NOTA DE LA AUTORA
NO LEER SI ANTES NO HAS LEÍDO:
- EL DIARIO DE UNA MÁSCARA.
- TU VERDUGO.
- VENDETTA.
(En ese orden)
Habiendo hecho esa advertencia (porque si no han leído esos fics, no van a entender nada), ¡hola! he vuelto. Este es el tercer acto, y espero que no sea tan enredado todo (aunque probablemente lo sea).
Un abrazo y acompáñenme en esta nueva travesía. ¿Se animan? ¡Digan que sí!
Besos cósmicos.
Mad
FRAGMENTOS DE OTRO YO
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Preludio
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El ambiente que lo rodeaba era una mezcla sombría y escalofriante. Un cóctel perverso que sin mostrar nada lo decía todo mediante un vacío insondable. Y así le gustaba a Chaos. Así lo había diseñado desde el inicio de los tiempos, lo cual era la ventaja de ser el primero que existió entre los de su clase.
Ese templo perfilado a su medida era un lugar perdido en el espacio en un eterno presente, sin un antes ni un después, desde el cual observaba junto a Chronos las distintas versiones de la realidad que transcurrían en paralelo. A veces, intervenía para su propia entretención, mientras que en otras oportunidades, los dejaba pasar intactos, en una ruleta rusa donde la bala era la desesperación con un toque de miseria, y las víctimas eran simples mortales, marionetas de sus designios.
No tenía nada planificado para ese momento, sin embargo, de pronto algo en el ambiente se sintió milimétricamente distinto, y supo que lo que estaba esperando desde que colocó el anzuelo, al fin había ocurrido. Avanzó resuelto sobre ese piso de mosaico tan antiguo como él, entre las velas flotantes que apenas iluminaban sus pasos, cuando una voz femenina cortó su trayecto.
–Está en el salón prohibido –anunció desde la oscuridad.
Lord Chaos se detuvo, y esbozando una sonrisa macabra, se giró a observarla con interés.
–Nix, Nix, Nix. ¿Qué te he dicho sobre andar delatando a tus hermanos? Además, no es necesario. Sé perfectamente dónde se encuentra Érebo. ¿Te olvidas de quién soy yo?
La silueta de una curvilínea joven alta de piel pálida y largos cabellos negros, se acercó a la tenue luz, dejando al descubierto sus facciones. Sus ojos, tan oscuros como dos piezas de carbón, lo miraban fijamente con un rastro acusatorio en ellos.
–Por favor, deja de decir que es mi hermano. Él no es como nosotros, es humano.
–Fue humano –corrigió sobre la marcha el ente sobrenatural–. Después del regalo que le hicimos con Chronos es... distinto. Es un híbrido.
Ella rodó los ojos exasperada.
–Llámalo como quieras. No es uno de nosotros –insistió–. Y me parece ofensivo que no estés escupiendo fuego por saber que está violando la única regla qué hay en este lugar. "No entrar al salón prohibido".
Chaos se encogió de hombros divertido y volvió a girar en dirección a dicho destino.
–Llegó ahí porque yo lo quise así –le explicó comenzando a alejarse–. Y deja los celos de lado, Nix, debes saber que eres mi favorita.
La escuchó bufar pero no se detuvo otra vez. Chaos quería ver el momento exacto en que descubriera la verdad, admirar su expresión y ser testigo en primera fila de su reacción. Érebo como humano ya era interesante, como híbrido también resultó un deleite. No obstante ello, sospechaba que como híbrido conocedor de su pasado, las cosas se volverían mucho más entretenidas en ese lugar.
Llegó hasta esa puerta cuyo fin no se advertía hacia arriba y solo con la mente giró la manilla, entrando de una forma extrañamente ansiosa para alguien tan poderoso como él. Su mirada se clavó en la espalda de Érebo, que observaba absorto uno de los siete cuadrados levitantes, distintos al resto de los que tenían a lo largo del templo, pues estos se encontraban envueltos en una energía color mostaza.
