NdA: empecé este fic hace siete años y ya está terminado hasta el primer CD. No voy a escribir más a partir de este punto, porque por suerte vamos a tener un Remake, y dejo por aquí una corrección un poco más decente de lo que hice en su momento. ¡No esperéis mucho, en cualquier caso!

Disclaimer: nada de esto me pertenece, solo es una interpretación de FF VII sin ningún ánimo de lucro.


LA EXPLOSIÓN DEL REACTOR MAKO


Una muchacha respiró hondo en medio de un oscuro y estrecho callejón. Comprobó que las flores de la cesta estaban bien colocadas. Después echó a andar con resolución bajo las luces de neón, los deslumbrantes carteles de anuncios y se fundió entre los transeúntes de Midgar.


El tren disminuyó de velocidad al enfilar el tramo final del trayecto. Saltaron las chispas, acompañadas de un desagradable chirrido. Una vez hubo llegado al andén y el humo de la locomotora envolvió la máquina, los guardias de la estación se aproximaron a realizar su examen rutinario.

Cloud, en el techo del tren, vio cómo su cliente, el gigantesco Barret Wallace, saltaba sobre los mismos antes de que pudieran ni parpadear. Solo uno tuvo tiempo de intentar gritar, pero la única mujer del grupo se dejó caer sobre él y lo noqueó con eficiencia.

No estaba mal. Cloud se deslizó hasta el andén sin hacer ruido, a pesar de la gigantesca espada que cargaba a la espalda, casi tan amplia y alta como él. No es que fuera muy difícil alcanzar esos requisitos; Cloud era nervudo, esbelto y sin apenas grasa. Su pelo, rubio y desordenado, acentuaba unos rasgos juveniles, pero consumidos y duros.

Wallace le lanzó una mirada furibunda.

—¿A qué estabas esperando?

Cloud le clavó unos ojos de un azul antinatural, fruto de los baños de Mako. Por lo general, provocaba que poca gente le sostuviera la mirada. Wallace aguantó el pulso hasta que uno de sus compañeros le dio un golpecito en el hombro y se pusieron en marcha. Cloud los siguió fuera de la estación, silenciosa y casi abandonada. No había mucha gente cerca de un Reactor fuera del horario laboral. Se detuvieron junto a una de las puertas laterales, por donde entraban y salían los camiones de carga. La chica se puso a trabajar con la pantalla de reconocimiento y Cloud permaneció en guardia, con una mano entorno a la empuñadura de su espada.

Ignoró al joven alto y bien constituido que se acercó a él, hasta que este dijo:

—¿Cómo te llamabas?

En vez de contestar, permaneció en silencio examinando al joven poco mayor que él. A pesar de la obvia inquietud que sentía y de que no paraba de mirar nerviosamente a su alrededor, mantenía una sonrisa amigable en el rostro.

—Cloud.

—Cloud, cierto. Yo soy Biggs. Y ella —señaló a la muchacha, cuyo rostro se había teñido de verde por la luz de la pantalla— Jesse. El gordito de ahí es Wedge…

El aludido levantó la mano, nervioso.

—No me importan vuestros nombres —interrumpió Cloud—. Después de esto se acabó.

—Ah… —La sonrisa de Biggs vaciló.

—¡Silencio! Que no estamos en un jodido bar.

Cloud volvió a vigilar, sin molestarse en comentar que no era él quien había iniciado la conversación. Wallace, puro músculo, con el pelo cortado al estilo militar y tupida barba negra, les apuntó con su implante, que le nacía debajo del codo derecho. Era pesado y grotesco, y le dejaba la piel llena de ampollas. Seguramente al disparar se sobrecalentaría.

—Si volvéis a abrir la boca sin mi permiso…

—¡Hecho! —triunfante, Jesse dio un salto mientras la puerta se deslizaba hacia un lado con un suave resoplido.

—Y pensar que la maldita contraseña fue tan complicada de obtener —musitó Biggs, asomándose—. No hay peligro, vamos.

Cloud los vio pasar de uno en uno: Biggs, tenso y tragando saliva; Jesse, apretando los labios hasta que se le pusieron blancos; Wedge, aguantando la respiración y Wallace con una arrogancia que apestaba a terror. Cuando él intentó seguirlos, Wallace se interpuso en su camino y lo dominó con su impresionante altura.

—SOLDADO, ¿eh? No me fío un pelo de ti, que lo sepas. No te daría ni una moneda si no fuera por Tifa. Más vale que demuestres lo que vales.

