Ah, y si, esto, aunque es una historia más del trío (por ahora cuarteto…), también es la segunda parte de "La muchacha de las sombras", aunque no contéis con eso hasta más o menos la mitad de la historia. Sólo lo digo para que Arthe no me cuelgue, pq ya se lo prometí.
Bueno, pues nada… Que aquí os dejo el primer capítulo, y que me dejéis reviews o… Creo que dejaré la historia y Arthe se quedará sin la segunda parte de su querido regalo de cumpleaños. Y su venganza puede ser terrible
Prólogo. TADEO
"Falsa alarma", dije, sin darle tiempo a preguntarme por el resultado de mi investigación.
El hombre sentado frente a mí, maldijo entre dientes. Se levantó del sofá tapizado en negro y oro con un gesto rápido y ágil que hizo crujir sus ceñidos pantalones de cuero negro. Irritado, cruzó la distancia que nos separa en dos veloces zancadas, apartando de su frente un mechón de rebelde cabello oscuro, engrasado con fijador.
"Esperaba que esta vez consiguiéramos algo, Tadeo. Lo esperaba sinceramente", masculló, clavando en mi sus ojos perfilados de Khöl, que hace no mucho compartían el tono carmesí de los míos.
Me encogí de hombros por toda respuesta. No hay mucho más que decir. En ocasiones, las cosas pasan como uno espera. En ocasiones no. Mantuvo mi mirada unos instantes más, y finalmente, tras un gruñido de frustración comenzó a pasearse por la habitación. Ignorando su nerviosismo, me dirigí tranquilamente al sillón que acaba de abandonar junto al fuego, y tomé asiento, esperando que se tranquilizara y estuviera dispuesto a hablar.
Reprimí una sonrisa mientras mis ojos lo seguían por la habitación, tan sobrecargada de decoración gótica y parafernalia demoníaca como su propietario. Lo que en otros tiempos había sido una clásica mansión de estilo colonial se ha convertido en lo que casi me atrevo a calificar de parodia de casa encantada, extraída de una vieja película de terror de serie B. El salón en el que nos encontramos es una buena muestra del resto de la casa. Es una estancia perfectamente cuadrada, amplia, de más de diez metros de largo por unos ocho de ancho. Los techos elevados, imitando la construcción francesa, aún conservan el cuidadoso artesonado original, que debió de ser el orgullo de su primer propietario. Ahora están pintados de un negro brillante, casi ofensivo a la vista. La magnífica lámpara de araña ha sobrevivido a la redecoración, y flota en el centro de la habitación, impertérrita, orgullosa, como un solitario símbolo que recuerda tiempos menos decadentes.
A la habitación se accede a través de dos pesadas puertas correderas de madera maciza, que conservan sus tiradores de bronce, pero no su barnizado original, afectadas al igual que el techo por la vuelta al negro. Lo primero que llama la atención de unos ojos tan bien entrenados para reconocer la buena artesanía como sin duda son los míos, es la chimenea, encarando las puertas en la pared opuesta. Una fabulosa pieza de mármol de Carrara de más de metro y medio de ancho y casi un metro de alto, con una repisa del mismo mármol blanco del grosor de mi mano. Debió costar una fortuna en sus tiempos. La familia que la mandó construir debía utilizar esa repisa para colocar preciadas piezas de porcelana, hermosos candelabros, u otros objetos decorativos de gran valor, y mejor gusto. Pero ahora, sobre el mármol, descansan dos calaveras sobre las que se derrama la cera de sendas velas negras, que emiten una luz flaca y anémica. En lugar del cuadro que debía lucir sobre la chimenea, como solía ser costumbre, ahora cuelga un crucifijo invertido, a la manera de las misas negras. Un auténtico tópico de rebeldía adolescente, de no ser porque la hermosa pieza de imaginería religiosa es de auténtica plata y valiosas incrustaciones de rubís en cada uno de sus brazos.
Junto a la chimenea se han dispuesto varios sillones y un cómodo sofá. Ni siquiera el gusto por la decoración pseudo demoníaca va a cambiar eso. Adoramos el calor del fuego. No hay ni una sola casa de los nuestros que no tenga varias chimeneas, frente a las que siempre se disponen los asientos más confortables. Lo que si varía es el tapizado. Negro y oro. Rojo sangre. Morado oscuro... Y en el suelo, una gigantesca alfombra blanca en la que se ha dibujado de forma bastante chapucera un meticuloso pentagrama.
El ventanal, a la izquierda de la chimenea, está cubierto por unas espesas y larguísimas cortinas de buen terciopelo. Negro, naturalmente. Contra la otra pared se apoya una magnífica librería de caoba, de suelo a techo repleta de libros. Uno esperaría encontrar desde el Necronomicón hasta la Biblia Negra, pero nada más alejado de la realidad. Entre sus estanterías descansa una muy cuidada selección de grandes obras de todos los tiempos. Primeras ediciones, incunables... Verdaderas joyas de la literatura universal. Lo cierto es que esta librería dice mucho más del cabeza de este clan que todo lo demás que puede encontrarse en esta casa. Las apariencias engañan. Y en el caso de Malachy, engañan mucho más. Ni siquiera ha llegado a cumplir el milenio, pero ya se le considera como parte de la élite. Y eso a pesar de su absurdo aspecto y de la juventud de los miembros de su clan.
Lo observé mientras continuaba su paseo por el salón, la cabeza inclinada, las manos enlazadas a la espalda. Una reacción demasiado histriónica, incluso tratándose de él. Y dudo mucho que se deba únicamente a nuestro nuevo fracaso.
"Deja de pasearte, Malachy, y dime qué diablos te ronda por la cabeza"
Malachy se detuvo. Todavía de espaldas a mí, sacudió la cabeza, dejando caer los hombros en un gesto de rendición, y en un veloz movimiento cruzó el salón para sentarse frente a mí, las manos enlazadas entre las piernas, la cabeza agachada. Todo en él indica mucha más preocupación que la que esperaría del fallido resultado de mis investigaciones.
"Empiezo a perder la paciencia, amigo"
"Sabíamos que esto iba a llevar su tiempo", le recordé.
