Pudo ver sus ojos castaños al otro lado de la sala. Se escuchaba el ruido de la música acomodándose en el lugar, abarrotado de personas. Algunas brindaban debido al éxito que había parecido tener todo aquella noche. Otras, en cambio, brindaban por estar allí y poder disfrutar de la compañía de la gente que estaba a su lado.
Pero no era capaz de apartar la vista de aquellos ojos, que irradiaban una especie de orgullo, y a su vez, de cansancio. Y de vacío. Una sensación que hizo que se provocase una especie de nudo en su estómago. Se mordió el labio, intentando controlar su propio instinto, por lo que permaneció en su lugar, sin moverse. A veces manteniendo conversaciones triviales con los demás. A veces estando en alerta. Y otras veces, no dejaba de observarla a ella. En silencio. Sin pronunciar palabra alguna.
Fue capaz de ver como, de repente, se movía en una dirección. Se incorporó en su sitio, y tras unos segundos, decidió salir tras de ella. Disimuladamente, como ya sabía hacer. Como había aprendido a lo largo de aquellos meses. Sin hacerse notar, dejó el lugar al igual que lo hizo ella, encaminándose por el pasillo que se iba sumergiendo en una ligera oscuridad. De reojo, a través de las ventanas, podía ver como las nubes oscuras se cernían sobre el cielo, ensombrecido por la noche, que se iba haciendo ligar, dejando atrás al día.
Pero no prestó atención a nada de eso, porque sus ojos se volvieron de nuevo al frente, mientras los tacones resonaban al chocar contra el suelo, escuchándose como el ruido rompía el silencio que se había impuesto. Y seguía caminando, sin querer dejar atrás a la mujer, que proseguía su camino sin detenerse, ni mirar atrás. Quizás si lo hubiese hecho, se hubiese detenido. Pero no fue así, por lo que finalmente, llegaron al enorme despacho.
Se quedó fuera de este unos momentos, viendo como lo que en ese instante parecía una sombra se detenía en frente de la enorme mesa que ocupaba parte de la sala. Una mano se apoyó sobre el frío cristal, y su cuerpo se dejaba reposar sobre el mueble, quedando de espaldas. Su espalda, que parecía frágil, y algo marcada debido a la desnudez que dejaba mostrar el vestido negro, que remarcaba las caderas de ese cuerpo, que si bien no era de una mujer excesivamente atractiva, tenía un aire seductor que conseguía acaparar toda su atención. Le recorrió el cuerpo en silencio, sin pronunciar palabra alguna, ni querer interrumpir aquella escena, en la que los dedos de la mujer se deslizaban por la mesa, de una manera sutil, y ella en una posición que parecía estar sumergida en sus pensamientos.
A veces se cuestionaba qué era lo que pasaba por su mente. Le parecía un misterio, que quería resolver; que al principio no entendía, que ni siquiera le interesaba. Pero después se fue convirtiendo en un enigma interesante, en algo que quería descubrir, y que sin embargo, al ir avanzando, se iba haciendo más enigmática.
Finalmente, entró en el despacho, quedándose en la entrada. La mujer alzó la cabeza, pero sin girarse, como si esperase que avanzase hacia ella, para encontrarse, para poder hablar. No sabía, sinceramente, de que tenían que hablar, pero tenía la sensación que había algo que no terminaba de encajar. Como si parte de la historia no se hubiese escrito.
Suspiró profundamente, mientras daba unos pasos hacia esa mujer que se mantenía en su sitio; esa mujer que finalmente giró su rostro para encontrarse con sus ojos azules, mientras entreabría los labios, como si no supiese qué decir. Y eso era extraño, porque creía que nunca podría ver como ella se quedaba estática ante su presencia. Había pasado tantas cosas, que hacía que todo se quedase extraño y confuso.
Sintió que el corazón se le aceleraba por momentos, sobre todo cuando la otra se giró por completo para quedarse cara a cara. Carraspeó, sin saber muy bien qué decir, cómo justificar su presencia allí. Pero no tenía justificación alguna. Solamente sentía que tenía que estar ahí, a su lado, aunque en cierta manera no supiese si eso era lo correcto o no.
Si era correcto estar a su lado, pese a las críticas, o en cambio, tenía que hacer lo que en sí le dictaba el corazón.
Se mordió el labio inferior, quedándose en el lugar, sin moverse, mientras observaba como la mujer se acercaba con pasos lentos, quedándose a escasos centímetros de distancia. Notaba como el movimiento de su pecho al respirar iba cada vez más rápido, sin poder disimular los nervios que en cierta manera sentía.
― ¿Qué haces aquí? ―Logró escuchar de sus labios, mientras sus ojos marrones permanecían fijos en su figura, imponiéndose como ella siempre sabía―. La fiesta es en la planta de abajo...
―Solamente quería saber si se encontraba usted bien, Miss Grant...―susurró, tragando saliva. Creía que en cualquier momento iba a temblar.
