Hola, apuesto a que algunos de ustedes pensaron que no me volverían a ver por aquí, como no he actualizado Penumbra, pero aquí estoy, solo estoy un poco liada con la trama de ese fic, pero he escrito algunas otras cosas mientras la inspiración regresa, ahora les traigo un fic que originalmente iba a ser un one-shot pero que se volvió demasiado largo así que lo he dividido en dos para que no se les haga pesado. Espero que les guste.
Ya saben, esto lo hago solo para divertirme no lucro con ello ya que todos los personajes pertenecen a J.K. Rowling o en su defecto a Warner Bros, a mi solo me pertenece la historia.
Ahora si, a lo que vinieron:
ESTÚPIDOS
Parte I
I
¡ESTÚPIDO QUIDDITCH!
Estúpido e inepto pelirrojo que realmente había creído que ella querría que le pidiera matrimonio a mitad de un partido de los Chudley Cannons.
No era un secreto para nadie que la heroína de guerra Hermione Granger detestaba el quidditch.
Aunque su prometido fuera fanático hasta el tuétano, aunque sus mejores amigos Ginny Weasley y Harry Potter fueran tan buenos que podrían jugar en las nacionales sin problema, ella lo odiaba.
Aunque el verdadero problema de trasfondo no fuera el juego en si, sí, le parecía una estupidez que catorce personas cuerdas se montaran en sus escobas y se pelearan en el aire por atrapar o evitar ser atrapados por unas cuantas pelotas, pero ¡caray, así es el mundo! Unos juegan quidditch, otros leen libros o inventan hechizos, no, el verdadero problema era lo que provocaba el quidditch.
Para comenzar que Harry y Ginny se enfrascaran en interminables discusiones sobre el asunto que no terminaban jamás y que dejaban a Hermione fuera de la conversación. Y, en Ronald, pues que se embobara, y viera de manera fija el partido con la boca abierta, la saliva a punto de escurrir y los ojos vidriosos por no parpadear apenas.
Así que dado que el mundo entero sabía que a Hermione Granger no le gustaba el quidditch ¿por qué demonios Ronald le había propuesto matrimonio durante el medio tiempo de aquel partido?
No lo sabía, pero tal vez por juventud o inexperiencia no le importó, lo vio como un gesto de amor de parte del pelirrojo.
Aceptó, agradeció y sonrió a todas las cámaras, al día siguiente los titulares de cada periódico y revista mágicos del Reino Unido gritaban a los cuatro vientos ¡Héroes Comprometidos!
Mientras Hermione sonreía debatiéndose entre la felicidad de casarse y la incongruencia de que se lo pidieran en un partido de quidditch. ¡Estúpido quidditch!
II
¡ESTÚPIDOS WEASLEYS!
Miró en derredor de nuevo, estaba rodeada por el clan Weasley en pleno, Molly, Arthur, Fred, Angelina, Bill, Fleur, Harry (que entraba dentro del clan por estar casado con Ginny), Ginny, Percy, Audrey, y Charlie. Hacía una semana que estaban casados, hacía dos días habían regresado de la luna de miel de cinco días por Noruega, un país increíble, maravilloso, plagado de una historia sorprendente, una mitología atrapante y, obviamente, sede de la copa mundial de quidditch. Luego de volver la familia estaba encantada de verlos, por lo que Molly había organizado una pequeña comida y la estirpe Weasley por entero se había reunido para saber todos los pormenores del viaje.
Todo eso estaba muy bien, de lujo, todos charlaban alegremente, sobre quidditch, Hermione guardaba un educado silencio, su madre siempre había dicho, "si no tienes nada bueno que decir mejor no digas nada", por lo cual ella estaba callada.
Ron se divertía de lo lindo recreando para todos cada una de las jugadas del mundial, Hermione mientras tanto hervía y se mordía los labios pues tenía una buena respuesta a cada una de las afirmaciones del pelirrojo.