"Lo sé", masculló. "Pero ya han pasado más de seis meses. Y lo único que hemos conseguido ha sido un montón de información inútil. Y más y más pistas falsas. ¿Cuánto más tendremos que esperar?"
"No tengo ni la más remota idea", reconocí a regañadientes.
Si él supiera cuántas veces me he hecho esa misma pregunta. Cuántas veces me he reunido con los elfos, con mis hermanos de clan, con mi familia, intentando encontrar una respuesta... Pero los días pasan, los meses se acumulan como pesadas losas sobre mi paciencia, y no estamos ni un poco más cerca que hace medio año, cuando regresamos de nuestro viaje, cuando pactamos con los Olvidados y prometimos cumplir la misión que hoy me ha traído hasta la casa de Malachy.
A pesar del mal humor que Mal está empezando a contagiarme, una súbita oleada de confortable bienestar se abrió paso en las sombras de mis pensamientos, como siempre que pienso en los días posteriores a nuestro regreso. Estaba a punto de perderme en mis recuerdos, cuando la voz de Malachy me devolvió bruscamente a la realidad.
"Lo siento, amigo", estaba diciendo. "No pretendía recriminarte nada, lo sabes. Sé que estás trabajando duro"
"Todos estamos trabajando duro, Malachy", repliqué. "Y créeme, nadie desea más que yo que esto termine de una vez"
"Salvo quizá tus hermanos de clan", sonrió.
"Salvo quizá mis hermanos de clan", concedí, devolviéndole la sonrisa.
"Lo siento", repitió, levantándose de nuevo. "Estoy de mal humor"
No respondí. Algo me dice que su mal humor tiene muy poco que ver conmigo y con mi tarea. Esperé tranquilamente. Si me considera digno de su confianza, hablará. Sino, no seré yo quien le obligue a hacerlo, y tampoco me ofenderé por ello. Sin duda se trata de un problema de familia del que no desee hacer partícipe a un extraño, aunque sea un extraño a quien aprecia tanto como me consta que él me aprecia a mí. Pero tras unos minutos debatiéndose en silencio, volvió a su asiento dispuesto a hablar, y yo me dispuse igualmente a escucharlo con el mejor de mis ánimos.
"Hay algo que no me gusta", empezó, dubitativo. "Algo en el ambiente, algo a mi alrededor"
Sus palabras me hicieron fruncir el ceño. Quizá alguien con menos experiencia que yo le habría restado importancia a ese comentario, pero llevo muchos siglos sobreviviendo no sólo por mi habilidad, sino también porque he aprendido a fiarme de mi instinto, y del instinto de hombres como él. Si algo parece estar mal, normalmente es porque está mal. Y es peligroso no hacer caso a esas intuiciones.
"¿Algo como qué?", inquirí, intentando ayudar.
"No lo sé. No es nada concreto, nada tangible. Pero tengo un mal presentimiento"
"¿Desde hace cuánto?"
"Un par de semanas", respondió. "Ya sabes a qué me refiero. Esa sensación, ese cosquilleo en la nuca que te dice que algo no está bien. Por eso creí que las señales serían favorables en esta ocasión. Pero ahora estoy como al principio. Aunque de peor humor. Lamento que tengas que sufrirlo"
"No lo lamentes. Bastante contención estás demostrando. Si yo llevara dos semanas así, ya habría destrozado media casa"
"No lo habrías hecho", replicó, esbozando una sonrisa apagada. "Tu compañera no es más tolerante que la mía con los arranques de mal genio"
Mi compañera. Un nuevo aleteo de calor recorrió mi dormido corazón al escuchar esas palabras. El título que ahora lleva la mujer de la que me enamoré perdidamente y sin la menor esperanza hace casi un año. Una desesperanza felizmente errónea. Mi compañera, repetí para mis adentros, deleitándome con el sonido de la palabra en mi mente.
"Dímelo a mí", sonreí. "O a Klaus"
Por primera vez desde que empezó nuestra reunión, Malachy me regaló una carcajada alegre, sincera. Por completo desprovista de malos presagios.
"Ya he hablado con él. Al parecer, la pequeña Nadezhda dirige tu clan con mano de hierro, amigo"
"Una actitud que apruebo sin reservas", sonreí nuevamente. "Es el único modo de tratar con los de mi casta"
"Sin lugar a dudas. Por los rumores que han llegado a mis oídos, tu clan es aún más difícil de controlar que el mío"
Esa es la pura verdad. La casta de los cazadores de brujos jamás se había reunido en clanes, y ahora empiezo a entender porqué. Cuando Leo y Lyosha me propusieron establecerme y hermanar nuestros clanes, acepté sin detenerme a considerar las consecuencias. Lo único en lo que pude pensar fue que así podría tener a Nadya a mi lado, convertirla en mi compañera por el tiempo que ella siguiera amándome. Saber que con esa decisión mis hermanos de clan y yo estábamos volando por los aires todas las tradiciones, casi fue un aliciente más. Pero con lo que ninguno de nosotros contaba, es con el mal carácter que solemos tener todos los que nos dedicamos a este trabajo. Si bien ningún miembro de mi especie puede presumir de ser una criatura serena y bien templada, el caso de los cazadores es digno de considerarse aparte. Si las disputas dentro de cualquier familia son algo más que frecuentes, mis primos parecen vivir en un estado de perpetua guerra de guerrillas en que cada miembro cambia de bando con la misma frecuencia con la que cambia de camisa. Por suerte, Nadya es una magnífica dama de clan, capaz de dirigir la familia de mis hermanos y la mía con la misma facilidad con la que mujeres más antiguas y con más experiencia controlan una sola. Y eso que ellas no tienen la carga añadida del pequeño Andy, que ha crecido hasta convertirse en un auténtico torbellino. Un digno hijo de sus padres.
