PRÓLOGO
Tomoeda.
Domingo 6 de abril de 1890.
Cuando Shilon Li estaba sobrio, su compañía era soportable; pero cuando bebía, Kaoru Kiriyama le tenía miedo. Kaoru no tenía muy claro por qué. Que él supiera, Shilon nunca le había hecho nada verdaderamente malo a nadie. Pero aun así presentía, sin poder evitarlo, que podría llegar a hacerlo.
Este era un pensamiento perturbador, pues obligaba a Kaoru a examinar su propia personalidad. Si Shilon no le resultaba del todo simpático, ¿por qué se relacionaba con él? Y, aún más, ¿por qué bebía con él? Eran preguntas que Kaoru se había hecho miles de veces, y la respuesta, aunque no le gustara reconocerlo, era que no se atrevía a decirle que no... ¡Una palabra tan sencilla como «no»! Pero decírsela a alguien como Shilon no era nada sencillo. Tras obligar a su caballo a que aflojara el paso, Kaoru entornó los ojos frente al fuerte sol matutino para observar las espaldas de los cuatro compañeros que cabalgaban delante de él. Shilon Li, más alto y ancho de espaldas que los demás, encabezaba el grupo. Como queriendo poner de relieve su autoridad, clavaba con frecuencia las espuelas en las grupas del caballo y sacudía continuamente las riendas de la pobre bestia. Kaoru casi sintió náuseas al pensar en semejante maltrato. Era un caballo obediente y no había ninguna necesidad de que Shilon lo tratase con crueldad.
Luego, Kaoru dirigió la mirada hacia Mamoru, Hiro y Tetsuya, los otros tres jóvenes que iban delante de él. Habían sido sus mejores amigos desde que tenía memoria y creía conocerlos casi tan bien como a sí mismo. Sospechaba que temían a Shilon tanto como él. ¡Qué pena daban! La noche anterior olvidaron todo lo que alguna vez aprendieron para seguir a Shilon como obedientes corderitos, o como estúpidos esclavos: fueron con él a los burdeles y luego ahogaron los remordimientos en alcohol. Pero los fuertes dolores de cabeza que en aquel momento tenían les estaban haciendo pagar cara su debilidad. ¡Dios santo! Era domingo. Sus familias debían de estar en la iglesia en aquel preciso momento, preguntándose dónde se habrían metido. ¿Era posible que ninguno de ellos tuviera un poco de fuerza de voluntad?
Shilon hizo que su caballo se pusiera de lado en medio del camino para cerrarles el paso, se quitó el bombín de fieltro y se secó el sudor de la frente con una manga. Hizo una mueca al ver la mugre que manchó de inmediato su blanco puño. Abril había sido inusualmente seco, había llovido muy poco en las últimas dos semanas y el camino estaba polvoriento.
—Os propongo que vayamos a nadar para despejarnos —dijo con aire y tono desafiante—. ¡Marica el último!
Las Cataratas Brumosas y su laguna favorita estaban cerca de allí. Kaoru, incrédulo, dirigió la mirada en aquella dirección. A Shilon le encantaba hacer locuras; cuanto más temerarias, mejor. Pero proponer aquello justo después de lo sucedido la noche anterior, ya era demasiado.
—¿Que vayamos a nadar? ¿Te has vuelto loco? Nos moriremos de frío.
—Por Dios, Kaoru, eres un niño mimado. Aquí hace más calor que en el mismísimo infierno.
Estoy sudando, y tú también.
—Sí, así vestido y completamente seco... claro que estoy sudando —reconoció Kaoru—. Pero no será lo mismo, ni parecido, si me meto en esa laguna.
—El agua de la laguna es nieve derretida de las montañas —señaló Hiro—. Con toda seguridad estará desagradablemente fría, Shilon.
—¿Desagradablemente fría? ¿Eres un hombre, Hiro, o una niñita llorona disfrazada de hombre?
