Buenas gente! Wow, hace mucho que no creaba algo de Vocaloid!
Así que para remediar eso, aquí les dejo este trabajo.
Espero les guste, es algo distinto a lo que acostumbraba en el pasado.
Toeto sensei! Muchas gracias por la ayuda!
Sé que andabas ocupada cuando te pedí que le echaras un vistazo al fic, y aun así lo leíste y me diste consejo. Gracias infinitas Sensei!
Ya saben, Vocaloid no es mío.
Lean la nota final, hay una pequeña sorpresa.
Down to Zero
La lluvia resonaba en el exterior, las pesadas gotas golpeaban las ventanas de las casas. Las hojas de los arboles se mecían al compás que las ráfagas del viento dictaban. Las gotas, las hojas, el leve resonar de los truenos a la lejanía creaban la sinfonía perfecta para un domingo por la mañana. Un domingo sin responsabilidades. Un domingo que se tomaba el atrevimiento de susurrar al oído quedarte en cama. Era una mañana perfecta, sí.
Perfecta para aquella persona que no tuviera nada por hacer mas que disfrutar del clima. Ella por desgracia no era esa persona. No.
Ella tenía un gato que a las seis de la mañana la había despertado de un mordisco en su pierna derecha.
Amaba a ese gato, pero en momentos como este lo quería ahorcar.
Pero si ella no supiera que el felino tenía razón, no estaría caminando a primera hora de domingo, bajo la lluvia, en busca de algún local abierto donde comprar la comida de su mascota.
Ella sabía que la procrastinación no traía nada bueno, pero jamás imaginó que no haber ido ayer le costaría tan caro hoy.
La fuerza del viento le dificultaba al andar, en más de una ocasión la sombrilla casi escapa de sus manos, aún así continuaba avanzando. Tenía que encontrar algún sitio abierto, si llegaba a casa con las manos vacías... Sacudió la cabeza en negación, no quería imaginar lo que sería enfrentarse a su hambrienta mascota.
Habiendo pasado cerca de treinta minutos de infructuosa búsqueda, se disponía a regresar a casa, ya lidiaría con su felino amigo luego, en este momento se encontraba cansada y por culpa del viento también mojada.
Estaba por cruzar la calle cuando un pequeño rótulo frente a una tienda del otro lado llamó su atención, desde la distancia solo pudo apreciar las letras de mayor tamaño, "Domingo". Hoy es domingo, pensó.
Ya había caminado cuadras enteras, y de igual forma tenía que cruzar la calle para emprender su retorno a casa, nada le costaba ir y leer aquél rótulo.
No habiendo terminado de dar el primer paso, el aroma a café recién hecho llegó a ella. Detuvo toda intención de cruzar la calle, de repente había recordado que no desayunó antes de salir, bueno, su estómago se lo hizo recordar.
Eran las siete de la mañana y al parecer la cafetería acaba de abrir, el aroma del primer café del día fue la que la guío a entrar. Lugar pequeño, pero cálido y acogedor, sumado al clima frío afuera, eran las condiciones ideales para disfrutar de una merecida taza de café.
Tomó asiento en una de las mesas junto a la ventana y sonrió ante la perspectiva que ésta le brindaba. Cuando tienes un techo sobre tu cabeza, la lluvia es uno de los espectáculos más hermosos. Volvió a sonreír, debía agradecerle a su gato, de no ser por su tan "cariñosa" manera de pedirle comida, estaría entre sus sábanas sin apreciar este espectáculo.
Cambió el objetivo de observación hacia el interior del local. Estaba vacío. Al parecer ella era el primer cliente del día. Notó como una mujer de entre unos treinta años se acercaba a ella, con una sonrisa le deseó los buenos días y le preguntó lo que deseaba ordenar.
―Un café con leche, por favor.― Fue su respuesta. La mujer le pregunto si deseaba algo para acompañar el café. Simplemente negó con la cabeza. No se le antojaba comer nada, con el café era suficiente, bueno eso pensaba hasta que la camarera mencionó que tenían pan de zanahoria.