Pensar en ellos me hizo sentir deseos de volver a casa cuanto antes. No llevo ni cuarenta y ocho horas separado de mi familia, y ya los hecho de menos de un modo que casi se asemeja a un dolor físico. Jamás en toda mi existencia he sentido nada parecido. Y jamás creí que eso fuera posible para mí. El ansia por subirme al coche y conducir a toda velocidad de vuelta a mi hogar es tan fuerte, que a duras penas puedo concentrarme en las palabras de Malachy. Maldije para mis adentros al ver que me está mirando, como si esperara una reacción por mi parte. Me decidí por un asentimiento distraído, esperando a ver si dice algo más que me de alguna pista acerca del tema de conversación. Me observó, y rió entre dientes.
"No has escuchado ni una sola palabra, ¿verdad?"
Me encogí de hombros y esbocé una sonrisa de disculpa. Él la aceptó, sonriendo a su vez.
"No te retendré más. Ya veo que estás deseando volver con tu familia", comentó, poniéndose en pie.
Lo imité de inmediato, impaciente por reducir al máximo las fórmulas corteses de despedida. Le tendí la mano y él la estrechó con una sonrisa burlona.
"Lo siento", me disculpé en tono ligero. "Tu hospitalidad me es muy grata, amigo, pero ya conoces a mis hermanos de clan. Nunca se sabe que pueden estar haciendo. No se les puede dejar solos ni un minuto"
"Oh, tengo una idea bastante aproximada de lo que han estado haciendo", se burló. "Y tú también, o no tendrías tanta prisa por regresar"
Ha dado en la diana, y ambos lo sabemos, así que me limité a responderle con un gruñido molesto. Malachy volvió a celebrar mi enfado con una alegre carcajada.
"Nos mantendremos en contacto", aseguré. "Mientras tanto... Haz caso de tus intuiciones, Mal. Y avísanos de cualquier cosa, por absurda que te parezca"
"Así lo haré, amigo", aseguró, acompañándome a la entrada principal.
Apenas habíamos llegado a la puerta, cuando escuché unos pasos apresurados en el piso superior. Malachy suspiró con resignación, mientras yo aprovechaba mi turno para reír. Un segundo después, un torbellino en forma de mujer se detenía ante nosotros.
"¿Te marchabas sin despedirte?", protestó Mimí, con el más seductor de sus mohines. "Esperaba que te quedaras el menos esta noche"
"Y sin duda tú convertirías esa estancia en un auténtico placer, mi dama", respondí, siguiéndole el juego del cortejo.
Mimí es muy de mi agrado, y no sólo por la innegable atracción física que su cuerpo voluptuoso y aniñado despierta en mí. Al igual que Malachy, su aspecto dice muy poco de la magnífica criatura que es en su interior. Valiente y leal hasta la locura, casi tanto como la propia Nadya. Inteligente, divertida, asombrosamente lasciva... Y mejor guerrero que muchos hombres mayores y más entrenados que ella. Cualquier hombre, le gusten o no ese tipo de mujeres morenas y pequeñas, de formas generosas y rostro de muñeca, debe reconocer que el espectáculo de verla luchar es absolutamente fascinante, capaz de enardecer el ánimo de criaturas mucho menos fogosas que yo.
"Pero aún así, te marchas ya"
"Así es", sonreí. Ambos sabemos que ninguno de nosotros romperá las reglas del juego, que mantienen nuestro galanteo en un plano puramente platónico hasta que Nadya decida lo contrario.
"Algún día tendremos que hablar muy en serio con Nadya, Malachy", replicó, fingiéndose ofendida.
"Eso si que sería un auténtico placer, querida", replicó Malachy. Ella le dedicó una mueca de infantil reproche que me arrancó una breve carcajada.
"La sangre está abandonando tu cabeza, Mal. En cuanto se vaya Tadeo, es mejor que vayas a cazar", gruñó.
"Tenía otros planes para esa sangre, querida"
"Pues olvídalos. Tengo mucho trabajo", replicó Mimí. "Aún no he podido mirar lo que me ha mandado Nadya"
"Lo había olvidado", murmuró Malachy, a todas luces asombrado de su falta de memoria.
Me miró brevemente, y la mueca irritada e incómoda volvió a su rostro.
"Por si fuera poco todo lo que está sucediendo, también tenemos que preocuparnos de ese estúpido niñato recién transformado", susurró velozmente en mi dirección. "Me importa muy poco lo que Leo y Lyosha hayan pactado. Si está intentando contactar con un mortal, le arrancaré las entrañas. Puedes decírselo de mi parte"
Lo tranquilicé, asintiendo con serenidad. Si las sospechas de Mal y Mimí se confirman, mis hermanos serán los primeros en aprobar su decisión. Cuando pactaron con el padre mortal de Maurice, ya le advirtieron que cualquier intento de comunicación entre ellos terminaría con la vida del neófito. Y aunque me sorprendería mucho que el viejo perro se arriesgara a responder a cualquier correo o llamada de su hijo, ya he comprobado en miles de ocasiones que la estupidez de los humanos supera con creces mi capacidad de asombro.
"Esperemos que se trate de otra cosa. Pero de no ser así, puedes estar seguro de que mis hermanos ni pestañearán al saber que has acabado con él"
"Yo misma acabaré con él. Y me encantará hacerlo", gruñó Mimí, con el rostro embellecido por la ira.
Magnífica.
Malachy debió pensar lo mismo que yo, ya que sonrió y la estrechó contra su pecho. Ella se acurrucó entre sus brazos, devolviéndole el abrazo en actitud de evidente intimidad. Eso incrementó aún más mis deseos de volver a mi hogar cuanto antes. Murmuré una distraída fórmula de despedida, y salí sin más preámbulos. Entré en mi coche y aceleré, haciendo rugir su poderoso motor mientras lo encaminaba rumbo a casa.
Conduje en un estado peligrosamente cercano a la irritación hasta que tomé la entrada de la autopista. Ahora que sé que apenas me queda un puñado de horas de camino para volver a casa, el mal humor está dejando paso a una alegría expectante.
La noche está bien entrada, no hay demasiado tráfico en dirección a Alaska, y apenas necesito concentrarme en la carretera, así que aceleré al máximo, dispuesto a regresar cuanto antes. Los cuatrocientos cincuenta caballos de mi Masserati respondieron con el gruñido feliz de una fiera salvaje que recupera su libertad, y mi mente comenzó a vagar en círculos por mis recuerdos, obligándome a reconocer que yo también me siento feliz.
