Tras cuatro años en Afganistán, volvía a casa. Volvía a trabajar en Estados Unidos. Exactamente, en Nueva York. Con un despacho propio, con enfermeras a mi disposición y todo lo necesario para comenzar de nuevo.

Llevaba casi cuatro horas de consulta en mi despacho, y aún quedaba el último paciente. Suspiré.

La enfermera abrió la puerta mirándome.

-Doctor Hudson, le espera su última paciente. -Dijo dejando la puerta abierta.

-Gracias, Rebecca. -Respondí afable, sacando el informe del paciente. Cuando iba a leerlo, apareció por la puerta.

No podía creer lo que estaba viendo.

Tenía el pelo largo y ondulado que le caía por los hombros, su peculiar nariz que la hacía tan diferente y perfecta a la vez, y esos ojos color miel que se acababan de quedar tan callados como los míos.

Era Rachel Berry.

-¿Finn? -Dijo ella con los ojos abiertos, sorprendida. Balbuceé un poco, mirándola a los ojos levantándome de golpe.

-Rachel. -Sonreí por fin, mientras ella se acercaba con los ojos como platos. Ella tomó asiento y yo me senté con ella. No tenía palabras para describirla, porque acababa de llenar la sensación de vacío instalada en mi cuerpo desde hacía diez años. No podía dejar de mirarla, mis ojos oscilaban entre los suyos y casi no podía creer que la tenía delante.

-¿Cómo estás? -Me dijo ella mirándome a los ojos, aún sin borrar la expresión de asombro de su cara.

-Mejor que nunca. -Murmuré asombrado. Estaba justo igual que al acabar el instituto, con un ligero tono más maduro. -Te he visto por todo Nueva York. -Dije con media sonrisa. -Es decir, en las marquesinas de tus obras. -Ella asintió sonriendo.

-Nunca pensé que serías médico. -Se quedó mirándome y yo a ella. Tragué saliva, porque después de diez insoportables años seguía enamorado de ella, como un idiota.

-Soy médico militar. -Sacudí la cabeza y cogí su informe, mirando sus análisis. -¿Qué te preocupaba? -Levanté la cabeza para mirarla, bajando de nuevo la mirada hacia el papel.

-Bueno, era un chequeo rutinario. Mi representante me obliga a hacérmelo todos los meses. -Sonrió deslizando la mirada a un pequeño marco con la foto de mi hija. Era morena de ojos negros, con el pelo recogido en una coleta y el flequillo a un lado. Tenía a penas cuatro años, pero se parecía más a Rachel que a su propia madre.

-No veo nada alarmante. -Murmuré levantando la mirada hacia ella.

-¿Es tu hija? -Asentí mirándola. -Vaya, se parece mucho a ti. -Dijo mirando a la pequeña. Guardé su informe y me levanté.

-¿Quieres ir a tomar algo? Hace mucho que no nos vemos. -Sonreí quitándome la bata de color blanco, cogiendo el maletín de cuero del suelo.

-Claro. -Ella se levantó carraspeando, saliendo de la consulta conmigo.

Llegamos a una cafetería al lado de Central Park y nos sentamos, pidiendo dos mocca. No sabía qué decir, simplemente me dedicaba a beber café.

-Es muy guapa tu hija. -Sonrió mirando el vaso, haciendo círculos con los dedos en él.

-Sí, es preciosa. ¿Tú tienes hijos? -Dije temiendo la respuesta, levantando la mirada de mi café.

-No. Casi no he tenido parejas. -Bebió un poco y esbocé media sonrisa.

Noté cómo casi todo el bar se daba la vuelta para mirarla, de uno en uno. Carraspeé y ella me miró de nuevo.

-Tú estás casado, supongo. -Murmuró con el vaso en la boca volviendo a beber. Solté una risa áspera, apenado y negué. -¿Y tu hija? -Murmuró terminando de beber.

-Es... Una larga historia. -Suspiré cerrando los ojos, echándome hacia atrás. -Si te interesa, estuve cuatro años en Afganistán.

Ella calló, mirándome a los ojos sin saber muy bien qué decir.

-Estás más guapo. Mucho más guapo. -Sonreí agachando la cabeza.

-Te he echado de menos todo este tiempo. -Dije ladeando la cabeza mirándola a los ojos. La comisura de sus labios se arquearon formando una sonrisa, mirándome a los ojos.

-Y yo a ti.