―Amm, una rebanada está bien, gracias.― No lo negaba, esos postres eran su talón de Aquiles.
La mujer le sonrió de nueva cuenta y se retiró para hacer el pedido, no sin antes dejar ver el interior de su antebrazo, el cual únicamente tenía escrito ceros en dígitos de color Naranja.
No pudo evitar sentir algo de celos. Para que el suyo llegará a ceros aún faltaban cuatro años, cinco meses, veinticinco días, siete horas y cuarenta y tres minutos con veintiún segundos, bueno eso era lo que decía el reloj en dígitos púrpura, ubicado en la parte interna de su antebrazo, al despertar en la mañana.
Faltaban todos esos años para conocer a la persona con la que compartiría el resto de su vida, su alma gemela, su otra mitad.
Envidiaba un poco a todos aquellos cuyo reloj había alcanzado a marcar cero horas con cero minutos.
Claro, rápidamente ese deje de envidia era dejado atrás. Era mejor así. Si la vida le había hecho esperar más de lo normal para ese gran momento, solo le quedaba ser paciente. Aunque era algo doloroso saber que a todos los conocidos de su edad les faltaban meses o ya habían alcanzado llegar a cero.
Con seguridad era la única persona de casi veintitrés a cuyo reloj le faltaban años.
En sus pensamientos navegaba cuando la camarera regresó con su pedido. Prefirió desechar aquél hilo de ideas y mejor disfrutar de su desayuno.
El café estaba delicioso, aunque la bebida había logrado su cometido de brindarle calor. Ya para la mitad de la taza buscó cómo salir de su abrigo, lo dejaría colgando del respaldar de la silla.
En el instante donde su brazo izquierdo quedó descubierto de tela, su corazón por poco se detiene.
No podía ser. Esto no podía estar pasando. Esto no le puede estar pasando a ella, ella es una persona normal y corriente.
―¡No puede ser!― Su voz resonó por toda la cafetería. La mujer que la atendió de inmediato llegó a su lado.
―¿Sucede algo? ¿Hay algún problema?
―¡Sí, sí que lo hay! ¡Esto no se supone que esté pasando!― Su voz temblaba mientras su mirada estaba clavada en el reloj sobre la piel de su brazo.
―Disculpe señorita, pero no la comprendo.
―Mi... Mi reloj.― La mujer dirigió la mirada hasta el brazo extendido de su cliente, y una sonrisa se expandió por su rostro.
―Felicidades señorita, le quedan solo cinco minutos.― La expresión de miedo, sorpresa y confusión combinados que tenía en ese instante borraron la sonrisa de la otra mujer. ―¿Pero por qué esa cara? Es algo que ya debía de haber sabido?― La mujer no comprendía lo que pasaba.
―No, no sabía. Hasta hoy en la mañana aún faltaban cuatro años y ahora solo― Echó un vistazo a su propio brazo. ―Solo faltan cuatro minutos... ¡Oh Dios mio, solo faltan cuatro minutos!― Se levantó de golpe de su asiento y comenzó a caminar por todo el lugar. La camarera solo la observaba atónita, ella había escuchado que en muy raros casos estas cosas le sucedían a alguien, pero jamás imaginó ser ella testigo de un evento de este tipo.
En su quinta vuelta por la cafetería se detuvo abruptamente. No, esto no podía ser verdad. Regresaría a su casa y no vería a nadie hasta que los cuatro años que faltaban hubieran pasado.
Le tendió el dinero del café a la camarera, ni si quiera se molestó de esperar el cambio, y salió del lugar. No le importó dejar atrás su sombrilla y abrigo.
No voltearía a ver a nadie. ¡A nadie!
Miró su reloj y de nuevo sintió el acecho de otro infarto. ¿Dónde habían quedado sus cuatro minutos? En grandes dígitos de color amarillo, a su reloj solo le quedaban segundos.
Cuatro. Apenas había cruzado las puertas de la cafetería.
