NOTA: los personajes le pertenecen al gran Rey del manga y del Troll : EIICHIRO ODA - SAMA- SENSEI ( bueno... es que me gusta mucho su trabajo, pues :I)

NOTA2: La historia no me pertenece, le pertenece a Carla Cassidy, una muy buena escritora y que por supuesto traigo uno de sus trabajos pero adaptado al mundo anime que nos gusta... sin mas empezamos


- - - Prologo: - - -

La única mujer que había conseguido volverlo loco... era ahora su compañera de trabajo

Zoro era un lobo solitario con un corazón tan frío que ni se inmutaría aunque la Miss Universo entrara en su despacho. Pero había una mujer capaz de derretir el iceberg que tenía por corazón: Nico Robin, el amor que una vez dejó escapar. Y resultaba que la bella Robin iba a trabajar con él para ayudarlo a atrapar a un ladrón informático. Quizá trabajando hombro con hombro volvería la pasión que los había unido en otro tiempo...


CAPITULO 1

Zoro estaba de pie junto a la ventana de su despacho, observando la nieve que caía en abundancia. No entendía por qué la gente hablaba de lo bonito que estaba Boston en enero. Para él aquel tiempo sólo acarreaba molestias y más horas de transporte. Por eso, algunas veces prefería quedarse a dormir en su ostentoso despacho de vicepresidente del departamento de tecnología. Contaba con un pequeño bar que últimamente ya no usaba, una televisión y un DVD que nunca había tocado y un sofá cama que no extendía. Lo único que realmente le importaba era su ordenador. Era su vida. Pero, a pesar del empeño que ponía en proteger el sistema y la información que albergaba, alguien había accedido a sus ficheros. En aquella heladora noche, Zoro había colocado otro teclado y otra pantalla próximos a los suyos. Su visión no hacía sino encender aún más su ya caldeado ánimo. Alguien llamó a la puerta.

—Adelante —dijo él, apartándose de la ventana.

Tashigi Winters, vicepresidenta del departamento de ventas e hija del director general, entró en el despacho.

—El pronóstico del tiempo dice que habrá unos diez centímetros de espesor a eso de la medianoche.

—¿A qué hora llega su avión? —preguntó él, refiriéndose al vuelo en el que viajaba Nico Robin. Aquella investigadora especializada en crímenes tecnológicos era parte de un pasado que Zoro prefería olvidar.

—Dentro de una hora —dijo Tashigi.

—Entonces no debería haber problema —respondió Zoro.

Esperaba que sus sentimientos personales no interfirieran en su trabajo.

Él no era el jefe, ni tampoco el que había decidido pedir ayuda externa. Se la habían impuesto. Por desgracia, habían tenido que contactar a una de las pocas mujeres que se movían en aquel sector y alguien con quien Zoro había tenido una historia dolorosa.

—Le he reservado una habitación en el hotel Brisbain, para que esté cerca de la oficina—dijo Tashigi y lo miró preocupada—. Tenemos que solucionar esto cuanto antes, Zoro. Hemos invertido demasiado tiempo y dinero en este proyecto y no podemos dejar que nuestros competidores nos lo roben.

—Créeme, estoy tan preocupado como tú —respondió él.

—Mi padre y yo confiamos plenamente en que Robin y tú lo resolverán. Son los mejores en su campo —Tashigi se volvió hacia la puerta—. En cuanto llegue, te la enviaré.

Dicho aquello, se marchó.

Zoro se hundió en su sillón sin dejar de mirar la pantalla. El intruso no era un pirata cualquiera. Debía de saber mucho, pues había podido acceder sin dejar pistas sobre cómo ni por dónde. Abrió el cajón inferior de su escritorio y sacó dos revistas de informática. En ambas había artículos sobre la sobresaliente Nico Robin. Aquella mujer que había trabajado toda su vida en California, durante los últimos cinco años se había dedicado a investigar y capturar a muchos criminales informáticos. No sólo había trabajado para grandes empresas, sino también para varios departamentos de policía. Miró la borrosa foto que acompañaba a uno de los artículos. No le hacía justicia. Su rostro fino y sus grandes ojos no reflejaban la vivacidad de su expresión.