–¿Algo interesante a la vista? –soltó casualmente, notando que los músculos de Érebo se tensaban al saberse descubierto.
–Esto... –comenzó él con voz grave y titubeante–. ¿Esto es otro universo paralelo? –preguntó, apuntando lo que sus ojos no podían dejar de ver.
Chaos caminó hasta quedar hombro con hombro y miró también a través de esa ventana espectral. Tan solo con hacerlo, todos los hechos que finalmente nunca ocurrieron se mostraron otra vez, como se revelaron ante Érebo previamente.
–No. Pero eso ya lo sospechas, ¿verdad? –inquirió socarrón–. Hemos visto tus travesuras en el universo Eta. ¿O acaso crees que lo que le hiciste a esos mortales pasó inadvertido? –añadió, un poco ofendido–. Estaba escrito que lo harías, que crearías una paradoja temporal. Pero me gustaría saber de tu propia boca ¿Por qué lo hiciste?
Érebo giró en cuarenta y cinco grados para enfrentarlo, y Chaos pudo detectar cómo hacía grandes esfuerzos por no dejar estallar la furia que guardaba en su híbrido cuerpo.
–Hace cinco años humanos ustedes me llevaron a ver un reencuentro en Beta, y desde entonces, la imagen de esos mortales se me repite en la cabeza –confesó, y sus ojos se tornaron en una mezcla de verde y avellana–. Cuando fui a Eta, me topé por casualidad con el hombre, ese sujeto llamado Draco Malfoy, y un extraño odio comenzó a escaparse de mi control. Quería arruinarle la vida. Sentía que me lo debía. Necesitaba que fuera infeliz. Así que sí. Intervine para lograrlo. No me preguntes por qué. Pero no me arrepiento.
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"Desde que Chronos y Chaos lo habían llevado a presenciar a esos dos mortales, no se pudo quitar la imagen de ambos. Algo se le retorcía en las entrañas como ardiendo en lava, y estaba desesperado por dejar ir esa escena de su memoria.
Se largó a vagar entre universos hasta que se detuvo en Eta, en un barrio acomodado de ese insignificante mundo. Avanzó a grandes trancos hasta dar con una multitud que ingresaba a una fiesta, ataviados en sus más ostentosas túnicas. Ahí, divisó a lo lejos a un humano prácticamente idéntico a él, aquél que se encontraba en todos los mundos, solo un poco más joven y con el rostro afable. Así que se desvió e ingresó a la mansión que estaba a un costado, subiendo de dos en dos esas opulentas escaleras de mármol para espiar.
Entró a una de las piezas para tener una mejor visión del evento, pero un hipido lo alertó. Una atractiva joven enfundada en un hermoso vestido blanco repleto de incrustaciones lloraba agachada en una esquina, con una angustia capaz de traspasar paredes. Comenzó a retroceder para largarse a otra habitación cuando su voz lo detuvo en seco.
–¿Te mandó Draco a decirme que me dejará plantada en el altar? ¿Vienes a disuadirme acaso? No me extrañaría. Eres el único amigo al cual le importa su felicidad...
Érebo se dio vuelta al escuchar ese nombre y se aproximó de regreso a la mujer, agachándose hasta su altura en completo silencio.
–¿Sabes lo terrible de todo, Theodore? –continuó ella–. Estoy segura de amarlo. No por imposición ni por negocios. Lo amo. Yo en verdad me quiero casar. Pero no es recíproco, y eso me duele mucho. Siento que me voy a morir de pena.
El nombre "Theodore" comenzó a transitar por su cerebro una y otra vez, como un canto lejano, asumiendo que ese era el nombre de su humano doppelganger. Así que entró al cerebro de esa mujer solo para entender la situación, y no se sorprendió al ver que "Draco" era el mismo mortal que había visto aquella vez, pero en otra realidad. Una en la cual estaba siendo forzado a casarse con esta mujer llamada "Astoria", sin rastros en el panorama de esa humana de cabellos ondulados que lo acompañaba en Beta.
Algo dentro de él se sintió aliviado con el punto.