El joven lo repasó con la mirada, lo esquivó y siguió al resto del grupo. Tras él, Wallace escupió una sarta de insultos en voz baja y grave. Pero no buscó pelea. Al menos, se intentó consolar, tenía un mínimo de instinto de supervivencia.


El compendio de la estructura era cuadriculado, con estancias completamente cerradas, paredes reforzadas con varias capas de acero, sin ventanas. Y casi todas puertas se abrían con contraseñas. Se habían detenido en medio de un largo pasillo a intentar organizarse con el mapa digital que habían obtenido cuando Biggs masculló:

—Oigo…

Wallace no le dejó terminar. Levantó la ametralladora hacia un extremo del pasillo. Sus tres compañeros y Cloud se cubrieron los oídos antes de que disparara una ráfaga de balas que, aun así, estuvo a punto de dejarlos sordos en un espacio tan pequeño. Cuando bajó el arma, que dejó un rastro de humo a su paso, Cloud comprobó que había destrozado un robot, del que se escapaban algunas chispas. Apretó un puño y se tragó la rabia. ¿Por qué no llamaban directamente a la guardia, ya que estaban dispuestos a suicidarse?

—Vamos.

Una vez forzaron la sala de control, cuyas paredes desaparecían bajo pantallas y teclados, Jesse estiró los dedos y dibujó en su rostro una mueca de concentración. Unos minutos después tenían vía libre al interior del Reactor.

Cloud decidió abrir la marcha. Si dejaba ir a Wallace, se le gastarían las balas antes de que pudieran ni bajar un piso.

—Quieto ahí, piltrafilla.

«Paciencia, paciencia.»

—Qué.

—¿Es tu primera vez en un reactor? —preguntó Barret con suspicacia.

Cloud negó con la cabeza.

—Es lo que tiene haber sido miembro de Shin-Ra. Entras a Reactores. ¿No es algo que deberías preguntar antes de contratar a un exSOLDADO?

El pecho de Wallace se inflamó y en sus ojos llameó la rabia. Cloud se preguntó si no habría ido demasiado lejos y tendría que defenderse. Pero, al final, Wallace masculló:

—A partir de ahora vienes conmigo. Los demás ya sabéis qué tenéis que hacer.

Wedge y Biggs se quedaron atrás, para asegurar la ruta de escape, como habían discutido una y otra vez antes de ponerse en marcha. Jesse, por su parte, sincronizó uno de sus aparatos con los ordenadores y se apresuró a ir tras ellos. Se metieron en uno de los ascensores y se apoyó contra una pared mientras descendían a los entresijos de la estructura. Tocó la empuñadura una vez más. La presencia de la espada siempre lo reconfortaba, por mucho que llevarla en un espacio cerrado fuera una idea arriesgada. Pero se encontraban robots en el centro del Reactor, suponía que tendría más rango de movimiento. Y su filo cortaba de maravilla el metal y la carne. Un golpe y se acabó. Tenía que moverse más rápido que Wallace, al menos allí abajo, no fuera a disparar donde no debía y explotara algo. No quería morir todavía, gracias.

—Si no detenemos a esos capullos de Shin-Ra, se cargarán el planeta —mascullaba Wallace, aunque con su tono de voz, susurrar era casi declamar frente a un teatro—. Con un Reactor no será suficiente, pero al menos hará algo.

Cloud se dio cuenta de que Wallace lo miraba y se encogió de hombros.

—¿Cómo puede darte igual? —le espetó, rascándose con furia la barba negra.

—Barret, no creo que sea el momento de…

—Eso es cosa de los que vayan a vivir la muerte del planeta. Yo estoy aquí para hacer mi trabajo y nada más.

El hombre abrió la boca justo entonces el ascensor se detuvo y la puerta se abrió. Cloud aferró la empuñadura de la espada y salió antes de que tuviera tiempo de terminar de coger aire.


«No ha sido tan difícil» se dijo, veinte minutos más tarde, sacudiéndose las manos y pasando por encima del cadáver de la bestia que se desangraba por instante.

Debía admitir que Wallace no era tan inútil como aparentaba y que Jesse, quien se había quedado en la pasarela de arriba, se había aprendido bien los planos del Reactor. Sin embargo, Avalancha no dejaba de ser una banda de ecoterroristas con muy buena suerte. Le costaba creer que hubieran podido llegar tan lejos sin apenas un rasguño. Además, había encontrado algo que merecía la pena. Se palpó el bolsillo, donde se había guardado una materia que había encontrado al lado de una escalera, y se permitió una pequeña sonrisa.