—Cuando salimos de la boda nos fuimos directamente a la colina y nos desaparecimos —comenzó Ronald.
"Y caminamos y caminamos" pensó Hermione, la había llevado caminando durante tres cuartos de hora hasta la colina entre piedras y matojos, sin tomar en cuenta que ella había pasado el día entero en tacones de doce centímetros durante la boda.
—Llegamos directamente al campo en donde acampamos hasta que comenzó el mundial.
"Así es" se dijo a si misma Hermione, nada de viajes, nada de romanticismo o de noche de bodas llegaron y tuvieron que hacer una enorme fila para conseguir un lugar en donde acampar, durante otras tres horas.
Si Hermione hubiera sabido lo que iba a ser su penosa luna de miel se habría negado rotundamente a ir, pero jamás lo imaginó, Ron había dicho "es una sorpresa" y ella ingenua había soñado con un hermoso hotel, cenas románticas a la luz de la luna y noches llenas de pasión, pero sin duda la palabra quidditch no habría estado invitada.
—Nuestra casa de campaña era muy cómoda.
Cuando llegaron Hermione se dio cuenta que permitir a Ron hacer los preparativos había sido un reverendo error, olvidó poner comida, olvidó gran parte de la ropa, de manera que Hermione y Ronald habían tenido que caminar, ya que la magia estaba prohibida en el lugar de acampada, hasta el pueblo mas cercano que estaba a dos horas para aprovisionarse de comida y ropa para los próximos cinco días, luego montaron la tienda que olía a humedad y moho.
—Luego nos quedamos juntitos en la carpa a descansar…
Claro que tenían que descansar, luego de haber pasado el día anterior sin dormir, haber caminado hasta la colina, haberse aparecido, haber hecho fila, haber caminado hasta el pueblo, no había manera de que siguieran estando despiertos, habían comido unos sándwiches y se habían dormido.
—…al menos hasta que llego la noche en la que salimos para caminar…
Si a Hermione le pidieran que eligiera su momento favorito entre todos aquellos desastres habría sido aquel en el que salieron a caminar, prepararon un poco de chocolate a la luz de una pequeña fogata y luego calentándose las manos con sus tazas caminaron alrededor del camping, la luna estaba llena y soplaba un viento fresco desde un bosque cercano al estar lejos de grandes ciudades las estrellas se arremolinaban en el cielo, tal vez porque aun estaba cansado Ron mantuvo la bocaza cerrada así que Hermione se permitió disfrutar de aquella belleza al menos hasta que…
—Después volvimos a la cabaña, para pasar nuestra primera noche.
Ron soltó una risa muy pagado de si mismo, y miró a Hermione con un aire que pretendía ser seductor y que a ella le pareció de un payaso. Todos en la sala vitorearon, Bill le dio unos golpecitos a su hermano menor en el hombro. Hermione también sonrió tímidamente, pero no por el recuerdo de las artes amatorias del pelirrojo sino mas bien porque en ese punto Hermione deseó con todas sus fuerzas golpear a su marido, se imaginó aplastándole, sacándole los ojos con la punta de su varita, eso si que la haría muy feliz.
Luego del paseo volvieron a la cabaña, se besaron durante mas o menos diez segundos, luego el pelirrojo se desvistió en otros diez y si no fuera porque es un imbécil le habría tomado otros diez segundos desvestir a su esposa, pero era demasiado complicado desabrochar el sostén y besar al mismo tiempo, por lo que Hermione terminó desvistiéndose sola.
Después de eso recordaba muy claramente el peso del cuerpo de su marido sobre el propio, durante un par de minutos, luego el dolor de la virginidad perdida, la cara roja y contraída del pelirrojo, después, todo había terminado, cinco minutos, pensó Hermione confundida, siete si se contaba desde que habían entrado en la tienda. Y con eso concluyó la noche de bodas que había soñado. Luego los ronquidos de Ronald la mantuvieron despierta toda la noche.
