Siempre supo que se iría.
Bueno, quizá no de forma consciente, pero siempre supo que él tenía miedo. Siempre supo que él era una serpiente, y que como buena serpiente atacaría a todo aquel enemigo que pudiese ganar, y que usaría todas sus armas cuando no tuviese tan clara su victoria. Primero trataría de intimidar a su oponente. Si ver a una serpiente en posición de ataque por encima de tu cabeza no es suficiente, empieza la segunda parte, te mostrará los colmillos, y el veneno, y él destilaba el peor de los venenos, no podía recordar todas las veces que había deseado que se mordiese la lengua para que sintiese todo lo que le había hecho sentir a ella con sus venenosas palabras. Y por último podían suceder dos cosas, un ataque suicida sin muchas probabilidades de éxito, o una huída rápida por cualquier recoveco que viese.
Malfoy había huido.
Había tenido delante al enemigo más poderoso que pudo encontrarse, y no era ni más ni menos que una llorona Hermione que le pedía que se quedase y la quisiera.
Y pese a saber que existía esa posibilidad, en la que él se iba dejándole el corazón lleno de amor y el futuro lleno de esperanza, le dolía como nada antes le había dolido.
A veces, conocer lo que puede suceder en el futuro no nos prepara para él, y tumbada en su cama, derramando suficientes lágrimas como para crear un segundo lago negro, Hermione no se sentía preparada para retomar su vida después del huracán Malfoy.