–Mírame –le ordenó entonces–. No vengo a decirte qué hacer. Has lo que te dé la regalada gana. Lo que sientas, y el resto, a la mierda. Incluyéndome.
–¿Y Draco?
–¿Qué pasa con él? ¿Acaso no crees que podría llegar a amarte? ¿Tan poca autoestima tienes? –espetó, alzando una ceja–. Mírate. Eres hermosa. Es muy afortunado ese cabrón.
Astoria dejó escapar una suave risa ante sus palabras, y Érebo no pudo dejar de pensar lo fácil que era manipularla.
–Pero si lo obligo, me odiará. Estará casado conmigo, pero no será feliz.
Érebo sonrió ante su afirmación. "No será feliz" sonaba como la frase perfecta en ese instante.
–Si lo amas, lo superará –aseguró a sabiendas de que no sería así–. Y siempre puedes culpar a tus padres para ganar tiempo. Ahora, arregla ese desastre que las lágrimas han hecho de tu rostro. Que no te vea así. Que no sepa el poder que tiene sobre ti. A Draco no le gustan las mujeres débiles.
Sintió un golpe en el pecho al afirmarlo, pues Érebo sospechaba que efectivamente era así. Sin conocerlo en lo absoluto, tenía una certeza espantosa de que aquel humano odiaba a las mujeres débiles, y se quedó en blanco ante su propia extrañeza. Cuando volvió en si, notó que Astoria ya se había levantado y llamado a unas sirvientas, que comenzaron a arreglar su aspecto con afán. Recogieron su cabello tomándolo en un moño elegante que destacaba su alargado cuello, mientras ella adornaba sus orejas con aretes de diamantes. Se veía realmente angelical, y Érebo no tuvo una pizca de culpabilidad al saber que la estaba enviando a un infierno en la tierra.
Con un asentimiento cómplice se retiró de Eta para continuar con sus deberes, por fin tranquilo consigo mismo. No obstante ello, eso duró poco. Las imágenes de esos dos mortales, Draco y la mujer de cabellos castaños, volvió al ataque, hostigándolo como una espina clavada en la yema de un dedo. Así que decidió volver a Eta para comprobar cómo se habían desenvuelto los hechos en ese universo, luego de ese matrimonio forzado.
No pudo evitar sorprenderse al comprobar que en Eta el tiempo para los humanos transcurría más rápido que en el resto de los universos, pues se encontró con Astoria sentada en los jardines de su mansión, notando que al menos tenía un par de años más que la última vez que la vio. Su mirada estaba perdida en algún punto del horizonte, absorta en sus azules pensamientos.
–Astoria. ¿Todo bien? –preguntó sin saludar.
Ella parpadeó despertando de su lapsus y lo enfrentó de una forma desinteresada.
–Te vimos ayer, Theodore. No es necesario que te hagas el desentendido –masculló en tono amargado–. Sé que es notorio que las cosas van de mal en peor. Prácticamente no existo para Draco.
Érebo se sentó a su lado, aparentando meditar sobre la situación.
–Quizás necesiten nuevos bríos –lanzó de manera sugerente–. Un hijo tal vez los una.
Ella suspiró con frustración y escondió el rostro entre ambas manos.
–Me encantaría, ¡no sabes cuánto lo ansío! –declaró desesperada–, pero Draco ha sido bien claro con ese tema. No quiere aún. Quizás no quiera nunca.
–¿Y por qué tiene que hacerse solo lo que él diga? Tú también tienes derecho a decidir.
Astoria liberó su cara y se irguió para mirarlo sorprendida.
–A veces me confundes, Theodore. Pensé que velabas por sus intereses, no por los míos. Es tu amigo.
–Sí, es mi amigo, pero también es un hijo de puta.
Nuevamente, al decir esas palabras, Érebo sintió que no estaba mintiendo, sino que hablaba desde la experiencia. ¿Por qué demonios pasaba eso con un simple humano? ¿Qué mierda hacia ahí tratando de lastimarlo? ¿De arruinarle la vida?
