Cuando todo está perdido

ACTO I
Escena 1: Escrito en sangre

La dulce melodía de Carmina Burana era todo lo que se escuchaba en la solitaria mansión. Ni siquiera el lejano sonido metálico del reloj en el hall principal, marcando las seis y media de la tarde, lograba penetrar en la oscura habitación, ahora apenas iluminada por un par de velas. No había más vida que la de aquél muchacho, ahora escapando en cada suspiro que emitía por entre sus labios avioletados.

Sin embargo, en lo más profundo y oscuro de esa enorme casa se mantenía una reunión que determinaría la vida de muchas personas.

Y eso era lo que hizo sonreír al muchacho.

Sujetaba la pluma con fuerza, escribiendo sus últimas palabras en el pergamino ante él. Podría haber sido una despedida, tal vez su testamento... pero todo lo que pensaba dejar era una nota final a su miserable vida: venganza. A aquél que una vez se permitió llamarse padre mientras sus acciones eran más cercanas a las de un celador. Era demasiado cobarde para enfrentarse a él cara a cara, y de todos modos no arreglaría nada. Su vida ya no tenía sentido si le faltaba aquello que más amó. Dejaría la nota culpándole, echándole en cara lo que hizo a los que le rodeaban. Y por último, solo por no convertirse en un completo traidor, le avisaba de su última visita al Ministerio y la carta anónima que dejó allí, donde su nombre aparecía entre los demás.

Firmó con la más pulcra caligrafía. La D se alzaba majestuosa, y la C parecía una daga clavándose en la O. La M era perfecta, magnífica, parecía rasgar el papel en cada trazo. Y por último, la Y cerraba su firma con un impulso tempestuoso. Se sentía orgulloso de su nombre, nunca renunciaría a él, aunque su padre le repudiara por la traición de esa noche. Había sido educado para respetar ese nombre e imponerlo como casi un don.

Ya no le quedaba nada por hacer. Dejó todo listo.

A un lado, una copa de cristal brillaba con la luz de las velas. Tan solo le quedaban algunas gotas como prueba de lo que ahora nadaba en sus entrañas, llevándoselo de allí. Podía notar cómo su cuerpo se volvía pesado, obligándole a recostarse en la cómoda butaca. No podía evitar sonreír, aunque sintiera cierto nerviosismo. La idea de la Muerte siempre le había agitado. Dejó la mente flotar al compás de la melodía, con sus voces elevadas al tono más alto, resonando en el despacho y vibrando en sus oídos de forma placentera.

Pronto le pesaron los párpados, y no pudo mantener los ojos abiertos por mucho. Empezaba a perder un poco el sentido, no podía pensar con claridad, pero aún notaba el dolor de sus recuerdos.

Y el de su madre era el que le perseguía a toda hora. Ver cómo moría sin haber podido hacer nada. Aquella dulce mujer, el único humano que amó de verdad, a quien le mostró sus verdaderos sentimientos y quién era realmente, dejando de lado la máscara que su padre le obligó a llegar siempre, queriendo convertirlo en un ser despiadado y frío como él. La dulce mano que le mecía cuando le dolía tanto que no podía respirar, quien le enseñó que en la vida hay más que sufrimiento. Hay amor.

Desde que su madre murió, su vida había sido un infierno. Ya no había nada por lo que luchar, no sentía ninguna esperanza, a partir de ese momento su padre se dedicó a adentrarlo en el círculo del Lord, queriéndole convertir en un perfecto heredero. No le había afectado para nada la muerte de su esposa, ese ser frío y cruel incluso se alegraba de no tener que ocultar sus infidelidades! Y ahora se mostraba ante todos con una mujer diferente cada semana.

Le daba asco. Era su padre, sí, pero no podía volver a verle como lo hacía de pequeño: con adoración. Él le enseñó a odiar, le dijo que debía sentirse superior a los demás, que disfrutara del miedo que le tenía la gente. Pero no lo disfrutaba. Aunque sí odiaba a Potter, aunque sólo fuese porque deseaba tener amigos como los suyos, alguien que le quisiera como ese padrino suyo prófugo...

El cuerpo le falló. Sus brazos cayeron inmóviles y rígidos a los lados. Las piernas se abrieron un poco, dejándole posición de abandono. Aunque no era eso exactamente. Más bien un estado cercano a la calma, la que se establece antes de la tormenta. Sentía tranquilidad, desasosiego y verdadera paz interior. "El dulce de Muerte", el veneno que se tomó, prometía una muerte sin dolor y libre de remordimientos, puesto que bloqueaba cualquier pensamiento coherente.

Ya no había más lugar para el miedo.

Finalmente, dejó de sentir nada, su cuerpo tan solo guardaba un poco de calor y apenas un suspiro de respiración. Se estaba resbalando trágicamente de la silla sin darse siquiera cuenta.

Draco Malfoy se despidió de este mundo con una sonrisa y una pluma manchada de sangre a las siete de la noche en punto, sonando de nuevo el reloj del hall principal...