Felicidad. Una palabra que jamás creí que podría volver a pronunciar referida a mi mismo. Ha habido momentos, por supuesto. Ha habido épocas, breves retazos de un estado de ánimo que muchos consideran lo habitual, o al menos lo deseable. Una meta a alcanzar. Pero no yo. Desde que nací a esta vida hace más de doce siglos, decidido a sobrevivir, tuve que aprender a redefinir la felicidad como la ausencia de dolor, no como un concepto con valor propio, explicado en sí mismo. Y dolor ha habido mucho. Demasiado. Pero todo eso quedó atrás. Aunque pierda lo que hoy tengo – y tarde o temprano lo perderé – no podré volver a conformarme con menos. Ya no volveré a ser jamás el hombre que fui. He cambiado. Ellos me han cambiado, y eso es algo que siempre creí imposible. Algo por lo que siempre les estaré agradecido. Por lo que siempre estaré en deuda con ellos.
Aún no había llegado a la veintena cuando Menelao me encontró, pero en esos tiempos yo ya era un hombre. Tenía un oficio que amaba, comida en mi mesa y mujeres en mi cama. Era afortunado... y despreocupado. El mañana no significaba nada para mí. Apenas era un concepto abstracto, un tema para mis canciones. Y entonces, él vino a mí. Sin mediar palabra, sin darme una sola oportunidad, un atisbo de libre albedrío, me tomó. Clavó sus dientes en mí y me convirtió en lo que ahora soy. Cuando desperté del último sueño que iba a disfrutar jamás, agónico y terrible, su rostro fue lo primero que vieron mis ojos. Y lo amé ¿Cómo no iba a amarlo? Era más hermoso que la luz de la luna reflejada en un estanque, más radiante que el sol. Su voz llegaba a mí como un coro de ángeles celestiales, y por un segundo de éxtasis místico creí estar contemplando la mismísima faz de Dios. Desde ese instante, él fue para mí más que mi mentor, más que mi padre o mi amante, más que la luz o el aire. Menelao lo era todo. Guió mis primeros pasos vacilantes en este nuestro mundo con mano firme, que yo creía amable. Me habló de responsabilidad, de honor y de valor. Me habló de lealtad y compromiso. Me ayudó a aceptar lo que él llamaba mi destino, y lo acepté, dispuesto a ser el mejor pupilo, el mejor hijo, el mejor cazador. Y lo acepté porque lo amaba. Hasta el mismísimo diablo sabe cuánto lo amaba. Me esforcé en ser lo que él esperaba de mí, en no decepcionarlo jamás. En controlar mi sed, en aprender mi nuevo oficio, en ser para él la mayor fuente de orgullo y alegría. Una sola sonrisa suya, una sola mirada de aprobación me convertían en la criatura más feliz de la tierra. Y no era fácil conseguir la aprobación de Menelao. Siempre fue duro, exigente. Y aún hoy, con el paso de los años, con todo el dolor que me causó, enterrado a buen recaudo en algún lugar de mi corazón muerto, me cuesta reconocer, aún ante mí mismo la razón. Yo no era para él ni una parte infinitamente pequeña de lo que él era para mí. Mi amado mentor, la razón de mi existencia, era – y es – frío e insensible. Incapaz de amar, aunque muy capaz de fingir amor. Y con qué efectividad lo fingió. Aún ahora, mil años después, y a pesar de todas las pruebas que he tenido de lo contrario, creo que en algún momento él me amó sinceramente. Que había verdad en sus abrazos y sus caricias. Él tuvo que amarme, porque un amor como el que yo sentía por él, no puede quedar sin su justa correspondencia. Y aún así me arrancó de su lado, acabando con total impasividad con una parte de mí, destrozándome, sin que llegara a importarle. Matándome, al fin y al cabo, porque eso fue lo que hizo. Matarme. El día que me echó de su casa y de su vida, el hombre que yo era murió una vez más, y quien soy ahora es otro hombre, renacido a sangre y agonía.
Todo lo que yo había hecho por complacerle se había vuelto contra mí. Ahora me odia, y me odiará para siempre. Y me maldigo un día y otro, porque aún me duelo por ello.
Mis dientes rechinaron a medida que los recuerdos se escapaban de lo más profundo de mi subconsciente y vuelven a mí. Respiré profundamente, sintiendo como el innecesario aire llena mis pulmones y serena mi cuerpo en un acto absurdo, inútil, pero firmemente arraigado en él como un instinto atávico heredado de mi pasado como mortal. Quise alejar los recuerdos, encerrarlos de nuevo, pero sé bien que es necesario recordar. Si no te enfrentas a tu dolor, jamás puedes superarlo, y yo necesito superarlo. Hasta hora, no había querido hacer frente a esa época. Sin una tabla de salvación, traer a mí de nuevo todo ese tormento, me hundiría para siempre. Pero ahora, me siento capaz. Mi familia me da fuerza para hacerlo. Mis hermanos pueden salvarme. Ella puede salvarme. Mi Nadya, mi amor. Jamás había amado así. Ni Valeria, mi Milena... Ni tan siquiera Menelao ha sido para mí lo que Nadya es en mi corazón. Con ella he sabido por fin lo que es ser amado. Sin exigencias, sin falsas expectativas. Con total aceptación. Sólo por ser quien soy, sin pedir nada a cambio. Lo que siempre supe que era el amor, y que por culpa de mi vida, de mi experiencia había llegado a olvidar.