Con todo, no se fiaba. Había sido todo muy fácil y no le gustaba. Tenían que estar preparados para que la salida fuera muy diferente a entrar a la boca del lobo.

—Ya está —dijo Jesse desde arriba.

Una puerta se abrió ante ellos. Al otro lado se tendía un puente sobre un abismo negro. Llegaba hasta una estructura cilíndrica, con un panel protegido desde el que se controlaban los niveles de Mako. Las botas de los hombres resonaron contra el metal del puente y el sonido de sus pasos reverberó entre las oscuras paredes.

Una vez llegaron al panel de control, Wallace le tendió la bomba casera de Jesse junto a un destornillador.

—Instálala.

—¿Yo?

Con un bufido, Barret cruzó los inmensos brazos.

—No, yo con mis diez dedos.

Cloud le cedió aquel punto y se arrodilló.

—¿Por qué Jesse se ha quedado atrás?

—No le gustan las alturas.

El joven intentó no gruñir y muchos pensar en manos de quién estaba arriesgando su vida. Trabajó con una de las placas hasta que la arrancó y quedó al descubierto un mar de cables que desprendían pequeñas pulsaciones de energía. Wallace le susurraba, siguiendo unas instrucciones escritas, que debía haber releído varias veces porque no se equivocó ni una vez. Los dedos de Cloud tampoco temblaron. Conectó la bomba, marcó las teclas y activó el temporizador.

Nada más decirlo una alarma cambió la iluminación sombría a una tonalidad roja. La voz impersonal del ordenador de seguridad advirtió de la presencia de intrusos.

—Me cago en…

Cloud ya tenía la espada en la mano antes de que escuchara los primeros golpes que sacudían el puente. A través de la puerta emergió un robot enorme de unos tres metros de largo y con la forma de un desagradable escorpión rojo.

—Fíjate en la cola —dijo a Wallace.

—¿Qué?

—Su cola lanza descargas mortales, pero tienen que cargar. Cuando esté levantada, se acabó.

Nada más terminar la frase, Cloud se arrojó hacia la pequeña cabeza del escorpión, tomó impulso, y la cortó de un certero tajo. Nada más pisar el suelo se apartó de un salto. En vez de soltar una ráfaga de balas, la ametralladora un sutil sonido agudo, como quien coge aliento, y en su punta aparecieron unas llamas que se acumularon hasta adoptar la forma de una esfera. La detonó como una estrella fugaz contra el aguijón del robot, que se derritió parcialmente.

Cloud atacó la parte inferior, entre las piernas, la más desprotegida. Después de dos o tres embestidas, el escorpión dejó de funcionar. No se detuvieron ni a respirar. Acababan de desperdiciar dos preciosos minutos de los diez que les quedaban para abandonar el lugar y alejarse lo máximo posible del Reactor. Se puso la espada a la placa magnética de la espalda y corrió con todas sus fuerzas. Wallace lo siguió con pasos pesados y pronto se abrió una distancia entre ambos, en especial al subir las escaleras de mano.

En la pasarela donde habían dejado a Jesse tuvieron que detenerse. La chica luchaba con desesperación para sacar la pierna, encajada en uno de los agujeros. Se negaba a mirar hacia abajo y estaba verdosa. Por el olor, le quedó claro que había dedicado su tiempo a devolver mientras ellos se jugaban la vida. Conteniendo la frustración, Cloud la obligó a quedarse quieta y presionó un poco por encima de la rodilla, antes de sacarla poco a poco.

—Gra…

—¡Luego me las darás! —exclamó, empujándola.

Corrieron, casi volaron. Cloud tuvo que coger a Jesse de un brazo y medio arrastrarla en volandas consigo. Habría hecho lo mismo con Wallace si no lo doblara en peso.

Biggs los esperaba haciendo aspavientos en el corredor acordado, al lado de una puerta. Recorrieron a toda velocidad el pasillo, que se cortó bruscamente. Unas escaleras de mano, que apenas se distinguían en la oscuridad, bajaban unos tres metros. A partir de ahí continuaba el camino bajo tierra.

—Saltad —indicó Cloud.

—¡Pero…!

—¿Qué preferís? ¿Una pierna rota o…? —dejó la frase inconclusa y saltó.

Cayó de pie y la espada se le clavó en la columna. Pocos instantes después, Barret aterrizó a su lado. Jesse, Wedge y Biggs lo siguieron en una caída mucho más aparatosa.

—¡Venga, venga, venga! —tronó el líder, levantándolos sin contemplaciones.