*********

La tormenta llegó a las siete en punto de la noche con el eco del péndulo, y con ello, la batalla.

Segundos después, unos pisos más abajo, la reunión se vio interrumpida por una explosión en el hall principal. Signo inequívoco de que habían sido descubiertos y no les quedaba mucho tiempo para desaparecer. No sin antes pelear, no eran unos cobardes.

De inmediato se pusieron todos en marcha y sacaron sus varitas, dirigiéndose al pasillo secreto para aparecerse por sorpresa arriba. Pero la emboscada no les salió bien, pues los aurores parecían enterados de todo y ya estaban esperándoles. Hechizos y sonido de espadas chocar se oyeron durante largos minutos en la mansión. Ambos estaban en igualdad de número y fuerzas, por lo que costaba saber quién ganaría.

Poco a poco, fueron cayendo algunos y escapando los otros, hasta que la batalla terminó y solo quedaron aurors en la casa. Respiraron agitados aún sosteniendo su varita por si había otra emboscada. En total sólo habían podido detener a cinco, y entre ellos el único conocido era McNair hijo. Habían escapado, según sus suposiciones, al menos otros seis.

-Hudson, Crimson! Al piso de abajo, que os acompañe Fitzburn! - Imperó la voz grave del jefe. Todos se pusieron en marcha, nadie le llevaba la contraria nunca. No por ser quien era, sino por el respeto que sentían hacia él.

-Sí, señor!

-Rainds, Burton! Recorred esta planta. Tal vez aún se escondan por aquí.

-Sí, jefe!

-Weasley, conmigo arriba. Y los demás, llevad a estos – escupió mirando a los mortífagos apresados, - al cuartel. Desmáyenlos primero. No quiero sorpresas.

-En seguida, señor!

Acatando todos sus órdenes, el capitán se volteó y fue hacia las escaleras que le llevarían al piso de arriba. Allí no había ningún destrozo, estaba todo impecable, y podía percibirse el buen gusto por el arte que tenía la familia Malfoy. Aunque también había decoración digna del más terrible mortífago, todo ello ostentoso y retorcido. Se dirigieron por el largo pasillo, revisando habitaciones por el camino, hasta el final, donde se separaba en dos pasillos más.

-Ves por la derecha, yo tiraré por la izquierda. Si tienes algún problema, usa el reclamo. - Le ordenó, aunque con él suavizó un poco el tono.

-Está bien. Ves con cuidado.

-Lo tendré... - susurró algo fastidiado de que aún se preocuparan por él.

No por nada llevaba siete años siendo auror, y encima era el jefe de su unidad! Se había ganado el puesto, el nombre no tenía nada que ver. Sí se había entrenado tanto era porque no quería que nadie más muriera por su culpa, por ser un novato inocente que desconoce de qué va esta guerra. Pero, aunque demostrara mil veces que podía valerse por sí mismo y salir airoso de cualquier situación, con la cabeza a puesto, aquellos que le querían seguían con la manía de sobreprotegerle.

Se alejó rápidamente de la intersección corriendo por la izquierda, notando la mirada de su compañero en la espalda. En esa zona no había más puertas, y las dos que vio solo daban a dormitorios vacíos y llenos de polvo. Tal vez se tratara de el ala de invitados.

Cuando empezaba a perder la esperanza de encontrar algo allí, y tras girar dos veces a la derecha, topó con que el pasillo no seguía, terminaba en una gran puerta de roble oscuro, cerrada y levantándose majestuosa en el corredor oscuro. A lado y lado había antorchas iluminando la entrada, así que tomó precaución y se fue acercando poco a poco. Su instinto le decía que no era una habitación cualquiera, y que ahí dentro encontraría algo.

Tomó la empuñadura de la puerta, dos serpientes enroscadas una encima de la otra, y lo giró poco a poco, abriendo un poco el resquicio para ver primero en su interior. Algunas velas en el escritorio le permitieron ver que se trataba de un despacho, amplio y lleno de lujos. La silla detrás la mesa estaba de lado, pero no había nadie. Al menos aparentemente. Aún manteniendo los cinco sentidos en alerta, fue entrando despacio y mirando a lado y lado para no encontrarse en una trampa.

Había un tocadiscos mágico, bastante antiguo, encendido, reproduciendo una ópera. Desconocía ese tipo de composiciones, así que le era imposible determinar de qué tema se trataba. Lo único que le inspiraba la melodía era soledad.

Se acercó a la mesa y miró por encima. Había un pergamino sellado con la cera caliente de una vela verde y el sello de la familia Malfoy. Solo ponía: A quien lo encuentre. Decidió que, ya que fue él quien lo encontró, lo leería más tarde, y se lo guardó en uno de los bolsillos de la túnica. También vio una copa vacía, que había contenido algo parecido a vino por las gotas que quedaban en el fondo. Alguien debía haber estado ahí hacía muy poco, y pasando la mirada por el resto de la estancia se dio cuenta que había una capa negra colocada encima de un diván. Ahora estaba seguro, alguien había estado allí. ¿Habría escapado?