Rachel se quedó mirándome a los ojos, y era como si el tiempo no hubiera pasado. Seguía agachando la mirada cuando yo la observaba con atención; tímida.

Ella agachó la cabeza mirando el móvil, abriendo los ojos.

-Mierda, mierda. -Murmuró levantándose de la mesa. -Tengo que irme, lo siento, Finn. -Negué sonriendo y me levanté. -Te llamaré. -Se puso de puntillas y me dio un beso en la mejilla, sin darme tiempo a responder porque salió corriendo por la puerta.

-Adiós, Rachel.

Llegué a casa soltando el maletín en el sofá, viendo cómo Maura, su niñera estaba al lado de la pequeña que comenzaba a dormirse. Ella se levantó cogiendo su bolso, dándome las gracias y saliendo por la puerta.

Me agaché y cogí a Alex en brazos, notando cómo la pequeña rodeaba mi cuello con sus pequeños brazos.

-Papi.. -Murmuró somnolienta, con la cabeza sobre mi pecho.

-Shhh.. -Besé su cabeza y la acosté en su cama, dándole a su conejo de peluche y tapándola. -Buenas noches, cielo. -Dije besando su frente, saliendo de la habitación y cerrando la puerta.

Buenas noches, Rachel.

Me desperté a almohadazos haciendo que casi convulsionara en la cama, sin conseguir abrir los ojos a causa de los golpes.

-¡Ya! ¡Ya! ¡Ya me despierto! -Alcé la voz incorporándome, recibiendo un último golpe en la cama. Alex se reía, mientras levanté la cabeza para ver a Kurt de pie.

-Tú y yo tenemos que hablar. -Me señaló Kurt con el dedo. Bufé, viendo cómo Alex estaba sentada al borde de la cama y se reía.

-¿Y tú de qué te ríes, bicho? -Le dije frunciendo el ceño. -Ve a cambiarte, llegamos tarde al colegio. -Alex cogió su peluche y fue corriendo hacia su habitación.

-¿Tú por qué no me cuentas que ayer viste a Rachel? -Cruzó los brazos frunciendo el ceño.

-No sé.. -Me rasqué la barbilla. -¿Por que llegué a casa a las once de la noche y tenía que cuidar de mi hija y luego dormir? Vamos, digo yo. -Me levanté de la cama, estirándome delante de él.

-Finn, no es excusa. Es Rachel Berry. Tu novia.

-No es mi novia.

-Bueno, eso ya lo veremos.

-Papi, no encuentro mis zapatos. -Dijo una vocecita desde la habitación de al lado.

-Debajo de tu cama, monito. -Alcé la voz mirando a Kurt.

-Finn, cuéntame qué pasó ayer. -Se cruzó de brazos sentándose en la cama. Me quité la camiseta buscando una camisa que ponerme.

-Vino a mi consulta porque su representante le hace chequeos todos los meses. Luego, fuimos a tomar un café, me preguntó por Alex y se fue. Dijo que me llamaría. -Murmuré eso, colocándome la corbata mirándolo. -Sé que no me va a llamar.

-¿Por qué no? -Frunció el ceño y salí con él.

-Porque es Rachel Berry, vamos. Sale en todos los carteles de Nueva York. Yo soy un médico. -Me encogí de hombros yendo a buscar a Alex. -Kurt, tengo que irme.

-Ya, ya sé. Hasta luego Hudson. -Dijo saliendo por la puerta.

Me puse de rodillas mirando a Alex, que sostenía en la mano su muñeca de trapo, poniéndole bien la falda del uniforme.

-Papi, ¿cuándo vamos a ver Wicked? -Me dijo mientras peinaba a su muñeca.

-Cuando tenga tiempo, monito. -Besé su frente y me levanté, cogiendo su mochila.

-¿Y eso cuándo es? -Me preguntó dándome la mano, mientras yo suspiraba. Agarré su diminuta mano con la mía, mirándola.

-Este sábado, ¿vale? -Dije mirándola saliendo por la puerta.

-¡Sí! -Dio un salto para que la cogiera en brazos, y así lo hice. -Me gusta mucho la brujita verde. -Asintió mientras andábamos por la calle, con la cabeza apoyada en mi pecho. -Es muy guapa. De mayor quiero ser como ella, papi. -Sonreí al pensar en que aquella 'brujita', como Alex la llamaba era Rachel.

-Sí, es preciosa.