Recordaba su siempre entusiasta mirada, con aquellas brillantes pupilas color mar que cambiaban de tono. Llevaba el pelo largo y laceo que iluminaban a la perfección su cabello.

Cerró la revista con energía y la volvió a meter en el cajón. Había dicho adiós a Robin cinco años atrás y había asumido que no volvería a verla. Habría deseado que eso hubiera sido así. Aquella mujer era el único riesgo sentimental que se había atrevido a asumir y no quería volver a pasar por nada semejante. Frunció el ceño y se masajeó el cuello para librarse de parte de la tensión que sentía. Sólo necesitaba un poco de tiempo para poder averiguar quién se había metido en los archivos. Quizás pudiera tener el asunto resuelto antes de que Robin bajara del avión.

Zoro trató de concentrarse. Pero no habían pasado ni dos minutos cuando unos golpes en la puerta anunciaron otra visita.

—Adelante —dijo él, frustrado. Nami Nefertari, secretaria del director de la compañía, Smoker Winters, entró con una cesta de fruta. Al sonreír, su calidez natural templó la gélida estancia.

—El señor Smoker ha pensado que estará bien ofrecerle esta cesta a la señorita Robin cuando llegue —dejó la cesta en la mesa donde se encontraba la cafetera.

—Bien —dijo Zoro, tratando de controlar la irritación que el gesto le provocaba. Estaba claro que toda la empresa estaba ansiosa por darle la bienvenida a la visitante—. Seguro que se lo agradece.

—Nosotros agradecemos que venga a ayudarnos —respondió Nami .

Zoro sabía que su actitud era algo infantil y poco profesional, pero no podía evitarla. Utopía era su creación y Smoker Winters le estaba pidiendo que se la cediera a otra persona. Por supuesto, nadie conocía la relación personal que había entre Robin y él. Tampoco pensaba hacerla pública. Nami miró por la ventana. La nieve cada vez caía con más fuerza.

—Han cambiado la previsión del tiempo. Puede que para medianoche ya haya veinte centímetros de nieve. Espero que la señorita Robin se haya traído la ropa adecuada —Era muy típico de Nami preocuparse por cosas así. Sin duda, no eran temas que a Zoro le importaran en exceso.

—La nieve es hermosa, pero traicionera —aseguró Nami—. Bueno, me voy y te dejo trabajar.

En cuanto la mujer cerró la puerta, Zoro miró a la cesta de fruta que había quedado voluptuosamente posada sobre la mesa. Quizás los empleados de Wintersoft estuvieran deseosos de darle a Nico Robin la bienvenida, pero ninguno de ellos tendría que trabajar con ella.

Él, sí.

Pensó en las palabras de Nami: «hermosa, pero traicionera». Dos adjetivos perfectos para aplicárselos a Robin. Se levantó y volvió a la ventana. Respiró profundamente y trató de prepararse para la dolorosa experiencia de volver a verla.

Tashigi estaba esperando a Nami cuando ésta salió del despacho. La tomó del brazo y la llevó a la sala de conferencias.

—¿Qué sucede? —preguntó Nami.

—Creo que vamos a tener que dejar de mirar en los archivos personales de la compañía. Con Zoro y Robin investigando sobre el intruso que ha accedido a nuestro sistema, no podemos arriesgarnos a que nos descubran.

—Lo que tú consideres mejor —dijo Nami—. Al fin al cabo, sólo nos quedan dos solteros.

—Y las posibilidades de que Roronoa Zoro o Trafalgar Law se casen en breve son casi nulas —respondió Tashigi.

Zoro parecía no reparar en la presencia de mujeres en el planeta. Trafalgar Law, por el contrario, debía de salir con todas. Las dos mujeres salieron de la sala y se encaminaron a sus respectivos despachos.