El rostro de Hiro enrojeció por la humillación, pero no dijo nada para defender su hombría.
Ninguno de ellos le había hecho frente a Shilon jamás.
Shilon dejó escapar un gruñido de indignación, y espoleó al caballo para que saliera del camino y se metiera en la cuneta que se encontraba junto al mismo. Agitando su bombín en el aire, soltó un chillido mientras el animal salvaba de un salto el terraplén. Kaoru miró con recelo a sus tres amigos. De sobra sabía que ninguno de ellos quería ir a nadar. Lamentablemente, también sabía que doblarían la cerviz ante Shilon, pues ninguno tenía agallas para oponerle resistencia.
¿Y bien? —preguntó Hiro.
Tetsuya suspiró.
—A veces quisiera que estuviéramos solo los cuatro, como antes; desearía que nunca nos hubiéramos mezclado con él.
—Estoy de acuerdo con eso —anotó Mamoru.
Kaoru pensaba lo mismo, pero eso parecía irrelevante. El hecho era que Shilon no sólo se había unido al grupo, sino que además había tomado el mando. Los cuatro hicieron girar sus caballos y, a regañadientes, se dirigieron hacia las cataratas. Como una especie de advertencia, el viento empezó a soplar con repentina fuerza, y Kaoru sintió su refrescante impacto en el rostro. Sabía bien que aquel mismo viento, grato ahora, le parecería glacial con la piel mojada.
En lugar de seguir el sendero ya abierto por pisadas anteriores, Shilon se abrió camino por el bosque para llegar a la laguna. Era un terreno escabroso. Un madroño, un laurel, un roble raquítico y un abeto torcido se enmarañaban como los dedos de una anciana artrítica para impedir el paso a cualquiera; sus troncos sólidos y retorcidos se alzaban entre la densa maleza. Era imposible ver la tierra. Temiendo que su caballo tropezara con algún obstáculo y se rompiera una pata, Kaoru aflojó el paso y empezó a avanzar con cautela. Sus amigos, temerosos de que Shilon la tomara con ellos si perdían el tiempo, no se permitieron esta libertad. Kaoru pensaba que no mostraban ninguna consideración por sus monturas al obligarlas a atravesar un terreno tan desigual a semejante velocidad. Pero él sólo era uno de los vasallos, no era el líder. Todos hacían lo que Shilon quisiera, sin hacer preguntas, sin importarles ni sus caballos ni ninguna otra cosa.
Kaoru llegó el último. En aquel instante oyó las voces de sus cuatro compañeros deslizándose hacia él a través de los pinos y los abetos. Gritos y chillidos. A pesar del rencor que le guardaba a Shilon, sonrió al imaginar a Tetsuya, Hiro y Mamoru saltando desnudos al agua helada. Idiotas insensatos. Podrían cogerse una pulmonía, y todo por seguirle la corriente a Li. ¡Malditos sean los Li! Maldita su lujosa casa de la colina. ¡Maldito sea su dinero! Algunas veces Kaoru se preguntaba si a su autoproclamado líder no se le ocurrirían aquellas descabelladas ideas con la única intención de ver hasta dónde podía presionarlos, cuál era su límite.
Al salir por fin de la intrincada arboleda, a Kaoru le sorprendió advertir que nadie había entrado aún en el agua. Puso una mano ahuecada sobre sus ojos para tratar de ver a qué se debía todo aquel alboroto y descubrió que había cinco personas cerca de la laguna: sus cuatro compañeros y una joven de complexión delgada. Shilon le había quitado el chal a la mujer y lo tenía en la mano fuera de su alcance. Típico de él. Shilon aprovechaba cualquier oportunidad que se le presentaba para intimidar a las personas. Si bien aquello molestaba a Kaoru, suponía que no era más que una inocente tomadura de pelo.