Tres. Un pié sobre la acera.
Dos. A mitad de la acera.
Uno. En la calle.
―¡Cuidado!― Cero.
La lluvia resonaba en el exterior, las pesadas gotas golpeaban las ventanas de su departamento creando la sinfonía perfecta para un domingo por la mañana. Un domingo sin responsabilidades. Un domingo que se tomaba el atrevimiento de susurrar al oído "quédate en la cama."
―Umm, sí, en cama.― Se acomodó mejor entre las sabanas. Ya hacían veinte minutos que la alarma de su celular había sido apagada y desactivada de forma inconsciente.
Otros diez minutos se sumaban cuando el radio se encendió cumpliendo así la programación que ella misma había establecido la noche anterior.
Buenos días queridos radio escuchas, hoy tenemos un lluvioso domingo, afortunados aquellos que lo pueden disfrutar desde su casita y mucho cuidado para los que van en carretera.
Hoy tendremos de invitado especia al ganador del...
La voz del tipo de la radio ya la estaba enloqueciendo. ¿Por qué es que contratan siempre a los tipos con las voces más molestas?
Pero primero la hora exacta. Se escuchó una musica de introducción. Son las seis con treinta y dos minutos de la mañana del domingo veinticuatro de enero. De nuevo la misma musica para cierre.
―Umm... Las seis y treinta y dos... ¡Demonios ya es tarde!
Salió de la cama corriendo, tomó una ducha fría para erradicar el sueño de su ser, de desayuno una taza de café y ya estaba lista.
Hoy era el primer día del nuevo horario. Sí, eran los domingos de siete de la mañana hasta medio día. Un horario que no era para nada bonito, pero que la paga extra sí.
A la dueña de la tienda le había parecido una buena idea abrir también los domingos. Muchas personas se ven en apuros en esos días ya que la mayoría de tiendas para mascotas se encuentran cerradas.
Por otra parte, se había quedado atrapada en ese horario ya que ninguno de los otros empleados tenían disponibilidad esos días, ella no tenía a nadie, vivía sola y para nadie era un secreto que su reloj se había detenido.
Desde hace años que los dígitos de color rosa pálido sobre la piel de su brazo habían dejado de avanzar.
Al inicio fue una sorpresa, esto no era nada normal. Nadie supo darle una respuesta. Luego la depresión. ¿Acaso sería que ella estaba destinada a la soledad? Nunca compartiría alegrías con nadie. Con el tiempo fue la aceptación, al final nada había por hacer. Tal vez llegaría el día en que ella encontrara a alguien en igual condición, aunque pensar eso era absurdo, nunca en su vida, ni en la vida de los que ella conocía, alguien había escuchado hablar de un caso igual al suyo.
Estaba sola y debía de aceptarlo.
Y fue por eso que su jefa la puso como candidata número uno del nuevo horario. No es como si alguien la estuviera esperando en casa, queriendo pasar los días libres a su lado. A sus veintisiete años de edad, era la única de sus amigos cuyo reloj no había alcanzado llegar a ceros y nunca lo haría.
Salió de su departamento, guardó las llaves en su bolso y acomodó éste último en su espalda mientras se dirigía al ascensor. Se supone que debía estar en la tienda a las siente en punto, pero estaba saliendo a las seis con cincuenta y cinco de su casa. Le tomaba quince minutos llegar a su trabajo. Era inevitable. Llegaría tarde.
El ascensor se detuvo y con lentitud la puertas se fueron abriendo. Le parecía que lo hacían con total intención. Ese aparato sabía que tenía prisa y no colaboraba en lo más mínimo.
A paso rápido avanzó hasta el sector de la bicicletas, al llegar con la que le pertenecía, quitó el candado que la aseguraba y subió. No era permitido usarlas dentro del estacionamiento del edificio, pero eso hoy no le importaba, debía ahorrar la mayoría de tiempo posible.