Tashigi se sentó ante su mesa y pensó en el plan que Nami y ella habían empezado a poner en práctica hacía unos meses. Había sido Nami la que había oído una conversación telefónica de Smoker Winters. El dueño de la compañía, hablaba sobre su ilusión de una posible relación entre alguno de los altos ejecutivos y su hija, Tashigi Winters.

Tashigi se había quedado desolada al enterarse. Ya había planeado una situación parecida en su anterior, matrimonio. Se había casado con un ejecutivo de la empresa para satisfacer los deseos de su padre. Pero la unión había acabado en divorcio. Habían pasado ya cuatro años del desastre y Tashigi, renovada y con su vida rehecha, no estaba dispuesta a repetir sus errores. Para frustrar los planes, Nami había sugerido otro alternativo. Tras revisar la información personal de cada soltero, sólo tenían que encontrar la pareja perfecta. Hasta aquel momento, la idea había funcionado sin que apenas tuvieran que intervenir.

Ya sólo quedaban el solitario Zoro y el distante Law. Pero sus problemas habían cambiado. No se trataba ya de su vida personal, sino de la profesional. No podía permitir que nadie descubriera que ella y Nami habían accedido a los archivospersonales de los empleados. Cualquiera con una mínima capacidad de asociación podría deducir que los empleados espiados eran aquéllos que se habían casado recientemente. Estaba en juego su reputación.

Por otro lado, sabía la importancia que el trabajo de Zoro y Robin tenía para la compañía. Debían encontrar cuanto antes al pirata que amenazaba con poner en peligro el futuro de Utopía, un revolucionario software financiero que Zoro había creado para Wintersoft. A pesar de sus temores, esperaba que lograran, cuanto antes, cazar al delincuente y destruirlo, antes de que hiciera más daño.

Nico Robin se detuvo ante la puerta del enorme edificio que albergaba a la compañía Wintersoft. Sabía que la estaban esperando, pero no estaba segura de estar preparada para entrar. Levantó la vista hacia el cielo y dejó que la nieve le cayera sobre el rostro. Era una extraña y maravillosa sensación sentir los copos fríos, sobre todo para una mujer que nunca antes había salido de California.

No obstante, sabía que no era sólo la nieve lo que le provocaba aquella extraña e intensa excitación. También iba a verlo a él : Zoro.

Habían pasado más de cinco años desde su «adiós» definitivo. Robin había cumplido los veintiséis años cuando Zoro había llegado a Silicon Valley para recibir unos cursos de informática. Ella también se había inscrito y allí se conocieron.

Después de cuatro meses de relación, habían roto. Él había regresado a su vida en Boston y ella se había quedado en California. Miró a la parte superior del edificio. Le habían dicho que Zoro estaba en la planta cuarenta y nueve. Era el vicepresidente del Departamento de Tecnología. Sin duda había logrado alcanzar su sueño de convertirse en el gran ejecutivo de una gran empresa. Se preguntó si ya tendría una mujer que lo hubiera acompañado en su cambió de mano la maleta y decidió que ya era hora de enfrentarse a él.

Entró en el edificio y tomó el ascensor. Al salir, una eficiente secretaria, Monet, la saludó y la acompañó hasta el despachó de Zoro.

Robin se quedó en la puerta durante unos segundos antes de atreverse a entrar. A pesar de lo absurdo que resultara, estaba nerviosa. Sabía que no tenía sentido tener aquella sensación por un hombre al que no había visto en años. Pero su relación había sido muy intensa, había sido la promesa truncada del futuro que ella ansiaba. Pero, ¿qué decía? Zoro no había sido el futuro, sino sólo un sueño que había acabado por convertirse en una pesadilla.

En aquel instante estaba a punto de entrar en el santuario de trabajo de aquel mismo hombre para compartir una labor profesional. Respiró profundamente y llamó a la puerta. Cuando él abrió, ella no pudo evitar un cosquilleo inquietante en el estómago. Fue como retroceder en el tiempo. Su pelo seguía siendo igualmente denso y verdoso. Sus ojos brillaban con la misma intensidad. El traje gris que vestía no hacía sino enfatizar la perfección de su cuerpo. No había cambiado nada.

