Disclaimer: Todo, absolutamente TODO pertenece al profesor Tolkien, mio aquí no es ni la idea xD
Esta historia participa en el reto #14 ''El reto loco de los reyes de Arda'' del foro ''El Poney Pisador''
Personaje: Glorfindel
Fandom: El Silmarillion
Palabras: 401
Proteger.
Proteger. Salvar. Huir.
Lanza una estocada en el hombro.
Servir, ayudar…huir
Gira sobre sí mismo, danza con la espada plateada hasta arrancarle de un solo movimiento la cabeza a su adversario. El suelo tiembla bajo sus pies y la visibilidad se le nubla a momentos, es el sudor, se dice mientras se limpia con el dorso, es la sangre que se me va pegando y me impide ver, no es nada más que eso.
De pronto ve a otro, o más bien lo percibe, los sentidos demasiado confusos a su alrededor para saberlo a ciencia cierta; un camarada le toma la mano, le agradece los años de amistad, le sonríe mientras la luz se le escapa de los ojos y Glorfindel no sabe cómo llegó allí, no sabe porqué está en el suelo, al otro lado del campo y sólo entre tantos amigos que viajan insomnes hacia los pasillos de Mandos. El salitre se le pega a los ojos, le escuecen como nunca y antes de que pueda preverlo su espada se incrusta en la carne putrefacta de un huargo que pretendía rebanarle la cabeza.
Lo comprende. Ya no hay tiempo, ni siquiera para dedicar unas palabras de aliento a los que siguen en pie resistiendo, o para cerrarle los ojos al amigo caído que sigue reflejando la destrucción de su hogar en sus ojos.
Ya no hay tiempo.
Frunce el ceño alzando la espada, abriéndose paso a estocadas mientras la voz de su rey resuena como un eco lejano en su cabeza proteger, ayudar, huir, cada palabra es un orco muerto, por cada orco muerto aparecen tres más. Glorfindel está jadeando. Busca a Turgon entre los elfos que huyen, entre los que combaten fieramente, pero no lo encuentra; En su lugar se topa con muchos de los suyos que corren, que gritan sin saber a dónde ir, sus casas se caen a pedazos sobre sus cabezas, los lobos les esperan con las fauces abiertas ¿Dónde esconderse? Jadea, gruñe una orden y se abre paso como mamá gallina cuidando a sus polluelos hacia el paso secreto que Idril indica a gritos.
Tiene que poner a todos a resguardo, es su deber, se dice mientras siente que los ojos le escuecen con insistencia y un látigo de fuego se incrusta en su brazo.
Ya no hay tiempo.