— ¿Y para cuando encargarán familia? —preguntó Molly ilusionada.
—Vamos a esperarnos un poco —respondió Ron —Hermione quiere trabajar un poco antes de ser mamá —concluyó Weasley como si no entendiera la postura de su esposa.
Todos la miraron y Hermione sonrió de nuevo con la boca cerrada pues no tenía nada bueno que decir, Molly le lanzó una mirada de desdén y negó levemente con la cabeza, como si no comprendiera la actitud de aquella niña. Así debía ser como se sentían los acusados ante la inquisición, pensó Hermione.
Estúpidos, todos ellos, ¡estúpidos Weasleys!
III
¡ESTÚPIDOS LUNES!
Hermione deseó de todo corazón que pudiera funcionar, vio todas las señales, comprendió apenas había terminado su boda que era una causa perdida, que había hecho algo incorrecto, comprendió que ellos no debían estar juntos y aun así se aferró a la idea de un matrimonio.
Lo quería, de verdad quería a Ron, pero luego de apenas dos semanas de matrimonio, no podía evitar que se le revolviera el estómago cuando lo veía comer, era algo que estaba más allá de sus fuerzas.
— ¿Podrías comer más despacio? —murmuró Hermione intentando no gritar.
— ¿Porqué? —Respondió él con la boca aun llena —tengo hambre, —tragó con dificultad y continuó —hoy en el cuartel de aurores estuvimos planeando ir detrás de Lestrange, al parecer encontramos una pista de donde se encuentra y…
Y Ron se empeñó en desmenuzar cada instante de su día en el cuartel de aurores, con la boca llena, y sin tener la menor delicadeza de preguntar si a su mujer le había ido bien.
Luego de terminar de tragar la comida se levantó de la mesa.
— ¿A dónde vas? —Preguntó Hermione confundida. Él sonrió condescendiente
—Es lunes Hermione, hoy juego quidditch con Harry y mis hermanos —cierto se respondió Hermione a si misma cada lunes Ron se iba a la madriguera a jugar al quidditch mientras que ella se quedaba en casa. No la asustaba tanto estar sola, la asustaba más lo mucho que disfrutaba que Ron no estuviera.
Estúpido Ronald, ¡estúpidos lunes!
IV
¡ESTÚPIDOS MARTES, ESTÚPIDO SEVERUS, ESTÚPIDA MIRADA!
Luego de un par de meses de casada Hermione empezó a odiar los martes, en un principio no los odiaba, en un principio, luego de su boda eran como cualquier otro día, pero luego pasó algo inesperado que hizo que odiara los martes.
Una lechuza aterrizó un martes sobre su escritorio, para informarle que por fin tendría un compañero de oficina.
Hermione trabajaba en el departamento de Cooperación Mágica Internacional en el área de importación de sustancias. Le iba bastante bien pero el trabajo era excesivo, se había quejado hasta que por fin el cielo había escuchado sus suplicas y ahí estaba, la confirmación de que por fin tendría un compañero de oficina que le ayudara con sus ocupaciones.
Todo estaba muy bien hasta que su compañero se presentó, ella no esperaba nada en realidad, nadie le había dicho quien estaría en la oficina con ella. Pero si le hubieran preguntado Severus Snape no hubiera sido una opción.
De modo que cuando Snape entró a la oficina fue una verdadera sorpresa.
—Señorita Granger —habló Snape mientras Hermione lo miraba.
El par de años que habían pasado desde que Hermione abandonara Hogwarts habían sido bondadosos con el ex-mortífago, en su cara ya no se veía la mueca de desprecio que ella le había conocido, sino que se veía… diferente.
Sus ropas aunque negras como siempre ya no parecían arcaicas, sino nuevas, su túnica y su levita tenían ese aire inconfundible de las prendas caras. Hermione pensaba que quizás el tener una orden de Merlín primera clase, ser considerado héroe de guerra y el hecho de que las mujeres ahora lo consideraran lo suficientemente interesante como para aparecer en corazón de bruja había ayudado.