Enseguida reconoció a la joven. Sakura Kinomoto, la idiota del pueblo. Aunque tenía dieciocho años y ya hacía mucho tiempo que había dejado de ser una niña, su holgado vestido azul, sus medias blancas y sus botines llenos de barro le daban un aspecto infantil y digno de lástima. Su madre iba con frecuencia a casa de los Kinomoto, y por eso Kaoru sabía que la señora Nadeshiko intentaba por todos los medios que su hija estuviera siempre bien arreglada, pero a Sakura le gustaba recorrer libremente el bosque, de manera que ésta era una misión imposible para la pobre mujer.
Su corazón percibió la expresión de pánico en el pequeño rostro de la joven mientras intentaba desaforadamente recuperar el chal que le pertenecía. Puesto que Sakura olvidaba muchas veces sus prendas de vestir en el bosque, sus padres eran muy estrictos con ella cuando no regresaba a casa con todas sus cosas. Kaoru sabía que la reprenderían severamente, o le harían algo aún peor, si regresaba a casa sin el chal. Su padre, el juez, creía que la letra con sangre entra, y por la enfermedad de Sakura, por su retraso, era mucho más duro con ella de lo que lo había sido con las tres hijas mayores.
Kaoru no criticaba al juez por asumir esta actitud, ni tampoco pensaba que fuese cruel. Era difícil controlar a una chica con inteligencia limitada, como Sakura, y sus padres eran dignos de elogio por haberla dejado vivir en casa. La mayoría de las personas habrían internado a una niña como ella en un manicomio. Si no fuese porque los Kinomoto lograban esconder a la joven cuando tenían visitas, era muy posible que la buena sociedad les hubiera hecho el vacío. A muchos individuos les parecía muy desagradable ver a alguien como Sakura. A pesar de ello, sus padres no la habían internado en un hospital psiquiátrico. En lugar de ello, prefirieron quedársela y mantener su existencia en la sombra, por así decirlo.
Kaoru no sabría decir por qué los Kinomoto se tomaban tantas molestias. El dinero no era un obstáculo para ellos. No tendrían ningún problema en pagar para que un establecimiento psiquiátrico se ocupara de la joven; y, dadas las aspiraciones políticas del juez, era de extrañar que no lo hubiesen hecho. Aunque era bien conocido que Sakura había sido una niña de inteligencia normal hasta que una fiebre le afectó el cerebro, algunas personas del pueblo aún rumoreaban a espaldas de los Kinomoto que uno de los tíos de Nadeshiko estaba loco y que el desequilibrio mental era, por tanto, cosa de familia. Rumores como éste podrían acabar con la credibilidad de cualquier político.
¡Maldita sea! Shilon tenía que haberse dado cuenta de que Sakura no entendía que él sólo estaba jugando con ella. Esto era evidente en sus desesperados intentos por recuperar el chal. La pobre chica era corta de entendederas, y cualquiera podría darse cuenta de ello. La expresión de perplejidad de sus grandes ojos esmeraldas la delataba por completo, por no mencionar la manera tan extraña en que inclinaba la cabeza cuando Shilon le hablaba. Era obvio que no entendía lo que le estaba diciendo.
¿No somos ya demasiado mayores para andar con este tipo de comportamientos? —Gritó Kaoru—. Venga, Shilon, deja tranquila a esa pobre chica.
—Ha hablado San Kaoru —contestó Shilon—. ¿Pretendes simular que nunca te has burlado de ella?
¡Había hurgado en la herida!
—Todos hemos torturado a Sakura alguna vez, pero cuando éramos niños. Un hombre hecho y derecho no hace algo semejante.
—Eso es verdad. Venga, Shilon —dijo Hiro con tono suplicante— déjala en paz.
Shilon no parecía estar escuchando. Inclinándose hacia adelante, sonrió de oreja a oreja a Sakura e hizo oscilar el chal dejándolo justo fuera de su alcance.
¿Lo quieres, cariño? Pues ven a por él.
