Todo fue dolor y luego silencio. Un silencio ensordecedor. Intentó abrir los ojos, pero no pudo. Intentó moverse, pero no pudo. Solo pudo intentar oír algo más que silencio. ¿Quién hubiera sabido que el silencio fuera tan sonoro?
Y de repente todo llegó a la vez. Miles de voces gritaban en sus oídos, miles de manos tratan de arrancarle la carne, una espiral de colores oscurecía su visión. Una voz se alzó sobre las demás, hablando un idioma que no conocía pero que le resultaba familiar.
Y de nuevo el silencio. Pero era diferente. Sentía bajo él una mesa metálica y la sábana blanca que le cubría de pies a cabeza. Escuchaba susurros de las personas a su lado. Su mente analizó todo con una precisión militar.
Se encontraba en una morgue. Le daban por muerto.
El dolor punzante de su brazo derecho se hizo presente. Le costó mucho esfuerzo no moverse y apenas respirar. Inconscientemente cambió su visión a la Vista del Águila, que atravesó la sábana como si no existiera. Los dos hombres a su lado eran figuras rojas. Distinguió destellos dorados en sus cinturas, armas.
Esperó el momento oportuno. Cuando una tercera figura se acercó a él con la intención de apartar la sábana, él se movió a toda velocidad. Agarró la pistola más cercana y, con tres disparos certeros, acabó con los tres hombres. Miró alrededor. Reconoció el logo de las placas identificativas. Encontró unos pantalones en una habitación adyacente, pero decidió quitarle las botas a uno de los guardias, al que le había prestado el arma.
Se miró en el reflejo de las puertas metálicas de los compartimentos fríos. Su piel, antes de un bronceado natural, tenía un tono cadavérico. Su brazo derecho estaba totalmente ennegecido, pero seguía pudiendo moverlo. Cogió unas vendas para cubrírselo.
De algún modo encontró sus efectos personales en una caja en la misma habitación. Su móvil, la hoja oculta, algo de dinero y su sudadera favorita. Se ajustó su arma al antebrazo izquierdo con movimientos practicados. Se puso la sudadera. Guardó la cartera en el bolsillo del pantalón. Cuando cogió el móvil estuvo tentado de llamar a su padre. Se detuvo antes siquiera de marcar el número que se sabía de memoria. Alguien le había dado una segunda oportunidad y no iba a desperdiciarla con una llamada inútil. Guardó el móvil junto a la cartera.
Salió de la morgue a la calle poco transitada y alzó la mirada hacia el cielo grisáceo. Sonrió mientras se colocaba la capucha.
Desmond Miles había vuelto al juego.