Por las calles no tan saturadas de trafico avanzaba, la lluvia no ayudándole a llegar lo menos tarde posible. Debía confesar que el manejar su bicicleta con una mano mientras con la otra sostenía su paraguas no era una buena idea. Si salía con vida del trayecto, hoy mismo se compraría un traje impermeable.
Una ráfaga de viento atentó con amenazar su equilibrio, el paraguas en su mano izquierda luchando por zafarse de su agarre, sin embargo no lo logró. Para asegurarse que el objeto aún estuviera bien sujeto echó un vistazo al agarre pero esa intención quedo en el olvido, totalmente en el olvido.
Su corazón comenzó a acelerar, no creía que fuera posible, ya lo suficiente acelerado estaba por el esfuerzo de ir rápido en su bicicleta. Su equilibrio se fue por un tubo. El agarré a su paraguas menos no le podía importar. De hecho, ya ni le importaba en lo más mínimo llegar tarde al trabajo.
El suelo la recibió al caer de la bicicleta, aún así sus ojos se mantuvieron fijos en su brazo. Mientras, su paraguas siendo arrastrado por el viento sobre la acera.
―¡Su paraguas se escapa!― Un niño soltó la mano de su madre y corrió un par de metros hasta capturar al prófugo objeto, luego regresó. ―Aquí tiene.― El niño le extendió el paraguas, más ella no lo tomó. La madre del niño se preocupo ante la expresión de shock que su rostro reflejaba.
―¿Se encuentra bien?― Preguntó la mujer mientras tomaba la mano de su hijo.
―No.
―¿Qué le sucedió?― La mujer ahora se mostraba preocupada ante la respuesta negativa.
Ella solo se limitó a extender su brazo. Sobre su piel, en nítidos dígitos de color verde restaban únicamente dos minutos con cincuenta y siete segundos. Su reloj no únicamente estaba se moviendo, sino que había cambiado de color y le quedaba menos de tres minutos para llegar a cero.
La madre del niño llevó su mano libre hasta la altura de sus labios, mientras la sorpresa le invadía el rostro. Estaba frente a alguien a quien solo le restaba un par de minutos para tan importante momento.
―Felicidad...
―¡Nada de eso!― Ella no estaba para felicitaciones. ¿Es que la vida se había empeñado en hacerle bromas toda su existencia? Cuando ya se había resignado viene y le sale con esto.
―¿Disculpe?― El tono de la otra mujer denotaba un deje de enfado.
―Señora muchas gracias por la preocupación, pero esto es algo que usted no comprendería.― De fuera se pudo apreciar tranquilidad en ella al dar esa respuesta y luego tomar de nuevo su bicicleta y seguir avanzando. Dejando al niño con su paraguas en manos. Pero en su interior todo era caos.
No podía pensar en nada. Por inercia continuó el camino hacia su trabajo sin siquiera prestar atención a su alrededor, la lluvia ya no era problema, estaba empapada de pies a cabeza. En el fondo de su mente pensaba que su jefa comprendería la razón de su estado, y es que la tenía que comprender. ¡Su maldito reloj estaba activo de nuevo!
Llegaría a su trabajo y se encerraría en la bodega. Su jefa ya había encontrado a su otra mitad, así que no sería ningún problema, bueno, nunca había escuchado de ningún triangulo amoroso, ¿será que era posible?
Había llegado ya a la esquina donde la tienda se ubica, un vistazo de nuevo para comprobar que de verdad estaba sucediendo lo que estaba sucediendo la dejó aún peor. Restaban solo cuatro segundos.
Tres, devuelve su atención al camino.
Dos, disminuye la velocidad.
Uno, una silueta sale de la nada frente a ella.
―¡Cuidado!― Cero.
Todo les dolía, y no era de menos, para una ya era la segunda vez en la mañana que se reunía con el suelo y a la otra una bicicleta la había atropellado.
La primera en incorporarse fue la dueña del vehículo de dos ruedas. Se levantó del suelo y corrió a ver si algo le había sucedido a la otra chica.