Es por ella que hoy estoy aquí. Por ella que sigo luchando. Por ella que he vuelto al mundo que me ha visto nacer dos veces. Si no fuera por Nadya, ahora estaría en el otro plano, olvidando mi vida, viviendo una falsa imitación de la verdadera existencia, renaciendo una y otra vez para que mi fuerza vital sirviera de alimento a las criaturas que habitan la otra realidad. Qué cerca estuve. Cuando el Samedí me propuso permanecer en el otro plano y luchar con los suyos, me sentí tentado. Muy tentado. Dejar esta vida, dejar mi dolor. Olvidar un mundo que no me ha ofrecido más que sufrimiento, y convertirme en el rey del Otro Lado. Volver a ser el hombre que un día fui, olvidarme de esta vida, olvidarme de más de un milenio de luchas y agonía... Olvidar que en la Tierra, realmente existen los monstruos y que yo fui uno de ellos. Volver a respirar, a disfrutar de la comida, del sueño y de los placeres de una vida mortal. Y con ello libraría también a mis hermanos y hermanas de casta de la maldición de los brujos. Ningún joven tendría que volver jamás a arriesgarse a beber la sangre de un brujo y morir por el poder de las visiones. Mi casta desaparecería, y yo con ella, pasando a las leyendas. Siendo para siempre jamás el vampiro que terminó con los brujos. Conseguir una nueva inmortalidad, de alguna forma.
Tentador, muy tentador. Aún sabiendo en lo más profundo de mi ser que lo que se me ofrecía era una manzana envenenada, dudé. Deseé creer en el Samedí. Deseé abrazar su ofrecimiento, dejarme seducir por él. Hasta que Nadya me despertó del sueño. Hasta que mi pequeña, mi amadísima Nadya juró amarme. Hasta que me pidió que volviera a nuestro mundo y rehiciera mi camino junto a ella. Cuando la vi, con sus ojos arrasados en unas lágrimas que jamás derramará en nuestro plano real, cuando se dirigió a mí, aún estrechando entre sus brazos el cuerpo casi sin vida de Lyosha, supe que no podía renunciar a su compañía. Creí también que declaraba en alto ese amor sólo para convencerme de que regresara, pero eso fue suficiente para mí. Sé lo mucho que ama Nadya a mis hermanos de clan. Para ella son su vida, su destino. Son algo más que su amor. Son una parte de ella, inseparable, irrenunciable. Y pensé que sólo el sacrificio de declarar un amor que no sentía frente a sus dos auténticos amores, era suficiente para hacerme volver. Si era capaz de decir en voz alta ante ellos cualquier cosa para hacerme regresar, al menos es que le importaba. Aunque estaba seguro de que no me amaba. ¿Cómo iba a amarme? Todo el amor de este universo lo ha absorbido y derramado sobre Leo y Lyosha, era imposible que quedara siquiera una pizca para mí. Pero le importaba. Le importaba más de lo que jamás le había importado a nadie. Realmente deseaba tenerme en su mundo, deseaba que no desapareciera, deseaba no perderme, perder mi compañía, mi amistad, y mi callada adoración. Y regresé por eso. Porque por fin había alguien en el mundo capaz de sacrificarse por mí.
Mi sorpresa llegó cuando quise agradecerle su sacrificio, y descubrí que había sido sincera. Realmente quería que la convirtiera en mi compañera, y Leo y Lyosha ya habían preparado un plan para hacerlo posible. Ambos sabemos que nuestro amor no durará siempre. Que la eternidad no es para nosotros, como lo es para ella y los que ahora son mis hermanos de clan. Pero mientras dure, seré el hombre más feliz de la Tierra. Y cuando termine, siempre podré atesorar esa felicidad para seguir con mi camino en paz.
¿Quién me lo iba a decir hace poco más de seis meses cuando la conocí en el refugio de Milton? Mi único objetivo entonces era visitar a unos amigos y ponerlos al corriente de las visiones que había recibido y que hacían referencia a ellos. Cumplir con mi trabajo, y seguir mi camino como siempre había hecho. Y en lugar de ello, aquí estoy, forzando el motor de mi coche hasta casi reventarlo con la esperanza de arrancarle unos segundos al tiempo para reunirme cuanto antes con la familia que jamás soñé tener.
El molesto timbrazo del teléfono me arrancó de mis recuerdos, consiguiendo que dejara escapar un gruñido irritado. Odio esos malditos aparatos, pero desde que empezó nuestra búsqueda de los Samedís, estar permanentemente localizables se ha convertido en una de nuestras prioridades. Si cualquiera de las muchas pistas que surgen día tras día resulta ser correcta, unos minutos, unas horas intentando dar con nosotros pueden marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso, y ni mis hermanos ni yo estamos acostumbrados a fracasar. Con un suspiro de resignación, pulsé el botón adecuado en el volante, y espeté un impaciente saludo. La risa suave de Lyosha celebró mi irritación.
"Apenas llevas dos días fuera, y ya se te ha agriado el carácter", se burló.
"Mi carácter nunca ha sido gran cosa", mascullé, provocando de nuevo su risa.
"Estás de regreso", intervino Leo. No es una pregunta. Ambos sabemos que puede oír el motor de mi coche con tanta claridad como lo oigo yo mismo. "¿Otra falsa alarma?"
"Otra falsa alarma", confirmé.
"Lástima", murmuró Lyosha. "Lo de Ecuador también ha resultado ser un fiasco"
"Déjame adivinar. Se trataba de Goblins, ¿verdad?"
"Feos como demonios y hediondos como el infierno", rió Leo. "Creo que tu cazador no está de muy buen humor"
"No me da ninguna pena. Se lo advertí, pero prefirió confiar en su instinto antes que en mi experiencia. Le está muy bien empleado", sonreí. "¿Alguna otra novedad?"
"Por eso te llamábamos. Los elfos quieren hablar con nosotros mañana al anochecer. Pero estarás aquí mucho antes"
"Naturalmente, no sabéis lo que quieren decirnos"
"Naturalmente", confirmó Lyosha, demostrando el mismo mal humor en su tono de voz que el que había mostrado yo en el mío. Los misterios de los malditos orejotas, ponen a cualquiera al borde de un ataque de nervios.
"Estaré ahí en unas cinco horas"
"Tampoco hace falta que te des tanta prisa. Encontraremos el modo de entretenernos en tu ausencia", replicó Leo, en un tono malicioso que no dejaba lugar a dudas.