Mientras intentaba engatusarla para que se acercara aún más, Shilon deslizaba su mirada por el vestido de Sakura, que estaba húmedo, probablemente por culpa de la catarata que se encontraba corriente arriba. Todos los que vivían en Tomoeda o en las zonas cercanas sabían que a Sakura le gustaba pasearse ociosa por las rocas que rodeaban la catarata. Sólo Dios sabía por qué tenía esta afición. La neblina de vapor que en todo momento ascendía desde el agua que caía en cascada era terriblemente fría, pero esto no parecía desanimarla, hiciese el tiempo que hiciese.
La tela mojada del vestido de Sakura, fina de tanto lavarla, se le pegaba al cuerpo, dejando ver mucho más de lo que ocultaba. Las curvas femeninas que se adivinaban bajo el vestido eran deliciosamente generosas... y estaban libres de trabas. Presintiendo que habría problemas, Kaoru se bajó del caballo. Shilon no podía estar pensando lo que Kaoru temía. El solo hecho de considerar esa idea era una brutal manifestación de inconsciencia. Pero ¿quién había dicho que Shilon tenía conciencia?
Al ver a Shilon, con su pelo color chocolate y desordenado bien cortado y sus risueños ojos castaños, se podría pensar que era un joven educado. Lo tenía todo: dinero, privilegios y una excelente educación en una exclusiva universidad al este del pueblo. Pero nada de esto parecía suficiente para él, y probablemente nunca lo fuese. Parecía sentir una insaciable sed de poder, una necesidad irrefrenable de controlar a los demás.
Ésta se había manifestado hacía mucho tiempo con Kaoru y sus amigos, y ahora se desataba sobre Sakura.
Pero, al contrario que ellos, Sakura no era capaz de defenderse.
Kaoru echó un vistazo a sus desconcertados ojos esmeraldas y enseguida la emprendió contra Shilon.
— ¡Maldición! Ella no está en su sano juicio, Shilon, y tú lo sabes. Métete con alguien que pueda defenderse de todo lo que le hagas.
—Estará algo tocada de la cabeza, pero el resto de su cuerpo está en perfecta forma —replicó Shilon—. ¡Sagrada revelación! Puedo ver sus senos tan claramente como el agua. —Dejando escapar un débil silbido que no auguraba nada bueno para Sakura, agregó—: Se me hace la boca agua sólo con mirarlas.
Kaoru se volvió hacia sus amigos para buscar ayuda. Con las manos metidas en los bolsillos, Tetsuya agachó la cabeza y removió la tierra rojiza con la punta de una de sus botas. Disimulaba, como si creyese de verdad que ignorar la situación la haría desaparecer. Hiro se rio por lo bajo, y la cara rubicunda de Mamoru se puso de color escarlata. A pesar de su vergüenza, ninguno de ellos parecía poder apartar la mirada de la blusa de Sakura. A regañadientes, Kaoru también le echó un rápido vistazo. Era cierto que los pezones resaltaban bajo la tela. Y, para empeorar aún más las cosas, la falda se le pegaba a los muslos. Molesto consigo mismo por haberse fijado en eso, Kaoru apartó de inmediato la mirada de lo prohibido. El temor que sentía por Sakura le apretó las tripas, como si un frío puño las estrujara.
—Tu mamá está loca, mujer. No debería dejarte andar por el campo a medio vestir —dijo Shilon en voz baja, sin dejar de hacer oscilar el chal como si se tratase de un cebo.
—Su mente sigue siendo la de una niña, y además de una chiquilla no muy inteligente —le recordó Kaoru en un tono de voz que la ansiedad había vuelto agudo—. Estoy seguro de que su madre la viste de esta manera debido a que ella no hace más que corretear por el bosque. Confía en la decencia de la gente que pueda toparse con ella, y con toda la razón. Ella no es un blanco de deseo legítimo, Shilon, y lo sabes. Dale su chal y deja que se vaya a casa.
—Se lo daré —le aseguró Shilon—. Todo lo que tiene que hacer es venir a por él. Anda, cariño. Ven, acércate a Shilon.
