Ni Muerta.
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By: Rosemarie Hathaway
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Los personajes no me pertenecen, tampoco la trama... pero me gusta jugar con ambos.
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Capitulo 1: Muerta.
El día que fallecí comenzó mal y rápidamente se puso peor. Apagué la alarma y me quedé dormida de nuevo, por lo que llegaba tarde al trabajo. Y no tuve tiempo de desayunar. De acuerdo, eso es mentira, tragué un par de Tarts Pop de chocolate mientras esperaba el autobús. Mi madre lo aprobaría (¿Quién piensas que me enseñó?), pero un experto en nutrición me habría dado un coscorrón con su tabla de calorías.
En la reunión de las nueve de la mañana me enteré de que la recesión económica me había golpeado entre los ojos (lo mismo que el Presidente ha estado negando durante dos años): Había sido despedida del trabajo. No fue inesperado, pero dolió de todos modos. Tuvieron que reducir costos drásticamente, y Dios prohíbe que a cualquiera de los altos ejecutivos se le muestre la puerta. Eso no, pero los oficinistas y las secretarias habían sido valorados como prescindibles.
Limpié mi escritorio, evité mirar a mis compañeros de trabajo, igual que ellos evitaron mirarme a mí (algunos salieron), y me vine caminando a casa.
Cuando atravesé la puerta principal, vi la luz del contestador automático parpadeando como un pequeño dragón negro. El mensaje era del monstruo de mi madrastra:
- Tu padre y yo no podremos ir a tu fiesta esta noche, acabo de darme cuenta de que tenemos un compromiso anterior. Lo siento.- Seguro que lo sientes, tonta.
– Diviértete sin nosotros.- No hay problema.–Tal vez encuentres a alguien esta noche.-
Traducción: Tal vez algún pobre patán se case contigo y te quite de mis manos. Mi madrastra, desde el principio, se había llevado conmigo de una sola manera: Como una rival que lucha por el cariño de su nuevo marido. Fui a la cocina a dar de comer a mi gato, y noté que se había escapado otra vez. Mi Estrella siempre andaba buscando aventuras, (aunque es más, como que yo soy su Bella).
Al final resultó que hubo una tormenta de nieve, anormal para un mes de abril, y mi fiesta se pospuso. Mejor…no me sentía con ganas de salir, poner cara feliz, y beber muchos daiquiris de más. El Mall of América es un lugar fantástico, pero no estaba con ánimo para muchedumbres, la comida es demasiado cara, y las bebidas están a seis dólares. Esta noche no.
Ed llamó alrededor de las ocho de la tarde, y ese fue el único momento brillante de mi día. Ed Arens era un detective que trabajaba en St. Paúl. Había sido atacada un par de meses antes, y…de acuerdo, pues bien, "atacada" era decirlo suavemente. No me gusta hablar de eso — o pensar en eso — pero lo que sucedió, fue que un montón de vagos saltaron sobre mí cuando dejaba Barbecue Mongol de Kahn (Todo lo que puedas comer por once con noventa y cinco $, incluida la ensalada, el postre, y lo que te puedas servir, gratis). No tengo ni idea de lo que querían — no se llevaron mi bolso, ni trataron de violarme. Básicamente, me arañaron y me pegaron mordiscos, como un montón de ardillas rabiosas, mientras los daba patadas con las punteras de mis Manolo Blahniks y gritaba pidiendo ayuda, tan fuerte como podía…tan fuerte, que lo único que pude hacer durante tres días fue susurrar. La ayuda no llegó, pero los tipejos huyeron. Escapándose en forma errática. Mientras estaba apoyada contra mi coche, concentrándome en no desmayarme, los vi irse, y me pareció que unos cuantos lo hacían a cuatro patas.
Ed fue asignado al caso, y me entrevistó en el hospital mientras desinfectaban las marcas de los quince mordiscos. El interno que se encargó de mí, olía a Cilantro y canturreaba el tema de Harry Potter.