―¿Está bien?―
―¡No! ¡No estoy bien! ¿Qué demonios le pas...― Al momento en que sus ojos se encontraron con semejantes llenos de preocupación, las palabras dejaron de fluir y luego la realidad golpeo su mente, y al parecer en sincronía con la dueña de la mirada preocupada.
―¡Necesito ver tu reloj!― Las voces de ambas en unísono.
La dos extendieron su brazo izquierdo, sus miradas viajaban desde el brazo de la otra hasta el par de ojos ajenos.
Tras repetir la acción unas cinco veces más, ambas echaron a reír. Las personas que pasaban las miraban de reojo y negaban con la cabeza. Un par de mujeres de pie en la calle, riendo mientras la lluvia caía, no era señal de cordura.
―Jamás imaginé que este momento sería así.― La chica menor pasó una mano por su cabello verde en un intento de acomodarlo. Era inútil.
―Yo pensé que este momento jamás llegaría, hasta hace unos minutos mi reloj llevaba años detenido.― Miró su brazo, el que ahora solo contenía ceros en color verde. ―Y los números eran de color rosa.― Apartó un mechón mojado y rubio de su rostro.
―Hoy en la mañana aún faltaban años para que el mio llegara a cero. Soy Gumi por cierto.― Sonrió y tendió su mano derecha.
―Soy Lily, es un placer por fin conocerte Gumi.― Le devolvió la sonrisa y estrechó la mano de la de cabello verde.
―Un gusto igualmente, Lily.
Nota de Autor:
Retomando, hacía mucho que no trabajaba con Vocaloid, lo ultimo fue ¿Celos? ¿Dónde? y eso fue en finales de diciembre del 2014.
Juegos de Azar no cuenta, ya que fue escrito mucho antes de ser publicado.
En este tiempo he navegado por distintos fandoms, en ingles en su mayoría.
¿La meta? Aprender, mejorar e importar ideas y estilos nuevos al fandom actual.
(Que aunque duela admitir, le urge una ayuda.)
El fandom está olvidando las historias de amor, dolor, comedia sana, y se está enfocando en el lemmon.
Y no un lemmon dulce, con sentimientos y emociones, no. Y ahí en mi opinión vamos í que por eso, les traje algo dulce, corto, sencillo, pero hecho con amor y cariño para el disfrute del lector.
Y bueno ya saben, si ven un error o no comprendieron algo del fic, sean libres de dejarlo con respeto en un review o PM.
Y sin más la pequeña sorpresa!
Bonus.
Una mujer salió de su tienda al ver un pequeño grupo de personas reunidos en frente, solo para encontrarse con su empleada en medio de todo el alboroto.
―¿¡Lily Masuda, qué carajos haces!?
―¡Jefa! Verá, es que hoy cuando venía...
―Está es la cuarta vez que llegas tarde, ¿qué excusa tienes para hoy?
―¡Ella!― Lily tomó la mano de Gumi y la acerco a su jefa, aprovechando para esconderse detrás de la de verde cabellera.
―Hola.― Se limitó a saludar Gumi.
―¿Y usted es?
―Creo que soy la otra mitad de Lily.― Y con eso dicho, extendió su brazo, mostrando los ceros en su reloj.
―Mire jefa.― La rubia mostró de igual manera los dígitos en su brazo.
―¡Oh Dios! ¿Por qué no me habías dicho que de nuevo tu reloj avanzaba?
―Porqué pasó hoy en la mañana y por eso es que se me hizo tarde.― En parte era verdad, aunque la razón más probable era porque se había quedado dormida, pero eso nunca lo admitía. ¡Jamás!
Fin
Para aclarar:
Gumi es la chica dueña del gato y Lily la que iba en bicicleta.
El reloj de Gumi cambió a Amarillo y el de Lily a verde.
El reloj no es ningún aparato, son números que están ahí sobre la piel.
(Como en la peli donde pagaban con las horas de vida que tenían)
Y es posible que haga un segundo capitulo, pero con otro ship.
Gracias por leer! Bonito día o noche!