Una sonrisa se asomó en el rostro de la aludida, y volvió a dar un paso. Otra vez quedando cerca, más cerca que antes. Y eso hizo que se irguiese, y se tensase. No entendía como todo aquello se había transformado en cierta tensión que no sabía como solucionarlo.
―Yo...―empezó a hablar.
―Puedes marcharte. No necesito tu compañía, y estoy bien―aclaró, volviendo a darle la espalda.
Kara respiró profundamente, colocándose mejor sus gafas de pastilla que llevaba siempre. Finalmente, decidió qué era lo que tenía que hacer. Se acercó del todo a su jefa, quedándose justamente al lado de su espalda, mientras esta parecía tener la vista clavada en la pared del despacho, girando después el rostro para observar de reojo a la chica de cabello rubio.
―No me pienso marchar, Cat―se atrevió a hablarle con esa confianza que surgía entre ellas.
La aludida se giró por completo de nuevo, quedando las dos mirándose a los ojos.
Y entonces, sucedió.
Los labios de Cat se chocaron contra los de Kara de una manera un poco agresiva, quedándose la otra por un momento sin saber reaccionar, hasta que finalmente lo hizo, dejándose llevar por el momento. Sus labios se entreabrieron, dejando paso a la lengua de la más mayor, que la sujetó de las caderas, juntándola contra ella.
Y mientras se besaban, alguien podía presenciar la escena desde la oscuridad. Se escondió con el fin de que ellas no se diesen cuenta de su presencia, pero contuvo la respiración, observando como las dos se seguían besando. Podía verse como la mano de Cat Grant se apoyaba sobre el hombro de la muchacha rubia, mientras esta se atrevía a dejar su mano reposando en la cintura de su jefa, prosiguiendo con el movimiento de los labios sobre los de la otra, soltando un leve suspiro al sentir como el beso que había empezado como un gesto agresivo se iba convirtiendo en un gesto cariñoso y tierno, que le gustaba, y hacía que se sintiese un poco mejor al estar tan cerca de ella.
Se acabó separando un poco, lo suficiente para morderse el labio inferior, intentando contener esa sonrisa que amenazaba con amanecer de sus labios. Cat la observaba con cierta curiosidad, y a la vez, medio arrepentida, porque no podía creer que hubiese sucedido de nuevo. Pero cuando Kara se atrevió a volver a besarla, decidió cerrar los ojos, disfrutando de esa caricia y de esa cercanía que estaba sintiendo. Pasó los brazos por el cuello, frágil, dejando que las manos estuviesen colgadas, como si estuviesen reposando en el aire; y podía notar como las manos se aferraban a su cintura de una manera cariñosa, y en cierta manera, protectora. Y eso le gustaba, aunque no fuese a admitirlo nunca.
―Lo siento...―logró escuchar de los labios de la joven, que hablaba contra su boca. No le gustaba escuchar esas palabras.
― ¿Lamentas haberme besado, Kerah?
― ¿Me va a llamar así después de esto? ―Inquirió con cierto tono de malestar la muchacha, lo que hizo que Cat se maldiciese un poco por dentro.
― ¿Lo lamentas, Kara?
―Lo que lamento es poder haberla importunado...
―Sabes que no es así―dijo con tono más calmado, como con cierta confidencia.
La aludida asintió, un poco relajada ante las palabras de esa mujer, que lo que hizo fue simplemente inclinarse para volver a besarla, con calma, sin pretender asustarla, aunque con seguridad, a sabiendas de lo que estaba haciendo. Ya no se estaba arrepintiendo, ni mucho menos. Quería disfrutar de ese momento que estaba surgiendo. De esa cercanía. De poder dejarse llevar por el sabor de los labios de su asistenta.
―Cat...
― ¿Crees que estoy abusando de mi poder? Al ser tu jefa...
―No―negó Kara, volviendo a besar los labios de la mujer.
―Kara...No sé si esto es lo adecuado para ti.
―Me siento bien así.
― ¿De verdad? ―La otra respondió simplemente asintiendo.
Ante eso, Cat empezó a descender los labios por la barbilla de la otra, que se mantenía apoyada en el cuerpo de la mujer, dejándose hacer, cerrando los ojos ante el tacto de los labios gruesos deslizándose por su cuello; estremeciéndose, dejó escapar un suspiro, dando a entender que estaba disfrutando con ese contacto. Su jefa sonrió por lo bajo al escucharla, dejando más besos, que hacían que Kara soltase una leve risita, debido al nerviosismo.
―No me lo puedo creer...
Ante esas palabras, ambas se sobresaltaron, mirando a la persona que acababa de hablar. Cuando se dieron cuenta de quien era, no pudieron evitar abrir la boca debido a la impresión, y a la sorpresa. Y cierta incertidumbre se formó entre ellas dos, que intercambiaron una mirada.
Eso solo sería el principio de todo.