Intenté reprimir el gruñido que él esperaba en respuesta a su malintencionada pulla, pero fui incapaz. Su hermano y él celebraron mi respuesta con una carcajada lasciva, antes de colgar el teléfono, dejándome con la palabra en la boca. Sacudí la cabeza, sonriendo a mi pesar. Localizar a los Samedís y devolverlos a su mundo está resultando ser una tarea más larga y más pesada de lo que podíamos imaginar cuando nos la propusieron los Olvidados a cambio de nublar la memoria de los brujos y de no volver a pactar con ellos, pero el buen humor de mis hermanos de clan la hace mucho más llevadera. Siempre he apreciado a Leo y Lyosha. Antes por separado, y ahora como familia. Siempre han sido grandes amigos, grandes guerreros y grandes hombres, dignos de afecto y confianza. Y ahora que su clan es hermano del mío, y su compañera también es la mía, ese afecto se ha convertido en un amor incondicional, sólo comparable al que siento por Nadya. Una vez más el deseo de regresar al hogar me sacudió con fuerza. Cambié de marcha, y clavé el pie en el acelerador, lanzando mi coche a velocidad endemoniada rumbo a casa.
La noche había dejado paso a la mañana cuando enfilé la recta que lleva a nuestros terrenos. Reduje la velocidad, esperando encontrar la reja cerrada, pero alguien de la casa ya ha escuchado el sonido de mi vehículo y me ha franqueado el paso. En cuanto atravesé la entrada, vi que se trataba de Ángelo. Un detalle curioso, al que no le di importancia. Seguramente ha reconocido el rugido del motor de mi Masserati, y ha venido a saludarme. Después de que Leo consiguiera por fin volvernos a unir muchos años después de la terrible pelea que tuvimos tras la muerte de Valeria, y que condujo a nuestra separación, mi antiguo hermano y yo volvemos a disfrutar de una buena relación. Ángelo y yo siempre nos hemos amado, y sólo el sentimiento de culpa, y nuestra propia testarudez nos mantuvo distanciados tanto tiempo. Por fortuna, Leo cuida de Gelo como si aún necesitara de su protección, y es aún más cabezota que nosotros.
Salí del coche, agradeciendo estirar las piernas por fin. Pronto necesitaré volver a alimentarme. Empiezo a estar sediento, y la inmovilidad no ayuda en nada a mantener mis instintos de cazador a raya.
"Tus ojos parecen dos luciérnagas, Tadeo. Debiste hacer un alto en la ciudad antes de venir", soltó Gelo a modo de saludo, como si hubiera seguido el curso de mis pensamientos.
"Tenía mucha prisa por regresar, ¿no es así, mi querido hermano de clan?", resonó con divertida ironía la voz de Lyosha a mis espaldas.
Me volví para encararlos, mientras a mi espalda Ángelo desaparece en dirección a la mansión. Leo lo ha entrenado bien, que duda cabe. Aunque solo vayamos a mantener una conversación informal, tiene la deferencia de dejarnos a solas. Es curioso, no recordaba que fuera tan cuidadoso con ese tipo de detalles. Aparqué el asunto, concentrándome en mis hermanos de clan, que se aproximan caminando sin prisa por el camino principal. Cruzaron una mirada, y sonrieron apenas, volviendo de nuevo sus ojos hacia mí. Cualquiera podría pensar que la efectiva comunicación silenciosa que suelen mantener entre ellos se debe a la habilidad de lectura mental de Lyosha y a la capacidad innata de Leo para hablar a la mente de los lectores. Yo mismo lo pensé durante un tiempo, pero al convivir con ellos me he dado cuenta de que su compenetración va mucho más allá de unas cuantas palabras susurradas mentalmente. Cada uno de los hermanos es capaz de interpretar el más leve gesto, la más ligera alteración en el ánimo del otro como si de sí mismo se tratara. El vínculo que comparten es tan fuerte, que casi no necesitan de las palabras para comunicarse. Están tan perfectamente sincronizados, y son tan similares en lo importante, en lo que hace a un hombre ser como es, como diferentes son en apariencia.
Mi hermano de clan eslavo es equilibrado y ecuánime. Mucho más que la media de nuestra especie, aunque debo reconocer que eso no es decir demasiado. Su expresión es serena, sabia, y todo en su forma de moverse y hablar hace pensar en un hombre sensato, controlado y prudente. Su risa es un regalo que obsequia a quien le agrada, y su sentido del humor una grata sorpresa para quienes consiguen superar su fachada de estudiada seriedad. Leo sin embargo, es latino hasta la médula. Su rostro muestra siempre la sombra de una sonrisa burlona, y sus gestos son impacientes, nerviosos, como si siempre estuviera a punto de saltar de su asiento, o de echar a correr en un momento. Al contrario que su reflexivo hermano, siempre dice lo primero que nace en su condenada lengua, sin importarle un infierno a quien pueda ofender con sus palabras. Es deslenguado, pendenciero y temerario, y su repertorio de chanzas y burlas maliciosas e impertinentes, casi inacabable.
En lo físico también parecen complementarse como el Ying y el Yang. Ambos son altos y fuertes, sin duda – Lyosha sobrepasa los dos metros, y Leo es apenas un par de centímetros más bajo - , pero ahí termina el parecido. Lyosha es más atezado de lo habitual en nuestra especie, los cabellos que casi acarician sus hombros son negros como el ala de un cuervo y sus ojos de un dorado verdoso casi irreal, están ornados por unas pestañas oscuras, largas y espesas. Sus rasgos son maduros, adultos, arrebatadoramente masculinos. Es un hombre increíblemente apuesto, con un atractivo varonil y recio que habla de fuerza, de vigor y virilidad. Su hermano en cambio es más hermoso que atractivo. Tan absolutamente hermoso y deslumbrante como una estatua de Adonis encarnada. No hay la más mínima asimetría o imperfección en sus rasgos. Nariz recta, bien proporcionada; boca generosa y plena; Grandes ojos de un azul casi transparente, y una bellísima cabellera de un rubio dorado, que siempre lleva demasiado larga y despeinada.