Cloud mantenía una cuenta atrás mental, con el corazón en un puño. Sus compañeros jadeaban del esfuerzo, pero ninguno se paró a descansar. Jesse y Wedge se presionaban el costado, con una mirada de desesperación. Podría dejarlos atrás. No sería difícil, incluso con el peso de la espada.

«Tendrías que haberlo hecho hace mucho rato. Cuando la chica estaba encajada.»

Sintieron la explosión, que se cernió sobre ellos en un penetrante silencio.

El rugido estalló a lo lejos. La onda expansiva agrietó las paredes a su paso y los alcanzó. Los arrancó del suelo y, por unos momentos, casi experimentaron lo que debía ser volar.


Cloud derribó la puerta de una patada y tragó una bocanada de aire sucio, que sabía a humo, aceite y basura, pero fresco. Benditamente fresco en comparación con el infierno de aquel pasillo subterráneo. Tosió, con los ojos anegados en lágrimas, y apretó el paso para dejar que los demás salieran. Una capa de azufre caía sobre ellos como nieve gris, cubriendo el suelo. Cloud se alejó un poco de la boca del túnel para ver cómo el Reactor escupía chimeneas de humo negro al cielo.

—Con esto el planeta vivirá un poco más —dijo Barret, con la voz ronca y destrozada—. Lo hemos conseguido. —Sucio, lleno de moratones y rasguños, se tocó inconscientemente el brazo mutilado, cerca de las ampollas—. Separémonos y reunámonos en la estación.


Cloud llegó a una plaza con gente en pijama o recién salida de la cama. Asustadas, las personas chocaban entre sí al mirar hacia arriba con la boca abierta, murmuraban, alguna que otra persona lloraba y la mayoría corría hacia los bares para ver las noticias. Cuando veían a Cloud, o más bien su uniforme de SOLDADO, agachaban la cabeza y se alejaban como si intentaran desaparecer. El muchacho le dio una patada a un trozo de rueda y pisó los cristales de un escaparate. Todo estaba hecho un verdadero asco por la explosión. Levantó la cabeza para ver en qué estado habían quedado los edificios y frenó justo a tiempo de evitar atropellar a una muchacha.

—Perdón.

Ella le sonrió, con unos dientes blancos y una piel clara y bien cuidada. Era más o menos de su altura y debía rondar, como él, los veinte años. Tenía unos ojos verdes grandes y casi relucientes. Se apartó una gruesa trenza castaña del hombro, se recolocó la cesta de flores que le colgaba de un brazos.

—No es nada. —Al darse cuenta de que las miraba, dijo sin dejar de sonreír—: No se ven muchas por aquí, ¿verdad? Si quieres una, cuestan un gil.

Volvió a encontrarse con sus ojos verdes y se percató de que era la primera persona, en mucho tiempo, aparte de Tifa, que le sostenía la mirada sin miedo. A pesar de su traje. Casi se olvidó de dónde venía y a dónde tenía que ir. Hurgó en sus bolsillos y le dio el dinero. La sonrisa de la joven se amplió.

—¡Muchas gracias!

—Ten cuidado —le recomendó—. Este sitio es peligroso.

Ella arqueó una ceja, divertida. Como si no lo supiera, vino a decir su expresión. Sin embargo, cuando habló, su voz fue dulce y amable:

—Vale, gracias otra vez.

La siguió con la mirada hasta que dobló una esquina y desapareció. Retomó la marcha, no quería perder el tren.


Vio las vías a lo lejos y se dio cuenta de que, en vez de ir al andén, había acabado encima de un túnel por el que este salía. Y podía escuchar claramente cómo se acercaba el tren. La piedra vibraba bajo sus pies.

—¡Alto!

Unos guardias de uniforme azul corrían hacia él. No sabía si lo habían descubierto por alguna grabación, si venían a pedirle ayuda o su identificación como SOLDADO. Tampoco pensaba esperar a descubrirlo. La mole de la locomotora asomó entre las sombras con estrépito. Les dio la espalda y saltó por el borde. Durante el horroroso segundo que quedó suspendido en el aire, pensó que se había equivocado, que caería mal y resbalaría.

Chocó contra el trecho y resbaló hacia un lado, pero se aferró con todas sus fuerzas al resbaladizo material. Unos segundos más tarde se metieron en un nuevo túnel y el humo de la locomotora le dio de lleno en la cara. Tosió, arrugando la nariz y entrecerrando los ojos.

«Bueno, hoy he sobrevivido dos veces. No ha estado mal.»