Cuando se giró para irse y volver a reunir a los demás, algo entró en su campo de visión. Una pequeña sombra, tal vez ni siquiera eso. Sin embargo, notó que había algo en el suelo detrás de la mesa y se puso en alerta.

Varita en mano, empezó a rodear la mesa lentamente, mirando al suelo. Y lo vio. Aún y en ese estado mortecino aguardaba toda su elegancia, era algo innato. Rostro sumamente pálido, enfermizo y con los labios amoratados. Sus ojos permanecían cerrados, sin vida. Y sus ropas seguían tan pulcras como siempre. Pero dejó sus observaciones de lado para agacharse y comprobar su pulso con dos dedos en el cuello.

El corazón no le latía, o tal vez lo hacía muy suavemente.

Rápidamente, sin meterse a pensar en las consecuencias que podría traer eso, le levantó del suelo y, tomándolo en brazos, se desapareció. San Mungo quedaba descartado, harían demasiadas preguntas y más tratándose de un mortífago, así que no le quedó de otra que llevarlo a una clínica ilegal en la parte muggle. Por supuesto, le debían algunos favores, les permitía seguir con el negocio mientras pudiera obtener información de ellos. Él era el único que conocía el lugar, así que fue allí donde se apareció.

-Spencer!! - Gritó, caminando tan rápido como el peso del rubio le permitía, dirigiéndose al despacho del médico jefe. - Spencer, sal!!

-Shhht! No grites, vas a traerme problemas!

-Déjate de estupideces! Tu mayor problema soy yo y lo sabes. - Tumbó al rubio encima de la primera camilla que encontró en una pequeña sala. - Encárgate de él.

-Pero...

-Sin preguntas, sin reparos. Simplemente mantenlo en vida. Volveré más tarde. - Fue a desaparecerse, pero antes añadió: - Preocúpate que no escape. Y no la cagues... - amenazó y desapareció de su vista en un momento.

Se reapareció de vuelta a la Mansión. Las barreras del lugar habían sido anuladas y no había problema de impedimento como antes del ataque. Seguramente, los elfos debían haber escapado con el amo de la casa, o eso o permanecían ocultos en algún rincón esperando que este los llamara. Pero era mejor así, no quería tener a esos seres por ahí en medio, y menos si eran como Kreacher.

Cogió la copa y la capa, desvaneciéndolas para no dejar prueba alguna, y salió del despacho de vuelta por los pasillos de la mansión Malfoy, volviendo al Hall para reunirse con todos. La mayoría estaba allí, solo quedaba Weasley, pero apareció por detrás suyo.

-Zona segura. No queda nadie. - Informaron los de cada grupo.

-Bien. Pues no queda más que hacer, que se encarguen los del Ministerio ahora. - Habló. - Nos vamos.

Harry Potter y sus hombres se fueron de la mansión Malfoy satisfechos por otro buen trabajo realizado. Ya era la cuarta casa de magos oscuros que interceptaban durante una reunión. Y todo gracias a un informante anónimo que les envió notas sobre ello. ¿Quién se escondería detrás de eso? ¿Estaba del lado de los aurors... o solo se cobraba algo?

Ese último aviso había sido gordo: en plena Mansión Malfoy! Esta vez su dueño, Lucius Malfoy, estaba acabado. Cuando le encontraran, sería su fin. Aunque, por desgracia, había "desaparecido". Qué novedad. Igual que su Lord.

Harry tenía la mosca detrás de la oreja, y más después de encontrar a Malfoy jr. medio muerto en el suelo, sin nadie alrededor, y con una nota para nadie en particular. Recordando eso, no podía retardarse más, deseaba saber qué era lo último que había querido dejar dicho el rubio.

-Llevad a los detenidos a las mazmorras, informad al capitán Dickinson para que se encargue de ellos.

-Sí, jefe.

-Voy a redactar el informe. - Le dijo a Ron para que no le molestara. El pelirrojo ya sabía que, cuando Harry se encerraba en el despacho a hacer su trabajo, odiaba que le molestaran y rompieran el hilo de sus pensamientos.

Disimulando su prisa, fue rápidamente a su despacho, cerrando la puerta para que nadie le molestara y dejando el sobre encima de la mesa. ¿Debía leerla? A quien lo encuentre, ponía. Él la había encontrado... pero también podía ser que el rubio no supiera que sería precisamente él quién la encontraría. Tal vez era para su padre y eso, aunque se tratara de mortífagos, era algo privado de ellos.

Pero estaba intrigado. ¿Por qué Draco Malfoy se suicidaría? Porque se trataba de eso... ¿no? Tal vez le envenenaron... Pero entonces, ¿y la carta? ¿Qué tenía que ver con todo eso?

Decidiendo que solamente lo hacía por asuntos de trabajo, rasgó el sello con un abrecartas y leyó atentamente.

CONTINUARÁ