Eso pasó el último otoño. Desde entonces, cada vez más personas — no hacían distinción entre mujeres y hombres — estaban siendo atacadas. Las dos últimas habían muerto.
Entonces sí, me asusté por lo que sucedía, y había jurado renunciar a Kahn hasta que los delincuentes fueran atrapados, pero mayormente estuve agradecida por que a mí no me fue tan mal. Sin embargo, Ed llamó y charlamos y, para hacerlo corto, prometí ir a ver el Gran Libro de los chicos malos una vez más. Y lo haría. Por mí, para sentir que cooperaba, pero sobre todo para ver a Ed, que era exactamente de mi altura (seis pies), con el cabello de un rubio oscuro y el cuerpo de un nadador, se parecía a un prófugo de un calendario del Sr. Hardbody. He roto la ley, oficial, enciérreme.
Deleitarme con la visión del oficial Ed es lo más cercano que he logrado estar de tener relaciones sexuales en… ¿Qué año era este? No es que sea una puritana. Soy simplemente muy selectiva. Me permito el placer de los zapatos más bonitos y más caros en los que puedo poner mis manos, lo cuál no es fácil con el presupuesto de una secretaria. Ahorro durante muchos meses para comprar las cosas más estúpidas. Y esos sólo tienen que ir en mis pies.
Ven, esa soy yo, en resumidas cuentas: Isabella Swan (¡No empiecesཀ), soltera, con un trabajo sin porvenir (pues bien, ya no), viviendo con su gato. Y soy tan aburrida, que el maldito gato se escapa aproximadamente tres veces al mes, simplemente para lograr un poco de excitación.
Y hablando del gato… ¡Escuché su delator riaaaooowwwwwཀ En la calle. ¡Súperཀ Estrella odiaba la nieve. Probablemente había estado buscando un poco de amor primaveral y lo único que había logrado era quedar atrapada en la tormenta. Estaba fuera esperando que la rescatase. Cuando la rescataba, se enojaba horriblemente y no me miraba durante el resto de la semana.
Me metí en las botas y fui hacia el patio. Todavía nevaba, pero pude ver que Giselle estaba encorvada en mitad de la calle como una pequeña sombra. Una con ojos color ámbar.
Desaproveché diez segundos llamándola — ¿Por qué llamaba al gato? — Luego atravesé el patio hacia la calle.
Normalmente esto no sería un problema, porque vivo al final de una calle muy tranquila. Sin embargo, con la calle helada por la nieve, el conductor no me vio a tiempo. Al hacerlo, hizo lo peor: Apretó los frenos. Eso selló mi destino.
Morir no duele. Sé que suena como un cuento de nuestros abuelos, alguna sensiblería tonta para hacer a las personas sentirse mejor acerca de la muerte. Pero el hecho es, que tu cuerpo está tan traumatizado por lo que está ocurriendo, que cierra tus terminaciones nerviosas. No sólo morir no dolió, además no sentí el frío. Aunque hacía una temperatura de sólo diez grados esa noche.
Lo manejé mal, lo admito. Cuando vi que iba a atropellarme, me congelé como un ciervo delante de los focos delanteros de un auto. Un ciervo grande, estúpido, rubio, que recientemente había pagado por un teñido. No puede moverme, ni aún para salvar mi vida. Estrella pudo, ciertamente; la pequeña desgraciada e ingrata, huyó rápidamente fuera de allí. Yo, salí volando. El coche me golpeó a cuarenta millas por hora, lo que no sería mortal, y me hizo chocar contra un árbol, que sí lo fue.
Oí cosas quebrarse. Oí mi propio cráneo hacerse pedazos — sonó como si alguien masticara hielo en mi oreja. Me sentí sangrar. Sentí como mí vejiga se liberaba involuntariamente por primera vez en veintiséis años. En la oscuridad y en la nieve, mi sangre si vio negra.
Lo último que vi fue a Estrella sentada sobre mi porche, esperándome para dejarla entrar. Lo último que oí fue al conductor, pidiendo ayuda a gritos.
Continuará...
