Teeth.
El aroma a calabaza inundaba la casa desde hacía días. Entre pasteles horneados con demasiado edulcorante dietético y verduras con caras cortadas cada tres pasos, el olor era casi familiar, hogareño.
Halloween se presentó con rapidez máxima, decorando el vecindario con telarañas hechas de algodón y espantapájaros vestidos de brujas. Así también aparecían niños, ejércitos de princesas, momias, duendes y hadas. Sonreí para mí mismo al bajar las escaleras, recordando mis viejos disfraces hechos en casa, claramente muy horror-chic;el timbre señalizando a personas en busca de caramelos.
Además de pensar en las cuentas que muchos padres deberían rendir con un dentista, revisé mi atuendo por última vez en el espejo de la entrada, acomodando a la perfección un único cabello salido de lugar.
Pero apenas abrí la puerta sentí una corriente eléctrica recorrer mi espina dorsal. Escuché el envase de plástico impactar contra el suelo y los dulces esparcirse por doquier. Sentí la resequedad de mi garganta al tragar en seco y la imposibilidad de gritar ante el terror.
Corrí.
Corrí escaleras arriba, mis piernas temblando, mi corazón latiendo cada vez más fuerte; me apoyé contra la puerta una vez cerrada tras de mí, sólo para escuchar mi nombre desde lejos, un tono conocido; entre gritos que parecían susurros terroríficos.
Sentí cómo mi respiración se tornaba más y más pesada, escuché los suaves golpes contra la madera y temblé al ver cómo el picaporte se movía para abrirse.
—¿Kurt? —mi vista se nublándose con cada segundo que pasaba, mi piel erizándose de miedo. Click. —Kurt.
No fui conciente de que era cubierto por sábanas hasta que el calor de éstas dejó de abrazar mi cuerpo, ni tampoco de que mis ojos se mantenían cerrados hasta escuchar las peticiones de que los abriera.
—No quiero hacerlo —admití, escuchando el inevitable quiebre de mi voz.
—¿Por qué no? —susurró, cálidas y conocidas manos se posaron en mi rostro, formando trazos con el dedo pulgar, limpiando las lágrimas que no sabía se deslizaban por mis mejillas.
—Tengo miedo
Apenas esas dos palabras abandonaron mis labios, sentí una presión contra ellos. El familiar sabor a café mezclado con menta y dulces me invadió de inmediato y sólo fui capaz de profundizar el beso, de entrelazar mis dedos en sus cabellos, y concentrarme en cada parte donde nuestros cuerpos se rozaban, donde se desprendía aquél calor del cual me había vuelto adicto.
Busqué sus labios una vez que decidió poner distancia entre nosotros, aún con los ojos cerrados. Él respiró mi nombre en el silencio de la casa.
—Lo siento—su voz era un murmullo, como si se tratase de un secreto que nadie más que nosotros compartiese— Me lo quitaré, puedes abrir los ojos, Kurt.
Y tras un último respiro para calmarme, eso hice.
Allí, con sus ojos miel observándome de lleno, sus dientes faltos de colmillos y su rostro perfecto tan cerca del mío, me sentí seguro; pero al ver la capa amarrada a su cuello y su negra vestimenta sentí cómo el aire no ingresaba con facilidad a mis pulmones.
—Quizá… yo pueda curar tu miedo.
Sólo pude asentir antes de buscar refugio entre sus brazos y perderme en el sabor de su boca.