Hermione contuvo el aliento.
—Profesor Snape —pero sonó como si ella no pudiera creer que fuera él, así que tosió con cortesía y repitió con un poco mas de aplomo —Profesor Snape, que gusto verle.
—Señorita Granger —dijo él con una leve inclinación de cabeza, esperando que ella continuara con la frase.
Hermione siguió mirándolo, no recordaba que su voz sonara tan varonil, nunca le había prestado atención, Snape se aclaró la garganta y Hermione dejó de mirarlo fijamente.
—Discúlpeme, nadie me avisó…
—No tenga pendiente Señorita Granger, si usted no se encuentra cómoda con mi trabajo me iré para el final del día.
—Oh, no es eso, es solo que nadie me dijo que sería usted y… me sorprende un poco verlo fuera de Hogwarts.
Y así era, Snape parecía un poco fuera de lugar sin una pizarra al lado y estando detrás de un enorme escritorio con una pila de pergaminos por corregir.
—Hace casi un año que dejé Hogwarts, —y a Hermione le pareció que lo decía como si se hubiera librado de una gran carga —le garantizo que Rita Skeeter y corazón de bruja —hizo una mueca de desagrado —se han encargado de divulgárselo a todo el mundo —concluyó Snape como si le pareciera extraño que Hermione no estuviera enterada de aquellas nuevas.
—Discúlpeme Profesor Snape, pero yo no leo a Rita Skeeter, ni corazón de bruja.
—Por supuesto que no —asintió Snape —siempre tuvo más cerero que eso Señorita Granger.
Hermione sonrió ante aquel cumplido inesperado. Snape no era el mismo eso quedaba claro.
—La oficina es realmente grande, si usted lo desea podemos compartirla, en caso de que no, puedo solicitarle otra oficina al Ministro.
—Me parece bien ésta si a usted no le molesta Señorita… —pero entonces miró la argolla de casada que Hermione lucía en su dedo anular —perdóneme, no recordaba que usted ya no es la Señorita Granger, sino la Señora Weasley.
Hermione hizo una mueca de asco, odiaba cuando la llamaban por el apellido de Ron como si fuera una pertenencia. La mueca surcó su cara apenas un segundo que no pasó desapercibido a Snape.
—Solo Hermione, si le parece bien Profesor Snape.
—Bien yo tampoco soy mas el Profesor Snape —él le sonrió de medio lado y Hermione no pudo mas que observar su boca torcida y el como su rostro se iluminaba en aquella mueca —así que puede llamarme solo Severus.
—Severus —sonrió ella, dándole la mano como si se estuvieran presentando por primera vez.
—Hermione —respondió él al saludo.
Atrás habían quedado la alumna y el profesor. Hermione sintió un estremecimiento cuando la mano de Snape la tocó con delicadeza.
Se dispusieron a arreglar el lado de la oficina que sería de Snape y fue entonces cuando ocurrió, aquello que hizo que Hermione odiara los martes, estaban a punto de abandonar la oficina, la tarde los había sorprendido dividiéndose tareas, fuera de la oficina se había hecho el silencio. Pero ambos estaban tan cómodos que no pusieron reparos en seguir trabajando.
Mientras Hermione hablaba, con un legajo de papeles en las manos y Snape de pie a su lado sucedió.
—Entonces hemos tenido que importar la sangre de dragón desde Rumania, pero han decidido subir el costo, como saben que son nuestros únicos proveedores, de modo que tenemos que buscar otros países que puedan abastecernos con los estándares de calidad necesarios…
Hermione hizo una pausa y levantó la vista esperando toparse con la mirada de Severus, pero Snape miraba un botón de su blusa que se había abierto dejando ver un fino sostén de algodón blanco.