–Si lo hago, me odiará.
–Ya te dije una vez. Siempre puedes echarle la culpa a tus padres. Dile que no podías dejarlos sin un nieto. Es un argumento clásico. No muy bueno, pésimo a decir verdad, pero en tu sociedad basta y sobra.
Astoria lo miró extrañada cuando escuchó la expresión "Tu sociedad", pero nada dijo al respecto, y tampoco alcanzó de haber querido. Al notar el desliz, Érebo se levantó y nuevamente con un movimiento de cabeza se despidió, sabiendo que había sembrado en ella la idea y que esto sin duda germinaría.
Regresó al templo tratando de olvidarse del asunto, auto convenciéndose de que había logrado hacer aún más infeliz a ese "Draco", y por un tiempo, lo creyó. Sin embargo, sin presupuestarlo, se encontró mirando desde afuera ese universo otra vez, pensando que aún no era lo suficientemente desdichado. Era una maldita insatisfacción lo que lo corroía al no verlo derrotado en el suelo.
Y de pronto, vio la oportunidad de empeorar las cosas.
Astoria estaba en su mansión sola, bebiendo de su tercera copa, mientras Draco, que se encontraba de viaje, volvía de manera adelantada, sin avisarle. Un plan maquiavélico se formó en su cabeza rápidamente, y sin darle dos vueltas, Érebo entró a Eta, tocando la puerta de la mansión de ambos.
–¿Theodore... qué haces acá tan tarde? –soltó Astoria sorprendida, aún sosteniendo el licor entre sus delicados dedos.
–Vengo a dejarle unos papeles a Draco.
–No está. Se fue de viaje. Negocios, ya sabes.
Érebo fabricó una falsa expresión de decepción en sus facciones, y luego fijó la mirada en la copa.
–¿Me invitas entonces? Estoy un poco triste y necesito animarme.
–Claro –respondió ella, encogiéndose de hombros.
Entraron a la mansión y Astoria le sirvió un poco de vino tinto, estirándolo para ofrecérselo. Érebo la miró de arriba a abajo notando lo miserable que la había hecho. Su bata de seda estaba a medio a amarrar, dejando a la vista los tirantes y el inicio de su pijama que dejaba poco a la imaginación. Al parecer, estaba lo suficientemente intoxicada como para que eso le importase.
Pero no. Aún no sentía pena por ella. Solo era un móvil para llegar a él. Una ficha en su juego. Nada más.
–Te ves cómo si vivieras en el infierno –le dijo ella entonces.
–Tú no te ves mejor que yo –replicó mordaz.
Astoria rodó los ojos, hastiada.
–No estoy mejor que tú. Pero eso da igual. No lo hablaré contigo. No lo hablaré con nadie.
Ella dirigió los pasos a la cocina para abrir otra botella, mientras Érebo la seguía de cerca.
–Puedes confiar en mí, lo sabes. ¿Acaso las cosas siguen mal con Draco?
–¿Mal? No. Ha cambiado –respondió sin mucho entusiasmo–. Pero solo es un padre, un proveedor. Desde que nació Scorpius no me ve como una mujer. Hace meses que no me toca y me estoy volviendo loca. Estoy segura de que si no fuera porque los sangre pura no se divorcian, probablemente ya me habría dejado.
Listo. Había logrado que ella hablara del tema. Y ahora actuaría de acuerdo al plan. Según sus cálculos, tenía exactamente una hora antes de que él llegara. Una hora para hacerla caer.
–Entonces tendré que comprarle gafas a ese desgraciado, porque está ciego al no verte.
Astoria bufó incrédula, y dio otro sorbo hasta el fondo antes de responder.
–No juegues. Me veo horrenda.
–Jamás podrías verte horrenda ni aunque lo quisieras, Astoria. Destilas elegancia, pero también seducción aunque no te lo propongas, y eso es adorable. Es único. Eres única.
Érebo comprobó que sus palabras habían llegado, pues un destello de ilusión se había cruzado por esos orbes verdes.