Rubio y moreno. Callado y lenguaraz. Prudente e impulsivo. Tantos contrastes en apariencia, y sin embargo, tan parecidos en lo verdaderamente importante como si de un solo hombre se tratara. Lyosha esconde bajo la fachada de seriedad un diablo malicioso y mujeriego, con una lengua tan afilada como la de su hermano, y Leo oculta bajo su disfraz de deslenguado irresponsable un cerebro tan agudo y ágil como el de Lyosha. Ambos comparten también la misma forma de ver la vida, de entender el honor y la responsabilidad, el amor y el compromiso. Y ambos son dos guerreros capaces de acabar con un ejército sin siquiera despeinarse. Si creyera en el alma, pensaría que ambos encierran una sola en dos cuerpos, y que toda su vida han estado esperando el momento de reunirse, y sentirse completos por fin. Y Nadya es el pegamento, la cola que mantiene cohesionado ese todo, que da coherencia al conjunto. Y que consigue mantenerme unido también a mí a ese pequeño universo que hasta que llegué había sido sólo de los tres.
Se detuvieron a dos pasos de mí, con esa actitud de indiferente seguridad que también puedo reconocer en mi mismo. Los tres somos lo que nuestro amigo mortal, Milton, definiría como machos dominantes. Se deja ver en nuestra forma de movernos, en nuestro modo de mantenernos serenos pero alerta, en la manera en que inconscientemente parecemos ocupar todo el espacio disponible sin que nadie se atreva a disputarnos ese derecho.
"No parece que haya llegado demasiado pronto", señalé. "Creí que os encontraría más ocupados ¿Perdéis facultades?"
Me respondieron con un bufido despreciativo.
"Nadya ha ido a llevar a Andy con los elfos", aclaró Lyosha.
Asentí. El pequeño Andy necesita relacionarse con otros cachorros, y los únicos seres de su edad emocional con los que puede tener contacto son los elfos. Son los únicos que pueden compartir el secreto milagroso de su existencia, ya que Andros es el primer – y hasta ahora único – nacido de una hembra de los nuestros.
Eso sería suficiente para no permitirle tener contacto con ninguna otra especie hasta que pueda pasar por un transformado, pero hay más motivos para llevarlo con los elfos. No solo son los únicos capaces de guardar el secreto. Son los únicos capaces de controlarlo. Porque Andros no sólo es el primer vampiro nato. También es una de las criaturas más traviesas e incontrolables que la Naturaleza ha tenido a bien poner sobre la faz de la Tierra.
"Pasará la noche con ellos", sonrió Lyosha. "Al parecer se ha hecho muy amigo de una de sus hembras. Un cachorro más o menos de su edad.
"¿Seis meses?", pregunté con una sonrisa irónica.
Ellos se encogieron de hombros por toda respuesta. El crecimiento de Andy es sorprendentemente acelerado. En apenas seis meses ya se ha desarrollado hasta alcanzar el tamaño y las habilidades de una cría humana de cuatro o cinco años. Los elfos son un poco más lentos, aunque no mucho más. Su nueva amiga tendrá más o menos un año, calculé.
"A mi también me han enloquecido siempre las hembras mayores que yo", rió Leo.
"A ti siempre te han enloquecido las hembras, y punto", replicó Lyosha en un tono falsamente cortante. Leo se limitó a encogerse de hombros una vez más, alegremente.
"¿Tardará mucho en volver?", los interrumpí. Si les permito continuar, pasarán horas lanzándose pullas. Su mutua competitividad sólo es comparable al amor que sienten el uno por el otro.
"Dudo que te de tiempo a ir a la ciudad y volver, si eso es lo que estás pensando", respondió Leo. "Pero si necesitas marchar, es mejor que lo hagas cuanto antes. Aún tenemos que tratar un par de cosas contigo. No nos llevará mucho tiempo, pero..."
"Esperaré", concluí, provocando dos sonrisas irónicas. Ambos saben que ardo en deseos de volver a ver a Nadya, a pesar de que apenas hace dos días que me despedí de ella en ese mismo lugar.
"Cómo no", replicó Lyosha con una sonrisa burlona, abriendo la marcha hacia la mansión.
"Debería ir antes a mi casa", sugerí.
"Tranquilo. Nadya ha conseguido una tregua entre tus jóvenes cazadores. No durará mucho, pero al menos te darán un par de días de tranquilidad", comentó Leo.
"¿En serio?", pregunté, sinceramente sorprendido. "Esa mujer nuestra es capaz de hacer milagros"
"Y ha hecho un par de ellos realmente gratos en tu ausencia, amigo", sonrió Leo, con un guiño lascivo hacia Lyosha.
"Ya lo creo. Una pena que te lo perdieras", comentó Lyosha, devolviéndole el guiño.
"Si, estoy seguro que lo lamentáis profundamente", mascullé de mal humor, aún a sabiendas de que esa es exactamente la reacción que estaban esperando.
Dejé que se acomodaran junto al fuego, y después tomé asiento frente a ellos, acercando mi butaca favorita. En mi casa, soy yo el primero en acercarse al calor del hogar, pero estos son sus dominios, y por mucho que nuestros clanes estén hermanados, y compartamos la misma compañera, la cortesía me empuja a respetar la tradición en ese punto. Ellos hacen lo mismo por mí cuando nos reunimos en mi salón. Los observé, esperando que empezaran a hablar, pero ellos volvieron a cruzar una de esas frecuentes miradas de entendimiento. Algo no va bien. Sus actitudes parecen relajadas y tranquilas, pero algo no va bien. Lo siento hasta en los huesos.
"¿Vais a decirme de una maldita vez que demonios ocurre, o tendré que esperar a que salga publicado en los periódicos?", los insté, sin poder reprimir la irritación en mi voz.
"Ojala pudiéramos decírtelo", rezongó Lyosha. "Pero no sabemos lo que ocurre", añadió, lanzándole una mirada acusadora a Leo.
"¡Lo he intentado!", exclamó el aludido.
"¿Has tenido una intuición?", pregunté, interrumpiéndolos una vez más.
"Algo parecido a una intuición. Podríamos llamarlo una intuición si fuera capaz de..."
"¡Déjalo de una maldita vez!", rugió Leo, levantándose como impulsado por un muelle. "He estado trabajando en este estúpido don para manteneros contentos. Pero ahora es más fuerte, y no puedo controlarlo. No puedo controlarlo, malditos sean los elfos y sus malditos regalos envenenados", terminó, dejándose caer de nuevo en la silla, con expresión derrotada.