Entonces el hombre levantó la mirada y se topó con los ojos cafés de Hermione. Ella lo vio, en sus ojos negros brillaba algo que no quiso reconocer. Granger tragó con esfuerzo, la boca se le había quedado seca de pronto.
Fue Snape quien desvió la vista, estúpido Snape.
—Lo lamento mucho Señorita Granger, Hermione —se corrigió Snape a si mismo.
—También lo lamento, —Hermione intentó sonreír —todos los hombres son así —ella rebuscó su mirada mientras dejaba los papeles en la mesa y abrochaba el botón.
—Cierto —dijo Snape y sonrió de vuelta en un mueca de embarazo.
Luego de eso se despidieron con fría cortesía, cada una envuelto en sus pensamientos.
Cuando Hermione llegó a casa su cuerpo estaba ardiendo, cuanto tiempo había pasado desde que alguien la había mirado de esa manera, la imagen de Snape con la vista puesta en su escote, los ojos negros ardiendo de deseo.
Llegó y en su deseo arrasó con su pelirrojo marido. Pero no fue suficiente, luego de la primera faena el pelirrojo cayó exhausto e incrédulo, pues Hermione nunca había sido una mujer pasional.
Por su parte Hermione terminó en el baño, sola, con los ojos cerrados, uno de sus dedos perdido profundamente en ella misma y la mente en la imagen de Severus. Desde entonces odió los martes, ¡los estúpidos martes, al estúpido Severus y su estúpida mirada ardiente!
V
¡ESTÚPIDO RONALD!
Lo intentó, aunque en realidad no lo hizo con demasiada voluntad.
Fue toda una sorpresa cuando a la mañana siguiente abrió el armario y no encontró qué ponerse, estaban todos sus trajes esos fríos trajes sobrios que ella usaba, un poco sueltos, para no marcar su cuerpo, unos zapatos con pequeño tacón, todo muy profesional, todo muy sobrio, todo marcaba fuertemente seriedad y profesionalismo.
Fue esa mañana cuando vio todos y cada uno de sus trajes y se dio cuenta que no le gustaba ninguno. No había nada que quisiera ponerse y por fin después de compartir durante años el dormitorio con Lavender Brown y Parvati Patil y escucharlas decir la frase "no tengo nada que ponerme" con el baúl lleno de ropa, lo comprendió.
Sacó uno de un traje gris especialmente cuadrado y lo puso sobre la cama, no dejaría que la llegada de Severus la alterara, seguiría con su vida, con su rutina.
Para cuando terminó de bañarse y se preparó para ponerse la ropa su resolución se había esfumado, tomó el traje y lo convirtió en una falda y una chaqueta de color borgoña.
—Siete años de transformaciones con la profesora McGonagall rinden sus frutos —se dijo a sí misma y se apresuró a cambiarse, antes de que su resolución flaqueara.
Tomó algo de su ropa interior y convirtió el blanco algodón aniñado en finas prendas de encaje borgoña, usadas calcetas de colegiala en medias de seda y con un hechizo sumamente simple su zapatos de abuela en unos tacones.
Secó su cabello rizado sin recogerlo, un poco de maquillaje y se miró al espejo, no parecía ella, se veía increíble, sonrió a la Hermione del espejo y bajó a desayunar.
Ronald la miró de arriba abajo.
—Hermione, te ves diferente —le dijo —nunca te habías puesto ese traje.
—Si, es nuevo.
Se sintió horrible, ¿arreglarse para otro hombre se podía considerar infidelidad?
—Te ves preciosa, —afirmó su marido y luego continuó —hoy iré con los chicos del cuartel a beber un trago después de la oficina —Hermione lo miró rabiosa ¿cuánto hacía que a ella no le invitaba un trago? ¿Cuánto hacía que no iban a ningún lugar, al parque a donde fuera? —Regresó antes de medianoche, amor —ella lo miró apretando los puños —que tengas buen día.
Le dio a ella un beso apasionado, que ella no regresó.