Totalmente ajena a las perversiones carnales de la mente de su torturador, Sakura se lanzó para coger la prenda. En el momento mismo en que se acercó, Shilon la cogió de la cintura. Ella no gritó, pero los jadeantes ruidos de pánico que emitió resultaron aún peores. A Kaoru se le revolvió el estómago. No le gustaba lo que estaba pasando. No le gustaba en absoluto. La expresión visible en el rostro de Shilon era diabólica. Diabólica y cruel. Sus ojos color ámbar despidieron un destello de pecaminosa excitación.
Kaoru dio un paso adelante.
—Deja que la chica se marche, Shilon. ¡Lo digo en serio!
—¿La chica? —Sin soltar su presa, Shilon se deshizo del chal para apretar con una mano el trasero de Sakura. A juzgar por la manera en que los dedos se hundieron en la piel, su manera de agarrarla era intencionadamente cruel—. Estás ciego, amigo mío. Ésta no es ninguna chica, es una mujer que ha alcanzado su pleno desarrollo.
Soltó una débil risa e intentó robarle un beso. Empujando inútilmente sus hombros, Sakura, con su pelo color miel cayendo como una sedosa maraña sobre la delgada espalda y con los ojos nublados por la confusión, logró arquear el cuerpo y esquivar su boca. Shilon se conformó con mordisquearla a lo largo de la columna del cuello.
—¡Caramba, qué dulce es! —La mano del tipo buscaba ahora el pecho con la misma perversidad con la que había agarrado el trasero.
La ira invadió a Kaoru. De ninguna manera se quedaría con los brazos cruzados viendo cómo Shilon le hacía daño a la joven. Aquello ya pasaba de castaño a oscuro. Cogió con una mano el fuerte brazo de Shilon.
—Te dije que la dejaras...
Kaoru no pudo terminar lo que estaba diciendo. El brillo de un puñal interrumpió sus palabras. Se quedó mirando al sátiro con mudo asombro mientras Shilon soltaba a Sakura para adoptar una postura de combate y amenazarlo con el arma, que pareció salir de la nada.
—Nunca más vuelvas a meterte en mis asuntos —le advirtió Shilon con amenazadora suavidad.
Las rodillas de Kaoru estuvieron a punto de doblarse al pensar en la hoja de aquel puñal abriéndole el estómago de un tajo. Su único consuelo era que, en medio de la furia, Shilon pareció olvidarse de Sakura. Kaoru quería gritarle que huyera, pero sabía que, si lo hacía, Shilon recordaría lo que había estado haciendo y volvería a prestarle su lujuriosa atención. Sólo podía esperar que Sakura tuviera el suficiente sentido común como para huir por motu propio.
—Venga, Shilon. Estás borracho —observó Kaoru con voz trémula.
Huye, Sakura. ¡Lárgate de aquí! Kaoru sintió gotas de sudor corriendo por su espalda. Con elrabillo del ojo, vio a Sakura tratando desesperadamente de encontrar su chal. Su respiración era como jadeos superficiales, unos sonidos parecidos a los maullidos de una gatita. Resultaba evidente que tenía miedo y quería escaparse. Pero no estaba dispuesta a marcharse sin su chal. Con un sentimiento de desazón, Kaoru comprendió que, para ella, el chal era de suma importancia. Si regresaba a casa sin él, su padre la castigaría. La pobre chiquilla no comprendía el verdadero alcance del peligro que corría. Esto no le sorprendía. Dudaba de que otro hombre la hubiera mirado alguna vez con lujuria, y mucho menos que le hubiera puesto una mano encima. Ella no podía prever algo que no formaba parte de su experiencia. En aquel instante, la definición de la palabra inocencia adquirió un nuevo significado para Kaoru, y Sakura era su personificación.
Centrando su atención en Shilon, Kaoru decidió tratar de razonar con él. Al menos podría ganar un poco de tiempo para Sakura, si no lograba nada más.