Probando su suerte, dejó la copa a un costado y se aproximó hasta ella, lo suficiente para que Astoria pudiera escucharlo musitar de manera significativa.
–Diablos, Astoria –lamentó con dramatismo, acariciando quedamente su mejilla–. Si no fueras de él, si Draco no fuera mi amigo, te tendría gritando de extasis como si no hubiera un mañana. No habría parte de ti que no marcaría.
–No juegues...
–Estoy hablando en serio –añadió, notando como ella estaba cediendo y como un brillo lujurioso aparecía en sus ojos–. Eres así de deseable, Astoria. Yo sí te veo como una mujer.
–Theo...
No quiso darle espacio para un arrepentimiento. Afirmó las manos en sus caderas y la apresó contra él, estampando sus labios contra los propios. Ella se resistió por menos de dos segundos, ya que pronto la abstinencia le cobró la pasada y se dejó llevar, enterrándole las uñas en la espalda, mientras gemía contra su boca.
Érebo desvió sus atenciones al cuello, succionando la piel para asegurar dejar vestigios de su paso por ahí, mientras la conducía lentamente al segundo piso, con el objeto de consumar su propósito. Tan pronto entraron a su habitación, ella comenzó a desvestirlo, mientras él se deshacía de la pequeña prenda que llevaba como pijama.
Quince minutos para que él llegara.
Érebo la lanzó sobre la cama y ella cayó de espaldas llevándoselo consigo, enlazando sus piernas por detrás de su espalda, ansiosa por tenerlo dentro. Y él no la hizo esperar.
Diez minutos para que él llegara.
Quería hacerla gritar de placer, debía hacerla gritar de placer para que fuera aún más doloroso para él, y mientras la embestía, no pudo evitar pensar lo extraño de todo el asunto. Él nunca había follado a una humana, pero su cuerpo parecía muy acostumbrado a ello. Él no debería estar pendiente de un simple mortal, pero últimamente sus esfuerzos estaban puestos en hacer infeliz a uno en particular. Uno llamado Draco Malfoy. Al menos, se había ensañado con ese Draco Malfoy.
Un minuto para que él llegara.
Con una última estocada bien profunda logró el satisfactorio gemido de un orgasmo, apoyándose en sus codos para alcanzar a ver sus mejillas encendidas como farolas. Las pestañas de Astoria aletearon como colibríes hasta quedar estáticas, portando una gran sonrisa de oreja a oreja.
Y entonces, el sonido de la puerta al abrirse la alertó.
Astoria lanzó un grito y de un empujón lo tiró a un costado, tapando su desnudez con las sábanas, con una expresión de espanto marcada en cada poro.
–Draco... –musitó.
La expresión del aludido se tornó tallada en mármol.
–¿Tenía que ser con un amigo mío?
Érebo se terminó de arreglar y trató de acercarse a él con aire supuestamente arrepentido para guardar las apariencias, pero Draco con una sola mirada le advirtió que no respondería de las consecuencias si osaba dirigirle la palabra. Así que, reprimiendo una sonrisa victoriosa, se marchó, dejando al matrimonio a solas, seguro de que los había condenado para siempre.
Sin embargo, al bajar las escaleras y antes de salir de la mansión, notó que la puerta de su oficina estaba abierta, ingresando para mirarla con curiosidad, hallando un cuaderno que llamó su atención. Al abrirlo, se encontró con una especie de Diario, fechado a contar del día siguiente de la guerra.
Lo leyó rápidamente y sintió un hoyo negro en el pecho.
Todo estaba relacionado con esa humana de cabellos castaños, que ahora sabía que se llamaba Hermione Granger. Como un maldito psicopata, ese bastardo había plasmado sus pensamientos en esas páginas, y la mayoría de ellos estaban dedicados a esa mortal.
Quiso derrumbar la mansión de una explosión de magia, pero controló su impulso por irracional, regresando al templo para tratar de olvidarse del tema. Después de todo, ese Draco Malfoy ya era profundamente infeliz, sin importar que en el fondo de su corazón, anhelara a otra mujer.