—Hola, Zoro.

Él asintió, con un gesto helador.

—Hola, Robin.

—¿Puedo pasar?

—Por supuesto.

—¡Estupendo despacho! —exclamó ella al entrar. Dejó la maleta en el suelo, se quitó el abrigo y lo puso sobre el sofá.

Se encaminó hacia la enorme ventana. La espesa nieve impedía la visión de la ciudad.

—No me puedo creer que esté en Boston—dijo ella.

—Yo tampoco —respondió él, dejando notar cierto reproche en su tono.

Ella se volvió. Pero el gesto impávido de él no le dio clave alguna sobre sus sentimientos.

—La fruta es para ti —dijo él, indicando la cesta que estaba sobre la mesa.

—¡Muchas gracias! —dijo ella

—No me las des a mí, sino al señor Smoker—dijo él secamente.

—Bien, así lo haré —respondió ella con tensión. Se acercó al sofá y se sentó—. ¿Cómo estás, Zoro? Tienes un aspecto estupendo.

—Hasta que ese maldito pirata se ha metido en mi sistema, todo ha ido muy bien.

Con su habilidad de siempre, había desviado la conversación de lo personal a lo profesional.

—Lo primero que necesito es que me des información. Tashigi Winters fue muy escueta por teléfono.

—Utopía es un producto estrella, que se ha desarrollado bajo las más estrictas medidas de seguridad —dijo él.

—De haber sido así, nadie habría podido acceder a él —apuntó ácidamente ella.

Él la miró de reojo y luego se sentó en su sillón.

—Comencé a trabajar en Utopía hace un par de años. Se trata de un software financiero que integra todas las labores, haciendo que la información se comparta entre unas aplicaciones y otras, y siendo capaz de procesar infinidad de datos en tiempo real.

—Pensé que ése era el tipo de producto en el que se especializaba Wintersoft.

—Así es. Pero Utopía es más rápido y eficiente.

Mientras hablaba sobre el producto, sus facciones fueron cobrando vida. Robin recordó entonces cómo aquel hombre había llegado a mostrar aquella misma vitalidad sólo por tenerla a su lado.Él se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro mientras le daba los detalles.

—Bien, pues si el tiempo es tan importante, supongo que deberíamos ponernos manos a la obra ahora mismo —dijo ella en cuanto él terminó.

Había un millón de preguntas que ella quería hacer y ninguna se relacionaba con el programa. Quería saber si aún juntaba la mantequilla en las tostadas con la precisión de un cirujano, se preguntaba si su color favorito seguía siendo el azul. Ansiaba saber si había encontrado la felicidad, si tenía una mujer adorable y unos hijos esperándolo en casa. Más que nada, se preguntaba si alguna vez pensaba en ella y en aquellos días que pasaron juntos. Pero tenía la sensación de que la respuesta era que no. Siempre había tenido la sensación de que para Zoro no había sido más que un nuevo juego de ordenador y que, al darse cuenta de que no podía programarla a su antojo, había cerrado el archivo y no lo había vuelto a abrir jamás.

—Quiero que sepas que no estoy acostumbrado a trabajar con nadie ni a compartir mi espacio —por primera vez la miró directamente a los ojos. Sus pupilas emanaban un frío helador.

Ella forzó una sonrisa.

—Pues, puedes ir acostumbrandote, porque voy a estar invadiendo «tu espacio» hasta que este problema se solucione.

Dicho aquello, se sentó en el sillón más amplio y confortable que había: el de Zoro.

Continuara…


Estoy alguito apurado pero no se preocupen, si desean pondré en negritas los diálogos si desean... nos vemos la próxima... por ahora no le he puesto horario a esta adaptación pero lo hare en la próxima actualización de SIEMPRE TE HE AMADO...

REVIEWS?