—Tranquilízate, Shilon. No querrás cometer un delito, ¿verdad? Si te metes con ella, lo estarás haciendo. Ella es la hija del juez Kinomoto, ¡por el amor de Dios! Retirado o no, se asegurará de que te cuelguen de las pelotas en el mástil de la calle principal si la tocas.
—¿Cómo lo sabrá? Ella no puede decírselo, ¿recuerdas?
Dado que era indiscutiblemente cierta, la observación hizo que a Kaoru se le helara la sangre en las venas. Sakura no podía hablar. Aunque los reconociera, probablemente no sabía sus nombres, y no podría repetirlos si los supiese. Osó lanzar una rápida mirada hacia donde ella se encontraba, y la vio tirando de su chal para intentar desengancharlo de la raíz de un árbol. ¡Por Dios! Sus padres le habían enseñado bien. Tan bien que estaba dispuesta a jugarse el pellejo antes que abandonar aquel pedazo de lana que no tenía ningún valor. Kaoru sabía que Sakura había sido víctima de burlas crueles durante casi toda su vida. De ninguna manera podía saber que en aquella oportunidad era diferente, que Shilon tenía la intención de hacer mucho más que simplemente atormentarla con bromas pesadas. Muchísimo más.
Mamoru, que se había sentado en un tronco caído, se puso de cuclillas. Sus ojos grises se llenaron de incredulidad, y Kaoru no sabía si esto era por causa del puñal o de la espeluznante sugerencia de Shilon.
—¡No puedes estar hablando en serio, Shilon! —Exclamó Mamoru—. Aunque ella no pueda hablar, hay que considerar el aspecto moral del asunto.
—¿Qué aspecto moral? —Shilon reía—. ¡Mira que sois delicados! No sé por qué pierdo el tiempo con vosotros. Es muy probable que se esté muriendo de ganas. ¡Caray!, esta mujer tiene dieciocho años. La mayoría de las chicas de su edad ya están casadas y tienen uno o dos hijos. Ésta puede ser su gran oportunidad para divertirse un poco.
Divertirse. La palabra quedó flotando en el aire, desagradable, discordante. Kaoru rogó por seguir manteniendo la atención de Shilon, aunque sólo fuese un momento. Detrás de él, Sakura finalmente logró desenganchar su chal. Como si tuviese ojos en la parte posterior de su cabeza, Shilon alargó la mano hacia atrás y la cogió de la muñeca en el instante mismo en que la muchacha se volvía para huir. Ella se tambaleó bajo la fuerza de la mano del agresor. Cuando vio el puñal que blandía, se quedó pálida. Kaoru supuso que finalmente su poco espabilado cerebro había comprendido que Shilon podía ser un hombre realmente peligroso.
Acentuando la advertencia que le hacía a Kaoru con la afilada punta de su puñal, Shilon preguntó:
—¿Alguno de vosotros quiere enfrentarse conmigo? Si es así, haced como las ranas y brincad hacia él.
Ninguno de ellos era tan tonto como para hacer algo semejante. Sabían que Shilon era capaz de matar. El brillo que había en sus ojos era prueba fehaciente de que en ese momento estaba dispuesto a ello. Siguió agitando el puñal en el aire. Aquella fría sonrisa prometía tomar represalias si alguno de ellos se atrevía a desafiarlo. Cuando estuvo seguro de que nadie tendría el valor de hacerlo, guardó el arma en la funda de su cinturón y centró toda su atención en Sakura, que se retorcía en vano, intentando liberarse de las manos de aquel hombre.
—¡No puedes hacerle esto! —gritó Kaoru temblando de impotencia.
—¿Quién me lo impedirá?
No sería Sakura, por supuesto, pues era una joven de complexión delgada, mientras que Shilon era un hombre robusto de más de un metro ochenta de alto. Girando ágilmente sobre sus talones, la arrojó al suelo, le levantó la falda y la violó sin esfuerzo alguno, como si se tratase de una niña.
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Continuará
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