Nunca la tendría de todos modos.
Pasó un tiempo antes de regresar a Eta. Los encargos propios de sus labores lo mantenían ocupado, pero cuando volvió a mirar a ese universo, quedó de una pieza. Habían pasado muchos años humanos, el hijo de Astoria y Draco ya era todo un jovenzuelo, y ella se encontraba gravemente enferma. Para rematar, buscó qué estaba haciendo Hermione Granger en esa línea temporal, y se encontró con que era profesora del mismísimo Scorpius en Hogwarts.
Las coincidencias eran unas perras.
Cuando Astoria murió, Érebo bajó a esa realidad a presenciar su funeral de lejos, notando la lejanía entre padre e hijo. Sí. Ambos eran infelices, pero ahora que Draco era viudo, podía aspirar a algo más.
Al ver a Scorpius pegarle un puñetazo a su padre en plena nariz y retirarse aireado en medio de la ceremonia, lo siguió de cerca, hasta que ingresó a su mansión. Por la ventana observó como entraba al despacho de su padre y empezaba a destrozarlo a patadas.
¿Tanto lo odiaba? Pues él se aseguraría de que fuera irreversible.
Utilizando sus poderes, de un chasquido invocó el diario que había encontrado la vez pasada, asegurándose de dejarlo en el camino de ese torbellino hormonal. Érebo sintió una oleada de satisfacción al presenciar como el rostro de ese muchacho se ensombrecía al reparar en el cuaderno, y notó cómo lo guardaba entre sus cosas, largándose de ahí.
Nada bueno saldría de eso, pues percibía su espíritu vengativo, uno tan potente como su propia vendetta contra el rubio.
Pero ahora...
Ahora dejaría que Scorpius terminara el trabajo sucio".
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La mano de Chaos sobre su hombro lo hizo reaccionar, sacándolo de sus recuerdos. Érebo tragó espeso, profundamente incómodo con el presentimiento que lo embargaba. Esa ventana mostraba una realidad mucho más oscura que el resto, y contaba la historia de forma omnisciente de principio a fin.
–Qué es esto –repitió entonces, apuntando el cuadrado que levitaba a su lado–. Necesito saberlo.
Chaos se relamió antes de responder.
–Es Beta.
Érebo percibió un golpe en la boca del estómago, dejándolo sin aire. Tardó en reaccionar, pero cuando lo hizo, su voz era glacial.
–No. Yo visité Beta con ustedes –siseó–. No es así esa realidad.
–Bueno, eso es cierto –concedió divertido el caos personificado–. Ese era Beta. El universo Beta original. Ahora con Chronos le llamamos Stigma.
–¡No entiendo un carajo! –reclamó él, perdiendo los estribos.
Chaos lo miró evaluando si lo torturaba por su falta de respeto, pero decidió obviar el desliz y cobrarle en otra moneda. La verdad. A veces, la verdad era más dolorosa que cualquier maleficio.
–¿Nunca te has preguntado por qué has visto a humanos iguales a ti en otros universos? –espetó en tono condescendiente–. Mi querido Érebo. En el fondo lo sabes, ¿no?. Sabes que fuiste un humano como ellos, un simple mortal. Sabes que fuiste en algún universo Theodore Nott.
Érebo boqueaba impávido, así que Chaos prosiguió.
–Te ibas a morir y nosotros te rescatamos. Te dimos una nueva existencia porque vimos tu potencial.
–No entiendo...
–Como ya te dije –continuó, obviándolo–, esa realidad que viste, donde mueres atacado por licántropos para salvar a tu hijo y a esa mujer, es la realidad Beta original. Pero esa vida fue retrotraída, borrada, eliminada. Sin embargo, no todo desaparece. Cuando algo se borra de la existencia, se archiva en este salón como un recuerdo, al cual, por cierto, solo podemos entrar algunos entre los cuales no te encuentras tú precisamente.
–¿Es posible retrotraer una realidad? –atinó a preguntar, evidentemente confundido.
