Érase una vez en El Kremlin de Moscú
Los humanos tendemos a cometer los mismos errores una y otra vez. Parece ser una molesta costumbre, un pretexto para muchas cosas que no podemos justificar. Solemos ver las desgracias, tanto ajenas como personales como las pruebas a superar para alcanzar algo ¿Acaso la vida eterna alegre? A Yuri Plisetsky poco le importaba si en verdad existía una vida eterna, o que la democracia realmente funcionara en el mundo, pero debía callar sus ideas sobre lo aterradora que sería la paz mundial e inclusive el nuevo orden del calendario mundial, lo que de verdad le molestaba era que el mundo hubiera vuelto a su vieja costumbre de nombrar títulos monárquicos por todas partes; Que el duque de no sé qué, que la duquesa de no sé cuándo, el vizconde de los bizcos ¡Bha!
De la noche a la mañana se había convertido en duque de algo de lo que no quería enterarse, gracias al matrimonio de algún pariente lejano suyo, y eso no era lo peor, si no que ahora lo arrastraban de regreso a Moscú junto con su abuelo y algunas otras personas que de la nada, ahora conformaban la nueva realeza rusa. Yuri no sabía mucho de política y esta disparatada idea de regresar a las arcaicas tradiciones políticas ¿Qué es que acaso las guerras biológicas habían ocasionado que algún cisticerco les consumiera el cerebro y ahora eran incapaces de razonar?, pero ser llevado no era lo pero, no señor, aparte de todo ahora tenía que casarse para poder repoblar Rusia. Con el invento de un útero artificial cualquiera podía embarazarse y ese tal parecía que sería su caso.
Su abuelo mantenía una mirada triste desde que habían salido de su casa para poder ser llevados a la capital. El auto que los transportaba iba a una velocidad considerablemente alta, y como no, si ya quedaban tan pocos vehículos a motor. Ambos mantenían una silenciosa plática de gestos y miradas, Yuri iba a cumplir 19 años impidiendo que su abuelo pudiera tomar la decisión por él, de ir o no al nuevo hogar de la socialite Rusa.
Yuri sabía que su abuelo estaba molesto, pero ¿Qué otra cosa podía hacer? Su carrera como patinador artístico no parecía tener un futuro tan brillante, e inclusive Víctor había sido arrastrado a unirse a la nueva monarquía.
─Yuri... ─ había empezado a decir Nikolai con voz ronca, claramente afectada por el frio y los años, pero el auto se detuvo, el miedo brillo palpable en los ojos de ambos, pero no había vuelta atrás, en un lugar del enorme castillo, la llegada de Yuri Plizetsky era anunciada.