Esta vez fuimos Lyosha y yo quienes cruzamos una mirada de entendimiento. Cuando regresamos de nuestro viaje al otro lado, los elfos nos aseguraron que desarrollaríamos en un período de tiempo breve los poderes mentales que acaban por aparecer en todos nosotros con el paso de los siglos. Lyosha empieza a controlar su recién adquirida capacidad para cerrar su mente a la inacabable cháchara mental de los mortales, yo percibo con mayor intensidad la proximidad de los brujos, Nadya parece haber desarrollado una fuerte conexión emocional con Andros, que va mucho más allá de la unión de una madre con su hijo, y Leo... Leo que ansiaba poder compartir con su hermano la conexión mental y privada con Nadya, Leo que deseaba más que ninguna otra cosa en este mundo poder leer la mente de su compañera, sólo ha conseguido intensificar el alcance de sus corazonadas. Para cualquier otro hombre, el don de recibir intuiciones exactas, de no equivocarse jamás al seguir su instinto, sería un gran regalo, pero para mi hermano de clan supone casi una broma pesada. Los elfos le han dicho una y mil veces que eso no significa necesariamente que no vaya a desarrollar su tan ansiada capacidad para leer los pensamientos. Su habilidad innata para hablar a la mente de los lectores parece indicar que es una posibilidad nada desdeñable, y eso lo tranquilizó por un tiempo. Pero los meses pasan, las cosas siguen igual, y Leo no es precisamente el más paciente de los hombres. Aún así, quizá empujado por la insistencia de Lyosha, o quizá porque finalmente ha tenido que rendirse a la evidencia, y reconocer que su don resulta práctico, ha dejado la actitud infantil e inmadura que mantuvo en un principio, y se ha esforzado por comprender y perfeccionar su capacidad, pero esta se hace más y más fuerte, y a menudo escapa a su control, enfureciéndolo. La impotencia siempre nos enfurece, y en este caso, mucho más, ya que incluso el propio Leo es consciente de que si se hubiera molestado en trabajar en su don desde un principio, ahora le resultaría mucho más sencillo dominarlo. Y por otra parte, aún sigue molestándole trabajar en algo que no es sino una fuente de frustración para él. Que no hace más que recordarle lo que pudo haber sido y no es. Que le obliga una y otra vez a enfrentarse al hecho de que una parte de él siempre envidiará la conexión que su hermano tiene con Nadya, y lo mucho que se odia a si mismo por esa envidia, por muy comprensiva que su familia se muestre con ese sentimiento.
Lyosha suspiró y posó una mano en el hombro de su hermano, a modo de disculpa, y de gesto de ánimo. Un gesto que Leo agradeció con una sonrisa apagada, aceptando sus veladas excusas con ecuanimidad.
Y mientras tanto, mi cabeza se está convirtiendo en un hervidero de actividad. Por extraño que parezca, la provocación de Lyosha me ha preocupado mucho más que cualquier intuición que haya podido tener Leo. Suele ser muy cuidadoso con todo lo que se refiere al don de su hermano, y sólo cuando está extraordinariamente preocupado o furioso le echa en cara su falta de previsión.
"Lo siento", murmuró, genuinamente arrepentido.
"No lo sientas. Tienes toda la razón", masculló Leo. "Disculpadme vosotros por el arrebato"
"Por lo que a mi respecta, ambas reacciones están justificadas. Sin sangre, no hay delito", concluí, esbozando una sonrisa de ánimo. Ambos me devolvieron la sonrisa, dejando que el incidente se perdiera en el momento de camaradería. "Pero debo insistir, ¿es tan preocupante lo que sientes?"
"Es incómodo", replicó Leo, intentando concentrarse. "Va a ocurrir algo, lo sé. Algo muy grave, algo muy grande. Y como comprenderás, el misterioso reclamo de los elfos no ha ayudado mucho"
Sus palabras trajeron a mi memoria la conversación con Malachy, y fui consciente un segundo demasiado tarde de que había fruncido el ceño, tras un levísimo sobresalto. Por supuesto, no se les escapó mi gesto.
"¿Ocurre algo?", inquirió Lyosha.
"Malachy. Él me ha dicho algo muy parecido antes de despedirnos. Tiene un mal presentimiento"
"Eso empeora las cosas", murmuró Lyosha pensativamente.
"Esperemos a mañana. Quizá los elfos tengan la respuesta", intervino Leo con un ligerísimo deje de inquietud en su voz, que no pasó desapercibido a mis bien entrenados oídos.
"Quizá", susurró de nuevo Lyosha en el mismo tono pensativo. Finalmente pareció tomar una decisión repentina.
"Tenías razón, por supuesto", comentó, haciendo referencia a una conversación que ha tenido lugar antes de que yo llegara. "No podemos decirle nada a Nadya. De lo contrario, intentará invocar una visión, y todos sabemos lo que pasó la última vez"
Si, todos lo sabemos. Nadya había intentado por su cuenta y riesgo intentar localizar a los Samedís recurriendo a sus visiones, escondiéndose de todos nosotros, internándose en el bosque. Y la encontramos horas después, agotada, casi rendida, consumida hasta la última gota de sus reservas de energía, tendida en el suelo, esperando a que la buscáramos y la localizáramos como sabía que ocurriría. A cualquier otra mujer eso la disuadiría de repetir la experiencia, pero no a ella. Si cree que puede ayudar, si con eso puede darnos una respuesta, lo hará sin detenerse a considerar las consecuencias, confiando ciegamente en nuestra capacidad para ayudarla si es necesario. Es la mujer más testaruda, irresponsable e insensata que jamás ha compartido mi cama. Pero también la más leal, la más valiente y la más audaz.
Mientras pensaba en ella, sentí su presencia, su increíble aroma con tal fuerza que creí estar teniendo una alucinación durante un brevísimo instante, hasta que caí en la cuenta de que se trata realmente de Nadya, aproximándose a la mansión desde el camino del bosque. Los tres sonreímos casi sin darnos cuenta y nos pusimos en pie para recibirla. Un par de segundos después, entraba por la puerta como un vendaval.