–Solo Chronos puede –explicó el de cabellos de fuego–. Lo ha hecho siete veces, esta fue una de ellas.
–¿Y por qué lo hizo?
–A petición de esa humana, de Hermione Granger, con el fin de salvar a Draco Malfoy –reveló, atajando el brillo mortal en los ojos de su híbrido–. Chronos y yo accedimos bajo tres condiciones, y reseteamos parte de esa línea temporal. Por eso comenzó un Beta nuevo, y fue de ahí de donde te rescatamos. Por eso no te asignamos la ventana de Beta. Por eso nunca te enviamos allá. No queríamos que recordaras y sufrieras. Pero de algún modo, recordaste de manera subconsciente y eso explica porqué trataste de acabar con el Malfoy de Eta. ¿Ahora entiendes tu odio visceral?
Parecía que Érebo había dejado de respirar, lucía como hecho de piedra. Millones de pensamientos colisionaban entre sí en su cabeza, uniendo puntos, desatando las más oscuras determinaciones. Pero lo más extraño de todo no era eso. Lo raro era el dolor que experimentaba. Una opresión en el pecho que dio paso a un vacío. Y luego la nada. No sentía nada. Su mirada estaba perdida, absorta.
–Lo entiendo –respondió mecánicamente–. Lo entiendo a la perfección.
–¿Serás capaz de controlarlo? –inquirió Chaos algo burlón.
–Lo seré.
Chaos sonrió y le dio unas fraternales palmadas en la espalda a modo de falsa felicitación.
–Me alegro. No quisiera que te metieras en Beta. Ni tampoco que volvieras a intervenir en Eta. Menos ahora que todo marcha bien.
El aludido enfocó la vista en su interlocutor, reaccionando frente a la frase.
–¿A qué te refieres?
–¿No lo sabías? –replicó con sobreactuada sorpresa–. El muchacho ese, Scorpius, si bien causó estragos, lograron revertirlo. Malfoy y Granger están juntos. Son felices dentro de lo esperable en sus circunstancias.
Como si le hubiesen pegado una patada en los testiculos, Érebo retrocedió un par de pasos.
–No –masculló de puños apretados–. Imposible.
–Quizás, pero ocurrió –aseveró, levantando de forma desinteresada ambas cejas–. En todo caso, con Chronos sabíamos que eso pasaría. Cuando Granger vino a pedir retroceder en el tiempo, una de las ventanas cambió radicalmente y mostró cosas que todavía no habían ocurrido, y que faltaban muchos años humanos para que acontecieran. Deduje que se había producido una paradoja temporal, y cuando te convertiste en nuestro hijo, supe que serías tú quien la provocaría. Pero ya es suficiente, mi querido Érebo. Nunca es bueno meterse tanto en los asuntos humanos. Está por debajo de nuestro nivel. Los mortales solo son fuente de entretención, nunca pueden volverse algo personal, menos cuando generan paradojas, ¿comprendido?
Silencio.
Un silencio que lo dijo todo a pesar de sus siguientes palabras.
–Comprendido.
Chaos aspiró hondo y colocando la mano en la espalda de Érebo, lo obligó a avanzar en dirección a la salida del salón prohibido.
–Bueno. Es mejor que nos vayamos de aquí. Nix te vio entrar y no queremos que arme un alboroto. Tú sabes cómo es. Yo le explicaré a Chronos sobre lo que conversamos. Ahora, mi preciado Érebo, ve a descansar. No quiero que interfieras más sobre esos mortales.
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Pero esta vez, el híbrido no respondió.
Y Chaos, con una mueca traviesa, lo vio partir.
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–Que comience la diversión –murmuró.
–Que comience –la voz de Chronos contestó, emergiendo desde las sombras para colocarse a su derecha–. Para cuando Érebo termine, de seguro tendremos un nuevo integrante en nuestra colección.
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Pues sabían que su creación se daría otra vuelta por Eta.
Por Beta.
Y quizás por cuántos universos más...