—Anoche estuviste fantástica —le dijo confundido por el frío recibimiento de la mañana en comparación con la noche anterior.
—Anoche fue anoche y hoy es hoy. No son lo mismo Ron —respondió fríamente.
Algo empezaba a bullir, su enojo estaba al punto del hervor e iba a rostizar al pelirrojo si no desaparecía de su vista pronto.
¡Estúpido Ronald!
VI
¡ESTÚPIDO IMBÉCIL QUE INVENTÓ LA LENCERÍA!
Jamás en su vida había sido un fisgón, de hecho contando con su pasado como maestro debería de considerársele moralmente fuerte, casi célibe. Teniendo en Hogwarts tantas chiquillas con las hormonas exaltadas y las faldas cortas, él siempre se había mantenido impertérrito, como si estuviera por encima de los placeres carnales.
Se había sentido superior al resto de los mortales cuando había observado como Lockhart miraba a las alumnas de séptimo curso, con la lascivia latente en sus ojos azules. De hecho incluso había sido consciente de las miradas que lanzaba Slughorn a las alumnas mas agraciadas en busca de talentos para su estúpido club.
Pero él, él nunca había prestado atención a las crías, claro que era un hombre de carne y hueso y le corría sangre por las venas, y en ocasiones, cuando alguna chiquilla, sobretodo si era una chiquilla de séptimo que se paseaba por ahí mostrando las largas piernas o con la blusa a punto de estallar por el busto que había crecido de improvisto se sentía atraído, pero jamás andaba por aquí y por allá buscando qué mirar como perro muerto de hambre. Era un hombre frío y discreto, en las noches encerrado en su mazmorra, daba rienda suelta a su imaginación y saciaba sus instintos en la soledad, para luego, ponerse de vuelta la careta y continuar.
Cuando después de la guerra se recuperó de la mordedura de Nagini y volvió a Hogwarts con su nuevo status de héroe de guerra, con una orden de Merlín de primera clase y con una bóveda de Gringotts llena de todo el dinero que en veinte años no había tenido oportunidad de gastar; las muchachitas y no tan muchachitas se habían vuelto locas, lloviendo encima suyo, como abejas a la miel. Encantadas y bien dispuestas a lo que él deseara. Por ejemplo, Rita Skeeter, (una de las no tan muchachitas) había sido muy clara al decir que estaría dispuesta "a lo que fuera" con tal de que él le diera una entrevista.
Pero Severus no deseaba aquello, sería bastante parecido a estar con una prostituta, una mujer que vendía su cuerpo a cambio del status que le conferiría estar con un héroe de guerra.
Así que Snape abandonó, por fin, Hogwarts y se fue, libre, después de tantos años. Escribió algunos artículos, creó algunos hechizos, registró ambos y ahora le pagaban regalías, investigaba pociones, le pagaban bien, vivía cómodamente, pero había un problema con todo aquello, pasaba las horas encerrado en su estudio-laboratorio, en soledad y ello se parecía demasiado a su vida en Hogwarts por lo que había decidido buscar un trabajo.
Y como caído del cielo había aparecido un día en el profeta la vacante:
EL MINISTERIO DE MAGIA
EN SU DEPARTAMENTO DE COOPERACIÓN MÁGICA INTERNACIONAL
SECCIÓN IMPORTACIÓN DE SUSTANCIAS.
SOLICITA
Auxiliar en Importación
Requisitos:
Escolaridad: Estudios Especializados en Pociones o Medimagia
IMPORTANTE.- EXPERIENCIA MINIMA DE DOS AÑOS EN AREA IDÉNTICA
Capacidades
Asegurar el cumplimiento correcto y oportuno de los procesos de calidad necesarios para la importación
Manejo de Indicadores de Calidad e Inocuidad.
Administración y Control de Plantillas de Personal
Manejo de Conflictos laborales
Control de expedientes.
