.

-¡Dejen al hombre en paz! ¡Parecen un montón de ancianas de pueblo!

Era Hikaru Matsuyama, que aunque hacía mucho tiempo no portaba la cinta de capitán aún inspiraba suficiente respeto para que cualquiera bajara la cabeza de ser necesario. Cuando no había alcohol de por medio, claro estaba.

-¡Lo defiendes porque también te dejaron!- gritó una voz desde el fondo. Jun había estado tan abrumado desde que ingresó a la sala como para reparar en que no era el único que había caído solo.

Si esa misma situación hubiera ocurrido durante la primaria, estaba seguro que quién sea que se había atrevido a dar el último grito hubiera acabado con al menos un ojo morado. Afortunadamente, los años le habían dado al norteño un autocontrol admirable, y sólo se giró para fulminarle con la mirada.

-Chicos, ¿No creen que hay mejores formas de pasar esta noche?- agregó Taro Misaki, siempre amable pero firme.

-Porque si siguen así, más de uno va a pasarla en el jardín- sentenció el dueño de casa.

Jun les agradeció a los tres, y para suerte de todos pronto el foco de atención volvió a cambiar cuando Maki Akamine derrotó en una pulseada a Ken Wakashimazu. La fiesta continuó con el caos esperable, pero luego de la incomodidad inicial se le habían ido casi todas las ganas de participar él mismo en la demolición.

Se escucharon sonidos de cristales rompiéndose, cortinas desgarrándose, toda clase de gritos y risas; y si los oídos no le estuvieran zumbando tanto habría podido jurar que dos perros estaban peleándose bajo una de las mesas. O quizá sólo se trataba de Shingo Aoi, ya que ese muchacho tenía siempre un entusiasmo tal que llamarlo perro de dos colas era como un pase que se quedaba corto.

Transcurridas algunas horas, y algunas copas de vino para hacer todo llevadero, la mayor conmoción parecía haberse trasladado al segundo piso. Abajo sólo quedaban los hermanos Tachibana estudiando cómo recuperar una gorra de Genzo que de alguna manera había quedado atascada en la lámpara de araña; y tres personas más que parecían enfrascados en una conversación muy importante. Jun aguzó la vista tanto como el alcohol se lo permitía y distinguió que se trataba de Misaki, Matsuyama, y de Takeshi Sawada.

Que el artista del campo y el águila del norte eran grandes amigos no era ningún secreto; aunque le quedaba por descubrir que tenía que ver el otro con ellos. Capaz sólo estaba perdido desde que Hyuga tenía novia, pero eventualmente le tocaría cerciorarse. Taro le susurró algo al oído a Hikaru e inmediatamente él y el chiquillo desaparecieron por la escalera, con los hombros chocándose demasiadas veces para sólo haber bebido agua y jugo. Pensando en que ese era otro asunto en el que tarde o temprano indagaría, no se dio cuenta cuando el norteño se acercó hacía donde estaba, viéndolo con preocupación sincera.

-No pareces estar divirtiéndote mucho.

-No necesitas ojos de águila para darte cuenta- contestó, aunque enseguida temió haberse oído demasiado irónico. Después de todo, Hikaru era de las pocas personas que no había hecho algo durante la noche por molestarlo. Al contrario, le había ayudado aun cuando al parecer él mismo cargaba con una situación similar. Para su fortuna, el aludido sólo comenzó a reir; y por primera vez durante la velada Jun pudo comenzar a distenderse.

-¿Vamos afuera?- propuso, extendiendo la mano. –Esa lámpara tiene los minutos contados- agregó, señalando el techo.

Uno de los gemelos, no importaba si era Kazuo o Masao –No podía distinguirlos estando sobrio, ni hablar en su estado actual- estaba colgando de la mencionada araña, alcanzándola luego de un Sky Lab Hurricane.

-Supongo que si estamos aquí, Wakabayashi podría intentar obligarnos a que paguemos una parte. Esa cosa parece cara y si voy a desangrarme con un alquiler todo este mes no puedo verme involucrado.

-¿Qué dijiste?

El alcohol le había jugado una mala pasada y acabó por hablar mucho más de la cuenta, lo cual era excelente para la poca dignidad que le quedaba. Menos mal que se trataba de Matsuyama, ya de haber sido alguien más escandaloso, el estrangularse con la red de una portería pintaba como la alternativa más honorable.

-Si quieres te explico todo cuando salgamos- suspiró, derrotado. Su compañero asintió con un leve movimiento de cabeza y ambos atravesaron la puerta principal al momento que la mansión entera tembló con el sonido del cristal volando en millones de pedazos.

Jun cayó en la cuenta entonces que desde que todo el desastre había comenzado, a la fecha más de un mes atrás, nunca había tenido la oportunidad de parar o de expresar abiertamente todo lo que había embotellado. Y para el final de la noche, la solución que definitivamente no esperó encontrar durante la fiesta se le presentó como una oferta sincera. Hikaru Matsuyama le había invitado a pasar el receso de invierno en Hokkaido, y no había demorado ni un segundo en aceptar.

Por lo que, luego de haber sobrevivido a su primer período de exámenes, y a la peor resaca de su vida, Jun Misugi seguía a su amigo en medio de un sendero, a la caza de algo que aún se le mantenía en secreto. Hikaru se frenó de golpe, y, por estar sumido en sus cavilaciones, no lo notó a tiempo como para evitar chocarse con su espalda.

-¿Por qué nos detenemos?- preguntó. El norteño señaló una irregular pila de piedras que les obstruía el paso.

-Esto no estaba el último año- explicó, acercándose más. –Los derrumbes no son raros, pero es la primera vez que ocurre uno por aquí desde que tengo memoria- agregó, con cierto desencanto.

Entonces este camino no era desconocido para su amigo, lo cual le transmitía aún más seguridad.

-¿Hay algo que podamos hacer?

-Enseguida te lo digo- habló, probando subirse a la piedra más baja, y de allí a la siguiente. Al llegar a la tercera era evidente que la estructura completa comenzaba a ver comprometida su estabilidad.

-¡Cuidado!

Hikaru se dio cuenta enseguida del peligro y se alejó justo cuando parte de la pila se desmoronaba.

-Es inútil, el camino está bloqueado- resopló con visible decepción.

-¿Y entonces?

-Regresaremos, y probaremos por otra ruta mañana- sentenció. Jun no iba a discutir, romperse las piernas en un derrumbe estaba lejos de sus planes, además de que no tener idea acerca de todos esos caminos conocidos por los lugareños que no aparecían en ninguno de los mapas.

De modo que, lo que fuere que Hikaru estaba buscando y quería enseñarle, no iba a descubrirlo durante ese día. Y afortunadamente, no le molestaba esperar.


NOTAS FINALES:

Llegamos al final del primer episodio. Fue un desafío interesante tratar de escribir desde el punto de vista de alguien guiado por resentimiento (¡y alcohol!). La idea es que eventualmente se note el contraste entre lo que es Jun en estado alterado, y su calma racionalidad fuera del caos. No considero que eso sea salirme del personaje, debido a las reacciones hasta violentas que tuvo el chico en la serie original y en CTJ durante el partido Musashi vs. Nankatsu.

En el siguiente capítulo cambiaremos la perspectiva hacía Hikaru, nos meteremos en su amistad con Misaki, su relación con Yoshiko y los detalles de la fiesta que escaparon a Jun hasta llegar al "tiempo presente", con ambos en Hokkaido. Luego de eso la historia tendrá un avance normal, con algunas referencias a hechos pasados pero sin desvíos temporales.

Si alguien lee esto, sepa que tiene mi más profundo agradecimiento!