Logística y Cadena de Suministros
INDISPENSABLE
Sentido de Urgencia
Tolerable a la presión Y FRUSTRACION
Disponibilidad de Horario (puesto requiere trabajar los Sábados medio día)
Interesados Presentarse en el Departamento de Contrataciones, Ministerio de Magia.
Y así era como había llegado a aquella oficina en la que pasaba las horas en compañía de una mujer que tenía excesivas virtudes tanto físicas como mentales y emocionales y un tremendo y pelirrojo defecto.
Nunca había considerado a Granger una mujer, jamás, ni siquiera cuando ambos estuvieron presentes en las entregas a las órdenes de Merlín, aun entonces la había considerado solo una cría. Con su cabello esponjado y las ropas de una jovencita apenas y la había mirado.
Pero ahora, no es que fuera demasiado mayor, pero era distinta, se había convertido en una mujer, inteligente, vivaz, guapa y por Merlín, tremendamente sensual.
De modo que no era que Severus fuera un fisgón, pero desde el día en que llegó y no pudo contenerse de mirar el escote de Hermione supo que algo iba mal. Que algo había pasado en aquel momento que lo había obligado a clavar su mirada en la nívea piel de los pechos de Hermione, quizás fuera que era una mujer bella, o tal vez el hecho de que ella no tuviera ni el más mínimo interés por él. Probablemente fuera que ella se sentía cómoda en aquel momento no porque él fuera un héroe de guerra, sino porque era inteligente, en ese momento ella no miraba a un mago poderoso sino a un colega con el cual discutir y eso había ocasionado que Snape no viera solo a la chiquilla sino a la mujer.
Nada tenían que ver el cerebro de Hermione con sus pechos, claro está, pero en ese momento el hecho de tener a una mujer de carne hueso, una mujer en la que las palabras no tenían predisposición y la propia comodidad de la situación desembocó en aquel desliz.
Severus se prometió que no volvería a ocurrir, se dijo que él era controlado, frío, discreto, disciplinado y esa percepción duró hasta el día siguiente que Hermione llegó a la oficina en un ceñido traje de falda y chaqueta con sus piernas torneadas enfundadas en medias de seda y altos tacones. No pudo evitarlo, simplemente no pudo, intentó concentrarse, ayudó a Hermione con el trabajo, dividiendo funciones, entregando papelería, mostrando trámites, incluso fueron al pequeño laboratorio que Hermione tenía al lado de la oficina y analizaron algunas muestras. Procuró mantenerse ocupado pero a su cerebro volvía una y otra vez la pregunta, ¿qué escondía Hermione bajo su ropa?
Él no era un fisgón pero cuando de refilón alcanzó a distinguir a través de la blusa un fino encaje no pudo soportarlo más y prestó atención, a la manera en que el bikini se marcaba a través de la falda, a la manera en que se sacaba los zapatos por debajo del escritorio, a la manera en que el aire acondicionado aireaba su blusa y erizaba sus pezones.
Los días pasaron y esperaba con ansia la llegada de Hermione, y el misterio de la lencería escondida bajo su ropa.
Fetichista, fisgón, viejo verde, fueron varios de los insultos que su propia mente le refirió con el paso de los días.
-¿Por qué se ríe? –le preguntó Hermione una tarde luego de varios meses.
-No es nada –respondió el restándole importancia a su sonrisa con un gesto de la mano.
Pero en su conciencia él solo podía decir que debían darle una orden de Merlín a quien hubiera inventado la lencería.
Aunque cuando por las noches, llegaba a su departamento vacío, en compañía solo de sus fantasías solitarias creía volverse loco al mirar a su otrora alumna en todas las situaciones indecorosas que su mente podía recrear, entonces solo podía pensar ¡estúpido imbécil que inventó la lencería!
VII
¡ESTÚPIDA HERMIONE INCITADORA!
Ronald sinceramente no lo entendía, los meses pasaban y él tenía que encontrar una solución.
Meses antes Hermione había llegado hecha una fiera pasional, él se había sentido en la gloria ¿qué hombre no quiere tener una mujer que sea una diosa sexual?
Pero luego de ese día todo había cambiado. Él se sentía realmente confundido por la actitud de su esposa.
Primero lo hace que se sienta en la gloria y luego nada.
Después de aquel día ella se había convertido en un témpano de hielo, pero en un extraño témpano de hielo ardiente.
Se vestía despampanante, nada de aburridos trajes, nada de zapatos de abuela, nada de ropa interior de niña, iba por el ministerio en femeninos trajes, sin enseñar de más, pero invitando a todos a mirar.
En altos zapatos que la hacían ver como toda una mujer, y cuando llegaba a casa y se desembarazaba de su ropa de trabajo Ron atisbaba finos encajes, medias de seda, corsets, ¡por Dios, si un día en que cansado de imaginar rebuscó entre su ropa interior y encontró incluso varias tangas!
La muy… muy… incitadora.
Pero para él nada, se preguntó si Hermione tendría otro pero no veía cómo, había pedido incluso a unos amigos aurores que la siguieran, pero Hermione no iba a ningún lugar, de la casa al trabajo, del trabajo a la casa, no se veía con nadie, y la única vez que dijo que saldría de compras mientras él iba a jugar quidditch había estado efectivamente de compras en el callejón Diagon. ¿Entonces que sucedía?
Le negaba las relaciones sexuales bajo la excusa de que estaba demasiado cansada, incluso le había advertido que lo mandaría a dormir a otra habitación si no dejaba de intentar tocarla por las noches.
Y no era solo eso, es que parecía pasar de él, si Ron decía, "voy a jugar quidditch", antes, hacía algún mohín por que iba a dejarla sola, ahora solo decía "que te vaya bien" o "voy de compras" o "iré a comprar un libro".
Nada de quedarse en casa sola y abnegada esperando a que su marido volviera, no, se largaba por ahí.
Si Ron murmuraba que iría con los chicos del cuartel a tomar algo, antes ella se enfadaba y le reclamaba cuándo la llevaría a pasear, ahora solo le decía "no me despiertes cuando llegues"
Pero hoy se iba a enterar, nada de seguir callando.
Estaba sentado en la estancia cuando ella llegó.
—Hola Hermione —dijo sin desviar la vista de su ajustado pantalón.
—Hola Ron —murmuró ella sin hacer ningún otro comentario.
—Hermione —ella se detuvo y lo miró sin mostrar el menor interés —hace mucho tiempo que no estamos juntos —se acercó un paso, mismo paso que ella retrocedió — ¿porqué no salimos?, habrá un partido de la liga universitaria de quidditch hoy por la noche.
—Porque odio el quidditch Ronald y a ti no te han alcanzado tantos años para darte cuenta —gritó Hermione furiosa mientras subía las escaleras hasta su habitación.
—Si no vas a tener sexo conmigo me voy a buscarlo a otra parte —le gritó Ronald a la vez mientras la alcanzaba.
—Bien, —le respondió Hermione mientras se desvestía quedando en ropa interior —cuando lo encuentres procura no volver.
Pero Ron ya no la escuchaba tenía la vista clavada en su cintura, el hombre hizo ademán de acercarse, pero Hermione tomó la varita del tocador y con voz peligrosa dijo:
—No te atrevas —caminó hacia el baño con la vista de Ron aun recorriéndola y echó el cerrojo.
Ron miró la puerta del baño cerrada, luego la muy dolorosa erección que su pantalón contenía. Se alejó con rumbo a la puerta, bien, él era un héroe de guerra y si ella no quería estar con él habría otras que se lo rogarían.
¡Estúpida Hermione incitadora!
Hasta aquí, prometo subir la siguiente parte en unos días, esta ya casi terminada, solo falta pulir la ortografía y algunos detalles, ojalá les haya gustado.
Adrel Black
